¿Qué pasa en el cerebro de las personas polarizadas, que mienten más que hablan para hacer daño a los demás?

Clara Pretus

En todas partes he visto / caravanas de tristeza, / soberbios y melancólicos / borrachos de sombra negra, / y pedantones al paño / que miran, callan, y piensan / que saben, porque no beben / el vino de las tabernas. / Mala gente que camina / y va apestando la tierra…

Antonio Machado, He andado muchos caminos, 1903

Sevilla, 19/XI/2024 – 09:00 (UTC+1)

No es la primera vez que me aproximo a través de la ciencia a esta pregunta tan inquietante o lo que es lo mismo, ¿qué pasa por el cerebro de la personas que se convierten en agentes del mal? En los tiempos de maledicencia que estamos viviendo en la actualidad y que hemos podido comprobar de primera mano con  la DANA de Valencia, con mentiras y bulos para todos los gustos, por parte de instituciones y personas que las representan, medios de “incomunicación” y redes sociales muy próximas a las derechas ultramontanas, desinformación en estado puro, maledicencia expresa también a través de agentes anónimos del mal escondidos en esas redes sociales que la mayoría sabe cuáles son y quiénes son sus jefes, o los que sin ningún rubor dan la cara sin escrúpulo alguno, con fondos monetarios detrás de todo tipo que los financian, porque se sienten seguros a tenor de la desenvoltura con la que se mueven a diario, sin mezcla de control democrático alguno que amortigüe su maldad intrínseca, aparece algo de luz cuando leemos entrevistas científicas, como la que recientemente se ha publicado en el diario El País, con la neurocientífica Clara Pretus (Barcelona, 1988), que manifiesta sin ambages que  “hay agentes del mal que están sacando rédito al generar este nerviosismo”, estudiando “cómo las personas caen en el extremismo y cómo el cerebro procesa la desinformación en situaciones polarizadas”.

Me ha interesado entrar al detalle de sus manifestaciones y, sobre todo de sus trabajos antecedentes en este ámbito tan preocupante de la sociedad: “En su trabajo más celebrado, escanearon el cerebro de jóvenes que querían participar en actos violentos yihadistas para entender los mecanismos personales y sociales que activaban esa vocación. En un trabajo más reciente, lo que pusieron bajo la lupa fue la materia gris de votantes de Vox para entender por qué difundían mentiras en temas importantes para ellos, como la inmigración: lo que descubrieron es que al planteárselo se activaban áreas de su cerebro social. “No son las típicas zonas de toma de decisiones, sino las que sirven para inferir qué piensan los demás”, explica Pretus, de la Universitat Autónoma de Barcelona. Es decir, difundían bulos teniendo en mente la aprobación del grupo”.

Recomiendo la lectura de esta entrevista, pero adelanto algunas precisiones que me han preocupado bastante, en este caso como profesional de la salud mental, comenzando con la primera reflexión que se expone en la entrevista citada, vinculada expresamente a la DANA pasada: “Cuando estás en peligro, te vale más la pena creer cualquier información que pueda salvarte o que pueda favorecerte”, […] criticando a su vez algo que “se ha utilizado por varios actores políticos para sacar provecho”. Pretus sabe que en situaciones de peligro y ansiedad surgen actores interesados que saben que el uso de palabras de alta carga emocional nos “hackea el sistema nervioso. Debemos tenerlo en cuenta, porque cada vez habrá más emergencias de este tipo, muy propicias para la desinformación y sacar provecho político”, añade. En 2017 abordé ya esta realidad del “jaqueo” de cerebros humanos, cuando escribí que había leído “un artículo inquietante del historiador israelí Yuval Noah Harari, Los cerebros “hackeados” votan, con una entradilla demoledora: “Algunas de las mentes más brillantes del planeta llevan años investigando cómo piratear el cerebro humano para que pinchemos en determinados anuncios o enlaces. Y ese método ya se usa para vendernos políticos e ideologías”. En ese momento recomendé su lectura por activa y por pasiva, utilizando las redes al alcance de mis dispositivos móviles, porque consideré que era de lectura obligada ante la ingenuidad atómica que nos rodea. La verdad es que la lectura del artículo abría unos interrogantes que van dirigidos directamente a la línea de flotación de la humanidad. Creo que estamos avanzando históricamente con bastante falta de altura de conocimiento y libertad, no cuidando una inteligencia propia de los seres humanos a la que vengo llamando desde hace ya muchos años, inteligencia digital, que cubre el ciclo vital completo de todo ser humano, desde que nacemos hasta que morimos, porque nos va a acompañar siempre, llevando desde el equipamiento digital que corresponda a cada persona el manual de instrucciones para conocer el funcionamiento del gran artífice digital de la vida: el cerebro bien informado en mi yo y mis circunstancias.

