
Foto cortesía del Prof. Arturo Toga, neurólogo en la Universidad de California, de Los Ángeles (LONI), y director del Centro para la biología computacional. Esta imagen del cerebro humano utiliza colores y forma para demostrar diferencias neurológicas entre dos personas.
He leído recientemente un reportaje muy sugerente sobre dilemas en el cerebro (1), que trata sobre la técnica de estimulación magnética transcraneal desarrollada por el Dr. Álvaro Pascual-Leone, director del Berenson-Allen Center, para la estimulación cerebral no invasiva, en Boston, que vuelve a recordarme mi inquietud para seguir investigando sobre las bases neurológicas de la ética cerebral humana. Hace casi cuarenta años estudié con ahínco la ética de situación, casi a escondidas, que conocí a través de un libro que aún conservo en mi biblioteca, Ética de situación (2), porque no estaba bien vista ni por el Régimen, ni por la Iglesia oficial. Pero me llamaba la atención, poderosamente, porque hacía mucho más humana la vida, porque aceptaba el dilema de la decisión ética, aquella que al tomarla implicaba posibles daños colaterales que siempre se podrían justificar. Y ésa situación de marras era lo que podía dejar tranquila la conciencia. Quizá era donde estaba su secreto, en tranquilizar temporalmente la conciencia humana del yo para no sufrir más de lo necesario, porque determinadas situaciones justifican irremisiblemente determinadas decisiones.
Pasados los años, muchos…, he descubierto que hice aprendizajes sobre la llamada “situación” como fenómeno externo al yo, que ocurría siempre fuera de uno mismo. Ahora pienso que el auténtico reto está en descubrir por qué el problema de la situación no está fuera sino dentro de uno mismo, en el cerebro de cada persona, que no se puede repetir en idénticas condiciones pero sí definir un patrón ¿universal? de “conducta ética cerebral”, al activarse siempre determinadas estructuras cerebrales por medio de circuitos que siempre se “encienden” (activan) ante situaciones similares. Y que se pueden “modificar” interviniendo en ellas.
La lectura del reportaje citado me ha activado y deparado nuevas ilusiones para aproximarse a este viejo problema humano, sobre una de sus bases neurológicas en la investigación actual: la intromisión física en áreas del cerebro que “toman” decisiones que llamamos “éticas”, a través de una técnica: la estimulación magnética transcraneal: “Veamos uno [los experimentos actuales] sencillo: te colocan en la cabeza un artilugio un tanto extraño pero en absoluto amenazante, que el investigador va orientando hasta encontrar el área de Broca, la zona del cerebro que controla el habla. Cuando la localiza, te pide que le expliques una historia. Mientras estás hablando, activa un mecanismo y sientes como una pequeña descarga. No duele, sólo notas que algo extraño ocurre en tu boca. Las palabras no te salen. Sabes muy bien lo que quieres decir, pero tu garganta no responde. Es como una de esas pesadillas en las que basta una palabra para que se abra la puerta que te salvará de tus perseguidores, ¡y no hay manera de pronunciarla! Entonces el investigador te sugiere que en lugar de hablar, cantes. Y entonces, sí que puedes. ¿Por qué? Porque la función de cantar está en el lóbulo derecho, y lo que tienes bloqueado es el izquierdo” (2).
Más adelante se aborda la quintaesencia del problema, es decir, la intervención directa a través de estas técnicas sobre el comportamiento humano, con manipulación de estructuras cerebrales que bloquean actitudes anteriores de corte ético. Y estos avances certifican una realidad defendida científicamente por Marc Hauser, psicobiólogo de la Universidad de Harvard y autor del libro Moral Minds (3), en relación con el llamado “instinto moral”: “Nacemos con un instinto moral, una capacidad que crece de forma natural en cada niño, desarrollada para generar juicios rápidos sobre lo que es correcto o incorrecto, y basada en unos procesos que actúan de forma inconsciente. Parte de este mecanismo fue diseñado por la mano ciega de la selección darwiniana millones de años antes que nuestra especie evolucionase. Otros aspectos fueron añadidos o actualizados durante la historia de nuestros antepasados, y son exclusivos de los humanos y su psicología moral”, teoría expuesta en su libro Mentes Morales: la naturaleza de lo correcto y lo incorrecto (4).
