Debemos cambiar el presente

La Fundación Vicente Ferrer ha presentado una campaña, “El poder de cambiar el presente”, a la que me quiero sumar a través de este cuaderno digital, porque considero que el presente en la India es todavía una isla desconocida. El detalle de la campaña se puede conocer a través del portal específico que la Fundación ha creado a tal fin. En síntesis, el resultado pretendido es superar cuatro situaciones especialmente preocupantes para asegurar el desarrollo de la India rural:

– En la India, la discriminación por motivo de castas afecta a 165 millones de personas.
– El 47% del total de niñas se casan, sin su consentimiento, antes de cumplir los 18 años de edad.
– 13 millones de niñas y niños se ven obligados a trabajar para subsistir en medio de la pobreza extrema.
– Casi 62 millones de niños y niñas sufren desnutrición crónica y retraso del crecimiento entre los 0 y 6 años.

En la zona donde trabaja la Fundación, el Estado de Anda Pradesh, no tienen casi nada millones de personas. Aquí, en España, en Andalucía, tenemos todavía la oportunidad de atender las situaciones difíciles de nuestro país, pero nada comparable con la realidad de millones de niñas y niños de la India que viven en la precariedad más absoluta. Debemos estar atentos este fin de semana a la petición puntual del Banco de Alimentos para nuestro país, para nuestra Comunidad Autónoma, claro que sí. Pero en India esperan también nuestra solidaridad, constante no sólo puntual, hecha magia a través del bindi (el círculo rojo pintado en la frente), un símbolo enraizado en la comunidad india para expresar que la vida sigue teniendo interés cuando va hacia adelante…, un símbolo de sabiduría, energía y positivismo, porque no solo podemos sino que debemos cambiar el presente, muchos presentes por cierto, incluso más cerca de lo que creemos.

Agradecería que si has llegado hasta aquí, te comprometas a seguir divulgando esta campaña por el medio que puedas, así como la del Banco de Alimentos de este fin de semana, hoy y mañana, para poder atender un presente de pobreza muy duro en Andalucía. No las olvides, por favor, aunque sea a través de la palabra, un poder extraordinario que debemos controlar para no convertirla en pura mercancía, en mano de los mayores opinadores y tertulianos del Reino, porque la necesitamos para alzar la voz y cambiar también con ella nuestros numerosos presentes.

Sevilla, 28/XI/2014

Ética del cerebro


Foto cortesía del Prof. Arturo Toga, neurólogo en la Universidad de California, de Los Ángeles (LONI), y director del Centro para la biología computacional. Esta imagen del cerebro humano utiliza colores y forma para demostrar diferencias neurológicas entre dos personas.

He leído recientemente un reportaje muy sugerente sobre dilemas en el cerebro (1), que trata sobre la técnica de estimulación magnética transcraneal desarrollada por el Dr. Álvaro Pascual-Leone, director del Berenson-Allen Center, para la estimulación cerebral no invasiva, en Boston, que vuelve a recordarme mi inquietud para seguir investigando sobre las bases neurológicas de la ética cerebral humana. Hace casi cuarenta años estudié con ahínco la ética de situación, casi a escondidas, que conocí a través de un libro que aún conservo en mi biblioteca, Ética de situación (2), porque no estaba bien vista ni por el Régimen, ni por la Iglesia oficial. Pero me llamaba la atención, poderosamente, porque hacía mucho más humana la vida, porque aceptaba el dilema de la decisión ética, aquella que al tomarla implicaba posibles daños colaterales que siempre se podrían justificar. Y ésa situación de marras era lo que podía dejar tranquila la conciencia. Quizá era donde estaba su secreto, en tranquilizar temporalmente la conciencia humana del yo para no sufrir más de lo necesario, porque determinadas situaciones justifican irremisiblemente determinadas decisiones.

Pasados los años, muchos…, he descubierto que hice aprendizajes sobre la llamada “situación” como fenómeno externo al yo, que ocurría siempre fuera de uno mismo. Ahora pienso que el auténtico reto está en descubrir por qué el problema de la situación no está fuera sino dentro de uno mismo, en el cerebro de cada persona, que no se puede repetir en idénticas condiciones pero sí definir un patrón ¿universal? de “conducta ética cerebral”, al activarse siempre determinadas estructuras cerebrales por medio de circuitos que siempre se “encienden” (activan) ante situaciones similares. Y que se pueden “modificar” interviniendo en ellas.

