Hablemos de ejemplaridad universal, que falta hace

Sevilla, 12/IV/2024

Lo aprendí hace ya muchos años de Joan Manuel Serrat, cuando tomé conciencia de que estaba obligatoriamente obligado a entender el mundo al revés, del que reconozco sabía más bien poco: “Harto ya de estar harto, ya me cansé / de preguntar al mundo porqué y porqué, / la rosa de los vientos me ha de ayudar / y desde ahora vais a verme vagabundear, / entre el cielo y el mar / vagabundear”. O ir del timbo al tambo, que decía Gabriel García Márquez en sus “Cuentos peregrinos”, aunque no es la primera vez que me aproximo al mundo filosófico y ético de la ejemplaridad universal, algo imprescindible en nuestro acontecer diario y a todos los niveles imaginables. Abordé esta cuestión en un artículo publicado en 2021 en este cuaderno digital, Ejemplaridad pública, ética y real, en el que hacía referencia a un libro publicado por Javier Gomá Lanzón (Bilbao, 1965), Ejemplaridad pública, porque es un escritor y filósofo al que admiro, sabiendo que “la propuesta de perfección” a través de la llamada “ejemplaridad” es un desiderátum de cualquier persona, para sí mismos y a la hora de analizar la de los demás, porque “[…] la perfección no existe en nuestro mundo imperfecto en el modo que existe una cosa o una persona. Su modo de ser es ideal y su residencia habitual está domiciliada en la conciencia de los ciudadanos, desde donde sugiere orientaciones, ilumina la experiencia individual y moviliza el deseo” (palabras escritas por el autor en el décimo aniversario de la publicación de “Ejemplaridad pública” (2009-2019)”.  

En este contexto anímico, acabo de descubrir en mi singladura diaria el último libro publicado por este autor, Universal concreto (1), cuya sinopsis oficial explica sucintamente el gran objetivo personal de su obra: “Este es el libro que su autor siempre quiso escribir, pero hasta ahora no había sido capaz de hacerlo. Sus anteriores obras, inspiradas todas por una misma idea, son una preparación para ésta, que, por primera vez, hace de dicha idea su tema central y único. Universal concreto expone la filosofía de la ejemplaridad de manera integral, directa, breve y unitaria. Para favorecer la claridad del argumento, apenas cita obras ajenas y la relación que mantiene con las propias, sobre las que se sostiene, no es de resumen, compendio o introducción, sino que, por el carácter sistemático e independiente de la presentación, se parece más a una suma filosófica. Este libro contesta a las dos preguntas fundamentales de la filosofía: qué hay en el mundo, qué hacer con lo que hay. Lo primero conforma una ontología, lo segundo una pragmática. La respuesta en ambos casos es el universal concreto, sintagma que remite al ejemplo en cuanto caso concreto cuya regla vale también para otros. Un ejemplo es siempre ejemplo para alguien y por eso invita a pensar una universalidad concreta, no conceptual”.

¿Quién mejor que el autor para explicar el porqué de su obra?, que amablemente pone a disposición de los lectores la editora, como un fragmento imprescindible para acercarse a ella:

Hubiera querido que éste fuera mi primer libro, incluso que fuera mi único libro.

Siempre me he visto como hombre de una sola idea y pasé muchos años de mi juventud dándole vueltas a cómo contarla. Daba por supuesto que una sola idea pedía un solo libro y me desvivía por imaginarme el mío. ¿Cómo sería? Ni siquiera había elegido el género literario: ¿novela, ensayo? Jugaba en mi mente con infinidad de posibilidades por ver si alguna me convencía y me sentaba a redactarla de una vez por todas. Pero ninguna valía, todas fallaban porque dejaban fuera algo importante. La visión original se iba enriqueciendo con intuiciones, facetas y conexiones, pero no se me ocurría cómo decirlo todo. Me sentía cada vez más ansioso y más impotente. La situación de atascamiento se prolongaba hasta que un buen día tomé una decisión.

