Cerebro y género: una cuestión de amígdalas

¿Quién nos iba a decir que entre las inteligencias múltiples de cada persona, la emocional tiene el tamaño de una almendra?. Es así. En el cerebro se encuentra una estructura cerebral, del tamaño de una almendra, que se llama “amígdala” (del griego ὰμυγδάλη, almendra), situada exactamente en el lóbulo temporal y forma parte, junto a otras estructuras cerebrales, como el hipotálamo, el septum y el hipocampo, fundamentalmente, de los circuitos responsables de la emoción, de la motivación y del control del sistema autónomo o vegetativo. Todo ello configura el denominado sistema límbico, responsable directo de la codificación del mundo personal e intransferible de los sentimientos y de las emociones. Con el control férreo de la corteza prefrontal, como corteza de asociación situada en el lóbulo frontal. Una parte muy importante de la corteza (servilleta) cerebral, utilizando la descripción del tamaño de la misma hecha por Jeff Hawkins (1).

Desde el punto de vista científico, ya sabemos muchas cosas de la amígdala cerebral. Es una estructura muy pequeña y evolutivamente muy antigua. Dependiendo de su tamaño se puede identificar el carácter de una persona, llegándose a saber que una atrofia de la amígdala llevará a la persona que la sufra a una seria dificultad en el reconocimiento de los peligros, siendo realmente asombrosa la asociación que se puede llegar a dar entre su hipertrofia y la violencia y agresión. Se puede llegar a conocer hoy, a través de técnicas no invasivas de tomografía mediante emisión de positrones (PET), el coeficiente de las emociones en cada lado de la amígdala.

Se ha demostrado también que pacientes con la amígdala cerebral lesionada no son capaces de reconocer la expresión de un rostro o si una persona está contenta o triste. Por otro lado, en experimentos con monos a los que se les extirpó esta glándula, se demostró que éstos manifestaban tras la extirpación un comportamiento social alterado, con una pérdida de la comprensión de las reglas de relación de la manada, además de verse afectadas las actitudes maternales y las reacciones afectivas frente a sus iguales. Asimismo, la amígdala cerebral también se relaciona con la capacidad de aprendizaje y con la memoria.

He leído con atención el estudio llevado a cabo por la Unidad de “neuroimaginería cognitiva” del Inserm (el instituto francés de la salud y de investigación médica) y por el hospital Pitié-Salpêtrière de Francia, que ha demostrado que nuestro cerebro es capaz de integrar nociones tan abstractas como las de un campo semántico, las de los significados, incluso antes de que conscientemente podamos leer las palabras que los contienen. Además, el papel jugado por la implantación de electrodos en las amígdalas cerebrales de un grupo de pacientes epilépticos desvelaron actividad cerebral derivada de la significación de una serie de palabras mostradas a gran velocidad, a pesar de que los pacientes no pudieron ni leerlas. La complejidad de nuestros procesos mentales inconscientes es por tanto mucho más rica de lo que se estimaba. El trabajo ha sido dirigido por el neurólogo y doctor en Neurociencias cognitivas, profesor Lionel Naccache y ha sido publicado por la revista Proceedings of the National Academy of Science. El cerebro es capaz de decodificar el significado y el sentido emocional de palabras que se presentan al sujeto de manera subliminal, señalan los resultados de un estudio. De ahí la importancia de los anuncios publicitarios y su falta de inocencia. Obvio. Y qué campo tan interesante se abre para la educación infantil y en casa, en el trabajo y en la Universidad. Los elementos de contexto en los que vivimos nuestra existencia diaria, ¡cuántas palabras e imágenes, cuantos estados afectivos momentáneos (emociones) y duraderos (sentimientos) se pueden estar desarrollando y elaborando en nuestro interior sin que tomemos plena conciencia de ello!. Es lógico que a veces digamos “no sé lo que me está pasando”. Responsable: la amígdala personal e intransferible y su integración en circuitos más complejos.

El binomio miedo-agresión, está asentado en la amígdala. Si el tamaño es mayor en el hombre, por mera determinación anatómica, la correlación es más compleja. Por ello, las salidas de tono virulentas en los hombres tienen una determinación estructural cerebral, más acusada que en las mujeres. Y con una responsabilidad añadida: la corteza prefrontal, esa zona maravillosa de razonamiento neurológico, al intervenir otras muchas entradas de información a esa zona y equilibrar todas las balanzas imaginables de los procesos que se computan en el cerebro, hace que se module la conducta a observar finalmente, creando patrones para la memoria predictiva: si ya me pasó esto en una situación anterior, atención, porque me puede volver a pasar lo que ya sé que va a pasar. Sorprendente. No es el destino biológico preprogramado de hombre y mujer lo que justifica determinadas conductas, sino que los aprendizajes de situaciones que se han repetido en muchas ocasiones de la vida, “modula” una determinada forma de ser en el mundo, desencadenando procesos hormonales y activaciones eléctricas de circuitos neuronales que ya han “aprendido” a desenvolverse así en situaciones similares. Y la amígdala sigue ejecutando siempre su trabajo.

El estrógeno, la progesterona y la testosterona son las principales actrices invitadas en el funcionamiento de la amígdala en el cerebro sexuado. Todo lo que ocurra a nivel hormonal afecta a la amígdala. La razón es obvia: si el estrógeno está equilibrado en su funcionamiento ordinario, complejísimo, la amígdala hará vivir y sentir las emociones conscientes e inconscientes de forma regular, modulando actuaciones preprogramadas. De ahí la importancia de la memoria predictiva (teoría de Jeff Hawkins), de la que ya he hablado en post anteriores. Después, los sentimientos y emociones que se construyen en la amígdala, en compañía del hipocampo y del hipotálamo, se bifurcan en razón del protagonismo que concurra en relación con las hormonas masculina ó femenina: la progesterona y la testosterona. Y en cada ciclo de vida personal, el protagonismo es diferente. Por ello, la inteligencia individual, comienza a escribir en el libro de vida de cada uno en particular, cómo se aborda la resolución de problemas diarios para vivir de forma adecuada. Sin florituras agregadas. Solo se regula la mejor forma de vivir. Es lo que en América se trata de solucionar con Prozac, sabiendo que mi amígdala es sensible de forma particular con todo lo que a mí me pasa y me acaba afectando de forma momentánea (emociones) ó duradera (sentimientos).

Y una realidad estructural del cerebro, la mielina, tiene una responsabilidad crucial en la conexión obligada, autopista o camino vecinal, entre la amígdala y el centro de control de las emociones: la corteza prefrontal. Me gusta comparar la mielina con el cable de antena del televisor, forrado con una malla de cobre a modo de dendritas y con un plástico que le aisla del mundo exterior y protege la conductividad, ofreciendo todas las garantías de neurotransmisión, de transmisión en definitiva de las señales eléctricas. La corteza cerebral se alimenta de millones de descargas de la amígdala y pide retroalimentación. Y esto se aprende. Es la experiencia del ciclo de vida de hombres y mujeres, desde que somos niñas y niños, experimentamos la adolescencia (cuantos cables sin mielina, sin protección se intercomunican a esta edad, desencadenando explosiones afectivas que ahora sabemos ya por qué ocurren), crecemos en el estereotipo del “amor” solo, homosexual ó heterosexual, y nos hacemos personas mayores donde las garantías del cableado cerebral comienzan a caducar, a deteriorarse e incluso a morir (Alzheimer). Este conocimiento nos lleva a ser muy prudentes con los autojuicios o sobre los que hacemos de los demás. Es “cuestión de química” (¿de amígdala?), siendo esta expresión coloquial una verdad como un templo, porque la conducción química es vital para nuestra amígdala, como explico a continuación.

Por su importancia actual, derivada de investigaciones recientes, es importante resaltar los últimos descubrimientos sobre unas células olvidadas desde los trabajos de Cajal, las células glía y en un papel muy importante: la neurotransmisión de sustancias vitales para el funcionamiento del cerebro, en una tarea muy concreta, en el trayecto que va desde la amígdala a la corteza cerebral y viceversa (a la amígdala le gustan las distancias cortas…), de acuerdo con unas declaraciones recientes de R. Douglas Fields, del Instituto Nacional de Salud Infantil y Desarrollo Humano, en Bethesda, Maryland, especialista en plasticidad del sistema nervioso: «Aún tenemos mucho que aprender, pero entre los neurocientíficos hay un tremendo interés (en estas células), ya que creen que podrían haber ignorado casi la mitad del cerebro». Este investigador, junto a Beth Stevens-Graham, ha escrito un artículo de revisión sobre la glía, publicado en la revista Science (2), de sumo interés: «Cada vez más, se hace evidente que la glía contribuye al proceso de información en el cerebro detectando la descarga de las neuronas y comunicándose entre ellas para, a su vez, regular la actividad neuronal». La nueva conciencia sobre la importancia de las células gliales se ha desarrollado, en parte, debido a nuevos métodos de radiografía por imágenes que permiten a los científicos observar las señales químicas que la glía usa para comunicarse, entre ellas mismas y con las neuronas. La glía y las neuronas operan en formas diferentes. Aunque a menudo se comparan las señales eléctricas de las neuronas con las que tienen lugar en las líneas telefónicas, la glía se comunica por medio de señales químicas, que son mucho más lentas. Entre las numerosas funciones de la glía, dijo Fields, están las de regular la intensidad de las conexiones interneuronales llamadas sinapsis. Pero la glía también puede detectar señales eléctricas de otras partes del cerebro, además de las sinapsis, según el investigador. Estas señales, añadió Fields, «son particularmente importantes para regular el desarrollo glíal en la vida fetal y postnatal temprana».