Clara Pretus aborda también en su entrevista una cuestión fundamental: ¿por qué consumimos desinformación?: “para reafirmar nuestra pertenencia, no solo a nivel abstracto, sino también con nuestro entorno inmediato, la audiencia que tenemos en redes sociales. Estamos motivados a compartir información que sabemos que nuestra audiencia va a recibir bien y nos va a servir para reafirmarnos. Y esto es más importante cuanto más crítica es la información. Por ejemplo, en una emergencia o cuando es muy clave para la identidad de grupo”. Continúa abordando situaciones muy preocupantes en estos momentos y de extrema actualidad, tales como por qué se difunden los bulos de forma deliberada, la aparición de las estrategias de fact-checking (verificación de datos) combatiendo cada bulo, así como la necesidad de que se aprueben a corto plazo leyes contra los bulos.

La entrevista finaliza con una pregunta inquietante, acerca del ejercicio deliberado de desinformación que nos invade “para minar toda la confianza en las fuentes oficiales, ¿lo provocan porque cuando no se cree a nadie, se puede creer cualquier cosa?”. La respuesta de la doctora Pretus no está en el viento, pero plasma un presente muy preocupante: “Claro, todo el mundo está desautorizado, deslegitimado, como fuente de información. Es una muy buena estrategia para hacer un cambio de poder. Si tenemos un statu quo, unas instituciones que han estado décadas, es la mejor manera de dinamitar lo que hay”.

En este contexto expuesto por la doctora Pretus, acudo a la lectura del nuevo libro de Yuval Noah Harari, Nexus, autor al que sigo desde la publicación de Sapiens, una obra magna. La sinopsis oficial ayuda a comprender el hilo conductor de la nueva obra: “En Nexus, Harari contempla a la humanidad desde la amplia perspectiva de la historia para analizar cómo las redes de información han hecho y deshecho nuestro mundo. Durante los últimos 100.000 años, los sapiens hemos acumulado un enorme poder. Pero, a pesar de todos los descubrimientos, inventos y conquistas, ahora nos enfrentamos a una crisis existencial: el mundo está al borde del colapso ecológico, abunda la desinformación y nos precitamos hacia la era de la I.A. Con todo el camino andando, ¿por qué somos una especie autodestructiva? A partir de una fascinante variedad de ejemplos históricos, desde la Edad de Piedra, pasando por la Biblia, la caza de brujas de principios de la Edad Moderna, el estalinismo y el nazismo, hasta el resurgimiento del populismo en nuestros días, Harari nos ofrece un marco revelador para indagar en las complejas relaciones que existen entre información y verdad, burocracia y mitología, y sabiduría y poder. Examina cómo diferentes sociedades y sistemas políticos han utilizado la información para lograr sus objetivos e imponer el orden, para bien y para mal. Y plantea las opciones urgentes a las que nos enfrentamos hoy en día, cuando la inteligencia no humana amenaza nuestra propia existencia”.

Me quedo hoy con la última frase de la citada sinopsis: “La información no es el principio activo de la verdad; tampoco una simple arma. Nexus explora el esperanzador término medio entre estos extremos”. Es lo que busco ahora a bordo de mi patera virtual, en los mares procelosos de la desinformación, de la invasión de agentes del mal, convencido de que entre información y verdad anda el verdadero juego de la vida.

El cerebro contiene un instinto básico que nos lleva a actuar bien o mal con patrones construidos hace millones de años. La estructura cerebral reptiliana que todavía permanece en nuestro cerebro guarda un gran misterio de millones años que debemos descubrir. Es probable que de esta forma sufriéramos menos en el difícil día a día de nuestra existencia y comprendiéramos mejor nuestros propios actos sorprendentes y, lógicamente, los de los demás, aprendiendo día a día qué es la com-pasión (el sufrimiento con o junto a los otros). Básicamente en términos de responsabilidad personal y social, sabiendo que “responsabilidad” es la capacidad de dar respuesta individual o colectiva, con conocimiento y libertad entendidos como sus dos elementos esenciales, a cualquier situación que se nos presenta en el acontecer diario. Bien o mal, y hasta qué grado de compromiso o consecuencia, es harina de otro costal. Quizá, de un conjunto de estructuras cerebrales en funcionamiento permanente, sin descanso, que todavía no conocemos, bajo el mando del cerebro reptiliano todavía presente en las llamadas respuestas éticas.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

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