La inteligencia digital: más información, más conocimiento


Foto cortesía del Prof. Arturo Toga, neurólogo en la Universidad de California, de Los Ángeles (LONI), y director del Centro para la biología computacional. Esta imagen del cerebro humano utiliza colores y forma para demostrar diferencias neurológicas entre dos personas.

He leído hoy un artículo de Mario Vargas Llosa, Más información, menos conocimiento, con una entradilla muy preocupante: PIEDRA DE TOQUE. La imparable robotización humana por Internet cambiará la vida cultural y hasta cómo opera nuestro cerebro. Cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos nosotros. La situación que describe el Nobel de Literatura ya la he analizado muchas veces y algo es incontestable: la inteligencia digital tiene riesgos inherentes a su desarrollo y consolidación en el cerebro humano, pero es una realidad que no tiene vuelta atrás: el mundo digital solo tiene interés hacia adelante, grabándose en el hipocampo, una maravillosa estructura cerebral que convive muy bien con la información y su retención en zona de memoria a corto, medio y largo plazo, que sabe convertirla en conocimiento cuando se cruza permanentemente con otra estructura próxima, muy amable para la vida de las personas, la amígdala, donde se forjan nuestros sentimientos y emociones.

Dice Vargas Llosa que “la robotización de una humanidad organizada en función de la “inteligencia artificial” es imparable. A menos, claro, que un cataclismo nuclear, por obra de un accidente o una acción terrorista, nos regrese a las cavernas. Habría que empezar de nuevo, entonces, y a ver si esta segunda vez lo hacemos mejor”. Y me he acordado de una palabras de Hipócrates (Cos, 460 a.C.-Larisa, 377 a.C.), Sobre la enfermedad sagrada (Perì hierēs nousou), que cobran actualidad al reforzar la estructura maravillosa del cerebro, como sede hoy, muchos siglos después, de la información y del conocimiento: “El hombre debería saber que del cerebro, y no de otro lugar vienen las alegrías, los placeres, la risa y la broma, y también las tristezas, la aflicción, el abatimiento, y los lamentos. Y con el mismo órgano, de una manera especial, adquirimos el juicio y el saber, la vista y el oído y sabemos lo que está bien y lo que está mal, lo que es trampa y lo que es justo, lo que es dulce y lo que es insípido, algunas de estas cosas las percibimos por costumbre, y otras por su utilidad…Y a través del mismo órgano nos volvemos locos y deliramos, y el miedo y los terrores nos asaltan, algunos de noche y otros de día, así como los sueños y los delirios indeseables, las preocupaciones que no tienen razón de ser, la ignorancia de las circunstancias presentes, el desasosiego y la torpeza. Todas estas cosas las sufrimos desde el cerebro”.

En el libro que publiqué en 2007, Inteligencia Digital. Introducción a la Noosfera digital, ya alertaba de esta oportunidad histórica en la vida de las personas que pueblan la Noosfera. En esa ocasión, definí la inteligencia digital a través de cinco acepciones: 1. destreza, habilidad y experiencia práctica de las cosas que se manejan y tratan, con la ayuda de los sistemas y tecnologías de la información y comunicación, nacida de haberse hecho muy capaz de ella. 2. capacidad que tienen las personas de recibir información, elaborarla y producir respuestas eficaces, a través de los sistemas y tecnologías de la información y comunicación. 3. capacidad para resolver problemas o para elaborar productos que son de gran valor para un determinado contexto comunitario o cultural, a través de los sistemas y tecnologías de la información y comunicación. 4. factor determinante de la habilidad social, del arte social de cada ser humano en su relación consigo mismo y con los demás, a través de los sistemas y tecnologías de la información y comunicación. 5. capacidad y habilidad de las personas para resolver problemas utilizando los sistemas y tecnologías de la información y comunicación cuando están al servicio de la ciudadanía, es decir, cuando ha superado la dialéctica infernal del doble uso.

Y lo más apasionante, mirando hacia atrás, es que todo ha sido posible porque hace doscientos mil años que la inteligencia humana comenzó su andadura por el mundo. Los últimos estudios científicos nos aportan datos reveladores y concluyentes sobre el momento histórico en que los primeros humanos modernos decidieron abandonar África y expandirse por lo que hoy conocemos como Europa y Asia. Hoy comienza a saberse que a través del ADN de determinados pueblos distribuidos por los cinco continentes, el rastro de los humanos inteligentes está cada vez más cerca de ser descifrado (1). Los africanos, que brillaban por ser magníficos cazadores-recolectores, decidieron hace 50.000 años, aproximadamente, salir de su territorio y comenzar la aventura jamás contada. Aprovechando, además, un salto cualitativo, neuronal, que permitía articular palabras y expresar sentimientos y emociones. Había nacido la corteza cerebral de los humanos modernos, de la que cada vez tenemos indicios más objetivos de su salto genético, a la luz de los últimos descubrimientos de genes diferenciadores de los primates, a través de una curiosa proteína denominada “reelin” (2).

Y los ordenadores, el software y el hardware inventados por el cerebro humano, permiten hoy creer que llegará un día en que sabremos cómo funciona el cerebro cada segundo, y descubriremos que somos más listos que los propios programas informáticos que nos lo han facilitado, porque la inteligencia digital desarrolla la capacidad y habilidad de las personas para resolver problemas utilizando los sistemas y tecnologías de la información y comunicación cuando están al servicio de la ciudadanía, cuando ha superado la dialéctica infernal del doble uso: la utilización de los descubrimientos electrónicos para tiempos de guerra y no de paz.

