Nos quedan las palabras de la Constitución

Constitución de España, 1978

Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

Blas de Otero, En el principio, 1955

Sevilla, 5/XII/2023

Desde hace bastantes años, utilizando la escritura circular en este blog, hago referencias constantes a la Constitución, la Carta Magna de este país que, afortunadamente, aún nos queda. Por esta razón, no cambio ni un punto, ni una coma, de planteamientos que he hecho cada año atrás al aproximarme a ella en este día, mucho más reforzado si cabe por el delicado momento territorial que estamos atravesando en este país. Aún así, urgen cambios constitucionales, comenzando por este entramado territorial del país, junto al electoral, que acusa el paso de los años. Se ha demostrado en días atrás que, afortunadamente, nos queda la Constitución para abordar el serio problema de ordenación y organización territorial que tenemos en el país, así como la palabra…, cuando se convierte en diálogo permanente.

En el contexto citado, guardo en mi caja de sueños el poema de Blas de Otero dedicado a la palabra. Hoy, lo recuerdo de forma especial, horas antes de la celebración del Día de la Constitución, que es de las pocas cosas que nos quedan como articulación garantista de la democracia en este país, aunque se haya convertido desgraciadamente en una fiesta más de guardar, sin relevancia alguna para millones de personas. Han pasado cuarenta y cinco años desde su proclamación y gracias a ella vamos sorteando con más éxitos que fracasos los ataques continuados a su esencia, en un país tan cainita y dual como el nuestro. A pesar de esta visión optimista, como pesimista bien informado que soy, creo que ha llegado el momento de tocarla, aunque hagamos lo contrario de lo que Juan Ramón Jiménez nos recomendaba hacer con la rosa, tan frágil como ella.

Desde hace años, hemos constatado que se ha hecho mayor y que necesita una revisión en artículos esenciales para garantizar la convivencia en un país tan alterado históricamente y que, de vez en cuando, se convierte al menos en dos. Podrían ser más, si no se actúa ya, helándonos el corazón a los que la defendemos con uñas y dientes desde la ética aplicada en momentos políticos tan transcendentales como los que estamos atravesando en la actualidad. Conocemos de sobra las razones para afrontar este reto y un día como el de mañana debería ser una plataforma de lanzamiento institucional para abordar esta aventura que se cuenta en tantos foros y a la que tenemos un miedo casi reverencial. Recuerdo en tal sentido un comentario de Aristóteles sobre una experiencia del modelo constitucional, muy atrevido, propuesto por Hipódamo de Mileto (siglo V a.C.), el creador de las calles tal y como las conocemos hoy, algo tan democrático y que entusiasmaba de forma especial a Jane Jacobs, concretamente por sus aceras, que nos permiten encontrarnos y hacer camino al andar: “[…] las recompensas que se conceden a los que hacen algunos descubrimientos útiles para la ciudad, es una ley seductora en la apariencia, pero peligrosa. Será origen de muchas intrigas y quizá causa de revoluciones. Hipódamo toca aquí una cuestión sobre un objeto bien diferente: ¿están o no interesados los Estados en cambiar sus instituciones antiguas en el caso de poderlas reemplazar con otras mejores? Si se decide que tienen interés en no cambiarlas, no podría admitirse sin un maduro examen el proyecto de Hipódamo, porque un ciudadano podría proponer el trastorno de las leyes y de la constitución como un beneficio público”. Es verdad, pero estamos asistiendo a un espectáculo de agotamiento político por las fórmulas encorsetadas en las que transcurren los debates y la forma de abordarlos en el Palacio de la verdad democrática, el Congreso, así como de la propia representación política con el sistema electoral actual, que urge introducir cambios electorales, territoriales y de derechos fundamentales, sobre todo y a marchas forzadas -maximis itineribus-, volviendo a utilizar la doctrina de un padre de la auténtica política, Aristóteles.

Cambiemos la Constitución entre todos a la hora de abordar el modelo electoral y territorial, para transitar hacia un Estado Federal, mediante un referéndum sosegado, sin preguntas trampa, con transparencia total, donde vuelva a tener todo su sentido democrático el interés general, que es su verdadera razón de ser, comparándolo con la verdad de la palabra, aunque cada día se convierta ya en un conjunto de signos que cada vez simbolizan menos, algo residual que les queda a algunos si han perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiran, como un anillo, al agua (Blas de Otero). También, porque la Constitución, a través de sus palabras, es lo que les queda a algunos si han sufrido la sed, el hambre, todo lo que era propio y resultó ser nada, incluso si han segado las sombras en silencio; si abren los labios para ver el rostro puro y terrible de nuestra patria hoy, incluso hasta desgarrárselos.

En cualquier caso, es imprescindible que desde una visión estrictamente constitucional, que es “política” obviamente, se hable de futuro y de una forma diferente de hacer las cosas constitucionales, políticas, con arte. Es una delicia seguir leyendo a Aristóteles cuando analiza, eso sí sin emitir juicios personales sobre la experiencia que narra, el modelo político de Hipódamo de Mileto, anteriormente citado: “La innovación ha sido provechosa en todas las ciencias, en la medicina, que ha prescindido de sus viejas prácticas, en la gimnástica, y en general, en todas las artes en que se ejercitan las facultades humanas; y como la política debe ocupar también un lugar entre las ciencias, es claro que es necesariamente aplicable a ella el mismo principio. Podría añadirse que los hechos mismos vienen en apoyo de esta aserción. […] La humanidad en general debe ir en busca, no de lo que es antiguo, sino de lo que es bueno. Nuestros primeros padres, ya hayan salido del seno de la tierra, ya hayan sobrevivido a alguna gran catástrofe, se parecen probablemente al vulgo y a los ignorantes de nuestros días; por lo menos, esta es la idea que la tradición nos da de los gigantes hijos de la tierra; y sería un solemne absurdo atenerse a la opinión de semejantes gentes. Además la razón nos dice, que las leyes escritas no deben conservarse siempre inmutables. La política, y lo mismo pasa con las demás ciencias, no puede precisar todos los pormenores. La ley debe en absoluto disponer de un modo general, mientras que los actos humanos recaen todos sobre casos particulares. La consecuencia necesaria de esto es, que en ciertas épocas es preciso modificar determinadas leyes”.

Todo ello es verdad, aplicándolo a algo trascendental que nos queda…, la Constitución, esa gran palabra que nos transmite hoy, ¡ojalá lo haga también mañana y siempre!, que la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado. En el pueblo, solo en el pueblo, porque sabemos que todo cambia: cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo; cambia el rumbo el caminante, aunque esto le cause daño y así como todo cambia, que yo cambie no es extraño (Julio Numhauser).

Julio Numhauser & Maciel Numhauser, Todo cambia

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA, ¡Paz y Libertad!