Los mensajes también controlan la actividad de la glía que forma la mielina, el «aislante» que protege las fibras nerviosas, mencionó el científico. La comunicación entre las neuronas y las células gliales podría formar parte de las actividades cerebrales que suceden en un período relativamente largo de tiempo, según Fields. «Esto sería importante», dijo el científico, «en aquellos procesos como el desarrollo del sistema nervioso, la formación de las sinapsis, la migraña, la depresión, el aprendizaje y la memoria». Esta comunicación podría también estar presente en la forma en que el cerebro responde al daño, a la enfermedad y al dolor crónico, añadió el investigador”.

Estudios recientes llevados a cabo en la Clínica de Neurocirugía de la Universidad de Bonn, han señalado el papel trascendental de las células glía, neuroglías, en su argot, destacando las funciones que desempeña un tipo de célula glial, el astrocito, desconocidas hasta ahora pero que pueden revolucionar el conocimiento del procesamiento del entendimiento entre neuronas, como árbitro imprescindible. Es una célula muy común en el cerebro y su relación con la sinapsis y con los vasos sanguíneos, pero junto a las funciones clásicas de nutrición y sostén de las neuronas, se han descubierto funciones auxiliares muy diversas: “se ocupan de que las concentraciones iónicas permanezcan constantes en el espacio situado entre las células cerebrales; recogen las sustancias mensajeras –los neurotransmisores- liberadas por las neuronas y bloquean sus efectos; por último proveen de nutrientes a las células nerviosas. Va ganando terreno, además, la idea de que el propio grupo de astrocitos se compone, a su vez, de tipos celulares muy distintos que, en parte, realizan trabajos completamente diferentes. Por si fuera poco, se les empieza a reconocer a los astrocitos, su participación en el procesamiento de la información cerebral, capacidad que se suponía exclusiva de las neuronas” (3).

Tengo la impresión que la próxima vez que nos comamos una almendra, vamos a tener una sensación (¿emoción, sentimiento?) diferente de lo que hacemos. Probablemente, porque la amígdala cerebral de cada una, de cada uno, ha mandado unas señales neurológicas diciendo a la corteza cerebral que ya sabe por qué está sintiendo algo especial. Misión cumplida.

Sevilla, 25/II/2007

(1) Hawkins, J. y Blakeslee, S. (2005). Sobre la inteligencia. Espasa Calpe: Madrid.

(2) Douglas Fields, R. & Stevens-Graham, B. New Insights into Neuron-Glía Communication. Science 18 October 2002: Vol. 298. no. 5593, 556–562.

(3) Krebs, C., Hüttmann, K. y Steinhäuser, Ch. (2005). Células de la glía. Mente y Cerebro, 11, 66-69.

Cerebro y género

Género y vida

Cerebro y género: ¿diferentes inteligencias?

Hay amigos que me dicen que he iniciado una misión imposible. Sin embargo, creo que no es difícil abordar estas aportaciones al debate de género si se parte de unas bases científicas irrefutables al día de hoy, no sé mañana, en relación con el conocimiento de las características cerebrales de las mujeres y de los hombres, con la finalidad confesable de que no se trate igual a los desiguales, es decir, para que no asignemos roles iguales a quienes parten de características genéticas y hormonales diferentes. Fundamentalmente, para que no se desplacen a la ciencia problemas conceptuales y de la realidad cotidiana que solo pertenecen al ámbito estrictamente social y político, en la más amplia acepción de los términos.

Hoy voy a analizar con base científica, al menos así lo pretendo, la realidad de la llamada “inteligencia femenina y masculina”. ¿Existen, realmente? Creo que no. Existe una inteligencia concreta de un ser humano, comprensiva de otras muchas formas de ser inteligentes, que ha sido concebido como hembra, como varón, y que obedece a un patrón genético personal e intransferible, con un programa de vida desconocido que lo va a modelar a lo largo de su existencia. Es verdad que existen unas diferencias anatómicas evidentes, indiscutibles. Pero las capacidades derivadas del carné genético todavía no se conocen, es decir, se desconocen las auténticas posibilidades de ser de cada una, de cada uno, como una limitación de base existencial que nos debería hacer reflexionar hacia la sencillez y humildad del “todavía no sabemos porqué ocurren estas cosas” en el cerebro, en la corteza cerebral sobre todo. Y esta realidad nos afecta a todos, por igual. Somos iguales en el desconocimiento del porqué de nuestras comprensiones, de nuestro desarrollo cognitivo, de nuestra consciencia y, sobre todo, de nuestro devenir particular. No nos engañemos, podemos predecir, pero no sabemos con exactitud de reloj suizo qué es lo que va a suceder en nuestros cerebros en el segundo siguiente. Aquí se parte de la principal igualdad de género. Y esta aventura la contrataron nuestros padres. Así, hasta el infinito.

