
Sevilla, 24/XII/2025 – 07:40 h UTC (CET+1)
Hoy, con la lectura de los capítulos XVIII al XXI, descubro de nuevo el contexto en el que nació un aserto que procuro mantenerlo muy presente en mi vida: lo esencial es invisible a los ojos. La última vez que lo consideré en profundidad fue en 2022, con ocasión de una visita a una tienda de ropa en mi ciudad, mi planeta actual en lenguaje principesco, en la que me encontré con un mensaje que pertenece a esas reflexiones que permanecen en mi memoria de hipocampo. Fue en una camiseta, donde se podía leer la citada frase, lo esencial es invisible a los ojos, pronunciada por el zorro que se convierte en amigo del principito, al finalizar su famoso capítulo XXI:
“—Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
—Lo esencial es invisible a los ojos —repitió el principito, a fin de acordarse.
—El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.
—El tiempo que perdí por mi rosa… —dijo el principito, a fin de acordarse.
—Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro—. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa…
—Soy responsable de mi rosa, repitió el principito, a fin de acordarse”.
Los capítulos anteriores son sólo un antesala de este genial descubrimiento, acompañando por mi parte al principito en su travesía personal del desierto, buscando hombres a modo de Diógenes redivivo (capítulo XVIII), donde encuentra una rosa desafiante que le enseña algo alarmante sobre su preocupación desértica: “¿Los hombres? Creo que existen seis o siete. Los he visto hace años. Pero no se sabe nunca dónde encontrarlos. El viento los lleva. No tienen raíces. Les molesta mucho no tenerlas”. A estas palabras, el principito solo dijo “adiós”.
Prosigue su viaje subiendo a una alta montaña (capítulo XIX), donde sólo escucha el eco de sus demandas, de su soledad: “—Estoy solo…, estoy solo…, estoy solo —respondió el eco. «¡Qué planeta tan raro! —pensó entonces—. Es seco, puntiagudo y salado. Y los hombres no tienen imaginación. Repiten lo que se les dice… En mi casa tenía una flor: era siempre la primera en hablar…». Continúa su camino, descubriendo por fin una ruta que le lleva a la “morada de los hombres” (capítulo XX). Entra en un jardín de muchas rosas donde se sintió muy desdichado, porque “su flor le había contado que era la única de su especie en el universo. Y he aquí que había cinco mil, todas semejantes, en un solo jardín”. Él se creía rico con una flor única, porque “no poseía más que una rosa ordinaria. La rosa y mis tres volcanes que me llegan a la rodilla, uno de los cuales quizá está apagado para siempre. Realmente no soy un gran príncipe…». Y , tendido sobre la hierba, lloró”.

Llego finalmente al extraordinario capítulo XXI, donde aparece un zorro, “no domesticado“, otro gran protagonista de esta aleccionadora aventura, tal y como comentaba al comienzo de estas palabras. Todo comienza con el diálogo en torno al significado de “domesticar”: —Es una cosa demasiado olvidada —dijo el zorro—. Significa «crear lazos». —¿Crear lazos? —Sí —dijo el zorro—. Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo. Empiezo a comprender —dijo el principito—. Hay una flor… Creo que me ha domesticado”.
No olvido este diálogo tan aleccionador. Vuelvo a leer y reproducir el final de este capítulo, porque es una lección preciosa en tiempos revueltos, donde debemos tomar conciencia de que debemos “perder tiempo” con las personas que queremos, algo que nos roba la llamada “inteligencia” del teléfono móvil, por ejemplo. Será, en este mundo al revés, algo que nos llenará de placer interno porque habremos domesticado, en el sentido más puro del término, lo que queremos en quien creemos, aunque en principio sea algo invisible para los ojos, algo que se parecerá mucho a la rosa del principito, como ejemplo precioso en nuestras vidas:
“—Adiós —dijo el zorro—. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
—Lo esencial es invisible a los ojos —repitió el principito, a fin de acordarse.
—El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.
—El tiempo que perdí por mi rosa… —dijo el principito, a fin de acordarse.
—Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro—. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa…
—Soy responsable de mi rosa —repitió el principito, a fin de acordarse”.

El secreto del zorro está desvelado y me siento muy feliz al compartirlo. Yo también sigo teniendo rosas a las que cuidar cada día, porque sé que son una vida, la esencia misma de la vida, en un mundo al revés en el que lo esencial sigue siendo muchas veces invisible a los ojos.
oooooOOOooooo
🕵️♀️ Yo apoyo el periodismo que exige transparencia. 🔎 Conoce Civio: https://civio.es/ #TejeTuPropioAlgoritmo
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.
UCRANIA, GAZA, SAHEL Y PAÍSES EN GUERRA, EN GENERAL
¡Paz y Libertad!
