Olor suave

Cuento escrito al amor del nuevo milenio…

Aquel libro sugería las ausencias sentidas por Christian, aunque ser ciego al color era, en su caso, algo más que una metáfora. La acromatopsia venía a poner sobre la mesa los interrogantes del mundo occidental acerca de los grandes beneficios de la cultura, de la inteligencia social y de los sentimientos que, en palabras de Alberti, siempre se tienen que escuchar mucho más fuerte que el viento.

Eran las veintitrés horas exactas del día 31 de diciembre de 2000. Hace solo un año vivió una experiencia inolvidable, en el espíritu de Kiribati. Todo el mundo estuvo pendiente de esta isla, de su reconocimiento por el diccionario, las enciclopedias, los atlas y las consultas en Internet. Lo que pudiera pasar allí sería una primera lectura intercontinental de lo que podría pasar en el aquí europeo. Era el temido efecto 2000. Y la lectura compulsiva de todo lo que se refería a la cultura de las antiguas Islas Gilbert, ponía sobre la mesa de Christian unos mundos de color que le llevarían hasta la Micronesia, donde las islas de Pongelap y Pohnpei harían su presentación en la sociedad occidental para mostrarnos una cara metafórica de la vida: ser ciegos al color no impide encontrar la felicidad. Así transcurrieron los meses anteriores a las veintitrés horas del día 31 de diciembre de 2000, inmerso en unas contradicciones de cultura y en el marco de grandes interrogantes.

Christian vivía en una gran ciudad del sur de España, donde el color y los olores conviven a diario en un esfuerzo por demostrar al mundo que necesitamos las sensaciones para ser. Aquella lectura de 1999, unos días antes de la memorable fecha del 31 de diciembre, había dejado huella en su quehacer diario. El mundo occidental recibiría un aviso importante para interpretar su futuro, dependiendo de unas pequeñas islas, en Kiribati, donde el color y las sensaciones eran el exponente básico de su supervivencia. Y Christian tenía que reinterpretar en claves digitales lo que no eran más allá que sensaciones en torno al color y al olor, como elementos descriptores de aquella cultura.

Y todo volvía a rememorar aquellas sensaciones, ahora en compañía de Clara, trece años menor que él y con unas cualidades que acortaban espacios y tiempos. No había que perder esta oportunidad. Puso el reloj de arena al revés y así hasta dieciséis veces, el tiempo exacto para hacer pasar la hora que marcaría la entrada en el nuevo año, siglo y milenio, dependiendo de la perspectiva de cada uno. Junto al reloj, un perfume, una fragancia de diccionario, olor suave y delicioso, algo más para los dos que una marca, porque la primera vez que lo intercambiaron supuso una mezcla de encuentro, gozo y pasión, al tocar la piel de ella y hacer reales las sensaciones para los dos. Caja con tonos azules como los ojos de Clara, siempre vigilantes de cada acto de la conciencia, de lo que no se ve pero se siente: sin reparos, con el encanto de un francés aprendido y sentido para la ocasión, donde las yemas de los dedos dibujaban expresiones libres por la rugosidad de sus líneas envolventes.

Así comenzó el rito. Ya había dado la décima vuelta al reloj de arena y todo hacía presagiar que la fragancia podía llenar de recuerdos el contenido del mejor regalo que se podían cruzar.

– Te recuerdo siempre a través del azul del cielo. Es el mejor referente, quizá porque no lo abarco, aunque el juego de mis dedos en la caja de este perfume me sugiere siempre que tú eres así: inabarcable y libre en tus formas, como siempre te sentí y te amé. Y, ¿sabes una cosa?. Sentí unas sensaciones extrañas cuando terminé la lectura del libro que me ha acompañado en las horas previas al sueño durante las últimas semanas, donde los protagonistas eran personas ciegas al color, porque siempre ven todo en blanco y negro o, a lo sumo, en gris. Pensé que la pérdida que sufriría al padecer esta enfermedad, la acromatopsia, me privaría de tus ojos y de los sentimientos que se despiertan en su eterno retorno de sensaciones y emociones.

– Si importante es esta pérdida, porque sé lo que significan los colores para ti, mucho más importante es el mundo de los olores, un universo mucho más intenso y que permite penetrar la piel, los afectos y cultivar la estela de lo que somos. Siempre permanece el recuerdo de cómo olemos y el perfume ha estado unido a las culturas más inteligentes del planeta. ¡Fíjate cómo se valoran los olores en el sur, espacio al que tú y yo pertenecemos!. Y ambos sabemos que aquél perfume de nuestros primeros encuentros, al que has hecho referencia en tu búsqueda del tiempo encontrado a través de la velocidad de la arena, significó mucho sin que tuviéramos que utilizar las palabras. Bastaba unas gotas de este perfume, para comenzar una aventura hacia lo desconocido pero siempre llena de valor humano y de recuerdos, como los de aquellos primeros pobladores ribereños que cuidaban la cultura del intercambio de los regalos prometiéndose fidelidad: el jésed.

Y así se aproximaba el nuevo año, el siglo y el milenio, a través de una experiencia nacida en el regalo y en la realidad de una esencia conocida por los dos sin tener que justificarla por su oportunidad ni en festividades programadas. Cuatro veces más y ya estamos en el rito de las campanadas. No hay tiempo que perder.

– Clara, solo quince minutos nos separan de una experiencia que nunca se volverá a repetir en nuestra existencia. Nuestro azul envolvente debe permanecer en el tiempo que se aproxima y este regalo que ha perdurado en el tiempo debe hoy recobrar especial importancia, sobre todo cuando conocemos la calidad de nuestra existencia, de nuestra cultura al poder valorar los colores y saber de sus interpretaciones en el espectro cromático de los códigos románticos.

– Si el azul ha sido el código de nuestras miradas, el perfume debe ser el hilo conductor de nuestros encuentros. Así, color y olor pueden crear el mejor efecto 2001 sobre nuestras vidas, durante el tiempo que seamos capaces de seguir encontrando sentido a lo que hacemos y, sobre todo, somos. Entenderás así que esta entrada de año, siglo, milenio, te recordarán también Kiribati, Pongelap y Pohnpei en un entorno de reconocimiento inteligente a la vida que nos permitió nacer en el Sur, donde las culturas que crearon nuestros usos y costumbres se embriagaron de perfumes muy sofisticados en su elaboración, porque nacieron de los sentimientos de las personas que todavía se maravillaban de plantas y flores que mezcladas entre sí componían la mejor fragancia para enamorar…

Sevilla, 6/I/01

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