Pero las ciencias adelantan que es una barbaridad. Y hoy se saben muchas cosas sobre la morfología de muchos cerebros de hombres y de mujeres. Se ha elaborado el mejor atlas mundial del cerebro, con sede en el Laboratorio de Neuroimagen (LONI) de la Universidad de California, que “describe la actividad cerebral, localiza el sitio preciso de funciones tales como el habla, la memoria, la emoción y el lenguaje, a la vez que destaca que esos emplazamientos cerebrales dependen de variables como las características del individuo y la población. Es como si a un Atlas de geografía tradicional se le añadiera información sobre los patrones del clima, las temperaturas del océano, datos socioeconómicos y el flujo de habitantes. Los primeros cartógrafos del cerebro dependían de un solo ejemplar para crear un Atlas cerebral que supuestamente representa a todos. Los datos para trazar este Atlas se recopilaron a partir del estudio de siete mil cerebros, incluyendo los de 342 gemelos. Tal y como ha proclamado en bastantes ocasiones el doctor Mazziotta (experto en el tratamiento de estas imágenes) “este es un proyecto de la frustración básicamente. Por muchos años, todos lo que estudiamos la estructura y funciones del cerebro hemos tenido que lidiar con el hecho de que no hay dos cerebros iguales ni en forma o tamaño, como tampoco en función, pero cuán diferentes son y cómo debemos compararlos eran dos cosas que no se sabía» (1). Y algunas conclusiones se pueden aportar ya al conocimiento humano. Esa es la misión de hoy.

Por ejemplo, se conoce muy bien la llamada “lateralidad cerebral” a través de los hemisferios que lo conforman, tal y como lo expresaba la doctora Barral en el encuentro que ya cité en el post Cerebro y género: mitos a desmontar: “los hombres tienen más desarrollado el hemisferio izquierdo, es decir, el cerebro racional, y las mujeres el área del lenguaje y el hemisferio derecho, que es el que controla la vida emocional. “De eso se ha extraído que las mujeres son más lábiles e impredecibles, lo que ha tenido consecuencias clínicas, como una mayor prescripción de ansiolíticos a las mujeres”. Sin comentarios. Llevo estudiando desde hace quince años la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner y sin que tengamos que elevarla a los altares, junto a otro santo de la devoción mundial, Goleman, a través de su afamada y nada inocente “inteligencia emocional”, es indiscutible que han hecho unas aportaciones muy importantes a la comunidad científica, porque las posibilidades de ser inteligentes, a cualquier escala, se han ampliado, sin dejarlas reducidas a determinados patrones americanos, para mayor INRI, donde los cocientes intelectuales se definían solo por una forma de demostrar la inteligencia de cada uno. Pero no se aborda la quintaesencia que posibilita esta forma de ser inteligentes. ¡Cuánto han sufrido mujeres y hombres, niñas y niños en el mundo porque durante su crecimiento no respondían a los patrones educativos y sociales de su entorno: padres, familia, amistades, escuela, Instituto, Universidad, iglesias, creencias, empresas y organizaciones diversas! Y que poco tenía que ver su comportamiento con su corteza cerebral personal e intransferible, solo analizado por el “laboratorio de la vida” en el que cayeran, en el sentido más duro del término, en el que nacieran y se desarrollaran hasta alcanzar algún umbral de libertad personal y de conocimiento, si es que alguna vez lo alcanzaban. ¡Qué falta de rigor y de base científica para juzgar una forma de ser y estar en el mundo!, ¡qué irresponsabilidad individual y colectiva en el tratamiento de género!  Y no hay nada más inteligente que el cerebro individual, donde se ha demostrado en el laboratorio que millones de neuronas hacen un trabajo ordinario, excelente, para ordenar el comportamiento de cada una, de cada uno, en una soledad sonora jamás contada a la que los científicos llaman plasticidad.

Y una aclaración a la lateralidad de los hemisferios cerebrales: el hecho de que el hemisferio izquierdo esté más desarrollado en los hombres, no significa que sean por sí mismos más inteligentes. ¿Por qué? Sencillamente porque el hemisferio izquierdo siempre es el dominante tanto en la mujer como en el hombre, porque es el responsable de la capacidad lingüística, de la categorización y de la simbolización: es el que otorga todas las posibilidades de agregar valor a la palabra. Y también es el responsable del control de las extremidades usadas en los movimientos habilidosos, con sentido: la mano, el brazo, la pierna. Dar la mano, adquiere así un valor incalculable. Y los grandes descubrimientos que quedan por hacer vienen de un hemisferio también compartido, el derecho, llamado también hemisferio menor, no dominante. Por eso nunca entendí aquella frase de mi infancia madrileña, en el discreto encanto de la burguesía; “los hombres no lloran”. Era imposible entenderlo porque la maduración cognitiva de mi cerebro, a los seis años, estaba muy distante de tener preparado mi “cableado” cerebral para comprender esta forma de ser en el mundo, debido siempre a una forma de entender la cultura. Pero igual mi hermana, que aunque lloraba desconsoladamente y con alguna frecuencia, tampoco lo estaba. Aunque sí estaba permitido para ella y se justificaba con displicencia a quienes nos preocupaba el sentimiento de la vida. Torpeza para muchos, en aquella época, cuando crecíamos en unas condiciones muchas veces lamentable.

