El horror fotografiado en Gaza, que denuncia silencios cómplices

Mohammed Salem / REUTERS

Sevilla, 21/III/2024

Incorporo hoy a mi cuaderno digital una imagen, que acaba de ganar el premio Ortega y Gasset de Periodismo a la mejor fotografía en 2023, otorgado por el diario El País en su 41ª edición, en la que figura una mujer palestina, Inas Abu Maamar, abrazando el cuerpo de su sobrina de 5 años, Saly, muerta tras un ataque israelí, el 17 de octubre de 2023, en el hospital de Nasser, en Gaza.

Contemplando esta imagen, que me conturba y conmueve, he recordado uno de mis principios, Solo se debe dejar de callar cuando se tiene algo que decir más valioso que el silencio, aprendido hace ya muchos años del abate Joseph Antoine Dinouart. en un precioso libro (1), El arte de callar (Principio 1º, necesario para callar). Estamos pre-programados genéticamente para hablar, lo que nos lleva a comprender que callar es un arte y una defensa neuronal, perfectamente organizada en el cerebro, mediante la complementariedad sinfónica de diversas estructuras cerebrales, porque la realidad terca es que tenemos que hacer esfuerzos para callar porque no estamos pre-programados para ello. Hablamos porque recordamos: palabras, gestos, acontecimientos vitales, entre otras razones de vida, como pueden ser las imágenes de esta guerra en Gaza. Callamos, porque inhibimos determinadas palabras, gestos, acontecimientos vitales y todos los aprendizajes acumulados a lo largo de la vida sobre estas estructuras conductuales y éticas. Y los silencios se acaban proyectando también a través de los estereotipos definidos en determinadas enfermedades mentales y sociales, como pueden llegar a ser los silencios cómplices que tanto detesto.

Vuelvo a leer el libro citado, yendo directamente a la página 53, donde figura el último principio necesario para callar, el 14º: “El silencio es necesario en muchas ocasiones, pero siempre hay que ser sincero; se pueden retener algunos pensamientos, pero no debe disfrazarse ninguno. Hay formas de callar sin cerrar el corazón; de ser discreto, sin ser sombrío y taciturno; de ocultar algunas verdades sin cubrirlas de mentiras”. En definitiva, ética cerebral del silencio y ruptura del mismo cuando se convierte en silencio cómplice porque, callando, hacemos mucho daño a los demás o dejamos pasar situaciones impresentables e inadmisibles desde la perspectiva de derechos y deberes humanos, como las que estamos viendo y consintiendo todos los días en Gaza, sin mezcla de denuncia alguna por cualquier medio, legitimado en derecho, como puede ser esta fotografía premiada. Cada uno, cada una, con su responsabilidad en alzar la voz de denuncia para acabar con esta escalada de irresponsabilidades públicas en los Gobiernos mundiales, los que en definitiva son los auténticos Señores de la Guerra.


(1) Dinouart, A., El arte de callar. Madrid: Siruela, p. 53 (4ª ed.), 2003.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA Y GAZA, ¡Paz y Libertad!