¿Qué nos hace felices?

Robert Waldinger (i) y Marc Schulz (d), Una buena vida

Sevilla, 17/IV/2023

Comprendo que no hay para el hombre más felicidad que alegrarse y buscar el bienestar en su vida.

Eclesiastés, 3, 12

Cervantes nos habló en su magna obra quijotesca del bálsamo de Fierabrás, como brebaje que todo lo cura y del que se interesó mucho Sancho Panza ante el ingenioso hidalgo, por lo barata que podría ser su producción y venta, quien lo introdujo en su deambular por el mundo como solucionador de todos los problemas que afectan a la salud en general, aunque demostró por sus peripecias continuas que nada más lejos de la realidad la referencia al codiciado bálsamo y su efecto benefactor. Es lo que puede pasar a veces cuando se conoce la publicación de libros que ofrecen “soluciones“ para encontrar la auténtica felicidad humana, porque así se presentan en sociedad, aunque en el caso del libro que comento hoy hay que considerarlo como una obra de obligada lectura por la trayectoria histórica que tiene la investigación sobre la que se basa la citada publicación. Digo esto porque recientemente ha pasado por Madrid el psiquiatra Robert Waldinger (Omaha, EE UU), para presentar y promocionar su obra Una buena vida (Planeta), compartida en su autoría con Marc Schulz, director asociado de The Harvard Study of Adult Development [El Estudio de Harvard sobre el Desarrollo de los Adultos], en la que según se cita en una entrevista publicada por el diario El País el pasado sábado, “desentrañan las claves de una investigación que dura ya 85 años y de muchas otras que orientan a lo que ni ellos mismos esperaban. No es el dinero, el éxito profesional o los viajes a paraísos tropicales. Son las relaciones con los demás lo que determina que estemos más o menos satisfechos con nuestra vida y, en buena medida, lo que esta dure”.

La sinopsis oficial de la obra responde a una pregunta crucial en estos tiempos tan modernos y convulsos: “¿Qué nos hace felices? Hace más de ocho décadas, la Universidad de Harvard se propuso dar respuesta a esa pregunta y puso en marcha uno de los estudios más importantes hasta la fecha. Eligieron a una población de cientos de personas y durante años estuvieron entrevistándolas, haciéndoles análisis y siguiendo su desarrollo profesional y personal. Han seguido la vida de ciudadanos desde su juventud hasta su deceso y han indagado en sus motivaciones, su carrera profesional y sus relaciones personales. Algunos fracasaron o se arruinaron, mientras otros se hicieron millonarios o llegaron a ocupar las más altas posiciones de poder, y hubo quien padeció largas enfermedades, al tiempo que otros gozaban de una salud inquebrantable. A través de inspiradoras historias reales, este libro nos brinda la respuesta más importante de todas, la conclusión a un estudio que cambiará para siempre nuestra perspectiva sobre la felicidad y nos enseñará que nunca es demasiado tarde para darle un giro a nuestras vidas. Porque la salud y el éxito profesional influyen, por supuesto, pero nada es tan importante para alcanzar una vida larga, plena y satisfactoria como lo son las relaciones personales”.

Me ha llamado la atención la serie temporal tan prolongada de este estudio, ochenta y cinco años, porque nos ofrece una perspectiva cargada de fundamentos científicos para saber en qué creemos los humanos que consiste ser felices. Francesc Miralles lo analizaba bien a la luz del contenido del citado informe de Harvard, en un artículo que era por sí mismo un aviso para navegantes en busca de felicidad, ¿Qué nos hace felices? ‘Spoiler’: no es el dinero: “Al analizar los datos de ocho décadas, la conclusión a la que han llegado los investigadores es que lo que ha demostrado procurar felicidad duradera no es el dinero ni el éxito profesional. Tampoco el ejercicio o la dieta, aunque sin duda contribuyen en el bienestar. El factor número uno de la felicidad, según el estudio, es tener buenas relaciones. Las personas con una conexión más íntima con la familia, los amigos y la comunidad son más felices y, además, gozan de mejor salud”.

Todo lo anterior creo que lo descubrí hace ya bastantes años, leyendo un libro integrado en la Biblia, Eclesiastés, una persona muy vinculada a las asambleas humanas, a las democracias auténticas, cuando hacía tres preguntas esenciales en busca del sentido de la vida, de la felicidad para ser y estar en ella (Eclesiastés, 3, 1-22): ¿Qué gana el que trabaja con fatiga? o en otra variación sobre el mismo tema: ¿qué saca el hombre de todo su fatigoso afán bajo el sol?; ¿quién sabe si el aliento de la vida de los humanos asciende hacia arriba y si el aliento de la bestia desciende hacia abajo, hacia la tierra? y, por último, ¿quién guiará al hombre a contemplar lo que ha de suceder después de él? A día de hoy, con todo mi respeto a la publicación de Harvard,  la única respuesta que me sigue pareciendo coherente es la del propio Eclesiastés, un auténtico líder de las asambleas, que no respondió a las cuestiones anteriores en el Libro, porque sinceramente no lo podía hacer, sino que inicia la mejor respuesta a continuación, en el capítulo 4: hay que hacer camino al andar y aprender una gran respuesta provisional en la vida: es mejor caminar con otros, porque si nos caemos siempre habrá alguien que te levante, porque la amistad es como la cuerda de tres hilos: jamás se puede romper.

Eclesiastés, que no estaba sometido a los estudios rigurosos de Harvard, nos decía al comenzar el célebre capítulo 3 citado que tenemos hasta 27 oportunidades para disfrutar del tiempo a lo largo de la vida, buscando siempre la felicidad, que también se vienen repitiendo desde que el mundo es mundo: nacer, morir, plantar, arrancar lo plantado, sanar, destruir, edificar, llorar, reír, lamentarse, danzar, lanzar piedras, recogerlas, abrazarse, separarse, buscar, perder, guardar, tirar, rasgar, coser, callar, hablar, amar, odiar, guerra y paz. Casi nada, pero administrar esta carga vital, en su tiempo específico, es harina de otro costal. Por eso hay que ser consecuente con esta lista de hechos humanos, que no nos son ajenos y que rodean siempre a la felicidad o a sus contrarios, porque vanidad de vanidades, todo es vanidad y si no que lo demuestre nuestra capacidad de respuesta a las tres preguntas enunciadas anteriormente.

Finalmente, tengo que afirmar que estoy de acuerdo con la conclusión del estudio de Harvard y con lo expuesto en Una buena vida, porque la experiencia multisecular dice que “más valen dos personas que una sola, pues obtienen mayor ganancia de su esfuerzo, pues si cayeren, una levantará a la otra; pero ¡ay de la persona sola que se cae!, que no tiene quien la levante. Si dos se acuestan, tienen calor; pero la persona sola ¿cómo se calentará? Si atacan a uno, los dos harán frente. La cuerda de tres hilos no es fácil de romper”. No lo ha dicho Harvard, sino la tradición oral de abuelos a nietos, de padres a hijos, durante siglos, desde que se sentaban en la orilla del Tigris y Éufrates al caer la tarde, a la hora malva mágica que tanto gustaba a Gabriel García Márquez. Su autor, no lo olvidemos, tenía un nombre inconfundible, Eclesiastés, una persona de comunidad, en el capítulo 4, para que no nos dediquemos sólo a atrapar vientos buscando la ansiada felicitad, con mayor sentido aun cuando nos preocupa que sea para todos.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!

A %d blogueros les gusta esto: