
Sevilla, 22/IX/2024
El país anda muy revuelto con la situación de la inmigración en general, pero sobre todo con la de los menores no acompañados. Si algo faltaba para coronar esta ceremonia de confusión social, la encuesta del CIS publicada esta semana, en la que se ha situado la inmigración como primer problema en nuestro país, ha puesto sobre nuestras conciencias que nos detengamos a analizar objetivamente el problema en toda su magnitud verdadera. Estoy convencido de que la realidad social no es tal y como la pinta el CIS, sino que como los sondeos tampoco son inocentes, depende mucho de cómo se realizan las preguntas para teledirigir o no las respuestas, que en este caso sorprenden por su impacto mediático y político, casi siempre muy interesados en algunas siglas porque reafirma “lo mal que está el país” y “si va a peor” con este resultado de la inmigración, “pues mejor”.
No se puede negar la realidad de llegada masiva de cayucos a Canarias, su derivada archiconocida ya de la respuesta de acogida a los menores que van en ellos y el escándalo del rechazo parlamentario por mayoría de la reforma de la Ley de Extranjería, que hubiera permitido aliviar la situación en principio y consolidar desde su aprobación un principio solidario de Estado, la acogida proporcional de estos menores por parte de todas las Comunidades Autónomas del país, sin excepción alguna. Todo ello trufado con el discurso antiinmigración y racista de fondo, por parte de la derecha ultramontana y su más allá, que no se sostiene cuando se contrasta con los datos reales de lo que está ocurriendo y, por supuesto, con un olvido doloroso de la memoria histórica de este país cuando se habla de migración en general, porque la historia de este país, no tan lejana, nos recuerda lo sucedido realmente con los emigrantes españoles durante la dictadura.
Centrándonos en el Barómetro último, correspondiente al mes de septiembre de este año, en el contexto social y político antes citado, mediante una encuesta realizada exactamente a 4.027 ciudadanos, uno de sus resultados estrella es que la inmigración se ha convertido en el principal problema para los españoles, desbancando al paro, que pasa a un tercer lugar, un clásico de primera fila durante mucho tiempo atrás. En solo tres meses, la inmigración ha pasado de ser la novena inquietud para la ciudadanía a la primera, con un dato sorprendente: la suma de quienes señalan la inmigración como primer, segundo o tercer problema ha pasado en ese tiempo de un 11,2% registrado en el barómetro de junio a un 30,4% en el de septiembre. Me ha llamado poderosamente la atención que ante la pregunta 9 del barómetro, que ha arrojado los datos anteriores tan sorprendentes, “¿Cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España? ¿Y el segundo? ¿Y el tercero? (RESPUESTA ESPONTÁNEA). (MULTIRRESPUESTA)”, la que sigue como 10, “¿Y cuál es el problema que a Ud., personalmente, le afecta más? ¿Y el segundo? ¿Y el tercero? (RESPUESTA ESPONTÁNEA). (MULTIRRESPUESTA)”, los ciudadanos que responden cambian radicalmente la jerarquía de problemas que más les afectan, “la crisis económica, los problemas de índole económica; la sanidad; los problemas relacionados con la calidad del empleo y la vivienda”, por este orden, bajando el problema de inmigración al quinto lugar.