Por didáctica neurológica, estos autores recurren a clásicos populares en relación con la teoría de los dilemas, destacando sobre todo dos: el del tranvía ó tren, y el de la entrega de dinero, para reforzar la “universalidad” de los patrones éticos, que transcribo literalmente del reportaje por su claridad expositiva: “Tenemos un tren que viene a toda velocidad; el sujeto al que se plantea el dilema está junto a una bifurcación en la que hay una aguja que se puede accionar para que el tren vaya por una vía o por la otra. En una de las vías hay un trabajador y en la otra tres. El tren no puede detenerse. Lo único que puede hacer el sujeto es mover la aguja para que vaya por una vía o por la otra. ¿Qué hará? La mayoría de los que participan en este dilema accionan la manivela para que el tren vaya hacia la vía en la que sólo hay un trabajador. Deciden que muera uno para salvar a tres. En el segundo dilema, la situación es la misma, pero en lugar de bifurcación, hay una sola vía. Muy cerca del sujeto, hay un operario trabajando en la vía y unos metros más allá, otros tres. El tren parará automáticamente si se interpone un objeto en su camino. El sujeto sabe que la única cosa que puede hacer es empujar a la vía al trabajador que tiene más próximo. ¿Lo hará? La decisión es la misma, matar a uno para salvar a tres, pero empujando, que es distinto. La mayoría de quienes participan en esta prueba deciden no empujar al trabajador y, por tanto, mueren los otros tres. Hay algo, en este caso, por encima del raciocinio, que no les deja optar por la mejor solución. Algo de orden moral. Daria Knoch y Ernst Fehr siguieron avanzando con un nuevo dilema, el del Ultimatum Game. Participan dos sujetos a los que se ofrece una cantidad importante de dinero que podrán repartirse entre ellos sólo si se ponen de acuerdo en el reparto. A uno se le dará la facultad de proponer el trato y el otro sólo tendrá dos opciones, aceptar o rechazar la oferta. Si la acepta, cada uno se llevará la parte acordada. Si la rechaza, ninguno recibirá nada. El planteamiento racional sería: puesto que él tiene la capacidad de decidir, si rechazo la oferta, me quedo sin nada. Luego la posición más ventajosa —y egoísta— es aceptar lo que me proponga. Pues no. La mayoría de los sujetos que participan en el Ultimatum Game rechaza la oferta si ésta es inferior al 40%. La rechazan de plano, y además suelen enfadarse. Pero si en lugar de una persona, es un ordenador el que hace la oferta injusta, entonces, ¡la mayoría acepta lo que la máquina le ofrece!” (5).
¡Oh, sorpresa! Esto ocurre porque con la máquina no tenemos reparos para interactuar dado que no tenemos que justificar nada ante nadie, ante los demás, tal y como se afirma en el citado reportaje: “¿Por qué esta diferencia? Porque un ordenador no es humano. Con la decisión de rechazar la oferta injusta, practican el llamado “castigo altruista”, un rasgo muy humano: actuar contra el propio interés por defender un principio moral”. Además, interviniendo a través de las técnicas de estimulación magnética transcraneal, se puede sacar una conclusión que abre muchos interrogantes, porque “los humanos inhiben el egoísmo con valores sociales y morales, y eso se hace en esa parte concreta del cerebro [la disrupción del cortex dorsolateral derecho (y no el izquierdo) mediante estimulación magnética intracraneal, reduce el impulso de rechazar las ofertas intencionadamente injustas]. La especie humana es capaz de exhibir justicia recíproca, lo cual implica el castigo de los individuos que tienen conductas injustas, incluso cuando eso daña el propio interés. Para ello ha desarrollado un sistema cortical capaz de inhibir la acción reflexiva encaminada a buscar el propio interés. Y este sistema de inhibición es tan fuerte que somos capaces de llegar a matarnos a nosotros mismos por convicciones políticas y morales”.
