Fiestas e industria de la nostalgia

Grafton Tanner, Las horas han perdido su reloj: las políticas de la nostalgia

Sevilla, 7/I/2023

Estamos ya en el día después de estas fiestas navideñas en las que la industria de la nostalgia hace su diciembre y enero. La nostalgia vende y eso se demuestra, con creencias aparte que merecen todo mi respeto, porque amplifican su poder en la publicidad y venta de mercancías de todo tipo, con el señuelo de una creencia descreída, laica, que lo vive curiosamente al compás que marca el mercado. Este escenario en el gran teatro del mundo, nostálgico por excelencia, se trata con cierta profundidad y rigor por el filósofo americano Grafton Tanner, en Las horas han perdido su reloj: las políticas de la nostalgia (Alpha Decay, 2022), un ensayo publicado recientemente del que el autor manifiesta en una entrevista publicada en TheObjective que “es la culminación de mi carrera investigando la nostalgia. Es una especie de tercera entrega de una trilogía que comenzó con Un cadáver balbuceante, que sitúa el género musical vaporwave en su contexto capitalista más amplio. Utilizando una metáfora musical, mi segundo libro, The Circle of the Snake, es el típico segundo álbum: es muy disperso, descaradamente ambicioso, poco riguroso, y todas estas son razones por las que todavía me gusta. Hasta cierto punto, no reconozco la voz que escribió el primero. Pero Las horas han perdido su reloj es mi intento de intervención en los estudios sobre la nostalgia. Quería escribir un tratamiento riguroso de este tema sin recurrir a (demasiadas) posturas académicas, pero también sintetizando la literatura existente”.

La industria descubrió, hace ya muchos años, que la nostalgia vende y había que cuidarla como mercancía, sobre todo porque aviva las emociones y no tanto los sentimientos, porque éstos son estados más permanentes en el alma humana, mientras que la emociones exigen cada vez a cada persona y se descubre que hay que mantenerlas vivas con lo que sea. Si además, influye esta nostalgia controlada, no inocente, en conductas, mejor que mejor, porque se convierte como por arte de magia mercantil en palabras del autor en una sucursal de la industria cultural que vende baratijas nostálgicas como forma de escapismo. La industria de la nostalgia trafica con lo retro, revitalizando viejas series de televisión, escribiendo precuelas y secuelas a películas de antaño y convirtiéndolas en franquicias y nuevos universos comerciales. Trabaja en sintonía con los grandes grupos de comunicación: estos últimos siembran la rabia y el odio, mientras que aquella proporciona el bálsamo nostálgico. Este ciclo de retroalimentación emocional se convirtió en un elemento fundamental de la economía de la atención en la década de 2010” y que llega hasta nuestros días, hasta nuestras últimas fiestas de Navidades, Año Nuevo y Reyes.

La sinopsis oficial del libro no deja lugar a dudas sobre la intencionalidad del autor al escribirlo: “La nostalgia es una de las emociones más representativas de nuestra era. El deseo colectivo de aferrarnos a la supuesta sensación de comodidad, certeza y protección de épocas pasadas se manifiesta de muchas formas distintas: vivimos rodeados de objetos que habían quedado en desuso, se hacen remakes de películas antiguas (y se reanudan célebres series televisivas de antaño), se escucha y se imita la música de otras épocas y se recurre constantemente al estilo y la iconografía de décadas pretéritas. Por su parte, los políticos conservadores lanzan continuamente promesas de volver a un pasado mejor. Parece que, a medida que la sociedad pierde la confianza en un futuro amenazado por el cambio climático y las crisis económicas, el regreso al pasado se convierte en una tentación cada vez mayor, cosa que las élites dominantes explotan para su propio beneficio. Pero ¿quién está realmente detrás de este discurso? ¿Hasta qué punto nuestro mundo se está convirtiendo en un lugar cada vez más polarizado, peligroso e incapaz de resolver sus problemas reales? Y, sobre todo, ¿habría que intentar extirpar la nostalgia, o es posible utilizar este sentimiento tan poderoso para avanzar hacia un futuro mejor? En este exhaustivo y brillante ensayo, Grafton Tanner recorre la historia del siglo XXI siguiendo el rastro de la nostalgia –que empezó a manifestarse con la caída de las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001–, para demostrar que esta no es solo una consecuencia de nuestro presente inestable, sino también una defensa contra él. Las horas han perdido su reloj es, finalmente, un llamado urgente y necesario a que nos tomemos en serio la nostalgia, pues nuestro futuro depende de ello”.

