El lenguaje del poder otorga impunidad a la sociedad de consumo, a quienes la imponen por modelo universal en nombre del desarrollo y también a las grandes empresas que, en nombre de la libertad, enferman al planeta, y después le venden remedios y consuelos.
Eduardo Galeano, en Patas arriba. La escuela del mundo al revés.
Sevilla, 15/VII/2025 – 18:20 h (CET+2)
Hace tres años, en momentos difíciles para este país, escribí las líneas que siguen, que rescato hoy actualizándolas porque no han perdido un ápice de su valor. Fundamentalmente, porque sigo de cerca los acontecimientos mundiales que nos acechan por tierra, mar y aire: las guerras de Ucrania y Gaza, trumpismo en su máximo apogeo para mayor desgracia del mundo (sobre todo para los que menos tienen), corrupción muy presente en la vida política de nuestro país, cambio climático insoportable, inflación galopante a base de aranceles descontrolados, irrupción galopante del fascismo y de la ultraderecha mundial y nacional, entre otros muchos dignos de señalar. Detecto que lo que hay detrás, en bastantes ocasiones, es un lenguaje vacío y lleno de lugares comunes por parte de los «expertos» correspondientes que se permiten hablar sobre ellos, también sobre todo lo que se mueve, algo que recogió ya Eduardo Galeano en su libro Patas arriba. La escuela del mundo al revés, un libro de cabecera en mi biblioteca o clínica del alma. Bajo el epígrafe El lenguaje de los expertos internacionales, en la clase dedicada a la impunidad de los exterminadores del planeta, obviamente de la democracia, dice lo siguiente: “En el marco de la evaluación de los aportes realizados al redimensionamiento de los proyectos en curso, centraremos nuestro análisis sobre tres problemáticas fundamentales: la primera, la segunda y la tercera. Como se deduce de la experiencia de los países en desarrollo donde se han puesto en práctica algunas de las medidas que han sido objeto de consulta, la primera problemática tiene numerosos puntos de contacto con la tercera, y una y otra aparecen intrínsecamente vinculadas con la segunda, de modo que bien puede decirse que las tres problemáticas están relacionadas entre sí. La primera…” (1).
Leyéndolo con atención, nos damos cuenta de que no dicen absolutamente nada, porque son palabras huecas, sin sentido alguno. Suenan igual que las que pronuncian Otis B. Driftwood (Groucho) y Tomasso (Chico), en sus respectivos papeles en “Una noche en la ópera”, en una crítica mordaz sobre la burocracia y el formalismo aparente en la sociedad contemporánea, que personalmente lo llevo hoy al contrato social, que también existe, entre los representantes de los Gobiernos más la oposición, respecto de sus votantes. El lenguaje político que nos llega en estos días del Congreso, se convierte en algo muy parecido a lo expresado por Groucho Marx en la película citada: “la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte y la parte contratante de la primera parte será considerada en este contrato… Oiga ¿por qué hemos de pelearnos por una tontería como esta? La cortamos”. Ante la situación que vivimos, efectivamente, en el Congreso de los Diputados, donde sería importante que se comprometiera todo el arco político con el “estado lamentable de la nación”, acosada por los problemas internacionales de inestabilidad política por el avance de la ultraderecha política y las guerras que nos asolan, hemos visto que el método de los Hermanos Marx ha resultado infalible para el ala de la derecha y su ala ultra con siglas conocidas por todos, porque poco a poco van cortando todas las cláusulas del contrato social “firmado” en las elecciones para quedarse al final con una, la llamada por ellos “cláusula sanitaria”, después de haber leído más de ocho cláusulas que, finalmente, desaparecen con un hilo conductor que ellos mismos aceptan cuando Chico Marx dice: “Ahora en esta parte que sigue hay algo que no le gustará, a lo que responde Groucho: “Bien, su palabra es suficiente para mí”, rompiendo una vez más esa parte del contrato y diciendo con voz engolada: «Dígame, ¿la mía es suficiente para usted?», a lo que Chico Marx responde: «¡Desde luego que no!» Sobran palabras, eufemísticamente hablando, para explicar este escuálido contrato, no digamos cuando ocurre en el contrato social de la representación política y sus votantes, apoyadas por las grandes decisiones de los expertos en todo. La palabra no sirve para nada, porque no les queda cuando casi todo es corrupción y casi nadie se fía de nadie, aunque se parte de un aserto falso: todos los políticos son iguales, cuando la verdad objetiva es que no es así. Dicho sea de paso y en defensa de muchos políticos honrados.