Sevilla, 31/VII/2011

(1) Shreeve, J. (2006). El viaje más largo. National Geographic, Marzo, 2-15.
(2) Pollard, K.S., Salama, S.L. (2006). An RNA gene expressed during cortical development evolved rapidly in humans. Nature advance online. Recuperado el 16 de Agosto de 2006, de http://www.nature.com.

El grito, en Noruega


Las noticias de la tragedia en Oslo, me ha recordado a través de la memoria de hipocampo, el cuadro del pintor noruego Munch, El grito, como reflejo plástico de lo que escribió en su diario personal hacia 1892: Paseaba por un sendero con dos amigos – el sol se puso – de repente el cielo se tiñó de rojo sangre, me detuve y me apoyé en una valla muerto de cansancio – sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad – mis amigos continuaron y yo me quedé quieto, temblando de ansiedad, sentí un grito infinito que atravesaba la naturaleza.

Casi lo que he sentido al escuchar la narración trágica de lo que ha sucedido y estamos viendo en la capital de Noruega y en la isla de Utoya. Jóvenes y personas anónimas para mí, que han muerto porque una persona ha perdido el control sobre las órdenes de su cerebro, dejando una estela de muerte, dolor y respuestas a preguntas imposibles.

Me refugio inmediatamente en las preguntas a las que tantas veces recurro, las del Eclesiastés,

– ¿Qué gana el que trabaja con fatiga, si se demuestra antes ó después que todo es vanidad de vanidades, solo vanidad, algo así como intentar atrapar el viento?
– ¿Qué diferencia hay entre el hombre y el animal si ambos vuelven siempre al polvo?
– ¿Quien guiará al hombre a contemplar lo que hay después de él?

y me acerco, como él, siguiendo su recomendación, a los amores más próximos que tengo –ellos lo saben- porque estoy convencido que son como la cuerda de tres hilos, que difícilmente se puede romper.

Sevilla, 23/VII/2011

Escribir al instante


Ayer me impactaron dos reflexiones muy sugerentes y decidí escribir al instante, que es la quintaesencia de un blog como el que me ocupa, desgraciadamente, no a diario. La primera, la imagen que acompaña hoy este post, sobre una frase (en lenguaje de signos) que tengo grabada en la memoria personal de hipocampo, de mi persona de secreto: en el principio fue la palabra, a la que he dedicado tanta investigación personal, porque es el elemento diferenciador del ser humano. Basta con buscar el lema “palabra” en este blog y podrá comprobarse que ha sido un hilo conductor del mismo. Inacabado, como la pintura de Antonio López.

La segunda, la maestría de Antonio Muñoz Molina (autor al que sigo de cerca desde hace muchos años, casi tantos como desde los que criticaba siempre su tiempo dedicado a la función pública y que simbolizó en las palabras de Mario, el protagonista de su obra En ausencia de Blanca), mediante su página en el suplemento Babelia, del diario El País, en torno a Lo mínimo, lo inmenso: Ahora se dice que a causa de las nuevas tecnologías ha de prevalecer una escritura de la rapidez, de la fragmentariedad, de lo instantáneo. El presentismo es tan paleto como el localismo o el nacionalismo: es la idea de que el tiempo de uno es el centro y la cima del tiempo, igual que la tierra de uno es el centro del espacio y el lugar supremo. Más de un siglo antes de Twitter y de los blogs escritores como Baudelaire o Nietzsche habían intuido la hermosa libertad de escribir al instante sobre lo que les pasaba por la imaginación o lo que tenían delante de los ojos. Y parece que a Nietzsche la tecnología punta de la máquina de escribir le afectó al estilo tanto como a quien ahora se pasa el día mandando mensajes de texto.

Está muy claro. Poco sabemos del día en que nació la palabra, pero todo lo que se ha hablado y escrito al instante ha servido para que muchas personas vivamos del recuerdo de aquellas hermosas letras concatenadas en formato de verso, artículo, novela o ensayo, en su aquí y ahora, que siempre tenían y tienen un rostro y una mano humana que quería expresar con carácter inmediato lo que aparentemente es eterno. Y vemos hoy que coincidimos en muchas cosas. Porque en el principio de la aventura humana fue la palabra. Sin duda alguna, para lo bueno y lo malo, que diría un experto en moral. Para lo mejor y peor del ser humano, que escribiría siempre al instante un experto en ética del cerebro humano.

Sevilla, 17/07/2011, en un instante horario y vital muy concreto.

Elogio de la sencillez

Como su nombre, todo es sencillo en él: su pintura realista, la escultura viva hasta la muerte, los dibujos en blanco y negro, gracias a su tío maestro de Tomelloso. Su forma de ver la vida a través del color del membrillo, paciente hasta la extenuación para que no se escape nada de lo rutinario, de lo cotidiano que verdaderamente es porque está ahí, pendiente de que alguien lo capte. Antonio López (Magazine del 19/VI/11), trabajador del arte, ha dicho recientemente que ahora es más libre que cuando era joven, que le ha costado mucho llegar a algo parecido a la estima por la vida y por él mismo, que el camino ha sido complicado y que ha sido doloroso hacerse a sí mismo. Una persona de alma grande, en un modo de vivir y ser muy sencillo. Como una pintura inacabada para mí, que inicié en 2005, una copia de sus lirios y hojas verdes en un patio muy particular, que no pretenden decir nada más que sus pinceles pintan la vida con un realismo mágico que no te permiten perder detalle alguno de lo que pasa, de lo que ocurre, de lo que las personas sienten. Sencillez y maestría en estado puro.

Carta publicada en Magazine, de 3 de julio de 2011