¿Qué hace la izquierda ante el acoso y derribo que sufre el Gobierno de este país, legítimo y constitucional?

Patera y yate de lujo – Fotomontaje y fotografía (izqda.) / JA COBEÑA

A veces, falta mar para recoger a todos los que se tiran del barco…
A veces, falta barco para recoger a todos los que se tiran a ese mar…

Aforismos, José Antonio Cobeña

Sevilla, 8/VI/2025 – 13:22 h (CET+2)

El año pasado leí un artículo magnífico de Neus Tomàs, directora adjunta de elDiario.es, con un titular ¿Qué era y qué es la izquierda?, que me interesó y preocupó a la vez en este mundo al revés que describió de forma rotunda Eduardo Galeano y en el que estamos instalados, una frase que no he olvidado en estos días en el que ha emergido la corrupción política como clásico popular de este país, en esta ocasión en territorios de la izquierda: “Los huecos que deja la izquierda los ocupa la derecha incluso disfrazada de un rojipardismo que va ganando espacio en columnas, redes y asociaciones de activistas. Para hacer frente a este fenómeno, la izquierda necesita pensadores honestos y valientes que digan lo que los ciudadanos que se identifican en este espectro ideológico no quieren escuchar. Lo honesto y valiente es eso y no buscar siempre el aplauso fácil y a menudo estéril”.

Si hoy lo traigo a colación es porque me sigue soliviantando la falta de respuestas de la izquierda ante situaciones actuales de acoso y derribo permanente de un Gobierno legítimo y constitucional en nuestro país, recurriendo fácilmente con el clásico “y tú más” ante ataques e insultos por su supuesta “corrupción” gubernamental de carácter permanente, a modo de bálsamo de Fierabrás para curar heridas de desafección política cada vez más alarmantes, con un mar revuelto lleno de supuestos militantes de carnet o virtuales, de la izquierda me refiero, que se tiran de barcos a la deriva por falta de dirección política, creo que de ideología de base, de creencia política, sin mezcla alguna de cuadernos de “derrota”, en argot marino, reproduciendo aquella sorprendente noticia que nos contaba cómo el capitán Francesco Schettino abandonaba de forma vergonzante el crucero Costa Concordia, que chocó el 12 de enero de 2012 por una maniobra indebida con una roca junto a la isla del Giglio (Italia), en un ejemplo patético de irresponsabilidad y cobardía. Todavía resuena en mis oídos la grabación en italiano de los gritos del jefe de guardacostas cuando le conminaba a que volviera al barco del que se había tirado de forma tan lamentable e indigna: “Suba a bordo. Es una orden. No ponga más excusas. Ha abandonado el barco, ahora estoy yo al mando. ¡Suba a bordo!”. Schettino decía que se había “caído” por la popa cuando lo que constataron es que cuando llegó a la costa su ropa no estaba mojada. Nadó y guardó la ropa de la indignidad personal y profesional, nunca mejor dicho.

Doy ahora un paso más porque interpreto que el problema no es sólo de la izquierda sino de su más allá o acá, según se mire, sino de algo más profundo, de la democracia, de su ocaso, porque la responsabilidad principal de la izquierda es ser la gran defensora de sus grandes principios, porque no hay otros: ideología transformadora basada en los grandes principios de la democracia auténtica: igualdad, solidaridad, libertad y justicia social, debiendo aceptar con autocrítica rigurosa de lo que no hace bien, sus aciertos y errores, siempre en beneficio de todos, fundamentalmente de la verdad compartida. Lo digo porque, ahora más que nunca, la izquierda necesita armarse ideológicamente ante el fascismo que nos rodea en el ocaso de la democracia, cuestión a la que he dedicado muchas páginas en este cuaderno digital. En este contexto, he recordado que con motivo de la celebración en 2022 del centenario del nacimiento del poeta, escritor y cineasta Pier Paolo Pasolini, al que profeso admiración desde hace ya muchos años, se publicaron nuevas ediciones de su obra y ensayos de gran valor para no olvidar su contribución en la lucha por un mundo mejor, a través de una ideología de izquierda contra el fascismo que nunca ocultó, denunciando algo muy grave cuando se instala “como normalidad, como codificación del trasfondo brutalmente egoísta de una sociedad”. Pasolini sigue muy presente en mi pensamiento crítico y acudo frecuentemente a él. Además, como símbolo de su actualidad política, recuerdo la publicación de una obra de Miguel Dalmau Soler, Pasolini. El último profeta, ganadora del XXXIV Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias 2022.

