La soledad no deseada, ese oscuro objeto de atención social

Paco Roca, Mural en el Metro de Madrid, 2020

Yo no creo en la edad.

Todos los viejos
llevan
en los ojos
un niño,
y los niños
a veces
nos observan
como ancianos profundos.

Pablo Neruda, Oda a la edad

Sevilla, 24/IV/2022

He conocido que la Cátedra Cruz Roja Sevilla en Estudios sobre Soledad no Deseada, dirigida por Juan María García González, profesor del Departamento de Sociología de la Universidad Pablo de Olavide (UPO), en Sevilla, va a llevar a cabo un trabajo de campo del primer proyecto para conocer principalmente las necesidades de las personas mayores en esta ciudad. Estimo que es una iniciativa de carácter público excelente, con el apoyo incuestionable de Cruz Roja. Será en el barrio de La Macarena, para conocer de cerca una situación a la que el año pasado ya dediqué un artículo, La soledad no deseada debería ser una cuestión de Estado, como realidad incuestionable y que merece la atención de la sociedad y la Administración.

En este sentido, vuelvo a publicar el citado artículo porque considero que es una aproximación documentada sobre la soledad no deseada, un oscuro objeto de atención social que se debe abordar institucionalmente con urgencia. Tengo muy claro que si algo califica de humanidad a la mujer y al hombre es la capacidad y necesidad de comunicarse, de no estar solos. A pesar de los tiempos que corren que incluso nos impiden mirarnos a la cara para decirnos algo. Sin ruidos, en silencio y, a veces, en soledad no deseada.

La soledad no deseada debería ser una cuestión de Estado

Sevilla, 14/VIII/2021

El dato es rotundo: el porcentaje de españoles que asegura sentirse solos ha pasado del 11,6% al 18,8% (ver tabla adjunta), según un estudio del Joint Research Centre (JRC) de la Comisión Europea, difundido en julio y que ofrece una descripción general del estado actual de los conocimientos sobre la soledad y el aislamiento social en la UE. El estudio, que lleva por título Soledad en la UE. Perspectivas de encuestas y datos de medios en línea, parte de una realidad contrastada por las investigaciones llevadas a cabo, que “muestran que la soledad y el aislamiento social también tienen repercusiones nocivas en la salud física y mental como consecuencias significativas para la cohesión social y la confianza de la comunidad. Por tanto, tanto la soledad como el aislamiento social son cada vez más reconocidos como problemas críticos de salud pública que merecen atención y deben abordarse con eficacia estrategias de intervención”. Obviamente, la pandemia de COVID-19 “también ha reformado drásticamente la vida y las prácticas sociales de los europeos”. Además, “Las restricciones a la movilidad y las medidas de distanciamiento social adoptadas para contener la propagación del virus han provocado discusiones sobre los efectos secundarios no deseados de tales medidas, particularmente en forma de soledad y aislamiento”.

Tengo que reconocer que una frase del Informe me ha impactado por su contenido cara al futuro: “Algunos temen que el precio de la soledad pueda tener consecuencias mucho después de que el virus retroceda”. Para aplicar el principio de realidad que lo sustenta, presenta los principales resultados de dos análisis empíricos realizados por el CCI (Centro Común de Investigación) utilizando dos fuentes de información complementarias, a saber, encuestas y datos en línea: “El análisis basado en datos de encuestas ofrece una imagen de las tendencias recientes en los niveles de autoinformación de la soledad en toda la UE e identifica las características sociodemográficas y geográficas predominantes asociadas con la soledad antes y durante los primeros meses de la pandemia de COVID-19. Los datos de la encuesta muestran que la pandemia ha magnificado el problema. La proporción de encuestados que se sentían solos con frecuencia se duplicó después del brote de COVID-19. Además, los adultos jóvenes fueron golpeados con mayor severidad. El análisis basado en datos en línea analiza las tendencias en los medios en línea que informan sobre la soledad y el aislamiento social entre enero de 2018 y enero de 2021. El volumen de los artículos sobre estos temas se mide mensualmente y por Estado miembro, y los artículos recopilados se analizan en profundidad para identificar los sentimientos predominantes contenidos en ellos y detectar patrones en las narrativas subyacentes”.