Sigo de cerca a un experto en estadística social, Kiko Llaneras, y él atribuye este ascenso a un matiz técnico: “El abrupto salto del indicador entre julio y septiembre seguramente se explica, en parte, por un matiz técnico. Como han señalado los expertos Paco Camas y Alejandro Solís, el cuestionario del CIS de este mes incluía, antes de preguntar sobre los problemas, otras dos cuestiones que mencionaban las “desigualdades entre países” y “el aumento de población inmigrante”. Es plausible un efecto ancla o marco, es decir, que al poner la inmigración en la cabeza de los encuestados, esto empuje esa respuesta al interrogarlos sobre los problemas del país. Es cierto al mismo tiempo que el repunte de este mes tiene precedentes. El porcentaje de gente que citaba la inmigración como problema alcanzó cotas similares a las actuales en los meses de septiembre de 2018 y 2019. Ese es otro patrón: los picos de inquietud suelen ocurrir tras el verano, quizás por efecto de las llegadas de migrantes a las costas españolas que, aunque sean solo una parte, dejan más imágenes e impacto”. Con independencia del análisis técnico de Llaneras, en el que confío plenamente, señalé al principio otras razones que no se deben pasar por alto: la actitud política ante el problema de los inmigrantes en el país y, sobre todo, de los menores no acompañados, amplificada por sus medios de noticias y redes sociales afines, así como la derechización europea a la hora de abordar estas cuestiones, donde se suele atajar el problema con desembolsos de grandes sumas de dinero, en general, cuando la realidad estriba en que el problema hay que atajarlo en origen, en los países de los que provienen estas llegadas de inmigrantes a nuestras costas, bajo el imperio del terrorismo migrante en origen y destino, que también existe.
Otra realidad que asola el país es que el problema de la inmigración no acaba de abordarse con respuestas de Estado, casi siempre muy burocratizadas, dejando el peso de las mismas a las organizaciones no gubernamentales que trabajan por doquier y se multiplican en miles de respuestas que se pueden constara a diario. El fenómeno social por excelencia es que la respuesta a la migración la deben dar siempre otros, no tomándose conciencia de que es un problema de solidaridad en la acogida a los que necesariamente se juegan la vida en el mar todos los días en busca de una felicidad para ellos posible. Por ello, me irrita cuando veo en manifestaciones contra la inmigración pancartas con el texto, dirigido al presidente del país o a las autoridades correspondientes, el texto siguiente: “¡llévatelos a tu casa!”, como señalaba recientemente elDiario.es en un artículo excelente: “Si tanto te gustan, llévatelos a tu casa”, es el grito de guerra favorito de esta xenofobia a la española. Paradójicamente, muchos entre quienes lo gritan ya tienen a uno o varios migrantes en su casa, limpiándola o cuidando a sus hijos por una miseria, o en su empresa, trabajando por la comida o por la habitación”. Estoy plenamente de acuerdo en que esta frase maldita es el mejor ejemplo de la xenofobia a la española. Triste realidad celtibérica, que se convierte en grito de guerra por parte de la derecha extrema y parte de la prudente, extensible, cuando vociferan de esta forma, a tenernos que llevar a casa a todos los que no les gustan, a la gente -para ellos- de mal, incluidos los que defendemos a los nadies, sin ir más lejos.
En este contexto, he recordado que cuando ejercía responsabilidades públicas importantes en mi Comunidad en relación con la salud mental y buscaba desesperadamente nuevas fórmulas de acogida de pacientes mentales en hogares especializados, insertos en los barrios de la ciudad, para que hicieran una experiencia de convivencia humana fuera del hospital psiquiátrico de toda la vida, me decían casi siempre en las comunidades de vecinos que sondeaba para alquilar una vivienda de acogida la misma frase: “Si tanto los defiende, lléveselos a su casa”. Así, muchas veces, aunque tengo que manifestar que a pesar de esta dura carga profesional, emocional y sentimental en las gestiones realizadas en aquél tiempo, también encontré personas, comunidades de vecinos y organizaciones dispuestas a vivir una experiencia nueva y solidaria en su lugar de residencia. Muy pocas, pero las hubo, comprobando que en ese caso muchas personas se llevaban esos pacientes a sus conciencias, a sus bloques de viviendas también. Una gran lección que no olvido, menos en los tiempos que corren, por ejemplo con la atención errática a los menores migrantes no acompañados, que estamos contemplando y viviendo en un clima político enrarecido, no inocente, que no es capaz de comprender en el Congreso -nuestra casa, porque el poder emana del pueblo-, esta realidad flagrante que afecta al mundo entero, a nuestro país, inserto en la aldea global en la que vivimos, estamos y, cuando nos dejan, somos.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.
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