He vuelto a recordar el libro de Fletcher que citaba anteriormente, porque en su capítulo final, planteaba cuatro casos a los que no se daba respuesta: intrigas de espionaje (chantaje por el sexo), un adulterio como sacrificio (un embarazo forzado para recuperar la libertad en un campo de concentración), ¿tenía derecho a provocar su propia muerte? (abandonar un tratamiento con objeto de que la familia cobre una póliza para asegurar su subsistencia) y la misión especial del bombardero nº ¡3 [el Enola Gay que lanzó la bomba sobre Hiroshima] (sobre las recomendaciones del Informe solicitado por el Presidente Truman para decidir sobre el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima en 1945). Probablemente, coincidiríamos todas las personas en la respuesta a tenor de cada patrón de conducta, en aquél contexto histórico y social, a tenor de los patrones éticos y morales de la época en la que el “pietismo” y el “moralismo” eran moneda común. O no. Pero lo que se plantea a partir de las investigaciones actuales es que aún existiendo hoy día patrones morales se puede intervenir en el cerebro “modulando” el córtex dorsolateral derecho, en una dialéctica permanente de razón (córtex) y emociones (sistema límbico). Sabiendo como sabemos que el cerebro no descansa nunca, es decir, que está en autoregulación continua, muy atento a “lo que pasa” en su interior, construyendo defensas y arquetipos éticos moduladores en la consciencia, gastando permanentemente el 20% de la energía que gasta nuestro organismo, tanto cuando está muy activo como cuando está en reposo.
En mi libro Inteligencia digital, publicado en 2007, ya abordaba este interesante proyecto de ética del cerebro, de ética de la inteligencia: “Si lo psíquico precede a lo morfológico (¿recuerdan el ejemplo que expliqué sobre la fiereza del tigre anteriormente?), lo importante es la base que ocupa la inteligencia sobre la potencialidad de ser. Así se ha demostrado en la historia de la humanidad: las nuevas especies aparecidas en la selva de Foja son importantes para la humanidad porque la inteligencia del ser humano ha permitido organizar expediciones y utilizar “herramientas especiales” para darles valor. Si no hubiera sido por la explosión del conocimiento humano, las famosas especies que se han descubierto “ahora”, continuarían en el anonimato. Como el funcionamiento de las neuronas. Nuevas especies y neuronas en movimiento perpetuo siempre estaban allí. Cobra especial interés en este apartado la ética de la investigación, la ética del cerebro, como nueva expresión que algún día no muy lejano me gustaría desarrollar y que aprendí de los profesores López Aranguren y Sánchez Vázquez. Son las neuronas interactuando las que hacen posible poner en valor las personas y las cosas. Nace así un nicho de investigación apasionante” (6). Y de esta forma empezamos a hacer un nuevo y apasionante camino científico: “La grandeza del ser humano radica en demostrar a través de la inteligencia que lo biológico (la biosfera) solo tiene sentido cuando va hacia adelante y se completa en la malla pensante de la humanidad, en la malla de la inteligencia (la Noosfera). En definitiva, su tesis radicaba en llevar al ánimo de los seres humanos la siguiente investigación: estamos “programados” para ser inteligentes. Para los investigadores y personas con fe, la posibilidad de conocer el cerebro es una posibilidad ya prevista por Dios y que se “manifiesta” en estos acontecimientos científicos. Para los agnósticos y escépticos, la posibilidad de descubrir la funcionalidad última del cerebro no es más que el grado de avance del conocimiento humano debido a su propio esfuerzo, a su autosuficiencia programada” (7).
Sevilla, 2/IX/2008
(1) Pérez Oliva, M. (2008, 30 de agosto). Dilemas en el cerebro. En el futuro será posible leer el pensamiento y tal vez llegar a modular el comportamiento. La puerta a un mundo insospechado está abierta. El País. Revista de Verano, p. 6s. Asimismo, recomiendo la lectura de la entrevista mantenida por Eduardo Punset con el profesor Alvaro Pascual-Leone, perteneciente al programa de TVE, Redes.
(2) Fletcher, J. (1970). Ética de situación. Barcelona: Ariel (Libros del Nopal).
(3) Recomiendo la lectura completa de la entrevista de Eduard Punset con Marc Hauser, psicobiólogo de la Universidad de Harvard y autor del libro Moral Minds. Boston, diciembre de 2007 (recuperada el 30 de agosto de 2008, de http://www.smartplanet.es/redesblog/wp-content/uploads/2008/06/entrev003a.pdf).
(4) Recuperado el 31 de agosto de 2008, de http://lacomunidad.elpais.com/apuntes-cientificos-desde-el-mit/2008/1/30/neurofilosofia-moral).
(5) Pérez Oliva, M., ibídem.
(6) Cobeña Fernández, J.A. (2007). Inteligencia digital. Introducción a la noosfera digital (Edición digital), p. 284s.
(7) Cobeña Fernández, J.A. (2007), Ibídem, p. 285s
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