La lectura del reportaje citado me ha activado y deparado nuevas ilusiones para aproximarse a este viejo problema humano, sobre una de sus bases neurológicas en la investigación actual: la intromisión física en áreas del cerebro que “toman” decisiones que llamamos “éticas”, a través de una técnica: la estimulación magnética transcraneal: “Veamos uno [los experimentos actuales] sencillo: te colocan en la cabeza un artilugio un tanto extraño pero en absoluto amenazante, que el investigador va orientando hasta encontrar el área de Broca, la zona del cerebro que controla el habla. Cuando la localiza, te pide que le expliques una historia. Mientras estás hablando, activa un mecanismo y sientes como una pequeña descarga. No duele, sólo notas que algo extraño ocurre en tu boca. Las palabras no te salen. Sabes muy bien lo que quieres decir, pero tu garganta no responde. Es como una de esas pesadillas en las que basta una palabra para que se abra la puerta que te salvará de tus perseguidores, ¡y no hay manera de pronunciarla! Entonces el investigador te sugiere que en lugar de hablar, cantes. Y entonces, sí que puedes. ¿Por qué? Porque la función de cantar está en el lóbulo derecho, y lo que tienes bloqueado es el izquierdo” (2).

Más adelante se aborda la quintaesencia del problema, es decir, la intervención directa a través de estas técnicas sobre el comportamiento humano, con manipulación de estructuras cerebrales que bloquean actitudes anteriores de corte ético. Y estos avances certifican una realidad defendida científicamente por Marc Hauser, psicobiólogo de la Universidad de Harvard y autor del libro Moral Minds (3), en relación con el llamado “instinto moral”: “Nacemos con un instinto moral, una capacidad que crece de forma natural en cada niño, desarrollada para generar juicios rápidos sobre lo que es correcto o incorrecto, y basada en unos procesos que actúan de forma inconsciente. Parte de este mecanismo fue diseñado por la mano ciega de la selección darwiniana millones de años antes que nuestra especie evolucionase. Otros aspectos fueron añadidos o actualizados durante la historia de nuestros antepasados, y son exclusivos de los humanos y su psicología moral”, teoría expuesta en su libro Mentes Morales: la naturaleza de lo correcto y lo incorrecto (4).

Por didáctica neurológica, estos autores recurren a clásicos populares en relación con la teoría de los dilemas, destacando sobre todo dos: el del tranvía ó tren, y el de la entrega de dinero, para reforzar la “universalidad” de los patrones éticos, que transcribo literalmente del reportaje por su claridad expositiva: “Tenemos un tren que viene a toda velocidad; el sujeto al que se plantea el dilema está junto a una bifurcación en la que hay una aguja que se puede accionar para que el tren vaya por una vía o por la otra. En una de las vías hay un trabajador y en la otra tres. El tren no puede detenerse. Lo único que puede hacer el sujeto es mover la aguja para que vaya por una vía o por la otra. ¿Qué hará? La mayoría de los que participan en este dilema accionan la manivela para que el tren vaya hacia la vía en la que sólo hay un trabajador. Deciden que muera uno para salvar a tres. En el segundo dilema, la situación es la misma, pero en lugar de bifurcación, hay una sola vía. Muy cerca del sujeto, hay un operario trabajando en la vía y unos metros más allá, otros tres. El tren parará automáticamente si se interpone un objeto en su camino. El sujeto sabe que la única cosa que puede hacer es empujar a la vía al trabajador que tiene más próximo. ¿Lo hará? La decisión es la misma, matar a uno para salvar a tres, pero empujando, que es distinto. La mayoría de quienes participan en esta prueba deciden no empujar al trabajador y, por tanto, mueren los otros tres. Hay algo, en este caso, por encima del raciocinio, que no les deja optar por la mejor solución. Algo de orden moral. Daria Knoch y Ernst Fehr siguieron avanzando con un nuevo dilema, el del Ultimatum Game. Participan dos sujetos a los que se ofrece una cantidad importante de dinero que podrán repartirse entre ellos sólo si se ponen de acuerdo en el reparto. A uno se le dará la facultad de proponer el trato y el otro sólo tendrá dos opciones, aceptar o rechazar la oferta. Si la acepta, cada uno se llevará la parte acordada. Si la rechaza, ninguno recibirá nada. El planteamiento racional sería: puesto que él tiene la capacidad de decidir, si rechazo la oferta, me quedo sin nada. Luego la posición más ventajosa —y egoísta— es aceptar lo que me proponga. Pues no. La mayoría de los sujetos que participan en el Ultimatum Game rechaza la oferta si ésta es inferior al 40%. La rechazan de plano, y además suelen enfadarse. Pero si en lugar de una persona, es un ordenador el que hace la oferta injusta, entonces, ¡la mayoría acepta lo que la máquina le ofrece!” (5).