El autor lo explica muy bien en sus primeras páginas: “La sensación de que estamos atrapados en el presente no ha desaparecido. Antes bien, se ha recrudecido con cada nuevo trauma: la destrucción del clima, el auge del autoritarismo, las crisis financieras, las guerras interminables. Somos conscientes del lugar que ocupamos en la historia, zarandeados por fuerzas de trascendencia histórica global como barcos en un mar encabritado. A la deriva e indefensos en el presente, muchos se aferran al pasado y echan de menos su estabilidad. Este profundo anhelo por el pasado, esta nostalgia, es la emoción característica de nuestro tiempo. Aunque encontremos abundantes muestras de ira en internet, la desesperación asome su cabeza por doquier y el miedo se haya convertido en el combustible de la política, la nostalgia lo eclipsa todo. Los líderes políticos siempre nos prometen un retorno a los tiempos de antaño, cuando todo era más sencillo, menos inestable. Los grandes grupos de comunicación inundan las plataformas de streaming con remakes y reboots. Estilos pasados de moda se renuevan, reimaginan y adaptan sin tregua para saciar los apetitos del presente. Parece que, cuanto más avanzamos hacia el futuro, más fuerte se vuelve la nostalgia”.

Lo leeré en los próximos días porque me atrapan estos ensayos sobre realidades presentes que están trufadas de experiencias pasadas, que no traen nada bueno al estar controladas hasta la saciedad por el mercado. Me reafirmo en lo que escribí en febrero del año pasado en este cuaderno digital sobre el regreso a la nostalgia, No se transforma nada desde la nostalgia del pasado, con motivo de la publicación de un libro muy interesante, Neorrancios (1), íntimamente relacionado con lo anteriormente expuesto: “Publicaciones como la de Neorrancios son una bocanada de viento fresco cuando muchos navegamos, en patera, sólo al desvío. Gracias por ello. Tengo muy claro que no se cambia nada desde la nostalgia del pasado. La única nostalgia que me permito, como motor de cambio, es la de constatar, en este aquí y ahora, que la dignidad humana no alcanza a todas las personas de este país, que necesita, urgentemente, transformar su presente para poder alcanzar el mejor y más digno futuro para todos”. El libro de Tanner lo desarrolla y reafirma desde la óptica de un ensayo muy preocupante en los tiempos que corren. De ahí mi interés por leerlo y divulgarlo.

Una cosa más a modo de confidencia. Cuando el gran director chileno Patricio Guzmán presentó en España su documental Nostalgia de la luz, aprendí el auténtico valor de esta palabra que lo desarrollaba en su sinopsis oficial, porque simbolizaba muy bien la dualidad de la distancia “entre el cielo y la tierra, entre la luz del cosmos y los seres humanos y las misteriosas idas y vueltas que se crean entre ellos. En Chile, a tres mil metros de altura, los astrónomos venidos de todo el mundo se reúnen en el desierto de Atacama para observar las estrellas. Aquí, la transparencia del cielo permite ver hasta los confines del universo. Abajo, la sequedad del suelo preserva los restos humanos intactos para siempre: momias, exploradores, aventureros, indígenas, mineros y osamentas de los prisioneros políticos de la dictadura. Mientras los astrónomos buscan la vida extra terrestre, un grupo de mujeres remueve las piedras: busca a sus familiares”. En aquella ocasión dije algo que todavía me conmueve en clave de nostalgia bien entendida, al redactar las palabras anteriores: “Nada más. Se trata también de la nostalgia de la dignidad que todavía algunas personas tenemos. Como la de Valentina, la hija de las estrellas, que “a pesar de ser hija de madre y padre desaparecidos, es el personaje más jubiloso de la película. Tiene una mirada serena que observa más lejos que nosotros. Sus abuelos la criaron y le enseñaron a observar el cielo. Desde que se dedica a la astronomía, ella supo que la materia de las estrellas es la misma materia de sus padres”.

(1) Urgáiz B. et alii (Coord.), Neorrancios. Sobre los peligros de la nostalgia, 2022. Madrid: Península.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

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