Ya estaba en mi treintena cuando de pronto se me pasó por la cabeza escribir no un ensayo, sino cuatro. Entre resignado por renunciar a mi voluntad inicial y entusiasta por ver que por fin el plan funcionaba, me puse manos a la obra. Terminado Imitación y experiencia en torno al cambio de milenio, lo publiqué hace ahora veinte años. En la siguiente década (2003-2013) salieron los otros tres de la Tetralogía: Aquiles en el gineceo, Ejemplaridad pública y Necesario pero imposible.

Con la aparición de la Tetralogía de la Ejemplaridad, ¿había contado finalmente lo que me había tenido en vilo tanto tiempo? Sí y no. Sí, porque la idea inspiraba cada uno de los cuatro títulos y guiaba enteramente su contenido. Pero no, porque la idea era una, la unidad formaba parte esencial de la idea, y por mi incompetencia o inmadurez había tenido que trocearla. El resto de mi bibliografía —Ingenuidad aprendida, Filosofía mundana, La imagen de tu vida, Dignidad, Un hombre de cincuenta años— desarrolló y complementó la Tetralogía sin remediar esa falta.

El libro que siempre quise escribir, en el que, por fin, lo cuento todo, es éste, lector, que has abierto. Quién sabe si mis obras previas no son más que un rodeo o preparación para ésta, en la cual, después de tanto rodar por el mundo de las ideas, expongo la mía de manera directa, breve, unitaria y sistemática, dividida en cuatro partes. Todo lo que se dice en él ya lo he dicho antes de alguna manera, pero nunca hasta ahora había hecho de ese todo el tema único de un ensayo. Los disiecta membra [elementos dispersos] de mi literatura anterior se hallan aquí conjuntados y por vez primera puede contemplarse el cuadro entero de un solo golpe de vista.

¿Por qué antes no pude escribirlo y ahora sí? Tuve la idea en la primera mitad de mi vida, la cuento en la segunda, cuando por edad me siento independiente del joven que fui y puedo ponderar cuanto entonces pensé con un juicio, una objetividad y una perspectiva superiores a las de antes. Por otra parte, los escritos que entretanto he ido publicando me han servido para conceptualizar y verbalizar esa imagen antigua que me rondaba, además de que he seguido meditando sobre ella mientras envejecía y en mil situaciones de la vida —conferencias, colaboraciones en medios, entrevistas, correspondencia privada, reseñas, conversaciones con amigos y lectores— encontré oportunidades para sopesarla, mejorarla y contrastarla.

He querido despojar el texto de notas al pie y de la cita de autores —salvo algunas excepciones literarias— para que la idea desnuda se valga por sí misma y en la lectura prevalezca por encima de todo la unidad y claridad del argumento. Apenas me cito a mí mismo tampoco, porque, aunque este libro se sostiene sobre los anteriores, de los que extrae lo sustancial de su contenido, no los resume, ni compendia, ni introduce. La relación que mantiene con ellos se parece más a una suma filosófica.

Podría entenderse este libro como un discurso de contestación a las dos preguntas fundamentales que se plantea la filosofía sistemática: qué hay en el mundo, qué hacer con lo que hay. En ambos casos, la respuesta que da es la que luce en su título, dos palabras que definen la esencia del ejemplo. Un ejemplo es siempre ejemplo para alguien, un caso concreto que enuncia una regla universal válida para más casos, y es a esta duplicidad a la que llamo universal concreto. Interpreto el sintagma como universalidad sin concepto, en un sentido opuesto, por tanto, al usado en sus obras por Hegel.

Una década después de la Tetralogía, vuelvo a entregar a los lectores un ensayo monográfico. Cualquiera que sea el valor intrínseco que posea, ocupa en mi corazón esa posición privilegiada que se reserva para un viejo amor, que es lo contrario de un amor viejo. Me consideraría muy afortunado si quien lo lea percibe en sus páginas ese enamoramiento intelectual con que ha sido escrito y más si se deja contagiar un poco por deseo tan exagerado.