¡Oh, sorpresa! Esto ocurre porque con la máquina no tenemos reparos para interactuar dado que no tenemos que justificar nada ante nadie, ante los demás, tal y como se afirma en el citado reportaje: “¿Por qué esta diferencia? Porque un ordenador no es humano. Con la decisión de rechazar la oferta injusta, practican el llamado “castigo altruista”, un rasgo muy humano: actuar contra el propio interés por defender un principio moral”. Además, interviniendo a través de las técnicas de estimulación magnética transcraneal, se puede sacar una conclusión que abre muchos interrogantes, porque “los humanos inhiben el egoísmo con valores sociales y morales, y eso se hace en esa parte concreta del cerebro [la disrupción del cortex dorsolateral derecho (y no el izquierdo) mediante estimulación magnética intracraneal, reduce el impulso de rechazar las ofertas intencionadamente injustas]. La especie humana es capaz de exhibir justicia recíproca, lo cual implica el castigo de los individuos que tienen conductas injustas, incluso cuando eso daña el propio interés. Para ello ha desarrollado un sistema cortical capaz de inhibir la acción reflexiva encaminada a buscar el propio interés. Y este sistema de inhibición es tan fuerte que somos capaces de llegar a matarnos a nosotros mismos por convicciones políticas y morales”.

He vuelto a recordar el libro de Fletcher que citaba anteriormente, porque en su capítulo final, planteaba cuatro casos a los que no se daba respuesta: intrigas de espionaje (chantaje por el sexo), un adulterio como sacrificio (un embarazo forzado para recuperar la libertad en un campo de concentración), ¿tenía derecho a provocar su propia muerte? (abandonar un tratamiento con objeto de que la familia cobre una póliza para asegurar su subsistencia) y la misión especial del bombardero nº ¡3 [el Enola Gay que lanzó la bomba sobre Hiroshima] (sobre las recomendaciones del Informe solicitado por el Presidente Truman para decidir sobre el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima en 1945). Probablemente, coincidiríamos todas las personas en la respuesta a tenor de cada patrón de conducta, en aquél contexto histórico y social, a tenor de los patrones éticos y morales de la época en la que el “pietismo” y el “moralismo” eran moneda común. O no. Pero lo que se plantea a partir de las investigaciones actuales es que aún existiendo hoy día patrones morales se puede intervenir en el cerebro “modulando” el córtex dorsolateral derecho, en una dialéctica permanente de razón (córtex) y emociones (sistema límbico). Sabiendo como sabemos que el cerebro no descansa nunca, es decir, que está en autoregulación continua, muy atento a “lo que pasa” en su interior, construyendo defensas y arquetipos éticos moduladores en la consciencia, gastando permanentemente el 20% de la energía que gasta nuestro organismo, tanto cuando está muy activo como cuando está en reposo.

En mi libro Inteligencia digital, publicado en 2007, ya abordaba este interesante proyecto de ética del cerebro, de ética de la inteligencia: “Si lo psíquico precede a lo morfológico (¿recuerdan el ejemplo que expliqué sobre la fiereza del tigre anteriormente?), lo importante es la base que ocupa la inteligencia sobre la potencialidad de ser. Así se ha demostrado en la historia de la humanidad: las nuevas especies aparecidas en la selva de Foja son importantes para la humanidad porque la inteligencia del ser humano ha permitido organizar expediciones y utilizar “herramientas especiales” para darles valor. Si no hubiera sido por la explosión del conocimiento humano, las famosas especies que se han descubierto “ahora”, continuarían en el anonimato. Como el funcionamiento de las neuronas. Nuevas especies y neuronas en movimiento perpetuo siempre estaban allí. Cobra especial interés en este apartado la ética de la investigación, la ética del cerebro, como nueva expresión que algún día no muy lejano me gustaría desarrollar y que aprendí de los profesores López Aranguren y Sánchez Vázquez. Son las neuronas interactuando las que hacen posible poner en valor las personas y las cosas. Nace así un nicho de investigación apasionante” (6). Y de esta forma empezamos a hacer un nuevo y apasionante camino científico: “La grandeza del ser humano radica en demostrar a través de la inteligencia que lo biológico (la biosfera) solo tiene sentido cuando va hacia adelante y se completa en la malla pensante de la humanidad, en la malla de la inteligencia (la Noosfera). En definitiva, su tesis radicaba en llevar al ánimo de los seres humanos la siguiente investigación: estamos “programados” para ser inteligentes. Para los investigadores y personas con fe, la posibilidad de conocer el cerebro es una posibilidad ya prevista por Dios y que se “manifiesta” en estos acontecimientos científicos. Para los agnósticos y escépticos, la posibilidad de descubrir la funcionalidad última del cerebro no es más que el grado de avance del conocimiento humano debido a su propio esfuerzo, a su autosuficiencia programada” (7).

