
Sevilla, 20/XI/2024
Estoy educado en escuelas presocráticas y en la historia de la filosofía clásica según Johannes Hirchsberger, es decir, mi pensamiento se ha formado en las raíces aristotélicas y platónicas por definición, que posteriormente han sido reformuladas por filósofos de todo tipo, mientras que la ciencia ponía a la filosofía en su sitio, como ocurrió con la famosa revolución copernicana y el creacionismo de Darwin, por marcar dos hitos transcendentales en la historia de la humanidad. Hay que asumir también y es mi caso, que la historia de las religiones y la de la Iglesia hizo el resto. En este contexto, tengo que confesar que al igual que hizo Diógenes, junto a su famosa linterna, busco filósofos que me ayuden a interpretar la vida en su situación actual. Esta es la razón de que hoy comente en mi singladura diaria por mares procelosos, algo importante: he vuelto a localizar a Markus Gabriel (Remagen, Alemania, 1980), un filósofo alemán de vanguardia y representante destacado del Nuevo Realismo, catedrático de epistemología, filosofía moderna y contemporánea en la Universidad de Bonn, director del Centro Internacional de Filosofía (International Center for Philosophy NRW) y del Centro para la Ciencia y el Pensamiento (Center for Science and Thought) en la Universidad de Bonn, que cuida el intercambio interdisciplinario entre la filosofía y las ciencias naturales para encontrar soluciones productivas y sostenibles a varias de las cuestiones más urgentes de nuestro tiempo.
Además, mi interés estriba en que está iluminando la salida del túnel crítico actual del tiempo que nos toca vivir, diciendo cosas tan interesantes como que “el mundo no existe”, porque existen sólo personas individuales y cosas que pasan, expuesto magistralmente en su obra Por qué el mundo no existe (Pasado & Presente, 2015), hasta llegar a nuestros días en los que defiende la tesis de que el camino más acertado es buscar los puntos de encuentro entre realidad y ficción, donde en el momento actual la balanza mundial sufre un gran desequilibrio “gracias” a Internet o a una proyección muy peligrosa en redes sociales: los bulos, las mentiras, las falsas noticias, porque le ética digital, por ejemplo, va siempre detrás de los acontecimientos, la realidad: “vivimos en una nueva posmodernidad porque la sociedad digital ha transformado el espacio público en una Matrix donde es imposible distinguir entre realidad y ficción”, dice Gabriel. Se da el hecho de que cuando se quieren poner finalmente las puertas al campo digital, el mundo está hecho trizas, por lo que es evidente que siempre llega tarde la solución a los problemas actuales que nos acucian.
En 2021 escribí un artículo sobre la obra que acababa de publicar, Ética para tiempos oscuros. Valores universales para el siglo XXI, donde según la sinopsis oficial de la editora “analizaba los grandes problemas humanos de estos tiempos oscuros: la amenaza a la democracia por parte de la ultraderecha, la xenofobia, el populismo, la coerción a la libertad y al pensamiento a través de la digitalización a ultranza y la obsesión con la tecnología, el consumismo desaforado y los retos de nuestro entorno, en especial, el coronavirus y el cambio climático. Para poder enfrentarnos a ellos necesitamos recuperar los valores universales nacidos de la Ilustración, y la filosofía será una herramienta fundamental para crear una sociedad más libre y justa, capaz de desafiar a los retos del siglo XXI!”. Vuelvo a considerar, años después, el indudable interés por su lectura en tiempos oscuros y difíciles por definición, en pleno ocaso de la democracia. En este libro ya abordaba los peligros que nos acechan: “A los peligros de la crisis ecológica, así como de las nuevas guerras debidas a la potenciación del nacionalismo, que amenazan la vida de cientos de millones de personas, solo se les puede responder por medio del progreso moral. Ha llegado la hora de que el ser humano se acuerde de su capacidad moral y empiece a admitir que solo una cooperación global —que deje a un lado los egoísmos de los Estados nacionales— puede frenarnos en nuestro acercamiento cada vez más acelerado al precipicio de la historia mundial”. Y presentaba también determinadas respuestas a esta crisis galopante de valores, ofreciendo vías para alcanzar un nuevo progreso moral en el siglo XXI, entre las que destaca la detección de la nueva esclavitud humana que existe en la actualidad, el progreso y retroceso moral en tiempos de desafección democrática, los límites que tiene el economicismo, arrojando una luz sobre una posible y necesaria pandemia metafísica, porque la ética es hoy más necesaria que nunca, la ética de todos y para todos.