La realidad cruda es que cuando se ha trabajado sobre datos en línea publicados en medios sobre la soledad y el aislamiento social, se observa que se han duplicado durante la pandemia. Las narrativas se referían en gran medida “a las consecuencias para la salud de la soledad. El análisis de catálogos de informes de medios en línea, muestran también tipologías y ejemplos de iniciativas políticas destinadas a combatir la soledad y el aislamiento social. Las iniciativas públicas varían de un Estado miembro a otro. Generalmente, la mayoría de las intervenciones están diseñadas a nivel local y rara vez forman parte de programas más sistemáticos”.

Dubravka Šuica, vicepresidenta de la Comisión Europea para la Democracia y Demografía, manifiesta en el Prólogo del Estudio que cualquier comunidad se define, entre otras cosas, por las conexiones significativas entre sus miembros y que la pandemia “nos recordó la importancia de las conexiones personales positivas, de pertenencia a comunidad. El último año y medio sacó a la luz a muchos individuos y desafíos sociales que existían antes, pero que en su mayoría permanecieron ignorados o desatendidos”. Es donde ha cobrado una fuerza inusual el fenómeno de la soledad y el aislamiento social en nuestras sociedades. Es una responsabilidad de la Unión Europea abordar urgentemente esta situación, sobre todo cuando se constata que “existe evidencia científica de que la soledad afecta la salud física y mental y podría reducir la cohesión social y confianza de la comunidad y, en última instancia, en sus resultados económicos”. Por tanto hay que hacerlo como comunidad, para “mejorar la resiliencia de nuestras sociedades y nuestro desempeño económico. Esta es una responsabilidad de todos nosotros, a nivel local, a nivel nacional y de la UE, para las autoridades, la sociedad en su conjunto y todas y cada una de las personas”. Estas son las razones de fondo para haber solicitado el apoyo del Centro Común de Investigación, cuyo resultado ahora se presenta en este Estudio.

Las principales conclusiones de los trabajos realizados en relación con encuestas, muestran que las medidas de distanciamiento social han sido fundamentales para limitar la expansión del virus, pero también que existe una creciente preocupación por el impacto que la remodelación de la vida social del año pasado podría tener sobre la soledad, en particular para las personas que ya eran más propensas a la soledad en el período prepandémico. En tal sentido se compararon dos encuestas llevadas a cabo sobre este asunto en 2016 y en abril-julio de 2021, respectivamente y los resultados no dejan lugar a dudas sobre el aumento drástico de la prevalencia de la soledad en los primeros meses tras el brote de COVID-19. Mientras que en 2016, el 12% de los ciudadanos de la UE indicó sentirse solo más de la mitad, este dato aumentó al 25% en los primeros meses tras el brote de COVID-19. Otras emociones negativas, como sentirse tenso o desanimado siguió la misma tendencia, mientras que las emociones positivas como sentirse alegre, tranquilo, activo o descansado se movió en la dirección opuesta. También es interesante resaltar que hasta ahora se había centrado el debate público sobre la soledad en la población mayor, considerada como las más vulnerable, fundamentalmente porque el envejecimiento se asocia a otros factores de riesgo de soledad: “Sin embargo, durante los primeros meses de la pandemia, los adultos jóvenes han ha sido, con mucho, los más afectados por las medidas de distanciamiento social. Más específicamente, la proporción de personas de 18 a 25 años indica sentirse solo casi cuatro veces más en los primeros meses de la pandemia (del 9% en 2016 al 35% a principios de 2020). A pesar de todo, este sentimiento de soledad entre los adultos jóvenes es de naturaleza transitoria. Sin embargo, hay que destacar que también es una etapa de la vida asociada a menudo con dejar a la familia, la casa y pasar a una nueva etapa en la vida. En este contexto, el impacto de más de un año de reducción de contactos en persona, podría seguir sintiéndose mucho después de que la pandemia desaparezca.