En el artículo citado de 2021, hacía una referencia expresa al Rey, a la Corona en este país, en un momento de horas muy bajas, de una falta de ejemplaridad alarmante. Ha pasado el tiempo y todo lo allí expuesto se podría aplicar en estos momentos a determinados políticos en la actualidad, con su nombres y apellidos, especialmente a los que no son precisamente ejemplares, porque todos no son iguales, a pesar de los esfuerzos de la derecha de toda la vida y la extrema por salvarse siempre, debido a que ellos son “gente de bien”, frente a la izquierda global catalogada globalmente como “gente de mal”, algo que ya expliqué también en su momento en este cuaderno digital. Lo dije entonces y lo vuelvo a repetir ahora: el pueblo, una vez más, espera siempre actitudes ejemplares de sus gobernantes, aunque las actitudes propias “ejemplares” de quienes los critican sin compasión alguna, sean muchas veces harina de otro costal (que por ahí deberíamos empezar a manejar la cosa).

Porque, ¿qué significa ser ejemplar? Llama la atención que en este país no se introdujo la palabra “ejemplar” hasta el siglo XVIII, como adjetivo, con una sola palabra para definirla: edificativo, según el diccionario castellano con las voces de ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina e italiana […], tomo segundo (1767), de Esteban de Terreros y Pando, publicado en Madrid por la Viuda de Ibarra, en 1787. Ser edificativo quiere decir que una persona “conmueve y excita al seguimiento de una virtud”. Es verdad que en el lenguaje ordinario que pudieron recogerla “las autoridades académicas” del siglo XVIII, no lo hicieron en este afamado siglo y sí en un diccionario de la lengua española usual, no de autoridad en el siglo XIX, lo que nos lleva a deducir que no era algo que preocupara de verdad a la población en general, menos a las monarquías y a los poderes absolutos. Aparece por primera vez, como adjetivo, en el diccionario de la lengua castellana editado en Madrid por la Real Academia Española, (5ª edición), por la Imprenta Real (sin comentarios), en 1817. Se definía como “lo que da buen ejemplo y, como tal, es digno de proponerse por dechado para la imitación a otros” (imitazione dignus, ad virtutem provocans), que en principio sonaba muy bien, quizá mejor como máxima de un taco de almanaque de la época.

También sorprende que el lema “ejemplaridad”, adjetivo que recogía “la calidad de ejemplar”,  no apareciera hasta la edición del diccionario de la Real Academia publicado en 1925. Estas disquisiciones sólo pretender contextualizar un hecho claro: los adjetivos “ejemplar” y “ejemplaridad” no pertenecían al lenguaje común de este país y su clamorosa ausencia en el argot académico traducía algo muy claro: estas palabras no se suponían de los reyes y gobernantes, a diferencia del valor de los soldados que eran casi siempre “ejemplares” para los demás. Entre “edificativo” y “lo que da buen ejemplo y, como tal, es digno de proponerse por dechado para la imitación a otros”, anda la cosa de lo ejemplar y la ejemplaridad asociada. Así de sencillo y así de complejo a la vez, aunque de lo que sí estamos convencidos es que lo que ha pasado en la historia en reiteradas ocasiones, con muchas Coronas, Emperadores, Jefes de Estado y Presidentes, hasta nuestros días, es que todo el mundo sabía identificar qué personajes reales o no iban desnudos -de ahí el cuento de Andersen- ante los ojos pasmados de todos los que habían escuchado que el emperador llevaba un traje nuevo en su desfile ético por el mundo (el que quiera entender que entienda), también por este país y a lo largo de los siglos. Los silencios cómplices y los miedos reverenciales hicieron el resto, a lo largo de la historia, porque ya se sabía desde antiguo que “del Rey, abajo, ninguno”.