Ahora, días después de haberme dado de baja en “X”, he escuchado algo de Gabriel que me ha interesado sobremanera, según lo ha manifestado en una entrevista reciente: “¿por qué no producimos una nueva red, Ágora, para intercambiar ideas, como queríamos que fuera Twitter? Ahora no existe”. Esta reflexión me ha recordado algo que aprendí cuando me acerqué hace ya muchos años a la filosofía presocrática y descubrí que los atenienses, que amaban las palabras quietas y andantes, corrían todos los días hacia el Ágora porque estaban “ávidos de las últimas noticias”, que “volaban” también, aunque su primer deseo, el de los emisores de aquellas palabras fugaces, fuera andar acompañando a la ciudadanía política, en su sentido primigenio, a las personas que a través de ellas conformaban con sus actos la Ciudad, la Polis, su mundo real circundante Era un círculo saludable y perfecto, que ha perdurado a lo largo de los siglos, fundamentalmente porque era la base de la última noticia, la mejor red social que ha existido basada en la palabra y con un aliciente especial: el encuentro personal, físico, real, no virtual. De ahí les venía el temor hacia la palabra escrita frente a la tradición oral, un hecho que nos debería dar que pensar hoy día. Lo que se escribe sin sentido todos los días en las redes sociales al uso, confundiendo a la humanidad con noticias falsas por doquier, done al final no se dice nada verdadero, descubre en multitud de ocasiones que se conoce a quien las escribe, cuestión ésta no inocente en el mundo digital donde el anonimato es el rey. En este respeto del tiempo cíclico de los clásicos, de Sócrates por ejemplo, en boca de Platón, hay que estar muy atentos a lo que él decía sobre la autosuficiencia humana que desprecia el conocimiento a lo largo de los siglos: “Lo que una vez está escrito rueda de mano en mano, pasando de los que entienden la materia a aquellos para quienes no ha sido escrita la obra, sin saber, por consiguiente, ni con quién debe hablar, ni con quién debe callarse. Si un escrito se ve insultado o despreciado injustamente, tiene siempre necesidad del socorro de su padre, porque por sí mismo es incapaz de rechazar los ataques y de defenderse”. Me basta en estos momentos de radiografía permanente de lo que está pasando a nuestro alrededor, por ejemplo, referirnos a la escritura actual que aparece en las redes digitales para comprender bien el problema expuesto por Platón, porque la belleza no solo está en escribir bien lo que se pretende decir con palabras, sino en el fondo de las mismas.
En este contexto, Markus Gabriel ha revolucionado la visión del mundo actual con su llamado “novismo”, con una proyección esencial, el Nuevo Realismo, somo señala en la entrevista citada: “El posmodernismo y grandes filósofos como Kant o Nietzsche entendían la realidad como algo incomprensible y por ello construyeron una visión del pensamiento aislado de la realidad. Eso es un daño político para la humanidad porque produce un espacio público de pura lucha: competición en vez de cooperación. Y la textura de la sociedad moderna necesita una forma de cohesión social. Tras la Revolución Francesa y la Industrial, la diferenciación del trabajo ha sido la forma de la sociedad moderna y funcionaba. Pero ahora, como dice el sociólogo Luhmann, lo que tenemos es una diferenciación de sistemas sin una visión del bien que nos una. El Nuevo Realismo quiere producir una nueva visión del bien, algo que nos una más allá del compromiso progresista contra la extrema derecha. La unión en la lucha contra los locos no es suficiente. Necesitamos un retorno a la realidad y el Nuevo Realismo es un discurso sobre los hechos. La existencia de más de dos géneros no es una construcción social, es un hecho. El cambio climático también. El Nuevo Realismo cambia la visión: ya no se trata de lucha de clases, de géneros o de intereses, sino de la cooperación de la humanidad frente a la realidad”. Esta corriente filosófica la ha desarrollado en su trilogía compuesta entre 2013 y 2018 en Por qué el mundo no existe, Yo no soy mi cerebro y El sentido del pensamiento.
Finalmente, lo que me ha llamado la atención sobremanera es su nueva conceptualización de “la filosofía del “entre”, el punto de encuentro para que se salve la polarización actual: “Todo lo que inventé hasta ahora en términos de conceptos tiene algo de nuevo: Nuevo Realismo, Nueva Ilustración, neoexistencialismo… Por eso mis estudiantes dicen que la doctrina de Gabriel es el novismo [ríe]. Pero lo que hace falta es un concepto positivo que capte la línea entre los polos de la polarización, algo que esté entre y más allá de la izquierda y de la derecha. Aún no lo tenemos. Necesitamos una política del “entre” y para eso no tenemos conceptos. Sabemos que es un “entre”, ya no es un centro. Todos los centrismos están siendo deconstruidos por las buenas razones. No hay centro. Tampoco periferia. Pero ¿qué hay? El gran desafío de la filosofía para los próximos decenios sería un concepto positivo del “entre”.
Entre los extremos hay que buscar los puntos de encuentro, el consenso, el diálogo permanente. La preposición “entre” juega un papel transcendental, porque relativiza los dogmatismos, la sinrazón, los extremismos, la búsqueda de la verdad juntos, guardándose cada uno la suya en esta travesía mundial en la que estamos instalados, mientras que descubrimos lo que nos une en la búsqueda de la línea delgada roja entre dos ideologías políticas diferentes, por ejemplo, con el nexo lógico del interés general, del bien común. Lo anteriormente expuesto da la razón a un aserto de Gabriel Markus que no he olvidado: “Vivimos en una época que necesita la filosofía”. También su expresión en un nuevo espacio digital: Ágora, porque también lo necesita.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.
UCRANIA, GAZA, SAHEL Y PAÍSES EN GUERRA, EN GENERAL
¡Paz y Libertad!

Debe estar conectado para enviar un comentario.