
Sevilla, 30/IX/2024
Sigo conmovido y conturbado con la tragedia del naufragio de un cayuco en el Océano Atlántico, a unos siete kilómetros de la isla de El Hierro, el pasado sábado, en el que desparecieron cincuenta migrantes en busca de un mundo mejor, cuatro de ellos menores de edad. Los esfuerzos públicos por localizarlos están siendo baldíos a pesar del despliegue técnico que se está llevando a cabo, habiéndose localizado tan sólo una mochila en la zona de búsqueda, hecho contrastado por la tripulación de la Guardamar Calíope, una de las embarcaciones adscritas a Salvamento Marítimo.
Esta mochila es un símbolo de las escasas pertenencias que cada migrante lleva consigo al abandonar su tierra y su parentela, como recogen desde hace siglos los libros de historia de éxodos y migración. El cementerio de migrantes que esconde el Atlántico, desconocido en su auténtica dimensión, nos devuelve también preguntas, muchas preguntas sobre este mundo al revés. Ahora, caben en la mochila que encontraron ayer los equipos de rescate en el Océano Atlántico.
Recuerdo una fotografía publicada por el diario El País, en el mes de marzo de este año, que he elegido hoy para presidir estas palabras, que sobrecogía viéndola, pero aún más al leer su pie de foto: «Desde hace unos meses, un grupo de mujeres peregrina por los cementerios de la isla para que los nichos donde yacen los inmigrantes que murieron no caigan en el olvido. Asisten a los entierros y embellecen las lápidas. A veces consiguen incluso darles nombre. “¿Cuántos aviones se llenarían con los que se han muerto en esta ruta?”, cuestiona Joke Volte, una holandesa de 70 años de melena canosa, que acompaña a Marichal. “Cuando se cae un avión, montamos monumentos y aniversarios, pero aquí solo hay silencio”.
Si escribo hoy, de nuevo, sobre este asunto luctuoso es porque, como decía Eduardo Galeano en Patas arriba. La escuela del mundo al revés, este loco mundo “nos entrena para ver al prójimo como una amenaza y no como una promesa, nos reduce a la soledad y nos consuela con drogas químicas y con amigos cibernéticos”. Personalmente, huyo de este mantra peligroso y confieso que quiero al prójimo migrante como a mi mismo y nunca lo veo y lo siento como una amenaza, tal y como lo aprendí de “la fe de mis mayores”, como dijo en su momento histórico Antonio Machado.
La mochila que ha emergido en el Atlántico, nos transmite un símbolo de la dureza extrema de la migración. Para que no se olvide, ni siquiera un momento. Ella sola se basta para denunciarlo, aunque a su alrededor sólo haya silencio.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.
UCRANIA, GAZA, SAHEL Y PAÍSES EN GUERRA, EN GENERAL
¡Paz y Libertad!

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