
Sevilla, 15/I/2025
La locución verbal coloquial “estar cansado o cansada” hace estragos en nuestro país. Yo, tú, él, ella, nosotros, nosotras, vosotros, vosotras, ellos y ellas, demostramos a diario que no falta nadie para participar en el mantra que se propaga a diario con una etiqueta a modo de locución también: estamos cansados y todos formamos parte de la sociedad del cansancio. En este contexto, sigo compartiendo con la Noosfera las tesis del filósofo coreano Byung-Chul Han, casi un clásico popular ya en este cuaderno digital, en esta ocasión haciendo referencia a una publicación suya, La sociedad del cansancio, emblemática e iniciática en su trayectoria de conocimiento compartido, ahora en torno a este espinoso asunto.
Como suelo hacer habitualmente para no caer en espóiler, utilizo la sinopsis oficial de la obra para dar a conocer su hilo conductor: “La sociedad del cansancio puede considerarse una de las obras más emblemáticas de Byung-Chul Han. En ella, con una visión casi profética, se presentan los grandes temas que el filósofo surcoreano desarrollaría luego durante más de una década, alcanzando celebridad mundial. En conmemoración de toda esa trayectoria filosófica, y por su rotunda actualidad, volvemos a presentar ahora esta obra en una nueva traducción. Byung-Chul Han detecta que en las últimas décadas se ha producido en nuestras sociedades occidentales avanzadas un cambio de paradigma y que la anterior sociedad disciplinaria –basada en imperativos y prohibiciones externos– ha pasado a ser una sociedad del rendimiento, en la que los individuos se afanan por explotarse a sí mismos. Si antiguamente el quebrantamiento de la norma acarreaba el castigo, ahora el incumplimiento del anhelo provoca frustración. Cifrar la plenitud personal y el sentido de la vida en la incesante autoexigencia de rendir cada vez más conlleva como resultados culturales la nivelación de todas las diferencias, el infierno de lo igual y la pura positividad. Como consecuencias psicológicas acarrea cansancio, aburrimiento e indiferencia y como secuelas psiquiátricas ocasiona diversos síndromes: de hiperactividad, impaciencia, desatención y agotamiento. De este modo, el precio vital exige la renuncia al ánimo festivo, a la pura celebración de la vida”.
Para comprender desde el principio el significante y significado del cansancio humano, Byung-Chul Han presenta en el Prólogo un prototipo histórico: Prometeo extenuado: “EL mito de Prometeo se podría reinterpretar como una escenificación de la estructura psíquica del hombre contemporáneo: un sujeto que, viéndose forzado a aportar rendimiento, se inflige violencia y guerrea contra sí mismo. Aunque este sujeto forzado a aportar rendimiento se figura que es libre, lo cierto es que, en realidad, está tan encadenado como Prometeo. Un águila devora su hígado, el cual se va reproduciendo constantemente conforme es devorado. Esa águila es el alter ego del sujeto contemporáneo, y este guerrea contra aquel. Si lo pensamos así, la relación entre Prometeo y el águila es una relación del sujeto consigo mismo, una relación de autoexplotación. En principio, el hígado sería un órgano insensible, pero aquí sí sufre un dolor, que es el cansancio. Es seguro que a Prometeo, como sujeto que se explota a sí mismo, lo acometerá una fatiga infinita. Prometeo es el arquetipo de la sociedad del cansancio”.
Lo verdaderamente sorprendente viene a continuación en este prólogo: “En su críptico relato «Prometeo», Kafka hace una interesante relectura del mito: «Los dioses se cansaron. Las águilas se cansaron. La herida, de cansancio, se cerró». Kafka está pensando aquí en un cansancio curativo, en un agotamiento que no abre heridas, sino que las cierra. La herida, de cansancio, se cerró. Inspirado por esa misma idea, también este ensayo es una invitación a meditar sobre una fatiga lenitiva: un agotamiento que no es la irritada extenuación que nos entra cuando nos ensoberbecemos desaforadamente, sino la sana lasitud que nos sobreviene cuando deponemos cordialmente nuestro ego”.
Lo que me preocupa de verdad es la somatización hasta límites enfermizos, de esta manifestación humana, fabricada por un mundo que agota al más listo de la clase, porque cada día hay que tener más y más y poseer la última versión de todo, aunque de verdad no se comprenda nada de lo que está pasando y así, miles de veces, hasta la extenuación. El filósofo coreano nos invita a tomar conciencia del “desacuerdo” íntimo con lo que está ocurriendo a nuestro alrededor, que nos cansa por su tozudez, siendo curiosamente el verdadero motor para salir de ese cansancio cansino, que nos lleva a actuar para vencer las situaciones sociales que ocasionan este mal físico, psíquico y social.
Un ejemplo de la justificación del “cansancio de clase” mal entendido lo conocí de forma sorprendente hace casi cincuenta años, durante una larga estancia en Italia. Personalmente, ya era consciente de que la tecnificación prometeica estaba jugando malas pasadas al ser humano, porque su secreto más íntimo se resistía a ser calculado a nivel de computadoras. También recuerdo a este propósito mi experiencia en el Hospital Psiquiátrico de Racconigi (Cuneo), pueblo italiano que me enseñó mucho sobre los problemas últimos de la enfermedad mental. Allí tuve la oportunidad de conectar con un eminente neuropsiquiatra turinés, profesor mío, que había trabajado en varios centros psiquiátricos de Turín y Cuneo. En una conversación inolvidable, salpicada de anécdotas escalofriantes, me recordó la realidad del Hospital de lvrea (Turín), un centro psiquiátrico famoso. Este pueblo «vivía» en torno a la fábrica «Olivetti», multinacional en aquella época que fabricaba máquinas de escribir y calculadoras electrónicas. El diez por ciento de los enfermos allí ingresados procedía de la fábrica, en concreto, de un departamento dedicado a la elaboración completa de un determinado tipo de calculadora. El esfuerzo que se exigía al trabajador era tal, azuzado por el famoso acicate del “tú puedes”, que no era raro acabar tarde o temprano en el hospital. Las preguntas que podemos hacemos a tenor de los hechos, afloran casi sin damos cuenta. ¿Es justo que se sacrifiquen cerebros humanos y familias enteras, en aras de alcanzar los mil objetivos que el trabajo o el mercado nos anuncia cada día? Esta anécdota de Olivetti e Ivrea, muy simbólica en el momento actual de la inteligencia artificial, que no deja de ser importante, es un pequeño botón de muestra de la «locura», de los cansancios patológicos que crea la sociedad actual por el atosigamiento continuo del tener frente al ser. Ante esta realidad, ¿debemos seguir aceptando de forma impasible este sinsentido?
Elaborar un esquema electrónico podía costar la vida y el cerebro a trabajadores de Olivetti, porque su cansancio no tenía límite, había que producir a cualquier precio y coste humano, pero elaborar la conducta de personas “cansadas” a través de los programas informáticos, puede llevar a la humanidad, a la sociedad del cansancio, a enfermedades mentales y sociales de todo tipo, mucho más grave cuando estas situaciones provocan discriminaciones terribles en una sociedad ya cansada, que no sabe reaccionar ante el poderoso caballero don dinero o don prestigio, para mí simbolizado perfectamente en aquella pancarta de los universitarios de Padua (Italia), en los años setenta del pasado siglo, que decía así: «Los hijos de los ricos siempre están cansados, pero los hijos de los pobres siempre están locos».
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.
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¡Paz y Libertad!

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