En el artículo tantas veces citado (2), se aborda esta realidad en la proyección social y política: “Por la misma razón, según Ferrús, no deberían adoptarse decisiones de políticas de igualdad sin una sólida base científica. “Si hay un ámbito tintado de intereses acientíficos, ése es el de las diferencias sexuales en el cerebro y el comportamiento”, sostuvo. “Efectivamente, esas diferencias existen y tienen consecuencias en los comportamientos. Pero si se quiere conseguir que la sociedad sea igualitaria, no se debe tratar igual a quienes son diferentes”. Ferrús indicó que determinados centros educativos de élite de Estados Unidos están considerando seriamente volver a la segregación en determinados aspectos educativos “porque se han dado cuenta de que es la única forma eficaz de que surja el liderazgo entre las mujeres y no se reproduzca el fenómeno de inhibición en presencia del macho. Es un tema abierto, pero habría que reflexionar sobre ello”.

Para esto sirve la ciencia, para descubrirnos las maravillosas posibilidades que nos ofrece el cerebro, a cada una y a cada uno, a pesar de aquellas limitaciones en nuestra conducta, que siempre permanecen en la memoria histórica para nuestra desgracia. Y esa es otra, porque reconstruir la vida y predecir la conducta actual se hace con mucho esfuerzo de romper barreras creadas por los patrones sociales que tanto nos marcan en la vida.  Y vamos viendo a través de estos artículos, de estos post, que ser hombre y mujer no tiene por qué llevarnos por unos derroteros poco asimilados y acordes con nuestra forma de ser. Porque contamos con un activo maravilloso: un cerebro bien diferenciado y con un programa genético que solo tiene un handicap importante, porque todavía no sabe la ciencia como explicarlo de forma que podamos tomar el control pleno de nuestra existencia. Ahí radica el problema del gobierno por parte de los otros. De cualquier “otro”, porque al buen entendedor, pocas palabras bastan. Sinceramente, porque a diferencia del doctor Mazziotta, no creo que defender esta tarea científica sea ya un “proyecto de frustración”.

Sevilla, 3/II/2007

Género y vida

(1) LONI, Laboratory of Neuro Imaging, UCLA. Recuperado el 9 de septiembre de 2006,  de http://www.loni.ucla.edu/media.

(2) Pérez Oliva, M. (2006, 21 de marzo). Cerebro de hombre, cerebro de mujer. El País, p. 48.

Cerebro y género: materia blanca contra materia gris

Es una verdad histórica, pero no científica que los hombres tienen más materia blanca que las mujeres, porque “ellas” tienen más materia gris. Y eso “los hombres” no lo pueden aguantar: cómovaasereso, todo seguido, como dando más fuerza al grito de desesperación biológica, sobre algo aprendido desde la tierna infancia para gran desconsuelo de la realidad humana de todos los días. Pero, ¿qué se quiere decir con manifestaciones grotescas de la materia gris, algo más conocida, o sobre la supremacía de la materia blanca? Y Lawrence Summers, el director de la Universidad de Harvard, vino en 2005 a reforzar estas ideas, echando leña al fuego, cuando aportó reflexiones científicas en relación con el progreso más lento de las mujeres en las ciencias y las matemáticas, porque “podría deberse a diferencias innatas entre los sexos”.

Primero vamos a explicar el origen de sus nombres. La materia gris, mejor explicado científicamente como sustancia gris, que lleva ese nombre porque a simple vista se ve de ese color, es una porción del sistema nervioso central que incluye la corteza cerebral, los ganglios basales y el núcleo del cerebro, así como el cordón espinal que queda envuelto por la materia blanca. La materia blanca (sustancia blanca) es el nombre que se le da a las partes del cerebro y la médula espinal que tienen a su cargo la comunicación entre las diferentes zonas de materia gris, y entre la materia gris y el resto del cuerpo. Su apariencia es blanca, con fibras nerviosas (lípidos y proteínas) cubiertas de mielina (sustancia en forma de vaina que rodea ciertas fibras nerviosas, a modo del plástico de color que rodea los cables de cobre). Es un elemento muy importante del llamado “cableado cerebral”, porque tiene la responsabilidad de proteger y dar seguridad a la conducción de señales nerviosas a lo largo de grandes distancias.

