Gobierno de coalición e interés general

EL ABRAZO

Juan Genovés, El abrazo

Sevilla, 14/XI/2019

El principio de realidad que expuso magistralmente Sigmund Freud, se ha impuesto finalmente como consecuencia del resultado político de las elecciones generales celebradas el pasado domingo. El anuncio del gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos reflejan esta asunción del principio freudiano aplicado a la política. Solo es viable la instauración de este tipo de Gobierno si se respetan dos palabras de enorme contenido constitucional: interés general. El abrazo de Pedro Sánchez (PSOE) y Pablo Iglesias (UP) me recordó el cuadro de Genovés, El abrazo, símbolo de la Transición, que está cerca de donde se produjo este momento político del martes pasado, porque merecería la pena que quienes ostentan la representación política de todos los españoles observaran con detenimiento el cuadro y pensaran, aunque fuera solo por un momento, que este símbolo de los abrazos no se debe olvidar porque fue una lección democrática reflejada fantásticamente por Genovés durante la Transición en un país que ahora los necesita más que nunca.

Efectivamente, en la situación política actual creo que la solución de Gobernanza de Estado pasa por respetar el interés general de la ciudadanía, del pueblo, de la gente. Y con la sombra de aquella enigmática frase de Lenin, ¿qué hacer?, en la que crecí en tiempos de una España difícil, creo que cada líder político llamado a poder presidir este país, como símbolo de la auténtica democracia, debe iniciar y mantener diálogos permanentes con otros partidos ideológicamente próximos a la izquierda constitucional porque no todo vale en política, para llegar a consensos que permita iniciar la legislatura con acuerdos programáticos viables y representativos de una España diferente, que ya no es de dos sino de muchos. De esta forma, cada persona, sola o acompañada, siguiendo el ejemplo de sus políticos de cabecera o sensatos hasta límites insospechados, podrá trabajar por otro mundo mejor, porque es posible, dialogando sin límite alguno, sin esperar que el telediario, las noticias a través de diferentes medios o las opiniones de barra de café y sillón, vengan a solucionar los problemas acuciantes que atraviesan España, Andalucía, las familias andaluzas, por hablar de lo más próximo en el espacio y tiempo postelectoral. Pero ¿qué hacer?

Lo escribí ya en 2012, casi antes de ayer, al comienzo de la crisis que estamos arrastrando hasta hoy: “Lo primero, tomar conciencia de que no existen recetas maravillosas, ni bálsamos de Fierabrás, para luchar contra los molinos de viento que azotan la economía doméstica, para empezar, pero no de la misma forma a todos, es decir, hay que tomar conciencia de que universalizar la bondad o la maldad, la riqueza o la pobreza, no es el camino a andar. Nunca, nunca, porque la realidad es personal e intransferible, siendo la responsabilidad personal primero y la colectiva después, en todos los casos, la que nos permitirá salir del fango político en el que estamos instalados. Hay que recuperar de forma urgente, casi crítica, la lucha por los valores fundamentales de las personas, cada uno en su sitio, ya seamos ciudadanos de a pie o administradores públicos, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, con ejemplos muy sencillos, de las pequeñas cosas de cada día: honradez en el cumplimiento de los deberes personales, familiares y laborales, hasta en sus últimas consecuencias, los deberes derivados del cumplimiento del trabajo bien hecho, no chapucero, tan habitual ya; los deberes fiscales, plantando cara ante el escaqueo fiscal, colectivo, como por ejemplo el fraude del IVA, en una pregunta instalada en la sociedad civil y admitida como normal: ¿factura con IVA o sin IVA?; plantar cara a los alardes de cómo engañar a la Hacienda Pública, porque la sangría del empleo sumergido hunde de forma comparativa a las personas dignas, que trabajan muy bien todos los días, pero que asisten a un continuo espectáculo de café para todos y de servicios sociales, sanitarios y educativos que no se financian de aire sino que necesitan de la participación económica ciudadana, cuando algunas personas no los merecen, porque no participan para nada en la construcción social de una familia, trabajo, barrio o comunidad mejor, a través de los impuestos, sino que asiste desde su sillón particular al diseño de un mundo imposible, sencillamente porque no existe. Eso sí, porque solucionarlo es la responsabilidad de otros, siempre”.

