Sevilla, 1/XI/2024
Lo dice alto y claro la Real Academia Española de la Lengua, al abordar el significado de la palabra “dependencia”: “subordinación a un poder”, entendida como “sujeción, orden, o dominio de alguien”. Llevado al mundo digital, podemos definirlo como subordinación humana a los “siete magníficos”, Apple, Microsoft, Meta, Amazon, Alphabet, Nvidia y Tesla, por la que quedamos sujetos a sus órdenes, mando y dominio absoluto. Por si quedaba alguna duda, cualquiera de los sinónimos de subordinación sólo nos muestra más intranquilidad atómica, es decir, humana: sometimiento, supeditación, sumisión, dependencia, sujeción, obediencia, vasallaje y menoría.
Los que recordamos aquel western memorable del siglo pasado, Los siete magníficos (1960), dirigida por John Sturges, no entendemos por qué se etiqueta a este lote de empresas así, aunque es verdad que cualquier parecido actual con la realidad de aquella película no es pura coincidencia. El argumento, resumido para quien no lo recuerde, hacía referencia a un pueblo mexicano, próximo a la frontera con los Estados Unidos, que vivía asediado por una banda de malhechores, con un sujeto al frente de nombre Calvera, que les robaba sus cosechas. Para defenderse contratan a pistoleros profesionales americanos, más rentables que comprar armas. A este llamamiento acuden sólo siete hombres: Chris Adams (el jefe), Vin, Bernardo O´Reilly, Britt, Lee, Harry Luck y Chico. Después de sucesivos rifirrafes de disparos y muertes por ambas partes, algo normal en un western de la época, donde Calvera y sus hombres “malos” mueren también, acaba triunfando el bien, los teóricos “buenos”, con el corolario siguiente: de los “siete magníficos” mueren finalmente cuatro y sobreviven tres, en busca de nuevas aventuras de vida o muerte a sueldo.
Sería un juego digital apasionante, un videojuego real como la vida misma, asignar a cada empresario que forma parte de los nuevos “siete magníficos”, un avatar de aquella película, porque todos los pistoleros no eran iguales. Lo que sí tengo claro es que el pueblo mexicano de la película es la actual aldea mundial de ocho mil millones de personas, asediados por malhechores de todo tipo, con “Calveras” por doquier, de fácil identificación según movamos el mapamundi, porque a través de las tecnologías de la información y comunicación buscamos el norte de este mundo al revés, al amparo de lo que nos ofrecen los nuevos “siete magníficos”. Sobre lo que tengo muchas dudas es que vengan a salvarnos “pistoleros digitales” del tipo Elon Musk, ignorando todavía quién es el jefe de “esta banda” (en sentido metafórico siempre) y qué pueden hacer con el mundo en sus manos y en sus bancos y fondos de inversión, por el inmenso poder económico que tienen.
Por otra parte, de aquella película nos queda todavía el recuerdo de su banda sonora, extraordinaria obra de Elmer Bernstein, sobre todo su melodía principal. Me quedo ahora escuchándola, intentando descifrar por qué Tim Cook (Apple), Satya Nadella (Microsoft), Mark Elliot Zuckerberg (Meta), Jeff Bezos (Amazon), Sergey Brin (Alphabet), Jen-Hsun Huang (Nvidia) y Elon Musk (Tesla), son considerados los “siete magníficos” actuales, sobrecogiéndome constatar que entre todos y junto a otras tres grandes compañías tecnológicas han llegado en lo que va de año, según Statista, a una “capitalización bursátil de 17,4 billones de dólares, cifra que supera la suma del PIB de Alemania, Japón, India y Francia juntas, y se aproxima a los 18,5 billones de dólares del PIB de China. Solo Apple tiene un valor de mercado de 3,4 billones de dólares, equivalente al PIB del Reino Unido”.
En definitiva constatamos que tienen un inmenso poder para decidir los inescrutables caminos del imperio tecnológico, digital por supuesto, en manos de unos pocos aventureros digitales, con herramientas de doble uso, según les parezca utilizar, para la guerra o para la paz, el malestar o el bienestar social, las mentiras o las verdades en medios digitales y redes sociales, la riqueza o la pobreza, la inclusión, la exclusión o la migración eterna, la salud o la enfermedad, el hambre o la sobreabundancia alimentaria, la sed y el control férreo y privado del agua, la atención al cambio climático o la contemporización con los desastres naturales sin hacer nada, entre otras muchas dialécticas sociales, obedeciendo siempre a intereses del mercado y separándose conscientemente del interés general digital, que también existe, con repercusiones gravísimas para la sociedad.
De una forma u otra, dependemos ya de los siete magníficos, en una subordinación jamás pensada, sujetos a sus órdenes al ritmo que nos marcan sus obsolescencias tecnológicas programadas de forma no inocente y de sus progresos calculados a un ritmo en este caso frenético, sufriendo la población a diario el síndrome de la última versión, de no llegar muchas veces a ella. También, dependientes y subordinados a su mando imperial tecnológico, que marca muchas veces a los Gobiernos el camino digital por donde debe ir el mundo, sabiendo que poseen el dominio digital omnipresente y omnisciente. En definitiva, estamos abocados al tecnofeudalismo absoluto, ya analizado por mí en este cuaderno digital, cuando abordé esta realidad a través de Yanis Varoufakis, autor del libro Tecnofeudalismo, a quien conocimos bien en 2015 como ministro de Finanzas en el gobierno heleno, una época en que Grecia resurgió serena y democráticamente en un amanecer hacia nuevos horizontes políticos que, por desgracia, no tardaron mucho en desaparecer estrepitosamente. El planteamiento reflejado en esta obra nace de un hilo conductor claro y contundente, sobre la base de que “el capitalismo ha muerto y el sistema que lo reemplaza no es mejor”, teniendo al frente a los “Siete Magníficos”, según se plantea en la sinopsis oficial del mismo: “Las dinámicas tradicionales del capitalismo ya no gobiernan la economía. Lo que ha matado a este sistema es el propio capital y los cambios tecnológicos acelerados de las últimas dos décadas, que, como un virus, han acabado con su huésped. […] Los dos pilares en los que se asentaba el capitalismo han sido reemplazados: los mercados, por plataformas digitales que son auténticos feudos de las big tech; el beneficio, por la pura extracción de rentas. A partir de esta observación, confirmada por la crisis de 2008 y la provocada por la pandemia, Varoufakis ha desarrollado su teoría del «tecnofeudalismo», según la cual los nuevos señores feudales son los propietarios de lo que llama «capital de la nube», y los demás hemos vuelto a ser siervos, como en el medievo. Es este nuevo sistema de explotación lo que está detrás del aumento de la desigualdad. Sirviéndose de ejemplos que van desde la mitología griega y Mad Men hasta las criptomonedas y los videojuegos, este libro ofrece un arsenal analítico de valor inestimable para poder esclarecer la confusa realidad socioeconómica actual. Comprender el mundo que nos rodea es el primer paso para poder tomar el control, quizá por primera vez, de nuestro destino colectivo”.
Sabemos que los “siete magníficos” de la película lo tenían todo muy claro, en voz de sus protagonistas: “¡Resolver problemas no es lo nuestro. Lo nuestro es el plomo, amigo!, […] los he obligado a tomar decisiones, conmigo solo han de tomar una: hacer lo que yo digo”. Una vez más, estamos avisados, recordando también al asesor de Clinton en aquel exabrupto que dio la vuelta al mundo en su campaña de 1992: ¡Es la economía, idiotas!
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.
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¡Paz y Libertad!