Si lo recuerdo hoy en esta reflexión crítica sobre el ocaso de las izquierdas en momentos cruciales de este país, es porque hay una obra que resume muy bien su concepción del antifascismo, El fascismo de los antifascistas, al tratar de forma sorprendente y de plena actualidad, cómo se amplía cada vez más el círculo del fascismo, haciendo una llamada de atención sobre algo que está ocurriendo en la actualidad en nuestro país, porque también podemos encontrar fascismo en diferentes círculos de la sociedad, incluso en las capas liberales, algunas de falsa izquierda, de la ultraderecha y capitalistas “apolíticos” que tanto atosigan al mundo. Hay que tener en cuenta que en esta obra se recogen artículos y entrevistas que van de 1962 a 1975, año en el que Pasolini murió asesinado en la playa de Ostia, muy cerca de Roma. De ahí su sorprendente actualidad. La sinopsis oficial del libro deja claro estos planeamientos anteriores: “La reflexión sobre el fascismo y su evolución histórica recorre toda la obra de Pasolini: este volumen recoge algunos de sus textos más significativos escritos sobre el tema entre septiembre de 1962 y febrero de 1975. En ellos Pasolini advierte contra una nueva forma de fascismo, más sutil e insidiosa, entendida “como normalidad, como codificación del trasfondo brutalmente egoísta de una sociedad”. Es el sistema de consumo, que desde los años sesenta se encarga de la homologación cultural de todos los países: un poder sin rostro, sin camisa negra y sin fez, pero capaz de moldear vidas y conciencias. Más de cuarenta años después, estas intervenciones mantienen intacta su fuerza crítica, lo que nos permite captar algunos de los rasgos más profundos del mundo actual”.

Existe una frase muy extendida en los coloquios de este país, cuando se afirma con una rotundidad que da miedo, que todos los partidos políticos y quienes los representan, son iguales, sin excepción alguna, cortando por el mismo rasero a la izquierda y a la derecha. Por no hablar del célebre discurso de “yo no soy político o política”. No estoy de acuerdo, ni acepto estas expresiones a modo de mantra, aunque es comprensible que exista un descrédito generalizado de la política y de los políticos que la llevan a cabo, pero los árboles impiden ver a veces el bosque y no es justo generalizar sin compasión sobre la llamada “clase” política. El hartazgo es evidente, pero es imprescindible separar la paja del heno como nos enseñaron hace ya muchos años, unos en el lenguaje del campo puro y duro, otros en la doctrina oficial de la Iglesia, ahora aplicado a la política en general. Siendo una verdad incuestionable, ¿por qué es necesario acabar con análisis totalitarios y absolutistas de los casos de corrupción, en los que no se salva nada ni nadie, porque se dice que “la política es así, al final todos son iguales”?.

