El doble nombre apostólico siempre fue un escándalo en el círculo cinematográfico de Pasolini. Este hombre desconcertante, despiadadamente sincero consigo mismo, firme en su interpretación del sexo, más allá del bien y del mal, se quedó solo ante el peligro de la vida romana ó boloñesa, en su ciudad natal. Pasolini era un hombre comprometido con el cine, con la cultura de su época, con el lenguaje del proletariado radicado en las borgatas romanas, nuestros suburbios de hoy día calificados como menos presentables. Pero se hace necesario en cada recuerdo como el del domingo 11 de septiembre, fecha apocalíptica por cierto, en el reportaje “El corsario Pasolini”, por su actitud de compromiso digna de ser asumida por los espectadores del mundo en estos momentos.
Pasolini creó una escuela digna de ser explicada. Partiendo de su modo y manera de ser, luchó por rescatar el lenguaje cercano al cine del proletariado. Nadie se puede imaginar, sin cierta sorpresa, a Pasolini cerca de Vittorio de Sica. Quizá esta didáctica del costumbrismo italiano, llevó a nuestro autor-director de escena a revolverse y comprometerse con la sociedad a través del cine, medio de expresión desconcertante en nuestra sociedad contemporánea.
La dialéctica pasoliniana estaba precisamente en esa denuncia de la corrupción personal y social de la moral establecida, farisaica en la mayor parte de las ocasiones. El canto al hombre total a lo largo de su obra, belleza cósmica, verdad acrisolada por el amor a los cuatro vientos, la denuncia de todos los totalitarismos, incluido el del amor establecido en normas legales y religiosas más o menos vigentes, es un magnífico título de crédito para una obra jamás filmada: la de la vida de cada uno en el compromiso sencillo/difícil de existir, siendo copartícipe y compañero de los más pobres de la tierra, los pobres del Señor, que él gustaba llamar, imbuido de un marcado carácter sacral en su fotocomposición diaria de la vida, real como ella misma.
La Oficina Católica Internacional del Cine entregó en cierta ocasión a Pasolini (1968) un premio por una obra jamás entendida desde la institución: Teorema. La posibilidad de que el Espíritu Santo entrase en cada uno de nosotros constituyó el móvil del premio. Cuando se descubrió que Pasolini volaba más bajo que el espíritu, la institución se arrepintió y explicó a los cuatro vientos su voto. El anatema estaba servido. En definitiva muy poca gente había entendido el mensaje real de la película: no es necesario invocar a los espíritus para llenarse de amor en vida, cualquier amor.
Descubrí al auténtico Pasolini durante una larga estancia en Roma, en noviembre de 1976, en el cine Farnese, donde se proyectaron todas sus películas en pocos días y como homenaje coral. Hacía un año que habían matado su persona, no su mensaje. Pelosi, su asesino oficial, que seguía manifestando a los periodistas de la crónica negra romana su no arrepentimiento por el fondo y la forma de matarlo en la playa de Ostia, arrancó en aquellos días una seria afirmación pública: al fin y al cabo, Pelosi era fruto de la miseria fotografiada mil veces por Pasolini, se le podía justificar el crimen. Me daba la impresión de que no entendíamos nada del autor.
El ciclo-homenaje se cerró en el tiempo con su testamento espiritual: Saló o los ciento veinte días de Sodoma, que no dejaba a nadie insensible. Su mensaje era muy claro: el totalitarismo, el fascismo, siempre están despiertos y hay que combatirlos, aunque haya que utilizar imágenes políticamente incorrectas, porque de esta forma salen a la luz las atrocidades de los sistemas establecidos que guardan todo en silencio, para que nadie pueda utilizar las palabras, ni la expresión de los ojos que ven y obligan al corazón a sentir.
Por ello, es importante pensar treinta años después que su muerte, su obra en vida, puede ser un revulsivo para todos, en lenguaje de imágenes servidas por un cine comprometido que no debe desaparecer jamás. De lo contrario, como en las mejores tramas de ficción, cualquier parecido con la realidad del mundo marginado de hoy, va a seguir siendo pura coincidencia.
Enviada a El Pais Semanal, 11/IX/2005
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