Sin lugar a dudas, las personas que viven solas experimentaron un aumento en la prevalencia de soledad en 23 puntos porcentuales en comparación con los niveles observados antes de la pandemia. También hay una serie de factores de riesgo cuya importancia no se ha visto agravada por la pandemia, como es el caso de las condiciones económicas favorables (ingresos del hogar), que protegen contra la soledad: esto era igualmente cierto antes y durante la pandemia. De forma contraria, la salud delicada suele estar asociada con la soledad, porque en el período previo a la pandemia, alrededor del 32% de los encuestados, que se encontraban en mal estado de salud también informaron sentirse solos más de la mitad de su tiempo. Esta situación contrasta con el 8% entre personas con buena salud. En los primeros meses de la pandemia, la incidencia de la soledad se elevó al 46% para los encuestados con mala salud y al 20% para los buena salud. Por lo tanto, la brecha en los niveles de soledad por el estado de salud no cambió mucho después de la COVID-19 y esto sugiere que la incidencia de mala salud como un factor de riesgo de soledad se aplica en todas las circunstancias.

En esta primera parte del estudio, se ha observado que las mujeres han tenido la misma probabilidad que los hombres de sentir soledad. Esto no ha cambiado con la implementación de redes sociales durante las medidas de distanciamiento. Del mismo modo, vivir en una ciudad o en una zona rural área no afectó los niveles de soledad antes o durante la pandemia. Por último, en el período previo a la pandemia, la soledad fue más baja en el norte de Europa, con alrededor del 6% de las personas que informaron que se sentían solas más de la mitad de su tiempo. En Europa occidental, meridional y del Este, se muestra una mayor prevalencia de soledad, en un rango que va del 11% al 13%. Sin embargo, siguiendo los datos en relación con la COVID-19, Europa occidental y septentrional experimentaron el porcentaje más acusado en soledad. Esto es un poco sorprendente ya que el norte de Europa mostró datos más suaves que el sur y Europa Oriental. Es curioso constatar que la pandemia podría haber fomentado inicialmente un sentido de pertenencia en varios países, en particular en el sur de Europa por las características de la población, pero todo obedece también a los patrones de conducta macrorregionales y nacionales. De hecho, cuando contamos con estos factores, observamos que, todo lo demás es igual, dentro de cada país, es decir, “cuanto más difícil es el bloqueo por las medidas COVID, más agudo es el sentimiento de soledad. En definitiva, se ha demostrado con estos datos que las conexiones sociales son fundamentales en nuestra vida diaria y que la angustia experimentada en todo el mundo durante los últimos 16 meses es, en parte, impulsada por las limitaciones impuestas a las interacciones sociales.

En la segunda parte del estudio, las principales conclusiones de los trabajos realizados en relación con la metodología observada, los medios en línea, es decir, el análisis de los medios de comunicación de la UE sobre la soledad y el aislamiento social, realizado mediante la búsqueda del índice de artículos recopilados por el sistema Europe Media Monitor, “un Sistema interno del CCI que procesa más de 300.000 artículos al día, en más de 70 idiomas, con una amplia cobertura de fuentes de noticias nacionales y locales de la UE”, cuyo “procesamiento automático etiqueta cada artículo por emociones (ira, miedo, tristeza, disgusto, sorpresa, alegría) y valores de sentimiento (positivo, negativo y neutral)”, se centraron sobre dos descriptores homologados por todos los países y válidos para estas conclusiones: “soledad” y “aislamiento social”.

El análisis cuantitativo reveló que ambos temas cobraron una gran relevancia en el panorama de los medios de comunicación de la UE, especialmente desde el inicio de la pandemia COVID-19 en marzo de 2020, con reportajes sobre el tema de la soledad, registrando una duplicación del volumen en los primeros meses de la pandemia y siguiendo un patrón similar al de la propia pandemia, disminuyendo en los meses de verano de 2020 y aumentando con nuevos picos en el inicio de la segunda ola. Desde el ámbito cuantitativo, también mostró que los volúmenes de informes, sin embargo, varían ampliamente entre los Estados miembros de la UE, al igual que el número y tipos de iniciativas propuestas para abordar el problema.