Creo que por higiene mental es imprescindible diagnosticar bien la situación y colaborar en la reconstrucción de la democracia día a día, en la que la izquierda tiene mucho que decir y hacer, mucho más en un país tan cartesiano y dual para todo lo que se hace visible “políticamente hablando” en el día a día. Vivimos unos momentos que exigen mucho rigor en la toma de decisiones que facilitan la democracia y no todos los programas políticos son iguales, ni los políticos que los ejecutan tampoco. Ser de derechas, centro o izquierda, de sus extremos, también del arriba o abajo actual, en este país, parece que imprime carácter hasta que la muerte te separe y está mal visto socialmente que haya alternancia en la pertenencia a un determinado partido o a otro. Es verdad que aparentemente parece una gran contradicción estar defendiendo un día los valores de la socialdemocracia más exigente y al otro los del liberalismo más feroz. Normalmente pasa porque las ideologías son un flanco muy débil en nuestro país dado que los partidos no han estado muy finos a la hora de aceptar militantes en sus filas y la formación en la «creencia» en sus idearios brilla muchas veces por su ausencia. Esta es una realidad que hay que aceptar pero lo que no es normal es que haya unos desplazamientos de pertenencia a partidos o de votos, tan agresivos, como a los que estamos asistiendo en la actualidad, por no hablar del principal partido de este país: el abstencionista. El llamado voto de castigo existe, pero deja detrás una gran incógnita: ¿se conocían bien las ideologías y los programas de los partidos a los que se han votado con anterioridad?, ¿se puede cambiar tan fácilmente de chaqueta por los errores de determinados miembros de un partido?, ¿se conocía bien el ideario de un programa, más allá de acciones concretas de algunos representantes eximios del mismo?

Indiscutiblemente, todos los partidos no son iguales, ni tampoco las personas que los representan. Tampoco somos iguales los electores, sean de derechas o de izquierdas. Basta conocer la trayectoria histórica de los partidos que han existido en los cuarenta y seis años de democracia en este país, para no dejar duda alguna de que no es lo mismo la historia de la derecha o del centro que la de la izquierda, por mucho que se quiera generalizar sin compasión alguna en análisis que no resisten el más mínimo juicio de valor crítico. Todos no han sido iguales, luego todos no son iguales ahora si se respeta la historia y este aserto se debería defender por la militancia más activa de cada partido. Se ha tenido que hacer un camino político al andar que es de bien nacido reconocerlo y pregonarlo para que no haya duda alguna sobre su legitimidad. El tratamiento de la memoria histórica y democrática de este país es una cuestión recurrente que no sólo hay que aplicar al tiempo de la guerra civil y sus daños colaterales, sino también en cada momento actual, porque la memoria histórica integra también el ayer del país y su proyección en este aquí y ahora en la vida de cada persona que lo integra. Por ejemplo, todos los partidos no han tratado igual a Andalucía a lo largo de su reciente historia política, cuestión que no se debería olvidar nunca.

Andalucía ha sido una experiencia especial a lo largo de esta etapa democrática. Se critica duramente que la izquierda haya estado gobernando durante treinta y siete años en esta Comunidad hasta que pasó a la oposición en las elecciones de 2018,  pero fue la decisión de los andaluces, sin más paliativos. Vino la alternancia, que había que acatarla sin más porque ese es el gran secreto de la democracia, el respeto casi reverencial al voto de cada elector. En democracia éstas son las reglas del juego, aunque a determinadas personas nos duela vivir determinados triunfos políticos porque las políticas que se llevan a cabo no respetan el interés general de todos los andaluces, sin dejar a nadie atrás, con un ejemplo claro dada la situación actual y dramática de la sanidad pública. Siempre recuerdo lo que he vivido en diversas convocatorias electorales, época propicia para las deserciones casi colectivas del electorado de izquierdas, propiciando la división y, por extensión, lo que se llama técnicamente “abstención”, cambiando lo que haya que cambiar, que me llevó a crear hace años un aforismo personal y transferible:

Falta mar para recoger a todos los que se tiran del barco…

Este aforismo aprovecha el texto dentro del contexto que se aconseja en estos planteamientos de aproximación a la cruda realidad y que lo definen en sí mismos: “Era objetivo, porque he asistido a deserciones de todo tipo de la izquierda en diversas convocatorias. Era inteligible, porque muchas personas que se mantenían en el puente de mando personal, político y profesional, sabían que era cierto solo con mirar a su alrededor. Y la dialéctica era obvia: o barco o mar, porque en determinados momentos se controlan por la tensión económica, política o social, correspondiente. Era verdad, desgraciadamente, que cada uno estaba al final en su sitio, porque lo que defiendo desde hace años es que no todos decimos lo mismo, ni vamos en el mismo barco. Ni hacemos la misma singladura. Ni navegamos con la misma empresa armadora, llamémosla hoy, partido. Unos en cruceros o yates de precios insultantes, otros, en pateras, sin quilla, pero navegando siempre hacia alguna parte, buscando islas desconocidas, que se encuentran. Y pasadas esas fechas críticas, nació un nuevo aforismo, como corolario del anterior e indisolublemente unido a él:

Falta barco para recoger a todos los que se tiraron a ese mar…

Todos los partidos no son iguales, ni las personas que los representan tampoco. Es probable que tomando conciencia de que tenemos que trabajar unidos para defender esa acción política diaria del partido al que voto, empecemos a ver las cosas de diferente forma, porque el empoderamiento, es decir, la capacidad para conocer lo que está sucediendo y participar posteriormente en las decisiones informadas para alcanzar los objetivos trazados, ya no es algo que corresponde solo a los demás sino a nosotros mismos, a cada persona en particular. Es obvio que todos no somos iguales ni vamos en el mismo barco a la hora de votar. Me asombra para bien, ver todos los días a muchas personas que viajamos en la vida en patera, mientras otros nos saludan desde su “crucero o yate de lujo”, reales o imaginarios, saludándonos desde la popa y diciéndonos incluso adiós. La verdad es que no es lo mismo, porque todos no son ni somos iguales. Los nadieslos hijos de nadie, los dueños de nada. / Los nadies: los ningunos, los ninguneados, / corriendo la liebre, muriendo la vida, a los que siempre defendió Eduardo Galeano, están siempre en su sitio y pocos partidos los representan, porque todos no son ni somos iguales. No los olvido, navegando en mi patera ética por la memoria histórica de Andalucía, de mi ciudad, mi polis, donde desarrollo mi vida “política” como ciudadano. Llegado a puerto, la amarro todos los días al noray ético de mi vida, que también existe. Hasta el próximo viaje “político” hacia alguna parte, a pesar de su fragilidad extrema.

El final del artículo de Neus Tomás, citado al principio, daba una clave muy importante para entender el hilo conductor de estas palabras: «El problema, sin duda, es que la izquierda ha abandonado a la gente común; pero el problema mayor es que la ha abandonado en mano de la derecha, que desprecia el amor a los desconocidos como ‘buenista’ y la fidelidad a los principios como ‘cosmopolita’. Pero el amor a los desconocidos es civilización; y la fidelidad a los principios es derecho”, escribió Santiago Alba Rico en un artículo en el que argumentaba que lo que está en disputa entre izquierda y derecha es algo tan elemental como el sentido común. El mismo que defiende Clara Serra cuando desmonta apriorismos sobre el feminismo y conceptos como el consentimiento. Cuando la izquierda recurre al Código Penal para resolver conflictos sociales o políticos se equivoca. Y si lo hace para abrazar el punitivismo yerra doblemente». Con ella me quedo. Ahora bien, la autocrítica de la izquierda desunida por sus silencios y la falta de respuestas ante acusaciones gravísimas de la derecha y ultraderecha de este país, jaleando supuestos escándalos sin tregua alguna, con insultos sin límites vinculados con la mafia, centrados ahora en el “váyase y ríndase a la democracia, señor Sánchez” (Alberto Núñez Feijóo, en la concentración de hoy en Madrid), cuestionando de base el actual Gobierno legitimo y constitucional, ¿hasta cuándo hay que esperarlas y sufrirlas?, ¿para cuándo las respuestas democráticas? Ya no basta el tristemente famoso «y tu más». La verdad es que la dignidad política en democracia, ante la situación actual descrita, la esperamos los electores con ardiente impaciencia, porque nuestro voto sigue vivo, en un clamor popular desde las izquierdas de que se den respuestas institucionales desde el Gobierno, urgentes y sin demora alguna.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, GAZA, REPÚBLICA DEL CONGO Y RUANDA, SAHEL Y PAÍSES EN GUERRA, EN GENERAL

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