
Sevilla, 28/VIII/2025 – 11:38 h (CET+2)
Otra vez el cine cumpliendo, afortunadamente, una función social, didáctica y ejemplarizante, a través de una película italiana, La grazia, dirigida por Paolo Sorrentino, “un elogio de la política en tiempos de crisis”, como he leído en una crítica constructiva en elDiario.es, que ayer abrió el Festival de Venecia.
La sinopsis oficial creo que sólo introduce el verdadero hilo conductor de la película, la política útil y benefactora para la sociedad a la que debe servir: “Mariano De Santis, Presidente (ficiticio) de la República italiana, es un veterano político demócrata, humanista y cristiano, pero de repente comienza a dudar sobre varias importantes decisiones que debe tomar, en especial sobre si aprueba o no una ley de eutanasia, planteándose un gran dilema moral”. Habrá que verla para reforzar personalmente la utilidad de la buena política en democracia.
Si comienzo hoy con una visión “cinematográfica” de lo que está pasando y estamos viendo en este país, en el plano político, la primera reflexión en las postrimerías del verano y la entrada puntual del innegable “otoño caliente”, es que casi todo sigue igual, las derechas ultramontanas insultando y echando la culpa de todo lo que ocurre al presidente del Gobierno, en un negacionismo brutal de lo que significa la buena política, junto a una realidad flagrante, la de la izquierda cada vez más desunida, sin tomar conciencia, por respeto a sus votantes, de que próximamente “puede ser vencida” y con un denominador común: los y las protagonistas de la política indecente son el fiel reflejo de una máxima latina que aprendí en mis años jóvenes universitarios: gratia non datur, natura dispensatur o lo que es mismo en roman paladino (que decía Berceo), la gracia no presupone lo que la naturaleza no da, es decir, antes que ser buen político o buena política hay que ser buena persona, para entendernos todos, porque la gracia no es un bien infuso. Gracia entendida en este caso tal y como se asume por la iglesia católica: favor sobrenatural y gratuito que Dios concede al hombre para ponerlo en el camino de salvación. O lo que es lo mismo, otra vez: cualidad de buena persona y digna que determinados políticos y políticas creen que la naturaleza les ha concedido desde su nacimiento, por la gracia divina, sin mezcla de educación alguna, en su sentido más extenso.
Vivimos en el reino de la mediocridad y a esta corriente se apuntan los y las políticas que no acaban de entender su verdadera función, no asumiendo el gran principio latino expuesto anteriormente: la gracia no presupone lo que la naturaleza de cada uno, de cada una, no le ha dado a lo largo de la vida, entendida esta “naturaleza” como educación política integral e integrada, para empezar, como simples ciudadanos de a pie. Como decía Jorge Wagensberg (Aforismos), “lo mediocre es peor que lo bueno, pero también es peor que lo malo, porque la mediocridad no es un grado que pueda mejorar o empeorar, es una actitud. Todo mediocre cree haber descubierto lo que es poder: poder es poder hacer sufrir”. Un político o política, mediocre, mala persona, porque la gracia no presupone en ellos lo que la naturaleza no les ha dado, pueden hacer sufrir mucho a este país, a la democracia. Seguimos estando avisados.
Recuerdo al excelente escritor Manuel Rivas cuando en el periodo preelectoral de 2019 decía: “Hay mucha gente desencantada de la política, tal vez porque tenía de ella una visión providencial. Yo no estoy desencantado, ni encantado, porque no espero milagros. Me parece suficiente milagro una política que no haga daño. Aunque imperfecta, que no cause desperfectos. Que no penalice la libertad, que no normalice la injusticia, que frene la guerra contra la naturaleza. Una política que no se nos caiga encima”. Efectivamente, que determinados políticos y políticas no hagan daño, porque su desvergüenza no la puede suplir la gracia divina, tan creyentes ellos.
Mientras que la nave política va… en nuestro país, gracias, grazie tante, Sorrentino, por enseñarnos que otro mundo político es posible.
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CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.
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