¿Quién tiene la culpa de que suba el pan?

¿Quién tiene la culpa si la paloma sueña ser águila?
¿Quién tiene la culpa de que la flor se muera de espaldas?
¿Quién tiene la culpa de la indiferencia que cierra los ojos para la decencia y los abre grandes a las apariencias
?

Ni yo ni usted ni el vecino, ni siquiera sus parientes, la culpa de todo esto, la tiene la gente (BIS)

María y Federico, ¿Quién tiene la culpa?

Sevilla, 27/X/2021

Dicho y hecho. Cada vez que sufrimos una crisis social, en este caso la pandemia, sabemos que sube el pan, como una metáfora que también es realidad: cuando hablan…, sube el pan. Además, de forma indiscriminada y otra vez surge la pregunta de siempre: ¿quién tiene la culpa entre los que hablan…? Llevo años recordando esta pregunta, que la tengo catalogada como la del millón de euros, para entendernos, y en este cuaderno digital he recogido bastantes reflexiones al respecto. En este sentido, vuelvo a recoger una reflexión que hice en 2015, sobre un hilo conductor que viene ahora a colación: la culpa de todo “esto”, de los que tanto hablan, de los charlatanes de humo, no la tiene la gente común, sino determinadas personas que controlan el mundo con sólo pulsar una tecla de sus ordenadores financieros. De acuerdo con Groucho Marx, estamos alcanzando con nuestro único esfuerzo las más altas cotas de la miseria, viniendo la humanidad de la nada, pero es muy importante distinguir bien quién tiene la culpa de lo que está sucediendo alrededor de la crisis generalizada o miseria obscena que nos rodea y quiénes son los culpables directos de la misma, porque todos no somos iguales, ni somos partícipes de la misma forma en lo que está ocurriendo. Estamos en un momento muy delicado como para seguir aceptando que la culpa no está identificada, porque no es así.

Las personas de mi generación, que ya han superado con creces los setenta años, hemos crecido con un capítulo de culpas en nuestras espaldas, con nuestro único esfuerzo, según Groucho de nuevo, muy alentado por las tesis creacionistas que alentaron el pecado original como la causa de todos los males actuales, aunque siga defendiendo que el primer problema que desató la culpa en el ser humano no fue la manzana del paraíso sino la soledad humana, cuando el primer hombre y la primera mujer decidieron cambiarse de sitio y comunicarse con los demás, dándonos cuenta que convivir es difícil como lo ha demostrado la democracia, afortunadamente, durante tantos siglos, dando vida diaria a los capítulos de culpa de cada uno y de todos en general: “Adán y Eva… no fueron expulsados. Se mudaron a otro Paraíso. Recuerdo que hace años esta frase formaba parte de una campaña publicitaria de una empresa que vendía productos para el exterior en la aldea global. Rápidamente la he asociado a mi cultura clásica de creencias, en su primera fase de necesidad y no de azar (la persona necesita creer, de acuerdo con Ferrater Mora) y he imaginado -gracias a la inteligencia creadora- una vuelta atrás en la historia del ser humano donde las primeras narraciones bíblicas pudieran imputar la soberbia humana, el pecado, no a una manzana sino a una mudanza. Entonces entenderíamos bien por qué nuestros antepasados decidieron salir a pasear desde África, hace millones de años y darse una vuelta al mundo. Vamos, mudarse de sitio. Y al final de esta microhistoria, un representante de aquellos maravillosos viajeros decide escribir al revés, desde Sevilla, lo aprendido. Lo creído con tanto esfuerzo. Aunque siendo sincero, me entusiasma una parte del relato primero de la creación donde al crear Dios al hombre y a la mujer, la interpretación del traductor de la vida introdujo por primera vez un adverbio “muy” (meod, en hebreo) -no inocente- que marcó la diferencia con los demás seres vivos: y vio Dios que muy bueno. Seguro que ya se habían mudado de Paraíso” (1).

No hace falta ser Einstein para identificar los culpables actuales de lo que está ocurriendo en el mundo abierto que crearon nuestros antepasados hace millones de años y del que ahora estamos saliendo a duras penas a través del túnel del coronavirus. Son los que han organizado la respuesta a la soledad de los viajes humanos mediante cualquier capital, ofreciendo a precio de préstamo los placeres de la vida, alejándonos del esfuerzo y de la educación ante la adversidad, porque al final, dicen, todo se puede comprar con dinero, incluso a plazos que cuestan la misma vida cumplirlos. Es fácil entonces poner nombres y apellidos a los culpables de lo que está ocurriendo con la crisis actual postpandemia y en torno siempre al capital: personas y sociedades mercantiles, bancos y cajas, Gobiernos y Partidos de aquí y allá, de derechas e izquierdas, empresarios sin escrúpulos, proteccionistas de la economía sumergida, expertos en silencios cómplices, porque poderoso caballero es don dinero, porque de todo hay en el Paraíso del Señor, al que se lanzaron desenfrenadamente nuestros primeros padres, según los creacionistas y así les fue, teniendo que salir de él con lo puesto. Los que profesamos fe en la evolución, también nos encontramos con que algunos inician de la misma forma este viaje hacia ninguna parte, empeñados en encontrar siempre El Dorado de nuestras vidas, no respetando para nada lo que dice la ciencia: que desde África se emprendió otro viaje apasionante de creación de la humanidad actual, abandonando aquellos antropoides sus usos y costumbres personales y familiares de toda la vida, donde queremos volver muchas veces desesperadamente, en gritos ecológicos de vida lenta y alternativos a las costumbres tan arraigadas en la sociedad actual de consumo a cualquier precio, de conversión mundial a la mercancía.

Me niego a admitir que todos somos iguales respecto de la culpa original de lo que está ocurriendo. El pan sube, sólo es un ejemplo, porque la economía –poderoso caballero es don dinero– habla constantemente y nos envía mensajes de comportamiento conforme a los patrones de los hombres de negro. Ahora, la culpa la tiene el elevado coste de la energía eléctrica. Mañana…, no sabemos. Tenemos un origen común, sin lugar a duda, una condición humana que compartimos, probablemente complicada y compleja, pero muchas personas, millones, no son culpables de nada, porque a esa señora, la culpa, nunca se la han presentado, ni se han quedado con su cara, no la conocen. Unos pocos, vinculados casi siempre a los fondos de inversión y que caben en un taxi, deciden hoy, en este momento, en un piso de cualquier rascacielos de Manhattan, cómo se reparte hoy la miseria del mundo y la respuesta es pulsar un botón para distribuirla, nada más. Esa acción no está al alcance de cualquiera y la mayoría silenciosa o ruidosa mundial no acaba de entender nunca por qué viniendo de donde venimos, ya sean creacionistas o evolucionistas, estamos alcanzando la más alta cota de la miseria actual. Y lo que es peor, con el solo esfuerzo de algunos que han demostrado hasta la saciedad que no son inocentes. De lo que estoy convencido es de que la culpa de todo esto no la tenemos ni yo, ni usted, ni el vecino, ni siquiera sus parientes, ni la gente común, mucho menos los nadies de Galeano, los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida.

(1) Cobeña Fernández, José Antonio (2011). ¿Por qué existe el mal?: http://www.joseantoniocobena.com/?p=2151

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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