Ya sabemos por el cuento de Andersen, El traje nuevo del emperador, que los “tejedores” más próximos son los que menos ayudan a ser uno mismo, por muy perfectos que sean los reyes -al buen entendedor en este país con pocas palabras basta para comprender la extensión de este sustantivo regio a todas las clases políticas y sociales-, porque de todo hay en esa viña del Señor). Hasta que un día cualquiera, en un momento especial, un niño, el del cuento de Andersen citado anteriormente o el de cuatro años que Groucho Marx buscaba apasionadamente para resolverle un gran problema (“¡hasta un niño de cuatro años sería capaz de entender esto!… Rápido, busque a un niño de cuatro años, a mí me parece chino“) o cualquier persona digna, da igual que sea mujer u hombre, nos desmontan todos los esquemas de la rutina diaria y salta la posibilidad de que podamos ser otros, verdaderos ciudadanos ejemplares, porque son los que de verdad denuncian a personas que suelen ir desnudas por el mundo con la obsesión de vivir la perfección apasionadamente, convencidos de que llevan incluso ropa de emperadores, Reyes o Reinas, Jefes o Jefas de Estado, Presidentes o Presidentas, y así sucesivamente ante cualquier rango en las cadenas de mando en el mundo actual al revés, ropa cosida puntada a puntada por modistos o tejedores -supuestamente imparciales- que se refugian en ellos y son incapaces de decir la verdad de lo que está pasando a quienes cosen. Sobre todo, porque son profesionales de la farsa a cualquier precio y de clamorosos silencios cómplices.

En el contexto político en el que nos movemos en la actualidad, hay que empezar como Diógenes a buscar a políticos y personas ejemplares. Ya sabemos que lo “normal” es buscar el Norte De La Ejemplaridad en un mapa ético, que nos lleve a identificar y denunciar la dialéctica “vicios privados, públicas virtudes”, un nicho que cada vez ocupa más gente de todo tipo. Lo demás, consiste en tener cada día más claro que la ejemplaridad ética empieza por uno mismo para poder exigirla a los demás, aunque es verdad que lo que estamos viviendo en la actualidad, en relación con determinados representantes políticos y asociados (el que quiera entender, que entienda o se ubique por tanto), no es edificativo, es decir, no nos “conmueve” ni “excita al seguimiento de una virtud”. Lo que tenemos claro por ahora es que la ejemplaridad pública y ética de quienes nos gobiernan, tiene domiciliada su residencia habitual en la conciencia de los ciudadanos. Eso nos basta.

Vuelvo al último libro de Gomá, Universal concreto, quedándome ahora con una reflexión que emana de un planteamiento muy acertado: nos regimos por las leyes democráticas y por las costumbres, la ética consuetudinaria: “Las costumbres son imitaciones colectivas y, como todas las imitaciones, pueden tener por objeto un modelo o un ejemplo no ejemplar. En este último caso, las costumbres equivalen a un romo mimetismo que no cumple función política alguna y carece de simbolismo. Son de esta naturaleza las que practica la vulgaridad, que idolatra en masa ciertas notoriedades consagradas por los medios de comunicación como si se trataran de divinidades del Olimpo, cuando, en perspectiva filosófica, apenas son más que meros ejemplos sin ejemplaridad, que, en lugar de usar la inmensa influencia que atesoran para universalizar la ratio y favorecer el embellecimiento de la vida privada, entierran la vulgaridad triunfante en el mundo con toneladas de más vulgaridad. Las costumbres que van a tenerse en consideración en lo que sigue son de la otra clase: imitaciones colectivas de un modelo ejemplar, las llamadas buenas costumbres. No todas las costumbres son buenas, solo lo son las buenas costumbres, aquellas que con suavidad y tácito consenso contribuyen al cumplimiento de los fines políticos del Estado. Y son buenas costumbres democráticas las que promueven la socialización masiva y emancipadora del ciudadano, quien a causa de ellas tiene más fácil emprender la reforma pendiente”.

(1) Gomá Lanzón, Javier, Universal concreto, Barcelona: Taurus – Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U., 2023.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes para su interés personal, aparte de su situación actual de persona jubilada.

UCRANIA Y GAZA, ¡Paz y Libertad!