Aclarado su origen, es importante conocer a fondo sus funciones. Ambas sustancias están presentes en todos los seres humanos, con diferencias anudadas al tamaño real, corporal, de cada uno de ellos, pero siendo una realidad constatada en el atlas cerebral mundial que la sustancia gris es patrimonio esencial de todos los seres humanos, que su problema principal llamado a ser la cuna del desarrollo cognitivo no está vinculado ni con el tamaño del cerebro ni con el sexo y que ambos necesitan de forma personal e intransferible contar con la plasticidad de la sustancia blanca, de ambas sustancias en definitiva. El desarrollo de cada sustancia en cada ser humano es el enigma que parte del carné genético y, posteriormente, del desarrollo evolutivo en un entorno específico. Por tanto, es un mito a desmontar también: con independencia del tamaño del cerebro del hombre y de la mujer, ajustado a su desarrollo natural y específico, cuentan con dos realidades que están obligatoriamente obligadas a desarrollarse y convivir de por vida. Si importante son los cables (las neuronas, de color gris central), igualmente lo son las fundas de esos cables (las fibras nerviosas ordenadas para transmitir señales de vida).

Los problemas surgen con la “instalación” de este maravilloso cableado (valga el símil) a lo largo de la vida, porque hay una evidencia científica, una más, inapelable: la mielina se forma en la etapa prenatal, determinante, que expliqué en el artículo anterior, encontrándose casi completada en el momento del nacimiento. Es decir, hombres y mujeres venimos preparados para desarrollar el cerebro para la inteligencia de cada cual.

Además, la materia gris tiene una responsabilidad dramática sobre el control muscular, las percepciones sensoriales como vista y audición, la memoria, las emociones y el habla. Y no me gustan los chistes fáciles forjados en estereotipos: «las mujeres hablan como cotorras». Todos podemos hablar como estos simpáticos animalitos, porque todavía no conocemos bien por qué el habla se hace fuerte en el ser humano, aunque tanto se haya escrito sobre este elemento diferenciador de los seres humanos.

Por otra parte, la materia blanca está formada por estructuras situadas en la parte central del cerebro como el tálamo y el hipotálamo. Y el núcleo de la materia blanca está implicado, tanto en el hombre como en la mujer, en la liberación de la información sensorial del resto del cuerpo a la corteza cerebral, así como también en la regulación de las funciones autónomas (inconscientes) como temperatura corporal, frecuencia cardíaca y tensión arterial. También son responsables de las emociones y de la liberación de las sustancias químicas sobre las que se han construido gran parte de los mitos sexuales de la historia, es decir, las hormonas, grandes expertas en el trabajo a distancia, en enviar mensajes codificados a través de la glándula pituitaria, por ejemplo, a diferencia de los neurotransmisores, a los que gustan las distancias cortas, es decir, su misión se cumple en la unión de las neuronas, en las sinapsis, haciendo posible, a veces, las emociones y los sentimientos de hombres y mujeres expuestos a la vida. También regulan la ingesta de agua y alimentos. Y trabajan muy próximos al maravilloso e impreciso sistema límbico, responsable de la codificación todavía misteriosa de las emociones y las motivaciones.

Es muy difícil, en el contexto enunciado, echar culpas a las diferentes sustancias presentes en el cerebro humano, para identificar comportamientos que están cargados muchas veces de meras ideologías. Es verdad que nacemos con determinación sexual y con componentes que están asociados a una configuración corporal derivada de sustancias químicas que llegan a conformar una forma de ser en el mundo. Pero la necesidad de mantener en buen estado el cableado del cerebro es fruto de la conjunción indisoluble e interactiva de la sustancia gris y blanca en cada ser humano, con posibilidades ingentes de que la vida proporcione o no las posibilidades ocultas del carné genético. Y de ello sabemos todavía más bien poco. Ahí radica la belleza de la investigación: porque sabemos que está todo en la sede de la corteza cerebral, aunque todavía no lo hayamos descubierto. Y eso que todavía no hemos explicado la función de una tercera sustancia de funciones atractivas: la sustancia negra. Para algunos, “la que faltaba”, porque sabemos que como parte de la sustancia gris, con aspecto de media luna, contiene melanina que le proporciona el color oscuro, siendo responsable de neuronas donde juega un papel fundamental un neurotransmisor, la dopamina, cuyo déficit o hiperactividad nos hace enfermar  siendo jóvenes ó mayores, a través de la esquizofrenia ó el Parkinson.

