Un Óscar al cine de Ucrania, un premio imprescindible

Sevilla, 11/III/2024

Anoche, Ucrania volvió al foco mundial a través de la ceremonia de entrega de los premios Óscar, en su 96ª edición, cuando se proclamó vencedora, en el apartado dedicado a la mejor película documental, una obra imprescindible del cine de ese país malherido, 24 días en Mariúpol, lugar que tengo grabado en mi alma de secreto y reflejado en palabras que figuran en este cuaderno digital, desde que contemplé con horror su asedio y destrucción implacable por Rusia en 2022, pocos días después del comienzo de la invasión.

Alejado personalmente de la industria americana del cine, con su famosa y crónica doble vara de medir los actos humanos y los premios que se conceden, a veces, a producciones de dudosa ética cinematográfica, que también existe, siento algo especial por este reconocimiento, que llega en un momento delicado de olvido de lo que está pasando y seguimos viendo en Ucrania y Gaza, entre otros conflictos latentes y manifiestos a escala mundial, como si todo lo que sigue pasando a diario fuera un documental de ficción, no la transmisión de una inquietante realidad que nos atañe a todos.

Anoche lo explicó en pocas palabras su director, Mstyslav Chernov, cuando recogió la famosa estatuilla: “Este es el primer Oscar de la historia de Ucrania, pero probablemente seré el primer director que diga sobre este escenario que ojalá nunca hubiera hecho esta película. Ojalá fuera capaz de cambiarlo porque Rusia nunca hubiera atacado y ocupado Ucrania”. Mejor forma de definir el momento, imposible, incluso en sus palabras finales: “Podemos hacer que la verdad prevalezca y que la gente de Mariúpol y los que dieron su vida nunca sean olvidados, porque el cine construye memoria y la memoria hace historia”.

Recuerdo con este motivo lo que escribí recientemente sobre Mariúpol en este cuaderno digital: “Dos años después, me resisto a ser mero espectador de lo que está pasando y estoy viendo en Ucrania. Me remueve la conciencia todos los días y reconozco que estoy consternado y conturbado. Consternado, en el sentido profundo de la palabra tal y como se recogió por primera vez en el Diccionario de Autoridades publicado en 1729 por la Real Academia de la Lengua: “Atemorizado, asombrado, perturbado y espantado”. Cualquiera de las cuatro acepciones refleja bien mi estado de ánimo. Tanto que hemos luchado por la instauración de la democracia a lo largo de los siglos, como la mejor forma de convivencia humana y con profundo dolor contemplo de nuevo la imagen del Teatro Dramático de Mariúpol, que hace un triste honor a su nombre, hoy más que nunca. También, conturbado, atendiendo las ricas acepciones de las Autoridades citadas, porque estoy inquieto, conmovido, confundido y desasosegado, provocando todo ello una mudanza cerebral muy importante aunque siga escuchando la recomendación piadosa de San Ignacio en estos tiempos de guerras en la aldea global que se ha convertido el mundo al revés. Cada día que pasa estoy más convencido de que soy pesimista en el sentido más profundo del término que aprendí del haiku 123, precioso, escrito por Benedetti en 1999 (1): Un pesimista / Es sólo un optimista / Bien informado.

Por estas razones de la razón y del corazón, como demócrata convencido, sé que a pesar de este reconocimiento cinematográfico, Ucrania sigue representando hoy el miedo global, aunque a pesar del miedo global a la libertad, quiero seguir abriendo una puerta para la paz en aquel territorio y en Gaza, que tampoco olvido, siguiendo los consejos de Eduardo Galeano, una vez más, a través del llamado «derecho al delirio«, en un mundo loco, con ejemplos rotundos para pensar que son realidades posibles en un mundo nuevo, una invitación a volar sobre la realidad que nos duele, consterna y conturba a diario, del que personalmente he escogido algunos que sanan mi alma: “los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas; los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos; el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra; la educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla; la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda y, como corolario, la Iglesia también dictará otro mandamiento, que se le había olvidado a Dios: amarás a la naturaleza, de la que formas parte; serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del alma”. Es verdad, estos delirios son una invitación a experimentar el derecho a volar alto, algo que agradezco cuando vivimos tan atados a la dura realidad de la tierra, situación que no nos permite ver mas allá de lo que nos transmiten a diario los agoreros mayores del mundo al revés. Tan lejos, tan cerca.

El Óscar a 24 días en Mariúpol, es un premio imprescindible, fundamentalmente porque nos obliga a olvidar el olvido y porque cualquier parecido de esta extraordinaria obra ucraniana con la realidad de cualquier guerra no es pura coincidencia. Lo dijo, en un mensaje escueto, el director del documental premiado: “el cine construye memoria y la memoria hace historia”.

(1) Benedetti, Mario, Rincón de haikus, 2001. Madrid: Visor Libros.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!