Los presidentes lloran también


Carta de Pedro Sánchez a la ciudadanía

Yo pensé también un día
que los hombres nunca lloran
porque es una cobardía
que ninguno debe hacer

que por mucho sufrimiento
que haya dentro de sus vidas
en los hombres hay heridas
que nunca se dejan ver

Raphael, Los hombres lloran también (1964)

Sevilla, 27/IV/2024

Hace 17 años publiqué en este cuaderno digital un artículo, Estereotipo machista 2: los hombres no lloran, tópico muy extendido en nuestro país y que a mí me marcó mucho en mi infancia. Lo he recordado especialmente, al verificar cómo han reaccionado muchos líderes políticos y tertulianos, las redes sociales y las derechas mediáticas también, a la “carta a la ciudadanía” enviada el pasado miércoles por Pedro Sánchez, ciudadano y presidente de este país, apoyados por el consabido mantra de que “de casa hay que salir llorados” (Puigdemont, dixit) o una variación sobre el mismo tema, “al trabajo hay que venir llorados”. Han agregado también, entre otras lindezas e improperios, que lo que ha hecho el presidente, al escribir esta carta, es hacer pública una rabieta propia de un adolescente (Feijóo, dixit). Nuestro mítico y universal cantante, Rafael, me ha recordado en pocas palabras que “yo pensé también un día / que los hombres nunca lloran / porque es una cobardía / que ninguno debe hacer”.

En fin, lo que viene a decir la derecha y su más allá ultramontano, es que un presidente “serio”, “de bien”, no llora, porque es de cobardes. En este contexto tan triste y desolador, vuelvo a publicar el artículo citado, porque creo que no ha perdido actualidad alguna y porque el presidente Sánchez, cuando está triste e incluso llora, merece nuestro respeto y comprensión. Sobretodo, porque en relación a lo que han hecho con las insidias contra su esposa, “aunque sea cobardía, cuando se ha querido bien, se diga lo que se diga”, demuestra con su carta que “los hombres [aunque sean presidentes] lloran también”.

Estereotipo machista 2: los hombres no lloran

Sabemos muy poco del llanto. Recuerdo, cuando era niño, que en mi casa sabían cómo provocar sentimientos contradictorios niño/niña para sentirme mal después de una caída en la calle, cuando llegaba a casa llorando porque el dolor era insoportable en las rodillas destrozadas, al grito unánime de varias mujeres que me rodeaban: «¡los hombres no lloran!». ¡Cuántas veces lo habré escuchado! Y así hemos crecido durante varias generaciones, desde una perspectiva de género muy confusa porque me lo decían las mujeres más queridas en mi vida, porque cuando lloraba mi hermana yo lo veía como lo más natural del mundo y porque cuando había que llorar en común en la clave del Padre Peyton: la familia que llora unida, permanece unida, todas las miradas de mi tía y abuela iban hacia mis ojos como espías impertérritas ante la radio “Philips” que presidía la repisa principal de la sala de estar, lanzando a los cuatro vientos a través de Radio Madrid las voces de las radionovelas, los seriales radiofónicos y los programas del tipo “Ustedes son formidables” y “Operación Clavel”, en los que tenía que reprimir mis emociones y sentimientos para no caer en el ridículo más espantoso. Además, si lloraba, era candidato seguro a ser “mariquita”, cuestión de la que ya estaba advertido por lo que pudiera pasar…, porque al único que se le permitía decir algo en tal sentido era al cantante Raphael, en la canción que abre este post: y aunque sea cobardía, cuando se ha querido bien, se diga lo que se diga, los hombres lloran también.

Y lo que puedo asegurar es que lloraba, tragándome las lágrimas de una represión colectiva que no me enseñaba a llorar adecuadamente, porque la preocupación estribaba más en la representación del llanto y casi nunca en su causa. Pesaban más los fárragos que las quintaesencias, en lenguaje casi arcano. Así hemos crecido. Por ello, en esta tarea de deconstrucción del cerebro, me encuentro con una realidad que voy a analizar desde la perspectiva de género. Y como siempre, voy a intentar explicar bien por qué llora el ser humano. Por qué lloramos todas y todos, sin excepción.