La torpeza o la necedad no es cosa de hombres ó mujeres, como muchas veces queremos ejemplificarlo. Las palabras que anteceden nos iluminan la equidad en la forma de tener una corteza cerebral con posibilidades ingentes. Es más bien cosa de múltiples variables intervinientes en el desconcierto de la inteligencia que busca sencillamente ser feliz en el mundo en el que cada uno vive, personal e intransferible. Y en esa tarea científica estamos: devolver esperanza de género a través del autoconocimiento del potencial cerebral de cada ser humano, para que comprendamos mejor qué podemos hacer en el suma y sigue de la violencia que no permite a las mujeres ser ellas mismas en el siglo del cerebro, a pesar de que el punto de partida de la forma del ser el cerebro es igual en el bebé, niña o niño, que nace a una nueva vida.

Sevilla, 28/I/2007

Cerebro y género: 66 palabras

Otra vez: “Una mujer muere apuñalada en Ronda presuntamente a manos de su ex marido. Con este crimen, son ya 66 las mujeres muertas a manos de sus parejas en 2006”.

De nuevo, siento la necesidad de seguir trabajando científicamente para identificar la realidad cerebral de la mujer y divulgar su identidad neuronal, su inmenso valor anatómico, en un esfuerzo denodado por transmitir el conocimiento integral del cerebro de mujer para enriquecer contenidos didácticos en Escuelas, Institutos, Universidades y Centros de trabajo sobre la maravilla de su corteza cerebral. Para que las valoren y no las maten.

Sevilla, 22/XII/2006

Género y vida

Cerebro y género

Llevo dando vueltas en mi corteza cerebral a la idea de escribir un post sobre el cerebro de la mujer. He estudiado a fondo esta realidad incuestionable y ayer se disparó la necesidad de entregar este conocimiento conectivo a la Noosfera digital al leer un artículo de Maruja Torres que me dejó muy intranquilo. Llevaba por título Almas, cerebros y ferretería y reflexionaba con su proverbial ironía sobre un “pequeño calendario de cartera –puede así acompañarte a todas partes– para el año 2007 que está siendo repartido graciosamente a sus clientes por la importante firma Bonaire Ferretería, con delegaciones en Denia, Benissa, Calpe y Benitachell (firma que dispone de una página web bastante minuciosa, muchas entradas en Google y hasta un jefe de Recursos Humanos), en cuyo revés figura el dibujo de un cerebro con sus correspondientes compartimientos e indicaciones… El Calendario Bonaire 2007 está específicamente dedicado a “El cerebro de la mujer”, y si quiere usted ponerse en contacto conmigo le facilitaré una fotocopia, pues sin duda abismará sus conocimientos”. La verdad es que reproduce los estereotipos machistas de viejo y nuevo cuño que no deberíamos permitírnoslo una parte de la  sociedad que lucha a diario por no dejar ni un segundo de respiro a las conductas trasnochadas e impresentables hacia la mujer por el mero hecho de serlo. Y además, atacando a la sede de su inteligencia, el cerebro, donde según este calendario nos cuenta Maruja Torres lo siguiente: “Por ejemplo, ¿sabía usted que una parte nada desdeñable de nuestra masita encefálica –femenina, insisto– la dedicamos a pensar en Zapatos? ¿Que la zona central la ocupa el apartado Generador de Dolores de Cabeza? ¿Conoce nuestros sectores Compras Compulsivas, Sensores para detectar Oro y para obsesionarnos con Aniversarios y Cumpleaños? ¿Ignoraba que tenemos el Centro limpieza de Inodoros tan reducido, pobrecillas, como el de Conducción de Vehículos y como la Glándula de iniciativa en el Sexo? Por fortuna nuestro cerebrín –siempre según el gabinete del doctor Bonaire– dedica gran espacio al Centro del Rumor y el Cotilleo, a Habla, Habla, Habla; muestra bastante buen olfato para Todo lo que Brilla y goza de un buen reducto de Memoria para Telenovelas. Del tamaño de la glándula Ya te lo dije tampoco nos podemos quejar”.

Pasada la primera dosis de indignación, me he puesto manos a la obra y hoy voy a empezar una serie de publicaciones en este cuaderno para exponer las principales características diferenciadoras del cerebro humano que el estado del arte de las neurociencias nos aportan en nuestros días y que seguro pueden ayudar a contrarrestar con el conocimiento lo que desgraciadamente traduce una forma de estar en el mundo machista e impresentable que siempre ha atacado a la quintaesencia de la mujer a través de almanaques y calendarios, grandes y pequeños, cuestión por cierto digna de estudio.

