Mañana no será lo que Dios quiera
Ángel González, El futuro, en Sin esperanza con convencimiento, III, 1961.
Sevilla, 6/IX/2025 – 09:15 h (CET+2)
Se celebra hoy el centenario del nacimiento del poeta Ángel González, en Oviedo, el 6 de septiembre de 1925, figura clave de la Generación del 50, un día muy importante en su azarosa vida, que nos dejó escrito un poema para la posteridad, Para que yo me llame Ángel González…, en su obra Áspero mundo (1956):
Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento…
Se refleja en estas palabras su lucha interior por encontrar sentido a la vida, un hilo conductor que subyace en toda su obra poética, tantas veces recordada en este cuaderno digital. Son 26 versos a modo de retrato existencial de una persona que cohabita un áspero mundo, inhóspito a todas luces, sin creencias en un más allá, aunque el más acá tampoco le aclarara, algunas veces, nada.
He entrado en mi biblioteca, mi clínica del alma, para reencontrarme con una novela biográfica sobre Ángel González, Mañana no será lo que Dios quiera, escrita por Luis Garcia Montero, porque recordaba que uno de sus capítulos, La carpeta azul, “muy descolorida”, lo dedicaba en su fondo y forma a analizar la trastienda biográfica que justificaba esa alusión tan personalizada de su nombre por parte del poeta: “Cuando Ángel González sube con paso lento a un escenario para leer sus poemas, tose, se mete en la boca un caramelo de menta que no engaña a sus pulmones de fumador, vuelve a toser, da las gracias al público asistente y comienza con unos versos de su primer libro, «Áspero Mundo» (1956). Es, dice el poeta, algo así como su sintonía oficial”. Se refiere, obviamente, a su poema Para que yo me llame Ángel González, porque en él se sustancia la compleja intrahistoria de su infancia y juventud. Su vida y obra se resumen perfectamente en un oxímoron del poema: fue el éxito
de todos los fracasos. Recordarlo hoy es una obligación ética por mi parte, respetando la memoria histórica y democrática de este país, de un poeta de profunda reflexión existencial, golpeado por la guerra civil y sus terribles daños colaterales, un poeta que hizo de sus poemas un arma cargada de presente y futuro, recordando a Gabriel Celaya.
Las palabras de Luis Garcia Montero en la obra citada, tan próxima a Ángel González, retratan de forma asombrosa a la persona de secreto, algunas veces la de todos, un perfil que hoy celebro recordar en este centenario: “Detrás de la barba de Ángel González, se esconde la imprudencia más precavida que pueda conocerse. Los acontecimientos de la historia lo sorprendieron desde muy pronto en lugares propicios a las grandes borrascas o a las sequías aniquiladoras. Por voluntad o por fortuna, otros individuos pasan su vida en zonas templadas, amparados por la caridad de unos elementos atmosféricos que se comportan como perros falderos. La buena lluvia, el sol suave, la brisa primaveral facilitan mucho las rutinas de la existencia. Ladran alguna vez, pero no muerden. La cuestión es que Ángel prefiere los gatos a los perros, y desde muy niño se acostumbró a que la historia se encontrara con él a la intemperie. Mientras saltaba por los árboles, las tapias y los tejados de su barrio, el viento frío del norte arrastró nubes oscuras, ramas quebradas, papeles de periódico con noticias alarmantes, revoluciones, golpes de Estado, guerras, victorias y derrotas, descargas de fusiles, tiros de gracia y horas de silencio conmovido”.
No olvido a Ángel González y reconozco que necesito leerlo detenidamente para comprenderlo. Cien años no son nada cuando leo, emocionado y agradecido, unas palabras del poeta que me acompañan a lo largo de mi vida:
Donde pongo la vida pongo el fuego
De mi pasión volcada y sin salida.
Donde pongo el amor, toco la herida.
Donde dejo la fe, me pongo en juego.
Pongo en juego mi vida, y pierdo, y luego
Vuelvo a empezar sin vida, otra partida.
Perdida la de ayer, la de hoy perdida,
No me doy por vencido, y sigo, y juego.
Lo que me queda: un resto de esperanza.
Al siempre va. Mantengo mi postura.
Si sale nunca la esperanza es muerte.
Si sale amor, la primavera avanza.
Pero nunca o amor, la fe segura:
Jamás o llanto, pero mi fe es fuerte.
NOTA: el vídeo de cabecera se ha recuperado hoy de L’Associació Col·legial d’Escriptors de Catalunya (ACEC).
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