Lloramos, porque todos los seres humanos estamos preprogramados para ello. En palabras del Dr. Murube del Castillo, un gran experto en dacriología (dácrion en griego: lágrima), la ciencia que estudia la lágrima: “Hace 280-360 millones de años los peces crosopterigios comenzaron a salir frecuentemente de su medio acuático al terrestre, ya por la presión ecológica de otros animales, ya por vivir en charcas de desecación repetida. Así, surgieron los anfibios, uno de cuyos principales cambios fue la creación de un aparato lacrimal que mantuviese mojada permanentemente su córnea, ya que ésta necesita estar cubierta por una película lacrimal para su correcto metabolismo y para mantener una superficie ópticamente lisa. A lo largo de la evolución de las especies fueron apareciendo muchos cambios en el aparato lacrimal, entre los que están la aparición y perfeccionamiento de un sistema nervioso de conexión, que dio lugar a la lágrima refleja, y de un sistema nervioso de elaboración que dio lugar a la lágrima emocional”. Es decir, la evolución ha llevado a su expresión más desarrollada la estructura cerebral que controla también el llanto de los seres humanos y todos los procesos desencadenantes para su estudio e interpretación científica.

Tres tipologías de lágrima se estudian hoy en la investigación dacriológica: la basal, la refleja y la emocional. La lacrimación basal es la que el ojo produce en circunstancias normales, ejerciendo una función protectora en el globo ocular, de forma que lubrica su superficie, procurando a la córnea oxígeno y nutrientes para su metabolismo y finalmente mantiene en suspensión sustancias relacionadas con la defensa inmunitaria. La lágrima está compuesta en su mayor parte por agua, siendo los otros componentes lípidos y proteínas. La glándula lagrimal principal produce el 95% del componente acuoso de las lágrimas, siendo las glándulas lagrimales accesorias de Krause y Wolfring las encargadas de la producción del resto. La secreción lagrimal refleja es varios cientos de veces superior a la producción basal o de reposo, y está producida por la estimulación sensorial conjuntival y corneal superficial. El estímulo secretor que actúa sobre la glándula es parasimpático y produce secreción refleja en ambos ojos. También existe una lacrimación emocional que se produce siempre a través de una orden cerebral relacionada con determinados estados anímicos. 

De acuerdo con el Dr. Murube, “la lacrimación emocional es filogenéticamente muy reciente, y sólo existe en la especie humana. Hay 5 teorías para explicar su aparición, todas basadas en la transformación del lagrimeo en un reflejo condicionado asociado a la angustia del llanto: La compresión de las glándulas lacrimales al comprimir las glándulas con el blefarospasmo del llanto (Darwin 1872), la liberación catártica de un estímulo nervioso por vía parasimpático-lacrimal (Freud 1893, 1929), la humidificación del aparato fonatorio (Montagu 1969), el aclaramiento de productos biológicos liberados a la sangre por la emoción (Frey et al 1983), y la simbolización de la lágrima como manifestación de dolor, derivada de que el derramamiento de lágrima por lagrimeo reflejo se hace siempre asociado a dolor (Murube). La secreción emocional se admitía hasta el presente que se inicia a las pocas semanas o meses del nacimiento. Desde que se descompuso la lacrimal emocional en dos tipos, el de petición de ayuda y el de donación de ayuda (Murube et al 1990a), esta fecha queda asignada a la lacrimación de petición de ayuda, apareciendo la de donación de ayuda al acceso del uso de razón, es decir, entre los 5 y 7 años” (1). 

Daniel Goleman, en referencia a la lágrima emocional, sintetizó muy bien el proceso del llanto en su presentación mediática de la inteligencia emocional: “El llanto, un rasgo emocional típicamente humano, es activado por la amígdala y por una estructura próxima a ella, el gyrus cingulatus. Cuando uno se siente apoyado, consolado y confortado, esas mismas regiones cerebrales se ocupan de mitigar los sollozos pero, sin amígdala, ni siquiera es posible el desahogo que proporcionan las lágrimas” (2). Tal y como manifestaba en el post dedicado al gyrus cingulatus, “sus funciones básicas están centradas en proporcionar comunicación continua -es zona de paso y proceso continuo- desde el tálamo hasta el hipocampo, estructuras ya analizadas en la cartografía cerebral que estoy construyendo y que se puede volver a consultar para ir montando este puzle humano de cien mil millones de piezas, ninguna igual. El giro colabora con la memoria emocional, con reminiscencias muy primitivas cercanas al olor, al llanto y al dolor, es decir, esta realidad nos permite constatar que hace millones de años que el ser humano llora, sufre. Es también el lugar de control para el trabajo atencional ejecutivo y esta misma estructura cerebral recibe las aferencias desde las estructuras emocionales en red que se asocian con el malestar humano, procesan las respuestas al estrés y modulan la conciencia, expresión esta última a la que habría que dedicar muchas anotaciones en este cuaderno y que asumo como responsabilidad científica (3). En definitiva, existe una correlación causa-efecto, en el marco emocional de las personas, determinante para llorar. Además, al llorar hacemos una exhibición de lo que somos, siendo uno de los momentos estelares en la representación del llanto que alcanzan las actrices y los actores: “lloran como si fuera verdad lo que está pasando”, solemos decir.