Y ante un programa de gobierno de consenso, tal y como lo han ordenado las urnas el domingo pasado, surge una pregunta obvia: ¿tengo yo que hacer algo en esta situación o sigo confiando en que esta situación la resuelvan solo los políticos, los de arriba?, ¿no tendré yo alguna parte de esa responsabilidad en lo que está pasando por acción u omisión? ¿Qué hacer? Para empezar, exigir este diálogo, pero de forma celular, activa y ejemplar, con generosidad absoluta y amplitud de miras hacia los que tienen la mayor pobreza que existe: no ser dueños de su inteligencia para pedir, denunciar y obtener lo que es legítimo para ser personas, para exigir ese diálogo de nuestros mayores políticos a los que hemos confiado nuestro voto. Porque si hay dignidad personal y colectiva, pública y privada, habrá trabajo, control de la corrupción, programas políticos sensatos y que den respuesta a las problemáticas sociales actuales, dado que las ideologías y las economías no son inocentes y los Gobiernos tampoco. Hay que tener claro también y defenderlo a los cuatro vientos que no todos somos o son iguales en el Gobierno en la calle más próxima y que no se debe confundir valor y precio, como hace todo necio. Lo que hay que hacer con urgencia es desenmascarar a las personas indignas, cualquiera que sea el lugar que ocupen en la sociedad, arriba o abajo, en la derecha, en el centro o en la izquierda de cada persona.

¿Qué hacer? Creer en el interés público, el general, en el que tanto insiste la Constitución actual, por encima del personal o el de partido con siglas concretas: es la única solución, aunque haya que cambiar cuestiones vitales en el desarrollo actual de la misma, porque si nos podemos salvar todos, siempre será mejor que uno solo, o unos pocos, sobre todo aquellos que mueven los hilos de la marioneta mundial de la economía de mercado, a través del rating, de las primas de riesgo, de los bancos malos de remate, etcétera, etcétera. Solidaridad frente a codicia. Interés público, general, para salvar la situación del empleo, de la educación, salud y servicios sociales para todos los que lo necesiten, no solo para los que puedan acceder a ellos con privilegios o porque puedan pagarlos.

En definitiva, frente a los mercados implacables, simbolizado en aquellas palabras de la campaña de Clinton y sus adláteres actuales, ¡Es la economía, estúpido!, hay que gritar muy fuerte: ¡Es el diálogo, el interés general!. Sin más. Y sin insultar como lo hicieron ellos, como lo hacen todavía en el momento actual, creyendo que la malla mundial de personas que habitan el planeta Tierra o, por extensión, España, es tonta. O estúpida, como creían en 1992 y creen muchos todavía hoy.

Confío en que antes de Navidad tengamos un Gobierno de Coalición solvente y creíble. El interés general de los ciudadanos y ciudadanas de este país así lo esperan. Ese debería ser su lema de legislatura. Es lo que esperaba Genovés cuando pintó el cuadro que encabeza estas líneas, no inocente por cierto, haciendo camino al andar y no disimulando nunca que la izquierda sabía mejor que nadie de abrazos y comprensión sin límites al tener que ponerse a hablar las dos Españas de Machado durante la Transición, porque todos no somos iguales en conducta social e igualitaria desde las ideologías, aunque sí ante la Ley. Es lo que deberían recordar ahora las señoras diputadas y los señores diputados a la hora de hablar del nuevo Gobierno y del interés general: olvidar momentáneamente lo que nos separa es comprender lo que buscamos entre todos y a veces se comprende tanto que ya no hay casi nada que olvidar o perdonar y mucho por hacer en lo que nos une. Incluso con un abrazo especial al que piensa de forma diferente, mirando de frente a las diferentes caras de la urna de cristal que se llama ahora Congreso de los Diputados.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.