Pero otro día toco tu mano. Mano tibia.
Tu delicada mano silente. A veces cierro
mis ojos y toco leve tu mano, leve toque
que comprueba su forma, que tienta
su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso
insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca
el amor. Oh carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso.
Vicente Aleixandre, Mano entregada
Sabemos ya que nuestras manos tienen una historia de más de tres millones de años, tal y como lo describe la revista Science en su último número (1). Es una de las maravillas de la naturaleza humana que junto al habla supone una evolución transcendental para las personas de hoy. Es una experiencia gratificante mirar con delicada atención nuestras manos y reparar en lo que nos aportan día a día, tanto en la vida diaria que las necesitan para atender múltiples necesidades, como para expresar de forma maravillosa los sentimientos y emociones en momentos vitales siguiendo instrucciones de determinadas estructuras del cerebro.
Se ha descubierto que nuestros antepasados africanos decidieron un día bajarse de los árboles para su sustento y viajar hacia Europa para comer y cazar, utilizando utensilios diferentes, cada día más sofisticados en los que la mano jugaba un papel estelar a través de la trabécula, una parte de hueso esponjoso de los dedos cuya morfología varía a lo largo de la vida en función del uso que se hace de ella, según este descubrimiento científico: ”Estos resultados apoyan la evidencia arqueológica para el uso de herramientas de piedra en los australopitecos y proporcionan evidencia morfológica de que los homínidos del Plioceno ya utilizaban posturas de las manos de apariencia humana mucho antes y con más frecuencia que se consideraba anteriormente”. Coger con fuerza herramientas, utilizando la presión del pulgar, mirando de frente al resto de los dedos de una mano, era un factor determinante.
Esta gran lección de ascenso cósmico de nuestros antepasados lo simboliza y demuestra Teilhard de Chardin, el gran protagonista de este blog, con la asunción de la realidad del sistema nervioso humano: “Y sobre todo el cerebro, el gran rey de la selva por descubrir, cada vez más voluminoso y sinuoso, del tamaño de una servilleta mediana, extendida, en su córtex pensante. Y si la razón de ser de la existencia es “anímica”, el gran antecedente de la biogénesis no podía ser otro para Teilhard que la psicogénesis, porque lo anímico era el gran proyecto ya que la gran explosión de la evolución, para conocerse a sí misma, fue el cerebro. Teilhard lo simplificaba en un ejemplo muy gráfico: el tigre no es fiero porque tiene las garras, sino al revés: tiene garras porque en su evolución natural se desarrolló en él el instinto de fiereza. Por decirlo de alguna forma, las garras vinieron después. La evolución entera es la consecuencia de la ramificación de lo psíquico. El eje de avance es una línea delgada roja anímica, no material” (2).
Las manos vinieron después… Sabemos ya, por tanto, que dos huesos, el hioides y la trabécula del pulgar, han sido determinantes a lo largo de la historia para hacernos más humanos, personas más libres a través de la palabra y del apretón de manos, del saludo y de la ternura de nuestros dedos. Maravilloso. Las personas tenemos manos porque en la evolución natural que describe la revista Science, se desarrollaron por los mensajes que a tal efecto les mandaba el cerebro. Es verdad, porque las manos más humanas vinieron después.
Sevilla, 25/I/2015
(1) Skinner, M.M., Stephens, N.B., Tsegai, Z.J., Foote, A.C., Nguyen, N.H., Gross, T., Pahr, D.H., Hublin, J.J. y Kivell, T.L. (2015). Human-like hand use in Australopithecus africanus. Science, 23, Vol. 347 no. 6220, pp. 395-399.
(2) Cobeña Fernández, J.A. (2006). El punto omega (V): https://joseantoniocobena.com/2006/04/30/el-punto-omega-v/
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