A partir de estos planteamientos básicos, solo queda aceptar la realidad del llanto como patrón de conducta aprendido en la sociedad que rodea a cada persona. La investigación al respecto nació en la década de los años setenta del siglo pasado. En un estudio llevado a cabo en 2004 por el investigador y fisiólogo William Frey, autor del libro Llorar, el misterio de las lágrimas(4), ya se van acercando más hombres y mujeres al llanto común: 64 episodios de llanto como promedio anual para las mujeres y 17 para los hombres, lo que implica un volumen cuatro veces menor de lágrimas masculinas que femeninas. Asimismo, el informe señalaba que los hombres lloran un promedio de cuatro minutos por episodio, mientras las mujeres lo hacen durante seis o más. Pero, aunque, hoy, los hombres lloran sin pudor, los estereotipos de género siguen teniendo un peso decisivo. Al menos eso fue lo que manifestó otro estudio, que comprobó que las mujeres lloran más que los hombres si miran una película emotiva en compañía de alguien del sexo opuesto que cuando lo hacen con alguien del propio (5).

Las pocas veces que al fin pude llorar en mi infancia, recuerdos de Castilla, se interpretaban mis lágrimas con la dura expresión de “¡Lágrimas de cocodrilo!”, que nunca entendí en la razón última de su origen, porque precisamente nunca había podido vincular la firmeza del saurio con una debilidad tan extrema. Entre mujeres y cocodrilos crecíamos para ser personas. Luego supe que esta frase tenía una base cultural importante en nuestro país, porque según el propio Dr. Murube: “En el siglo XIII, Bartolomeu Angelicus escribió que cuando el cocodrilo encuentra a un hombre a la orilla del agua lo mata, si puede, después llora sobre él y, finalmente lo devora». De ahí nació la expresión de «lágrimas de cocodrilo», aquellas derramadas hipócritamente por quien hizo el daño. De todos modos, «hasta hace siglo y medio no se aclaró que la razón no es psicógena, sino de pura fisiología digestiva: el cocodrilo produce poca saliva, por lo que llora para que las lágrimas pasen a la cavidad orofaríngea y le sirvan para lubricar y deglutir el bolo alimenticio».

Siempre me ha impresionado cómo influyen los estereotipos sociales en estas manifestaciones machistas. Aquí en Andalucía tenemos un capítulo en la intrahistoria penosa de la erradicación de las culturas invasoras, cuando solo sabemos de las lágrimas de Boabdil en el «Suspiro del Moro» tal y como nos lo ha contado la historia hasta hoy en palabras de su madre: Llora como mujer lo que no supiste guardar y defender como un hombre. Sin embargo, poco han trascendido sus lágrimas del silencio, en una tumba del pueblo granadino llamado Mondújar. En esa tierra dejó Boabdil los restos mortales de la persona que amó tanto como a Granada, a su esposa Morayma, la mujer que se mantuvo fiel a su lado, que le dio dos hijos y que sufrió en silencio, tanto como él, su vida y reinado desdichado. Un ejemplo clarividente de aprendizaje y estereotipo injusto para la posteridad, de las niñas y niños que lloran en Andalucía.

Sevilla, 15/VII/2007

(1) Murube del Castillo, J. Mesa Redonda, 73 Congreso de la Sociedad Española de Oftalmología – Granada, 1997 (recuperado de http://www.anatomiahumana.ucv.cl/estructura/modulo8.html).
(2) Goleman, D. (1996). Inteligencia emocional. Barcelona: Kairós, p. 39.
(3) González, C., Carranza, J. A., Fuentes, L. J., Galián, M. D. y Estévez, A. F. (2001). Mecanismos atencionales y desarrollo de la autorregulación en la infancia. Anales de psicología, vol. 17, nº 2 (diciembre), 275-286.
(4) William H.F. and Muriel, L. (1985). Crying, the Mystery of Tears. Minneapolis: Winston Press.
(5) Diaz Prieto, M. (2004). Los hombres lloran 4 veces menos que las mujeres. Sin embargo, dice un estudio, antes lloraban aún menos. La moda del varón sensible (recuperado de http://www.unsl.edu.ar/~dospu/archivos/llora.htm, el 12 de julio de 2007).

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

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