
Sevilla, 29/IX/2024
Ayer supimos a primera hora de la mañana, que durante esa madrugada se había producido en Canarias el peor naufragio de migrantes en los 30 años de vida de la ruta migratoria en esa zona geográfica del país, con el agravante de que estaban ya muy cerca de la costa de la isla de El Hierro, a tan sólo 7,5 kilómetros. Se trataba de un cayuco que había salido del puerto de Nuadibú (Mauritania) con 84 personas a bordo, malienses, senegaleses y mauritanos, que llevaban seis días de navegación, dos de ellos sin agua ni comida, probablemente una de las causas de que la embarcación se escorara durante las maniobras de salvamento por la reacción descontrolada de los migrantes, seriamente afectados a nivel cognitivo por la inanición y la sed. Esta situación, de madrugada y con rachas de viento próximas a los 40 kilómetros por hora, dio un trágico resultado: nueve cadáveres recuperados y más de cincuenta personas desaparecidas, al parecer un menor entre ellas, pudiéndose rescatar a tan sólo 27 personas, entre las cuales se encontraban cuatro menores.
Esta es la descripción breve y trágica de la noticia, que debería conmovernos y conturbarnos a las “personas de bien”, millones en este país, a pesar de que para la derecha ultramontana y su más allá, no somos tales los que respetamos de forma manifiesta a los migrantes, gritándonos a veces que “si tanto los defendemos, por qué no nos los llevamos a nuestra casa”, porque no hacemos otra cosa que “molestar” sus conciencias. Sobran palabras para comentar estas situaciones que, desgraciadamente, se dan en nuestro país cada vez con mayor frecuencia, así como las de la acogida que merecen siempre, bastando ahora con el ejemplo del comportamiento reciente de determinados grupos políticos del Congreso, que se deben señalar para recuerdo inmoral de su comportamiento, cuando el Partido Popular, Vox y Junts, votaron en contra el pasado 24 de julio, junto a la abstención del diputado de UPN, del inicio de la tramitación de la proposición de ley para la modificación de la ley de extranjería registrada por el PSOE y Sumar.
Lo que viene ocurriendo también en el Mediterráneo, convertido ya en ignominioso cementerio de migrantes, nos debería llevar a la reflexión de que en el Atlántico están ocurriendo ya situaciones vergonzosas y vergonzantes de estas muertes siempre injustificadas, aunque no tengan tanta repercusión mediática. Hace dieciocho años escribí una carta abierta, enviada a una revista semanal de ámbito nacional, que llevaba por título Cayucos, que hacía referencia a estas embarcaciones que ya se estaban haciendo tristemente famosas en las Islas Canarias: “Nunca habíamos hablado tanto de los cayucos, esas embarcaciones de la esperanza, de la miseria, de las frustraciones. Han sido los auténticos protagonistas del verano, llegando a las Islas Afortunadas, las Canarias, por oleadas, en un viaje a lo vagamente conocido por las parabólicas de Senegal. Y lo cotidiano ha sido ver como saltaban a la teórica libertad de un puerto canario, desde el barco paradójico “Esperanza del Mar”, abrazándose a una cruz roja como misión imposible, en el silencio de los muertos y desaparecidos. ¿Qué son los cayucos?: dicen los expertos que son embarcaciones en las que durante la travesía de su vida aprenden a no hablar al llegar a España, a no mirarse a la cara, porque durante siete días, que es lo que dura el viaje descarnado, solo pueden mirar hacia adelante, siempre en la misma postura, todos juntos, hacinados, para ver si el Teide, España y Europa los acoge en su misteriosa holgura de riqueza y libertad. Ser o tener, esa es su cuestión. Hasta que un día los encontramos en un semáforo, en nuestros viajes cotidianos, donde los pañuelos a un euro pueden servirnos para justificar sus lágrimas cuando nos miramos de frente, entonces sí, cara a cara”.
También he recordado una experiencia de un conductor de guaguas de Tenerife, ese mismo año, de cuyo nombre quiero acordarme hoy, Alexis, que trasladaba aquel verano a los senegaleses que eran identificados en la Comisaría de la Playa de las Américas, trasladados posteriormente a los Centros de internamiento temporal hasta que se resolvieran sus expedientes de expulsión. Cuando le preguntó una periodista sobre sus impresiones al respecto, comentó: “lo que más me impresiona es que durante el viaje en la guagua el silencio es total, no hablan, no se miran”. Alexis resumía así, de forma descarnada, la realidad de los 735 senegaleses que en dos días de mayo de 2006, llegaron a las costas canarias, en cayucos, en un viaje a alguna parte.
En el cayuco que naufragó ayer cerca de El Hierro, viajaban malienses, senegalese y mauritanos. Presumo que su silencio durante el arriesgado viaje es un grito encubierto de rabia y desesperación por una situación insostenible. Son parte de una revolución silenciosa que grita a través de sus silencios que esto no puede continuar así. Algo está pasando en el mundo cercano, aunque lo queramos representar como lejano, que hace terriblemente injusta la realidad que nos cuentan a veces en perfecto francés, para mayor escarnio. Con su dura travesía hablan, aunque otros muchos mueren en ese intrépido viaje hacia alguna parte, hecho que habla por sí mismo y para que lo comprendamos todos. Quieren salir y viajar a un supuesto mundo mejor, injustamente bautizado como “primer mundo”, el de sus sueños y eso nos debería bastar para recibirlos y acogerlos en nuestro país como merecen.
Entiendo bien que ese conductor, Alexis, un símbolo de libertad para los migrantes de entonces y de ahora, pusiera entonces la radio y por la megafonía de la guagua sonara esta canción en cualquier emisora tinerfeña, que personalmente llamaría “Para salir…” (o “para la libertad” con letra de Miguel Hernández), como la noticia de fondo que apareció en el diario “El País”, de 21 de mayo de 2006, durante aquella llegada masiva de migrantes a Canarias, poniendo voz a un aspirante a migrante, que sueña con vivir en un mundo mejor: “Y un día, harto de ver cómo en otros sitios se vive de otra manera, con comodidades y con todo tipo de cosas que también, de vez en cuando, pasean por aquí los turistas y los empresarios extranjeros, dices ‘¡basta!, quiero salir». Y entonces esa idea se convierte en una especie de obsesión furiosa: salir. Trabajan para salir. Piensan para salir. Descansan para salir. Hablan para salir. Se mueven para salir…”
Lo que ocurrió en la madrugada de ayer, muy cerca del puerto de La Restinga, en la isla de El Hierro, no se olvidará nunca a las 27 personas que se salvaron del naufragio (con la ayuda extraordinaria de los profesionales a bordo de barcos de Salvamento Marítimo, Cruz Roja y Guardia Civil), que siguen hoy sin hablar y sin mirarse a la cara, como los recordaba Alexis, porque durante seis días, que es lo que ha durado la esperanzadora travesía de su vida, solo miraban hacia adelante, siempre en la misma postura, para ver si la isla de El Hierro, España y Europa, los acogían ayer, dignamente, en sus misteriosas entrañas de riqueza y libertad, aunque hoy lloren desconsoladamente también recordando las cincuenta personas que les acompañaban en este viaje hacia alguna parte, que ya no estarán presentes en su legítimo deseo de salir de su pobreza vital, en un viaje para alcanzar la ansiada y merecida libertad para ser y existir.
NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de elDiario.es
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.
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