Sevilla, 2/IX/2008

(1) Pérez Oliva, M. (2008, 30 de agosto). Dilemas en el cerebro. En el futuro será posible leer el pensamiento y tal vez llegar a modular el comportamiento. La puerta a un mundo insospechado está abierta. El País. Revista de Verano, p. 6s. Asimismo, recomiendo la lectura de la entrevista mantenida por Eduardo Punset con el profesor Alvaro Pascual-Leone, perteneciente al programa de TVE, Redes.
(2) Fletcher, J. (1970). Ética de situación. Barcelona: Ariel (Libros del Nopal).
(3) Recomiendo la lectura completa de la entrevista de Eduard Punset con Marc Hauser, psicobiólogo de la Universidad de Harvard y autor del libro Moral Minds. Boston, diciembre de 2007 (recuperada el 30 de agosto de 2008, de http://www.smartplanet.es/redesblog/wp-content/uploads/2008/06/entrev003a.pdf).
(4) Recuperado el 31 de agosto de 2008, de http://lacomunidad.elpais.com/apuntes-cientificos-desde-el-mit/2008/1/30/neurofilosofia-moral).
(5) Pérez Oliva, M., ibídem.
(6) Cobeña Fernández, J.A. (2007). Inteligencia digital. Introducción a la noosfera digital (Edición digital), p. 284s.
(7) Cobeña Fernández, J.A. (2007), Ibídem, p. 285s

Las mudanzas del cerebro

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San Juan de la Cruz, Coplas del mismo, hechas sobre un éxtasis de harta contemplación, Poesías de la colección de Sanlúcar de Barrameda.

Las mudanzas han sido una constante en mi vida, porque he aceptado siempre con buen talante que en la vida se producen variaciones del estado que tienen las cosas, “pasando a otro diferente en lo físico ú lo moral” (Diccionario de Autoridades, RAE, 1734). Las he vuelto a revivir al leer una frase de un cómico americano Steven Wright, al afirmar que escribía un diario desde su nacimiento y como prueba de ello nos recordaba sus dos primeros días de vida: “Día uno: todavía cansado por la mudanza. Día dos: todo el mundo me habla como si fuera idiota”. Es una frase que simboliza muy bien las múltiples veces que hacemos mudanza en el cerebro porque cambiamos o nos cambian la vida (el estado que tienen las cosas) muchas veces a lo largo de la vida. Y el cerebro lo aguanta todo y…, lo guarda también. Es una dialéctica permanente entre plasticidad cerebral y funcionamiento perfecto del hipocampo (como estructura que siempre está “de guardia” en el armario de la vida).

