¡Déjame volver a Nazaret, que es lo mío!

Notre Dame de París

Dedicado a los profesionales que salvaron la catedral de Notre Dame de París, del voraz incendio de 2019; a los más de 2000 trabajadores y artesanos, que han logrado el “milagro” humano de reconstruirla en tan sólo cinco años y medio. Igualmente, a los donantes públicos y privados que han hecho posible esta recuperación digna de memoria histórica y democrática.

Sevilla, 10/XII/2024

Pertenezco a una generación que ha leído, en tiempos difíciles de este país, al poeta malagueño Rafael Ballesteros, que describió con bellas palabras la incomprensión humana en el poema Ni yo tampoco entiendo (1975) y que hizo famoso el grupo de canción protesta de mi juventud, Aguaviva, palabras que mantengo intactas en mi persona de secreto:

Ni yo tampoco entiendo si se me abre
el grifo y sale una bala tras otra bala,
si abro la puerta y se nos entra el fusilado
y cierro y se me queda fuera el dedo,
si unto amor en el labio entreabierto y nada,
si miro el muro y todavía distingo los boquetes.
Tampoco entenderé el tiro de gracia,
El tema 83, la democracia,
el ácido sulfúrico, los ceros, el tacón,
las hambres, el casamiento orgánico.
De este mundo los dos sabemos poco.
Y sin embargo, estamos aquí
obligatoriamente obligados a entenderlo.

En este contexto, presencié el viernes pasado, en la retransmisión oficial de la reapertura de la catedral de Notre-Dame de París, la entrada triunfal de Donald Trump, presidente electo de EE. UU., recibido con todos los honores, sentado en un lugar preferente, a la derecha de Emmanuele Macron, presidente de Francia, en un gesto de alta política pero de difícil y baja comprensión católica, apostólica y romana. Por cierto, muy cerca también de Notre-Dame, Nuestra Señora de París, la gran homenajeada. La pregunta es obvia: ¿qué hacía allí Mr. Trump, en ese acto esencialmente francés, laico, de Estado, si me apuran, más que religioso por más señas, aunque ese fue su sentido más profundo, tal y como como se pudo apreciar a lo largo de la retransmisión? No entendí nada de lo que estaba sucediendo allí, con la presencia de este personaje americano de escasa raigambre de fe en lo divino o en lo humano, como ha demostrado a lo largo de su vida y en su última campaña electoral. Tenía razón Ballesteros y así lo sentí: de este mundo al revés sabemos poco, cada vez menos, pero estamos obligatoriamente obligados a entenderlo.

En este contexto catedralicio, con estas presencias políticas, he recordado, con el debido respeto a los cristianos de corazón y razón, también a los turistas que próximamente la visitarán, a los que llamaba Rafael Alberti, “anónimos tropeles de gente que en todo ven una lección de arte, pero a ti (Dios) no te ven por ningún sitio”. Sobre todo, porque viendo el espectáculo del viernes, con la tríada Trump, Macron y Zelensky, a las puertas de Notre-Dame y después figurando en la primera bancada, sigo pensando con Alberti que es mejor bajar al río, que es lo que suplicaba San Pedro, sentado y en bronce inmovilizado, cuando preguntaba a Jesucristo por qué le besaban tanto sus pies gastados en la Basílica de su nombre, porque al fin y al cabo es lo nuestro:

Di, Jesucristo, ¿Por qué
me besan tanto los pies?

Soy San Pedro aquí sentado,
en bronce inmovilizado,
no puedo mirar de lado
ni pegar un puntapié,
pues tengo los pies gastados,
como ves.

Haz un milagro, Señor.
Déjame bajar al río;
volver a ser pescador,
que es lo mío.

Cuando Nuestra Señora de París vio el pasado viernes en su catedral salvada, tan cerca, a Trump y Elon Musk, junto a Macron, con su “negocio” político como símbolo de este mundo al revés, sintiéndose sola en su agradecimiento pleno a quienes la salvaron del fuego aterrador, junto a su casa, creo que pensó en su alma de secreto algo parecido a lo que dijo San Pedro, en boca de Rafael Alberti:

Di, Jesucristo, ¿Por qué
este espectáculo?

Soy María, aquí sentada,
en mármol inmovilizada,
no puedo mirar a otro lado, que me gustaría hacerlo,
pues no dejo de llorar por lo que estoy contemplando,
como ves.

Haz un milagro, Señor.
Déjame volver a Nazaret;
volver a ser una mujer sencilla, esposa de un carpintero,
que es lo mío
, lo que yo quiero.

En silencio, me retiro a mi clínica del alma, recordando de nuevo el poema de Ballesteros, sobre todo su estrofa final adaptada al signo de los tiempos que corren: De este mundo al revés sabemos poco. / Y sin embargo, estamos aquí obligatoriamente obligados a entenderlo.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

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