
Sevilla, 13/IV/2022
Sé que lo que ocurrió el lunes pasado en esta sacrosanta ciudad, día “santo” por más señas, tiene múltiples interpretaciones y lecturas, manifestando desde este momento y a modo de declaración de principios, que las palabras que siguen las escribo con un profundo respeto reverencial a este tipo de manifestaciones religiosas. A pesar del tiempo inclemente, varias procesiones salieron bajo la amenaza de lluvia, lo que finalmente así ocurrió, ofreciendo espectáculos nada edificantes. Contaba una emisora de radio que dedica mucho tiempo a estas procesiones, que una banda de música de miembros muy jóvenes estuvo tocando continuamente durante unos minutos de lluvia hasta que les dijeron que dejaran de hacerlo. Ante la pregunta de por qué lo hacían, dijeron que se temían que si no tocaban ya no los “contratarían” para próximas salidas. Otra anécdota que contó fue a la puerta de la catedral, cuando una hermandad decidió regresar a su templo con la lluvia amenazante y la madre de una nazarena pequeña manifestó a una responsable de tramo que se iba a su casa, a lo que la “tutora procesional” respondió que “tenía que quedarse” a pesar de la que estaba cayendo. La madre, ni corta ni perezosa, le entregó la papeleta de sitio y el cirio, abandonando inmediatamente su fila. La verdad es que el espectáculo continuaba y estaba servido. Figuras de Jesús, María, Apóstoles, caladas hasta los huesos, tronos empapados, mantos de vírgenes chorreando, figuras encapotadas para preservarlas como podían del agua, búsqueda de refugios próximos, costaleros sufriendo lo indecible para aligerar el paso sin chicotá alguna, desbandada general, nazarenos y penitentes calados a pesar de sus túnicas de cierto abrigo, me llevan hoy al terreno de la reflexión sobre si todo eso era necesario, cuando se sabía a ciencia cierta lo que iba a ocurrir. Quizás es que “había que salvar la Semana Santa” como fuera y a cualquier precio.
Creo que el sufrimiento bajo la lluvia estaba servido y que se podía haber evitado. Desde todos los puntos de vista posibles, religiosos y culturales sobre todo, tenía que haber cundido la sensatez y prudencia para no haber propiciado esta situación que no es ejemplar precisamente. Algunas Hermandades han dado muestra de ello y lo sucedido debería meditarse para futuras salidas procesionales con el tiempo adverso. El patrimonio cultural de las cofradías es un bien común y de gran interés artístico que se debe proteger. Esas imágenes y la parafernalia asociada, chorreando agua, sufrirán lo ocurrido sin lugar a duda, y debería conocerse el resultado final de posibles deterioros para tranquilidad de quienes aman la cultura y la tradición de esta ciudad.
Vendría bien volver a hacer una reflexión sobre el ciudadano Jesús, al que ya he dedicado muchas páginas en este cuaderno digital, porque al fin y al cabo se trata de él en el fondo y forma de estas palabras. Estas manifestaciones artísticas están basadas en una tradición histórica sobre la muerte de Jesús de Nazareth, sobre todo, su pasión y muerte. Desde el Domingo de Ramos y hasta el de Resurrección, se condensa en una semana trágica la vida y obra de uno de los personajes imprescindibles de la Humanidad, que me gusta tratar como ciudadano Jesús. Lo dije el domingo pasado, cuando me refería a él, en su ataque continuo de humanidad, recogido así por los cronistas de la época, cuando se cansaba y se dormía, porque estaba hecho polvo, en el cabezal del barco (Mc 8,23). O como Machado decía en su precioso poema La Saeta: ¡No puedo cantar, ni quiero / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar!. Lo digo con un gran respeto a la fe de mis mayores, porque me impactó mucho verlo correr el lunes pasado hacia un templo que lo acogía por un tiempo, huyendo de la hermana agua, a la que tanto quería, incluso hasta andar sobre ella como si no pasara nada.
En este contexto, siempre recuerdo una película clásica sobre la vida de Jesús de Nazareth, El evangelio según San Mateo (1964), dirigida por Pier Paolo Pasolini (1922-1975), que me sigue emocionando por su mensaje humano y tan cercano a la vida cotidiana de las personas, porque cuando llueve mi alma se moja como las demás. Pasolini hizo con esta película un cine diferente, singular, diverso: “Jesús (interpretado por Enrique Irazoqui) es mostrado continuamente caminando entre el desierto o entre pueblos en ruinas. Su mirada, como la de Pasolini, no evita a los leprosos ni a los cojos, sino que se detiene en ellos; la cámara, por su parte, se complace, por ejemplo, en la mano del mesías que acaricia los rostros marchitos de quienes acuden a él para encontrar salud. El contacto entre dos cuerpos alivia, de ahí la alegría del rostro de la adolescente María (Margherita Caruso) al ver regresar a José, al saber que, sin importar lo que digan los demás, él ha decidido estar con ella” (1). Me emocionó esta película cuando la vi de nuevo en Roma, sabiendo como sabía que aquella ciudad era un peligro para caminantes que hacen camino al andar. Pasolini sigue muy presente en mi pensamiento crítico y acudo frecuentemente a él. Por ejemplo, sé que una obra reciente de Miguel Dalmau Soler, Pasolini. El último profeta, ha ganado el XXXIV Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias 2022, en un año en el que se cumple el centenario del nacimiento del director italiano, edición que servirá para conocerlo en profundidad.
En el fondo, estas palabras son un nuevo homenaje personal al cineasta italiano, del que tanto aprendí a comprender el valor de la vida alternativa, con la pasión dentro, como él la mostró en una obra también excelente, Teorema, tan incomprendida por la autoridad competente, eclesiástica por supuesto, hasta el punto de haberse arrepentido de haberle entregado un premio por ella, en 1968, cuando descubrió cuál era su auténtico mensaje y no la posibilidad de que el Espíritu Santo entrase en cada uno de nosotros, que fue lo que constituyó el móvil del premio. Cuando se descubrió que Pasolini volaba más bajo que el espíritu, la institución se arrepintió y explicó a los cuatro vientos su voto. El anatema estaba servido. En definitiva muy poca gente había entendido el mensaje real de la película: no es necesario invocar a los espíritus para llenarse de amor en vida, cualquier amor. Desgraciadamente, no le salvó nunca su magistral interpretación laica de la vida del ciudadano Jesús de Nazareth, en su forma de leer para el siglo XX el evangelio según San Mateo. Quizás tampoco hoy día, en pleno siglo XXI, en un universo tan descreído y alejado del espíritu del bien humano, a pesar de que seguimos sufriendo mucho con la lluvia fina y pertinaz de la intolerancia y ausencia radical de valores que está cayendo, como símbolo de lo que ocurrió el lunes santo pasado, nunca a gusto de todos. Como la vida misma.
(1) https://cinedivergente.com/el-evangelio-segun-san-mateo/
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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