Por otra parte, he escuchado muchas veces la frase ignaciana “en tiempo de turbación no hacer mudanza”, en una interpretación ascética de la frónesis griega, de la prudencia como madre de la sabiduría. Ahora bien, ¿qué es turbación?, ¿algo estático ó dinámico?, ¿azar ó necesidad?, es decir, ¿nos mudamos todos los días o no? La respuesta no está en el viento y el contrato de la perfecta mudanza lo administra segundo a segundo la inteligencia, como capacidad de resolver diariamente los problemas comunes y específicos de cada ser humano, en la búsqueda incesante del bienestar y bien-ser. En definitiva, ética de la felicidad, ética neuronal, porque en una danza admirable -una mu-danza perpetua-, cien mil millones de neuronas están viajando constantemente en nuestra corteza cerebral para responder a un programa de vida genético que luego tiene que modularse con el medio en el que cada ser humano nace, crece, se multiplica y muere. La estructura del cerebro al nacer “ya está instalada” que diría Gary Marcus. Antes, incluso, de la mejor mudanza existencial que existe: nacer a la vida, en el esquema de Wright. Pero estamos obligatoriamente obligados a viajar constantemente hacia alguna parte. Hacia adónde solo merece la pena (yo diría la alegría…) cuando es hacia adelante. Lo manifiesto así por coherencia con lo que yo vivo diariamente en una mudanza cerebral, personal e intransferible, como determinadas nieves: perpetua. Porque no lo sé todo, porque no tengo garantizado casi nada, porque cada vez voy más ligero de equipaje, porque no me gusta miras atrás y menos con ira, porque este siglo tiene horizontes de grandeza que no coinciden con mis patrones de educación para ser un buen ciudadano, porque el trabajo público está cada vez más “tocado” respecto del bien común, porque se confunde habitualmente valor y precio, porque la ética está en horas bajas, porque el sufrimiento de las personas que quiero sigue haciéndome preguntas que no sé contestar, y porque constantemente me adelantan las personas maleducadas por la izquierda y por la derecha, en el pleno sentido de las palabras.

¿Pesimista? No, optimista bien informado sobre la turbación. Y no quiero pasar como un idiota por la vida. Ya sé que el saber sobre las mudanzas tampoco ocupa lugar. Pero aunque no lo haya anotado Steven Wright en su diario para esta ocasión, en mi 22.205º día de existencia, ¡me queda ya tan poco sitio!…

Sevilla, 23/III/2008

Adán y Eva…

… no fueron expulsados. Se mudaron a otro Paraíso. Esta frase forma parte de una campaña publicitaria de una empresa que vende productos para exterior en el mundo. Rápidamente la he asociado a mi cultura clásica de creencias, en su primeras fases de necesidad y no de azar (la persona necesita creer, de acuerdo con Ferrater Mora) y he imaginado -gracias a la inteligencia creadora- una vuelta atrás en la historia del ser humano donde las primeras narraciones bíblicas pudieran imputar la soberbia humana, el pecado, no a una manzana sino a una mudanza. Entonces entenderíamos bien por qué nuestros antepasados decidieron salir a pasear desde África, hace millones de años y darse una vuelta al mundo. Vamos, mudarse de sitio. Y al final de esta microhistoria, un representante de aquellos maravillosos viajeros decide escribir al revés, desde Sevilla, lo aprendido. Lo creído con tanto esfuerzo.

Aunque siendo sincero, me entusiasma una parte del relato primero de la creación donde al crear Dios al hombre y a la mujer, la interpretación del traductor de la vida introdujo por primera vez un adverbio “muy” (meod, en hebreo) –no inocente- que marcó la diferencia con los demás seres vivos: y vió Dios que muy bueno. Seguro que ya se habían mudado de Paraíso.

Sevilla, 30/V/2007

Perdonar es comprender

He escuchado hoy esta excelente frase: perdonar es comprender y a veces se comprende tanto que no hay nada que perdonar. Comprendo que sea difícil trasladar esta feliz construcción de los pensamientos y sentimientos a las realidades más próximas en este territorio que habitamos, pero todo el esfuerzo es poco por hacer viable el diálogo basado en la comprensión del otro y de sus argumentos. Somos un país muy poco dado a escuchar, a pesar de que hace años el propio Machado nos alertó de esta debilidad nacional: para dialogar, preguntad primero: después… escuchad.

Y necesitamos recordar siempre que durante las veinticuatro horas del día este país necesita rescatar segundos de preguntas, comprensión y perdón si el acontecer diario abre heridas de amor y muerte, que para unas y unos puede ser entregar lo más querido y para aquellas y aquellos, alcanzar el sueño mas esperado. Así recuperamos, al mismo tiempo, la dignidad, como cualidad de lo más digno, es decir, aquello que nos hace merecedores de algo tan importante como la comprensión de los demás. Además, sin necesitar el perdón, porque todas y todos aprendemos a comprender nuestras propias limitaciones, llevándonos de la mano al necesario tiempo de silencio nacional preconizado por Azaña: si los españoles habláramos sólo y exclusivamente de lo que sabemos, se produciría un gran silencio que nos permitiría pensar… Y… comprender, para no tener que perdonar tanto.

