España al revés / 3. La corrupción política ya la condenó Cicerón en el siglo primero antes de Cristo

Cayo Tulio Cicerón (106 – 43 a.C.)

Sevilla, 10/VII/2025 – 21:00 h (CET+2)

La corrupción fue ayer la gran protagonista de nuestro país, concretamente por la comparecencia del presidente del Gobierno, a petición propia, al objeto de informar en el Congreso de los Diputados sobre los presuntos casos de corrupción conocidos por la filtración a los medios de comunicación y a la opinión pública de investigaciones en curso. Desgraciadamente y siguiendo lo proclamado por Gonzalo de Berceo (Quiero fer una prosa en román paladino en el qual suele el pueblo fablar a su veçino…), hay que reconocer (en roman paladino por supuesto) que la corrupción en política es más antigua que el hilo negro y quizás sea Cayo Tulio Cicerón (106 – 43 a.C.) quien mejor lo muestra a través de sus discursos conocidos como “Verrinas”, pronunciados contra Cayo [Gayo] Verres, un gobernador (pretor) romano de Sicilia, acusado de corrupción y abuso de poder. Leyendo estos discursos comprendemos ahora mejor que nunca lo manifestado por Terencio, cuando en su obra El enemigo de sí mismo, Cremes, un personaje curioso como protagonista, pronuncia una frase memorable que ha pasado a la posteridad: Hombre soy; nada humano me es ajeno (Homo sum; humani nihil a me alienum puto) o lo que es lo mismo, actualizándola a la realidad de nuestros días, la corrupción, como actitud humana, no nos es ajena tampoco.

Después de casi veintidós siglos, podemos constatar que la corrupción política sigue siendo una realidad reprobable y detestable desde todos los puntos de vista posibles. En cualquier caso y como perdura a día de hoy, desgraciadamente, es muy importante la propuesta que hizo ayer el presidente para redoblar esfuerzos nacionales para erradicarla desde la base en nuestro país, al presentar un Plan Estatal de Lucha contra la Corrupción, debiéndose asumir el principio de realidad de la corrupción que acompaña al animal político (según Aristóteles) por antonomasia, al ser humano desde el principio de los tiempos.

Indiscutiblemente, la dura realidad de la corrupción política impregna todos los discursos de Cicerón referidos a Verres, destacando La primera actuación [Actio prima in Verrem], que es recomendable leer con detenimiento porque las acusaciones que figuran en él bastaron para que Verres huyese al destierro y los múltiples protectores de sus tropelías corruptas desistieran de su defensa. A pesar de su autodestierro, Cicerón completó el conjunto de sus acusaciones contra Verres, recogidas en cinco discursos en su segunda actuación [Actio secunda]: Verres pre­tor en Roma [De praetura urbana], en el que describe la vergonzosa carrera política del acusado; Verres pretor en Sicilia [De praetura Siciliensi], abordando el lamentable gobierno de Verres en la isla; Discurso sobre el trigo [Oratio frumentaria], donde se señala el comportamiento corrupto del pretor en la administración tributaria de los cereales, fundamentalmente respecto del trigo; Las estatuas [De signis], donde se describe cómo se hizo famoso por los robos de obras de arte y , finalmente, su quinto discurso, Los suplicios [De supplicio], en el que demuestra la crueldad en el trato a determinados ciudadanos romanos.

Como botón de muestra, he seleccionado unas palabras de Cicerón en estas Verrinas (1), veintidós siglos después, concretamente las que dedica a Verres para hacer una descripción de sus diferentes acciones corruptas en su trayectoria política: “Para dejar a un lado las manchas e ignominias de su juventud, su cuestura, el primer escalón de la carrera política, ¿qué otra cosa tiene en su haber a no ser a Gneo Carbón despojado por su cuestor del dinero público, el cónsul desamparado y traicionado, el ejército abandonado, la provincia arrumbada, la estrecha relación del sorteo y los lazos religiosos violados? Su legación fue la ruina de toda Asia y de Panfilia, provincias en las que saqueó multitud de casas, numerosas ciudades, todos los templos, en la ocasión en que repitió e institucionalizó contra Gneo Dolabela aquel anterior crimen suyo de cuando cuestor, cuando con sus maldades provocó el odio contra aquel del que había sido legado y procuestor, y no sólo lo abandonó en medio de los peligros, sino que lo atacó y traicionó. Su pretura urbana supuso el saqueo de los lugares sagrados y de los edificios públicos y, al mismo tiempo, en el ejercicio de su jurisdicción, la adjudicación y donación de bienes y propiedades contra lo establecido por sus antecesores». Prosigue con la auténtica realidad de su conducta corrupta durante su pretura en Sicilia: «Pero donde ha dejado los más numerosos y más graves testimonios y pruebas de todas sus culpas es en la provincia de Sicilia, a la que maltrató ése y demolió durante un trienio hasta tal punto que de ningún modo puede restituirse a su anterior estado, ya que, parece, a duras penas podrá alguna vez recobrarse en parte alguna en el transcurso de muchos años y bajo la acción de pretores honestos. Cuando ése fue pretor, los sicilianos no tuvieron ni sus propias leyes ni nuestros senadoconsultos ni el derecho
común a los humanos: cada cual tiene en Sicilia cuanto escapó al desconocimiento o sobrevivió a la saciedad de este hombre tan acaparador y desenfrenado».

No hay que olvidar tampoco que fue la aristocracia romana la que protegió a Verres hasta el final de sus días, gracias al corporativismo judicial por el estamento social al que pertenecía como pretor y por el clamor popular en su defensa judicial por parte los ciudadanos beneficiados por sus múltiples actos corruptos. Sé que adentrarse en las Verrinas no es una oferta fácil ni amable para el verano, pero no viene mal acercarse a estas lecturas aleccionadoras de la memoria histórica y democrática sobre la denuncia de la corrupción política desde que el mundo es mundo, casi desde que se separó el cielo de la tierra, dice la historia que hueca y vacía por cierto, hasta que se creó al ser humano, muy buena creación por cierto y por mucho que nos sigan sorprendiendo hoy sus debilidades históricas.

La corrupción política sabe adaptarse a los nuevos tiempos, tras tantos siglos de historia, pero siempre ha sido, es y será detestable por los daños irreparables que ocasiona al interés general de la ciudadanía. De ahí la urgente e imperiosa necesidad de contrarrestarla con ordenamiento jurídico suficiente, que la vigile de forma preventiva, administrativa y políticamente hablando. Es la gran tarea política pendiente en nuestro país por parte de todos los partidos políticos, sin excepción alguna, que conforman en la actualidad el arco parlamentario.

(1) Cicerón, Marco Tulio, Discursos I. Verrinas, Madrid: Editorial Gredos, 1990, Traducción: José María Requejo Prieto, p. 245-247.

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