Nos queda la palabra “obstinación”, la coherencia diaria en la ideología política de la izquierda, a pesar de los reveses actuales en nuestro país

Hermann Hesse (1877-1962)

Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

Blas de Otero, En el principio

Sevilla, 5/VII/2025 – 14:16 h (CET+2) / Actualizado a las 17:43 h

En tiempos tan convulsos en nuestro país por los enfrentamientos de modelos políticos y sus respuestas ante la corrupción, representados simbólicamente por la izquierda, la derecha, y los más allá de cada modelo ideológico, ninguno inocente por supuesto, ni iguales al fin, como aprendí hace ya muchos años del pensador neomarxista George Lukács, en su extraordinario libro “El asalto a la razón”, cuando decía que  “[…] no hay ninguna ideología inocente: la actitud favorable o contraria a la razón decide, al mismo tiempo, en cuanto a la esencia de una filosofía como tal filosofía en cuanto a la misión que está llamada a cumplir en el desarrollo social. Entre otras razones, porque la razón misma no es ni puede ser algo que flota por encima del desarrollo social, algo neutral o imparcial, sino que refleja siempre el carácter racional (o irracional) concreto de una situación social, de una tendencia del desarrollo, dándole claridad conceptual y, por tanto, impulsándola o entorpeciéndola” (1), necesitamos reforzar el pensamiento ideológico de la izquierda, que tan tocado está desde hace ya bastante tiempo, porque se ha descuidado la formación política continua y blindaje de las desviaciones que propicia el ejercicio de la política de altos vuelos. De ahí la necesidad de que practiquemos, ahora más que nunca, aquella semblanza de La Cantata de Santa María de Iquique, que personalmente aprendí y escuché del grupo Quilapayún, cuando decía algo muy necesario y recomendable en el momento actual: “Con el amor y el sufrimiento se fueron aunando voluntades”.

Digo lo anterior porque la responsabilidad de lo que está pasando estos días no es solo del presidente del Gobierno, de sus socios y de sus partidos con siglas diferentes, porque algo tendremos que decir ahora sus votantes entre los que me incluyo, ya que siguiendo a Aristóteles, soy un “animal político” (zoon politikón, en griego), como ciudadano de pleno derecho y voto. Llevamos años soportando los ataques despiadados de las derechas y su más allá, desde el momento de investidura del Gobierno actual tras la moción de censura de 2018, hasta nuestros días, con el mantra de estar el país sufriendo las invectivas de un continuo gobierno ilegítimo, craso error e insulto a la Constitución de este país y a sus votantes, sin entrar en más detalles, porque no es el núcleo de esta reflexión, sí el marco de la misma. Creo que, una vez más, es la hora de la palabra de la ciudadanía que ha apostado por un modelo diferente de país, desde 2018 hasta hoy, centrado en el progreso y en la atención suprema al interés general que sólo lo propicia el Estado de Bienestar. Y esto es lo que hay que defender en todo momento, salvo que se demostrara de forma objetiva que el gobierno actual ha cometido delitos que hicieran inviable su continuidad en términos puramente democráticos. Y para ello es necesario rescatar la obstinación en una ideología política de izquierda, siempre pendiente de la obligada autocrítica ante las desviaciones que se produzcan de este caminar político, en concreto, cuando la izquierda pierda el norte de su lucha por su propio sentido de ser y estar en el mundo para transformarlo, siempre cerca de los que menos tienen, de los nadies de Galeano, los hijos de nadie, los dueños de nada, los ningunos, los ninguneados. Me emociona recordar estos fines democráticos.

A pesar del sesgo histórico no inocente que ha tenido la palabra “obstinación “ en nuestro país, a lo largo de los siglos, he vuelto a entrar en mi clínica del alma, mi biblioteca, con mi edad matusalénica, buscando un libro que me acompaña desde hace muchos años, Obstinación (2), de Hermann Hesse (1877-1962), Premio Nobel de Literatura en 1946. Su prólogo y luego un capítulo homónimo dedicado a esa palabra, obstinación, traducida pobremente del alemán Eigensinn, me ha ayudado siempre a comprender qué significa defender mi sentido de la vida, mis valores, mis principios, la coherencia como virtud transcendental en la vida, en una época, como bien recordaba Groucho Marx, en la que lo que prima es una afamada sentencia que se le atribuye a él aunque de dudosa autoría a lo largo de su vida: Estos son mis principios. Si no gustan, tengo otros: “Una virtud hay que quiero mucho, una sola. Se llama obstinación [eigensinn]. Todas las demás, sobre las que leeremos en los libros y oímos hablar a los maestros, no me interesan. En el fondo se podría englobar todo ese sinfín de virtudes que ha inventado el hombre en un solo nombre. Virtud es: obediencia. La cuestión es a quién se obedece. La obstinación también es obediencia. Todas las demás virtudes, tan apreciadas y ensalzadas, son obediencia a las leyes dictadas por lo hombres. Tan sólo la obstinación no pregunta por esas leyes. El que es obstinado obedece a otra ley, a una sola, absolutamente sagrada, a la ley que lleva en sí mismo, al propio sentido”.