Pero “la cosa” no acaba ahí para determinados expertos nacionales en la política, por ejemplo, que están sentados en el Congreso. Cuando ya no queda casi nada del contrato marxiano, Groucho y Chico, en sus respectivos papeles, abordan la cláusula final que es lo único que les queda del escuálido documento original:
Chico: “Espere, espere. ¿Qué es lo que dice aquí en esta línea.
Groucho: Oh, eso no es nada. Una cláusula común a todos los contratos. Solo dice.… dice… ”si se demostrase que cualquiera de las partes firmantes de este contrato no se haya en el uso de sus facultades mentales, quedará automáticamente anulado en todas sus cláusulas”.
Chico: Pero yo no sé si…
Groucho: No se preocupe, hay que tomarlo en cuenta en todo contrato. Es lo que llaman una cláusula sanitaria.
Chico: Ja, ja, ja… no me diga que ahora tenemos que vacunarnos.
Groucho: (dándole la flor del ojal de su chaqueta) Tenga, se la ha ganado por idiota.
Chico: Gracias”.
La cláusula sanitaria es el final de esta hilarante o esperpéntica escena, como también lo es cuando el contrato social con nuestros representantes políticos se rompe, se destroza en una trituradora de corrupción, máquinas de fango y malas formas de gobernar. La contaminación política de la corrupción es de tal calibre que se corrompe casi todo, por encima de todo la inteligencia, la corrupción mental, motivo por el que es necesario estar vacunado con la ética personal y colectiva, ante la epidemia de corrupción de amplio espectro que nos embarga. No me extraña que a modo de respuesta de Chico contra la mentira y la indignidad de la falsa política: “¡no me diga que ahora tenemos que vacunarnos”, Groucho, cuando entrega la flor de su ojal, reacciona en 1935 ante la otra parte contratante igual que aquél famoso asesor de Clinton cuando en la campaña presidencial de 1992 dijo una frase que ha pasado a la posteridad: ¡Es la economía, idiota! o lo que es hoy lo mismo, ¡es la corrupción, idiota, que no te enteras! En palabras de Galeano, algo parecido: “En el marco de la evaluación de los aportes realizados al redimensionamiento de los proyectos en curso, centraremos nuestro análisis sobre tres problemáticas fundamentales: la primera, la segunda y la tercera. Como se deduce de la experiencia de los países en desarrollo donde se han puesto en práctica algunas de las medidas que han sido objeto de consulta, la primera problemática tiene numerosos puntos de contacto con la tercera, y una y otra aparecen intrínsecamente vinculadas con la segunda, de modo que bien puede decirse que las tres problemáticas están relacionadas entre sí. La primera…”.
Comprendo mejor que nunca una frase de Emilio Lledó que me marcó para siempre: “Me preocupa la corrupción mental, que un ignorante con poder determine nuestra vida, ante la que hay que vacunarse urgentemente. Sencillamente, porque no somos idiotas, ni nos conformamos con que nos entreguen una flor en plena discordia”. Creo que ha llegado el momento de entrar con un buldócer ético en la sociedad y remover los grandes planteamientos sociales en los que estamos instalados. Es necesario por tanto comenzar a hablar de legalizar nuevos contratos sociales donde la responsabilidad política del Gobierno correspondiente y de la ciudadanía tengan un papel protagonista en los cambios copernicanos y prioritarios que se tienen que abordar con urgencia ética y social. Todo lo demás es seguir normalizando lo indeseable e imposible que no beneficia a nadie. Ya lo dijo, según atribución popular, el torero El Guerra: lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible.
Sobran palabras. Sobre todo, de determinados «expertos en todo», políticos y tertulianos de turno, porque la verdad brilla en ellos por su ausencia, cuando siguiendo de nuevo a Groucho Marx lo que deberían hacer es «estar callados y parecer tontos, antes que hablar y despejar las dudas definitivamente».
(1) Galeano, Eduardo, Patas arriba. La escuela del mundo al revés, 2003 (9ª edición). Madrid: Siglo XXI de España Editores, p. 223.
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