La primera cuestión a dilucidar es que nos encontramos ante una realidad anatómica que es irrefutable: no existen dos cerebros iguales, ni existen cerebros de hombres y mujeres iguales, es decir, de las mayores maravillas que nos ha transferido la historia del primer ser humano que pensaba y hablaba, hace casi cincuenta mil años, es que cada cerebro es una realidad distinta y programable, digna de ser conocida en su individualidad, generador de derechos y negación incuestionable de ser tratado con la etiqueta de mercancía (peligrosa, por supuesto). Las posibilidades de cada cerebro humano, son multimillonarias en generación de grabaciones de la realidad interna y externa a través de un mecanismo complejísimo y que pertenece tanto al hombre como a la mujer. Los africanos, que brillaban por ser magníficos cazadores-recolectores, decidieron entonces, en ese marco temporal, aproximadamente, salir de su territorio y comenzar la aventura jamás contada. Aprovechando, además, un salto cualitativo, neuronal, que permitía articular palabras y expresar sentimientos y emociones. Había nacido la corteza cerebral de los humanos modernos, de la que cada vez tenemos indicios más objetivos de su salto genético, a la luz de los últimos descubrimientos de genes diferenciadores de los primates, a través de una curiosa proteína denominada “reelin”. Reelin de hombre, reelin de mujer, idéntica posibilidad de ser inteligentes. Cien mil millones de posibilidades de ser personas, en igualdad.

Se han estudiado las regiones del genoma humano, una vez establecidas las comparaciones entre los genomas de humanos, chimpancés y otros vertebrados (animales más o menos próximos en la evolución a nosotros) para identificar elementos que hayan contribuido a cambios evolutivos rápidos, que son los realmente importantes, limitándose la investigación a la zona más relevante, la denominada HAR1. Esta zona forma parte de dos genes. Uno de éstos, el HAR1F, es activo en un tipo de células nerviosas, las neuronas Cajal-Retzius, que aparecen pronto en el desarrollo embrionario (entre la séptima y la decimonovena semana de embarazo) y juegan un papel crítico en la formación de la estructura de la corteza cerebral humana. Estas neuronas son las que liberan la proteína «reelin», que guía el crecimiento de las neuronas y la formación de conexiones entre ellas. El gen identificado (HAR1F) se expresa [sic] junto con la «reelin», que es fundamental a la hora de formar la corteza cerebral humana, lo que habla más a favor de su importancia en la evolución. En manifestaciones de David Haussler, director del Centro de Ciencia e Ingeniería Biomolecular de la Universidad de California en Santa Cruz e investigador del Instituto Médico Howard Hughes: “No sabemos qué hace, y no sabemos si interactúa con la «reelin». Pero la evidencia sugiere que este gen es importante en el desarrollo cerebral, y que es emocionante porque la corteza humana es tres veces mayor que la de nuestros predecesores (…) Algo hizo que nuestro cerebro se desarrollara mucho más y que tuviera muchas más funciones que los cerebros de otros mamíferos.

Además, este salto cualitativo que intentaremos descifrar en sucesivas “entregas digitales”, ensalza a la mujer como la auténtica portadora de la viabilidad del cerebro humano, sabiendo además que alcanza su desarrollo más perfecto en los meses de gestación en el vientre materno y que ya viene “programado” para su existencia particular. Leía recientemente en National Geographic, en un reportaje sobre La Mente, de James Shreeve (1), al abordar las circunstancias que rodeaban una intervención en el cerebro de una paciente (Corina) con un tumor cerebral en el lóbulo frontal izquierdo que: “Por lo que se refiere al crecimiento cerebral, los nueve meses que pasó en el vientre materno fueron una hazaña de desarrollo neuronal de dimensiones épicas. Cuatro meses después de la concepción, el embrión que iba a convertirse en Corina estaba produciendo medio millón de neuronas por minuto, que a lo largo de las semanas siguientes migraron al cerebro, hacia destinos específicos determinados por señales genéticas e interacciones con las neuronas adyacentes. Durante el primero y el segundo trimestre de su gestación, las neuronas comenzaron a tender tentáculos entre sí, estableciendo sinapsis (puntos de contacto) a un ritmo de dos millones por segundo”. Sigue narrando, posteriormente, esta apasionante aventura del cerebro humano: “Tres meses antes de su nacimiento, Corina tenía más células cerebrales de las que volvería a tener en toda su vida: una sobrecargada jungla de conexiones. Muchas más de las que necesita un feto en el ambiente cognitivamente poco estimulante del útero, muchas más incluso de las que necesitaría de adulta”.

Con esta introducción al rol de la mujer como creadora de cerebros humanos, se empiezan a despejar dudas sobre su importante función en la generación de calidad humana. Por eso estoy convencido de que si comenzamos a divulgar conocimiento científico sobre la realidad de la mujer como portadora y creadora de conocimiento y de corteza cerebral, es probable que los humos machistas comiencen a aflorar los silencios del desconocimiento e ignorancia supina que muchos hombres tienen sobre la auténtica capacidad del cerebro de la mujer. Extraordinario aprendizaje.

Hasta el mañana próximo, compartiendo el conocimiento cerebral de género.

(1) Shreeve, J. (2005). La Mente. National Geographic, Marzo, 2-27.

Sevilla, 19/XII/2006

Género y vida