
Sevilla, 27/X/2024
Consciente de mi cercanía profesional a la realidad de la pobreza severa y la exclusión social en Andalucía, deseo abordar hoy en este cuaderno digital una cuestión que preocupa cada día más a la población de este país: ¿es la pobreza y exclusión social, causa o consecuencia determinante de los trastornos mentales?
Como reitero permanentemente en mis análisis de datos científicos, es importante en la vida emitir juicios, solamente, cuando están suficientemente informados. En esta ocasión, con especial énfasis en relación con la interrelación pobreza y salud mental, para no caer en análisis reduccionistas y simplistas que, al final, no aportan nada a la sociedad y a las personas que sufren determinados trastornos mentales.
En este contexto, he leído con la atención profesional que merece un estudio publicado el pasado 10 de julio en la revista científica Nature Human Behaviour, que recoge datos de la relación bidireccional entre pobreza y determinados trastornos mentales: “No está claro si la pobreza y la enfermedad mental están causalmente relacionadas. Utilizando
datos del Biobanco del Reino Unido y del Consorcio Genómico Psiquiátrico, se ha examinado la evidencia de vínculos causales entre la pobreza y nueve enfermedades mentales (trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), anorexia nerviosa, trastorno de ansiedad, trastorno del espectro autista, trastorno bipolar, trastorno
depresivo mayor, trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno por estrés
postraumático y esquizofrenia). Aplicamos modelos de ecuaciones
estructurales genómicas para derivar un factor común de pobreza a partir de los ingresos familiares, los ingresos laborales y la privación social. Luego, utilizando la aleatorización mendeliana, encontramos evidencia de que la esquizofrenia y el TDAH contribuyen causalmente a la pobreza, mientras que la pobreza contribuye al trastorno depresivo mayor y la esquizofrenia, pero disminuye el riesgo de anorexia nerviosa. La pobreza también puede contribuir al TDAH, aunque con incertidumbre
debido a una pleiotropía desequilibrada [fenómeno genético]. Los efectos de la pobreza se redujeron aproximadamente en un 30% cuando realizamos ajustes en función de la capacidad cognitiva. Se justifican más investigaciones sobre las relaciones bidireccionales entre la pobreza y las enfermedades mentales, ya que pueden orientar los esfuerzos para mejorar la salud mental de todos”.
Como lo que intento es ofrecer siempre una información de carácter divulgativo en este cuaderno digital, lo que se deduce de este estudio es que la pobreza contribuye al trastorno depresivo mayor y a la esquizofrenia, mientras que, por su parte, la esquizofrenia y el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) incrementan el riesgo de pobreza, lo que acota bien la bidireccionalidad citada en estos supuestos sin que se deduzca por ello una generalización en todas las enfermedades mentales.
Para corroborar estos resultados, Marco P. Boks, miembro del Departamento de Psiquiatría del Amsterdam University Medical Center y uno de los autores del estudio, en respuesta al diario El País, ha confirmado que “La evidencia es contundente: la desigualdad y la pobreza sí contribuyen a las enfermedades mentales. Es cierto que la predisposición genética influye en el riesgo para la salud mental, pero la evidencia reciente sugiere que la contribución del trasfondo genético a la salud mental podría haber sido sobreestimada, y la contribución del entorno es mayor de lo que se pensaba anteriormente. Además, el trasfondo genético no es modificable, mientras que la pobreza es en gran medida un problema creado por el hombre”.
En mi artículo reciente Preocupante informe sobre pobreza y exclusión social en Andalucía, presentado por la Red Andaluza de Lucha contra la Pobreza y Exclusión Social, alertaba sobre esta realidad social en mi Comunidad, con datos muy preocupantes: “El 35,8 % de la población de Andalucía, es decir, unas 3,04 millones de personas están en riesgo de pobreza y/o exclusión social en el año 2022”. Si relacionamos estos datos con los resultados anteriormente expuestos, creo que estamos avisados sobre su probable correlación con trastornos mentales anunciados en Andalucía.
Así lo expresé también el pasado 10 de octubre, con motivo de la celebración del Día Mundial de la Salud Mental, cuando consideré de especial interés público difundir el comunicado que la Junta Directiva de la Asociación Andaluza de Profesionales de la Salud Mental de Andalucía (AAN), trasladó a la ciudadanía sobre las prácticas en salud mental, en un texto largo, que ellos justificaron por la gravedad de la situación que estamos viviendo: “Estamos retrocediendo peligrosamente a una nueva época manicomial, aunque de una forma mucho más maquillada y sibilina. Ahora el Psiquiátrico está en la calle, se construye con la imposición del diagnóstico y se asegura con la prescripción de fármacos. Las personas sufren, pero no porque están «mal hechas». Sufren porque tienen problemas. Dificultades muy variadas y únicas que tienen que ver con su infancia, sus traumas, su precariedad, su soledad, su falta de perspectiva de futuro. Si desde ahí surge un problema clínico, es responsabilidad de los sistemas públicos de salud mental estar a la altura de sus necesidades. Callándoles con pastillas, anulándoles con un diagnóstico, encerrándoles en dispositivos y privándoles de derechos solo perpetuamos las políticas de exclusión manicomiales que confunden cuidar con controlar, que se olvidan de la gente y solo tratan cuerpos. Nos dedicamos a la salud mental porque nos gusta tratar con la gente, no porque queramos someterlas a tratamientos. Solo pedimos que las políticas de nuestra Comunidad nos permitan y nos ayuden a acompañar a las personas como se merecen”.
Es paradójico el hecho de que en este siglo, al que llamo el “siglo del cerebro”, por las perspectivas esperanzadoras en los avances científicos en torno al descubrimiento progresivo de su funcionamiento y, a su vez, de las disfunciones que llevan a los trastornos mentales, la pobreza continúa arrojando datos estremecedores en el mundo, a través de guerras genocidas y sin sentido, así como la migración mundial escalofriante por el hambre y el miedo a vivir en una inseguridad vital insoportable.
No hay duda alguna de la causa de esta paradoja, tal y como lo resume perfectamente el doctor Marco P. Boks, uno de los autores del estudio citado hoy: “la evidencia reciente sugiere que la contribución del trasfondo genético a la salud mental podría haber sido sobreestimada, y la contribución del entorno es mayor de lo que se pensaba anteriormente. Además, el trasfondo genético no es modificable, mientras que la pobreza es en gran medida un problema creado por el hombre”. Estamos avisados: la desigualdad y la pobreza sí contribuyen a las enfermedades mentales.
NOTA: la imagen de la cabecera se ha recuperado del informe Familias en riesgo, publicado en 2020 por la ONG Save the Children.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.
UCRANIA, GAZA, LÍBANO, SAHEL Y PAÍSES EN GUERRA, EN GENERAL
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