Estamos viviendo tiempos convulsos en los que el valor de la palabra dada está en solfa, no digamos los principios y valores. Esa es la razón de por qué cobran más fuerza que nunca las reflexiones de Hesse sobre la obstinación, como virtud principal sobre todas las demás, porque nuestra vida sólo se debe regir por la obediencia a nuestro propio sentido, extendida en esta ocasión a obediencia a nuestra propia ideología política. Esta virtud, junto a otras “verdaderas”, según él, “siempre molestan y suscitan odio. Véase Sócrates, Jesús, Giordano Bruno y todos los demás obstinados”. También explica que la palabra obstinación es áspera para algunos, razón para sustituirla por “carácter”, “personalidad” e incluso “originalidad”, sólo atribuible esta última, por ejemplo, a “artistas y gente estrambótica”. A partir de unir la palabra obstinación con terquedad, por si había alguna duda, desarrolla Hesse el significado de “sentido propio”, el que tiene cada piedra, cada brizna de hierba, cada flor, cada animal, que crecen viven, actúan y sienten según su propio sentido, porque todas las cosas del universo, hasta la más pequeña, tienen su “sentido propio”, llevan dentro su propia ley y la siguen absolutamente seguras e imperturbables”. Dicho esto, aborda la tragedia humana, porque “existen sobre la tierra solamente dos pobres seres malditos, a los que no está permitido seguir esa llamada eterna, y ser, crecer, vivir y morir como les ordena su sentido innato. Sólo el hombre y el animal domesticado por él están condenados a no seguir la voz de la vida y del crecimiento y de someterse a unas leyes establecidas por el hombre y, de vez en cuando, infligidas y modificadas también por él”.

A partir de aquí aparece la figura del “héroe”, la de aquellas personas que siguen su propio sentido y que sucumben por seguir su propia estrella, alejados del gregarismo impuesto por la sociedad en la que viven: “el héroe trágico, el obstinado, enseña a los millones de seres mediocres y cobardes que la desobediencia a las normas del hombre no es capricho brutal, sino lealtad a una ley mucho más alta, más sagrada”, porque el instinto gregario exige siempre adaptación y subordinación, ¡gran tarea para la mediocracia de hoy!, frente a lo que tiene el gran sentido de la vida para los obstinados y héroes. Es verdad que el enfoque de Hermann Hesse en estos contenidos aparece a veces como un ensalzamiento a ultranza del egoísmo e individualismo más radical que podamos pensar, pero hay que comprender bien qué significa en sus reflexiones el legítimo deseo de cada persona de unir destino y sentido de la propia vida, poniendo al dinero, por ejemplo, en su sitio, porque el motor que mueve la vida es la confianza en ese sentido de la vida, en los “para qué” vivimos: “El dinero y el poder y todas esas cosas por las que los hombres se torturan mutuamente y acaban por matarse a tiros tiene poco valor para quien se ha encontrado a sí mismo, para el obstinado. Éste sólo valora una cosa: la misteriosa fuerza en su interior, que le ordena vivir y ayuda a crecer”. Es verdad lo manifestado hasta aquí porque esa fuerza es la fuente de su vida y crecimiento, que no se mantiene, fomenta o profundiza con dinero y similares, ya que el dinero y el poder son invenciones de la desconfianza. Quien desconfía de la fuerza vital que cada persona tiene y, por tanto, carece de ella, debe compensarla con un sustituto, como es el poderoso caballero don dinero. El que confía en sí mismo y no desea nada más que su destino se manifieste dentro de sí mismo, rebajará estos sustitutos sobrevalorados y excesivamente caros a herramientas subordinadas. Para las personas obstinadas, su posesión y uso pueden ser convenientes, pero nunca esenciales.

Visto lo visto y leído lo leído, más allá de las interpretaciones de la lengua española de la palabra “obstinación”, me quedo con la de la palabra original en alemán, Eigensinn, como “la virtud de hacer caso solamente al propio sentido”, algo así como ser consecuente en la vida con lo que uno es, piensa y siente, tal y como lo intentó explicar Herman Hesse en su libro autobiográfico. En definitiva, “coherencia” en estado puro, nada más, incluso quedándonos con la brevedad de su significado actual en el diccionario de la lengua española: actitud lógica y consecuente con los principios que se profesan. Es verdad, porque ante lo que está pasando y estamos viendo, nos queda la palabra “obstinación”, entendida como la coherencia diaria en la ideología política de la izquierda, a pesar de los reveses actuales en nuestro país.

(1) Lukács, G. El asalto a la razón. Barcelona: Grijalbo, 1976, pág. 5. Traducción: Wenceslao Roces.

(2) Hesse, Hermann, Obstinación. Escritos autobiográficos, Madrid: Alianza, 1979 (3ª ed.), p. 9 y 90-96. Traducción: Anton Dietrich.

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