Hay que cuidar las librerías de Sevilla, del país en general, porque son las clínicas del alma

Yerma, Isla de Papel y Panella, tres librerías de Sevilla entre las diez que cerraron en 2023

Sevilla, 9/I/2024

Cada vez que se cierra una librería se cierran también muchas posibilidades de crecer en conocimiento y cultura por parte de la población que la rodea. Sé que hay alternativas, pero la esencia de los profesionales que las atienden, libreros y libreras, no la sustituye Amazon ni las realidades virtuales más avanzadas. Quien lee este cuaderno digital sabe que sus páginas están impregnadas de un amor profundo a las librerías, porque alguna vez he escrito que estos espacios, con el tiempo dentro, son la atención primaria del alma, siendo este el motivo por el que cuido la mía con la lectura de libros. Abordo hoy esta realidad flagrante porque a lo largo de 2023 han cerrado diez librerías en Sevilla, de cuyos nombres quiero acordarme hoy expresamente: Panella, Caótica, Verbo Asunción, Verbo Sevilla Este, Yerma, Tarsis, Isla de Papel, Fuji Cómics, Balzac y El Gusanito Lector.

Es una realidad triste y desoladora, pero terca ante los nuevos modelos de lectura y acceso a los libros, con el denominador común de la entrada en tromba del mundo digital en la industria del libro, en sus múltiples formatos. También, un reflejo del ocaso no inocente de la cultura a través de la lectura. Siendo esta realidad algo que es la crónica de cierres anunciados, hay que destacar también que se producen aperturas con carácter inmediato, como es el caso de El Gusanito Lector, que muy pronto cambiará su nombre y abrirá sus puertas en la calle Feria formando parte del grupo “Botica de Lectores”, que amplía su oferta en la ciudad junto a las tres librerías ya existentes, que también lo hicieron en un esfuerzo encomiable de exempleados de la cadena Beta, que salvaron dos librerías del grupo en el barrio de Los Remedios, permitiendo también la continuidad del antiguo local de la Librería Reguera, con una trayectoria importante en el centro de la ciudad, que ya goza de su nueva identidad.

A través de estas palabras, quiero dedicar hoy un homenaje a este sector profesional, a los libreros y libreras que se fueron, están y vendrán, siendo un ejemplo clarividente el de Botica de Lectores, una denominación no inocente, que explican muy bien en su página web: “La librera de raza, el librero fetén son seres que leen por vicio, pero también por el prurito de hacerse imprescindibles en la vida de sus clientes. El librero puede llegar a ser tan importante en nuestra vida como el boticario. Lo que sí suele leer el buen librero es el estado de ánimo del cliente, ya digo, como el boticario, así que le prescribirá un libro que mejore su mal… El librero no es solo un vendedor de libros, es aquel consejero que encuentra el título apropiado para cada lector y además lo hace en función del momento concreto de su vida, ya que no siempre disponemos del mismo estado de ánimo, ni necesitamos el mismo tipo de lectura. Al igual que un médico prescribe medicamentos para paliar la enfermedad del cuerpo, un “librero de cabecera” es un tipo especial de “boticario”: aquel que recomienda un libro para curar la enfermedad del alma, origen de muchos de nuestros males. Queremos ser útiles a todos los lectores, esperamos atender esas necesidades para que salgan de nuestra humilde “botica” con sus expectativas alcanzadas, pues nos gustaría volver a recetarles en repetidas ocasiones”.

En este contexto creo que tienen hoy un sentido especial las palabras que escribí en 2021, Las librerías son la atención primaria del alma, dedicadas al Día de las Librerías de ese año, que para mí es cada día que nos ofrecen la oportunidad de cuidar nuestra alma, como Boticas o Clínicas, cada uno o cada una según lo necesite: “Cuido el alma con la lectura de libros. Recuerdo que sobre las estanterías o nichos (bibliotecas, en griego) donde se colocaban los rollos de papiros que se podían leer en la Biblioteca de Alejandría, figuraba siempre un letrero sobrecogedor: lugar del cuidado del alma o más exactamente “Clínicas del alma”, tal y como nos lo ha transmitido el historiador siciliano Diodoro de Sículo en el siglo I a.C. Amo la lectura, los libros, las librerías y tengo un respeto casi reverencial a las personas que están detrás de cada página bien escrita, sobre todo con alma. De los que critican cada publicación y aconsejan su lectura. De cada persona que está detrás de este círculo virtuoso del libro en todas sus proyecciones posibles, librerías incluidas y sobre las que he escrito en muchas ocasiones en este cuaderno digital porque las admiro”. Las librerías son “la antesala de las bibliotecas, a modo de atención primaria del alma, si consideramos lo manifestado anteriormente al considerar las citadas bibliotecas como lugares del cuidado del alma o más exactamente “Clínicas del alma”. No olvido el mensaje de Guido Orefice, el protagonista de La vida es bella, por su ilusión de poner una librería (que también tuve yo en una época de mi vida), que le jugaría al final una mala pasada por la invasión nazi en Italia, teniendo que explicar a su hijo Josué, de nombre hebreo, qué cartel van a poner en la librería para prohibir determinadas entradas como la que han leído al detenerse en un escaparate para ver un posible regalo para su madre: prohibida la entrada a hebreos y perros. Para quitar hierro a la dramática situación que está viviendo con su hijo, lo resuelve con una respuesta genial:

Josué: – Pero nosotros dejamos entrar a todo el mundo en la librería.
Guido: – ¡No, mañana mismo también pondremos un cartel! A ver dime algo que te caiga mal.
Josué: – Las arañas. ¿Y a ti?
Guido – ¡A mí, los visigodos! A partir de mañana vamos a poner un cartel que diga. “prohibida la entrada a las arañas y a los visigodos”. Me tienen frito los visigodos. Se acabó.

Guido era un judío pobre que tenía tres ilusiones en su vida humilde: abrir una librería, comprender bien a Schopenhauer (por su canto a la voluntad como motor de la dialéctica pendular de la vida) y saber distinguir el norte del sur (que también existe). Todo quedaría en nada excepto su dignidad humana y el ejemplo para su hijo en el campo de concentración, sin libros ya, casi sin nada. Estas palabras son un pequeño homenaje a los libros con alma y a Guido Orefice, un librero digno, como tantos miles que en este país, en esta Comunidad, intentan abrir sus puertas todos los días, para una comprensión de la vida diferente, porque casi todo está en los libros, hasta la posibilidad de ser más felices en tiempos tan complejos como los actuales.

Hay silencios al leer que hablan por sí solos y que cuidan con mimo nuestra alma. Es el motivo principal de por qué se hace imprescindible proclamar la necesidad de la lectura como medio de descubrimiento de la palabra articulada en frases preciosas, cuando lo que se lee nos permite comprender la capacidad humana de aprehender la realidad de la palabra escrita o hablada. Maravillosa experiencia que se convierte en arte cuando la cuidamos en el día a día, aunque paradójicamente tengamos que aprender el arte de leer siendo mayores, porque la realidad amarga es que muchas veces no lo sabemos hacer. Quizás no acabamos de aprender lo suficiente sobre el placer útil de la lectura, sobre todo para que no enfermemos del alma. El alma busca siempre refugio en la dignidad humana, un cortafuegos que suele encontrar su sitio en libros preciosos para comprender la imprescindible condición humana de la libertad.

Las librerías son la atención primaria del alma y la lectura de los libros que compramos es un acto de libertad intelectual que se modula a lo largo de la vida, convirtiéndose poco a poco en arte que casi todo lo cura, porque casi todo está en los libros. Desde la escuela infantil y hasta los últimos días de la vida, tenemos millones de posibilidades de leer todo lo que se pone por delante para invitarnos a dar forma a unos caracteres que en sí mismo no son nada sin nuestra intervención personal e intransferible porque, aunque alguna vez leamos algunas palabras junto a alguien, lo que se graba en cada cerebro es irrepetible. Como si fuéramos bibliotecas ambulantes conteniendo siempre lecturas diferentes de textos llenos de palabras sueltas o frases que hemos acumulado en ellas a lo largo de la vida. Maravilloso, porque en tiempos de silencio ético y cultural es necesario acudir a las librerías y a las bibliotecas (incluidas las nuestras), salvando lo que haya que salvar, porque es verdad que a lo largo de nuestra vida necesitamos acudir al médico de atención primaria, al especialista…, a los boticarios y boticarias, a las librerías, las clínicas del alma.

En junio de 2015 escribí en este cuaderno digital unas palabras sobre esta crónica anunciada de la muerte de las librerías, en un post muy explícito sobre esta realidad tan preocupante, que hoy se hace visible a través del cierre en 2023 de diez librerías en Sevilla: “Esta mañana lo he comprobado de nuevo: Sevilla no es de librerías, sino de bares. Mi camino del amanecer tenía hoy un objetivo concreto: entrar en las benditas librerías de la ruta escogida que, al igual que las iglesias vacías del poema Entro Señor en tus iglesias, de Rafael Alberti, estaban llenas del arte de enhebrar palabras, pero a los presuntos compradores no se les veía por ningún sitio. Y mi corazón anonadado ha gemido durante unos minutos, en una auténtica soledad sonora”.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA Y GAZA, ¡Paz y Libertad!