En relación con el análisis cualitativo hay que decir que las narrativas subyacentes están relacionadas con los efectos negativos que tiene la soledad sobre la salud, tanto emocional como física, y para las consecuencias económicas de la soledad y el aislamiento social, en términos de costes de salud, desempleo y en el largo plazo el impacto en el desarrollo social y personal, especialmente de la Generación Z y las categorías sociales ya vulnerables. Esto fue especialmente visible durante la pandemia para los jóvenes (19-25 años) y mujeres, las categorías más afectadas por las pérdidas de empleo. Las narrativas también se relacionan con las causas subyacentes de soledad, mirando las tendencias individualistas promovidas por las sociedades occidentales, así como la necesidad de nuevos tipos de arquitectura y planificación urbana para disminuir el aislamiento y la soledad.

En general hay numerosas iniciativas que abordan la soledad en Europa, pero se muestra en el estudio que rara vez forman parte de programas sistematizados para alcanzar los mejores resultados.  El estudio detallado sobre 10 países, que se adjunta al estudio,  muestra que existen grandes diferencias entre los Estados miembros en cuanto a si la soledad se percibe como una preocupación pública o personal, dividiéndose las iniciativas para abordarlo, por tanto, entre programas de apoyo comunitario y soluciones individuales centradas en las consecuencias psicológicas de la soledad.

Visto el panorama y aunque este estudio ofrece datos de gran calidad para ser tomados en cuenta, se propugna desde la UE que junto a la lista inicial de iniciativas y medidas en 10 países, ésta podría desarrollarse y completarse por expertos locales, con la creación de una base de datos europea de iniciativas para la atención a la soledad, de tal forma que las medidas políticas a tomar por los diferentes países, podrían utilizarse en el futuro para crear una red europea de soledad en la que las mejores prácticas se compartan y evalúen de forma más sistemática.

Para finalizar, es muy interesante señalar la relación que aporta el estudio sobre once iniciativas, para atender la soledad: cuidar y cambiar el estado de ánimo, sensibilización, creación de conectividad múltiple, ayuda profesional, red de alarmas, actividades grupales, soluciones tecnológicas, espacios de encuentro, proyectos de innovación social, comunidades intergeneracionales y lucha contra la estigmatización. Soluciones en las que nuestro país muestra un avance considerable en iniciativas públicas y privadas, pero todavía lejos de una acción sistematizada, equitativa y distribuida, sobre todo, desde la perspectiva consagrada de atención al interés general por parte del Estado y como marca la Constitución y cuando sabemos por este estudio que el porcentaje de españoles que asegura sentirse solos ha pasado del 11,6% al 18,8%, en tan sólo cinco años.

Una última reflexión. El silencio se confunde muchas veces con la soledad, aunque no es lo mismo. Pasa como en los tiempos que corren, donde en todos los terrenos sociales, políticos, empresariales, universitarios, familiares, nos esforzamos en hablar porque nos aterra la soledad. Mucho más por el aislamiento aprendido durante el confinamiento y la pertinaz distancia social impuesta por la pandemia. Quizás porque cuando el chimpancé dio el salto a la humanización se dio cuenta de que después de tantos años era necesario un primer motor inmóvil (Aristóteles), algunos lo llaman Dios o deidad, que justificara la puesta en marcha de la maquinaria del mundo y que permitiera a las células controladas por el cerebro articular sonidos estructurados de necesidad y deseo consciente para que nos entendiéramos y, después, lo expresáramos con sentimientos y emociones. Lo escribí hace ya muchos años en torno al silencio que necesita todos los días el cerebro. Si algo califica de humanidad a la mujer y al hombre es la capacidad y necesidad de comunicarse, de no estar solos. A pesar de los tiempos que corren que incluso nos impiden mirarnos a la cara para decirnos algo. Sin ruidos, en silencio y, a veces, en soledad no deseada.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.