Sevilla, 28/IV/2007

Valor y precio

Tenía razón Antonio Machado: todo necio confunde valor y precio. Se me ha ido el alma a la lectura de un reportaje publicado hoy en el diario El País, Cosas que el dinero puede comprar, o no (1), que me ha activado áreas cerebrales que estaban dedicadas desde hace días a otros escenarios de progreso, quizá porque estaba influenciado por un ataque de admiración de Woody Allen, en torno a una frase suya que ahora, paradojas de la vida, publicita un Banco: Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida. Y haciendo caso al Dr. Cardoso, un personaje peculiar en la vida de Pereira (Tabucchi), he comenzado a frecuentarlo, como una forma de invertir inteligencia para ser más feliz. Y andando en estas cuitas de Allen, tempus fugit, anuncio del Banco de Madrid (?), futuro, resto de mi vida, blog, compromisos varios, descubro una lectura de las que llamo “necesarias”, al menos para mí, reforzando una creencia clara: en el futuro en el que quiero vivir, el dinero no te lo facilita todo.

Veamos por qué, según el estudio publicado por Manuel Baucells, profesor de la escuela de negocios IESE, y Rakesh K. Sarín, de la UCLA Anderson School of Management de la Universidad de California (2): Does more money buy you more happiness?. Malas noticias, para algunos. Parece ser que algo de felicidad se puede comprar con dinero pero no toda la felicidad, porque el estudio citado dice que cuando compramos algo y lo empezamos a disfrutar, de forma inversamente proporcional “decae” la ilusión, más o menos, “porque ya tenemos lo que deseábamos”: el dinero no da la felicidad, pero la puede comprar, la única duda es cuánta cantidad. Y no es tanta como uno espera porque no sabemos administrar el dinero, nos acostumbramos demasiado rápido al nuevo tren de vida y nos comparamos con personas más afortunadas. Y empezamos a ver lo que los demás tienen y así indefinidamente, generando la envidia. Luego parece ser que es más importante desear las cosas que tenerlas. Interesante. El problema radica en que nos programan los deseos. Y me he puesto a comprobarlo en la publicidad de hoy, un sábado de febrero, normal y corriente, en mi periódico habitual, El País, desde la primera a la última página:

– En relación con la salud y la belleza: volverás otra vez a la deliciosa lentitud de las horas.
– En relación con los viajes en el mar: en el centro estás tú.
– Referido a un vehículo de gama alta: hacer algo juntos no significa hacer siempre lo mismo. Exprime, explora, experimenta.
– Windows ha cambiado: que no te coja desprevenido.
– Lleva a tu mesa la clase del mejor club del siglo XX (una cubertería con el logotipo de un equipo de fútbol).
– Toma el control. El hombre que controla todas las situaciones busca potencia y respuesta en su coche.

Solo he destacado una parte de la publicidad directa, sin analizar la subliminal que tanto afecta a nuestra inteligencia. Y las conclusiones del estudio nos llevan a pensar con Machado que no se debe confundir valor y precio, porque cuando volvamos a las prisas diarias, al estrés puro y duro, finalice el crucero, exprimamos, exploremos y experimentemos el nuevo coche, dé a los demás una lección de hombre previsor al comprarme la última versión del software comercial de los últimos días, ponga en mi mesa la cubertería de mi “equipo predilecto” y tome el control de mi vida con el coche (otra vez), me daré cuenta que me ha pasado algo parecido a cuando era niño: cuando los Reyes Magos de Oriente me traían el caballo de cartón, ya no tenía gracia montarme muchas veces en él. Y me iba a la habitación a escribir de nuevo a un rey desconocido que me permitiera ser feliz todos los días, porque tenerlo (el juguete…) me permitía comprobar que ya se me había escapado la ilusión por la montura del equino. Y así desde entonces, buscando por todas partes la forma de disfrutar los placeres basados en bienes básicos y en personas cercanas bajo la forma de familia, compañeras y compañeros de trabajo, amigos, proveedores conocidos y respetados (en clave de valor), frente a lo que me ofrecen los bienes de consumo (puro precio y mercado), por mucho que se empeñe en ello, con perdón, la agencia donde trabaja Risto Mejide.

Sevilla, 10/II/2007

(1) Mars, A. (2006, 10 de febrero). Cosas que el dinero puede comprar o no. El País, p. 64.
(2) Baucells, M., and Rakesh K. Sarin (2007). Does more money buy you more happiness?. Draft of a forthcoming Book Chapter.

El oro para quien lo quiera

Esta frase figura en la primera canción del álbum que presenta en estos días Alejandro Sanz. Hace muchos años aprendí del profesor de ética, Adolfo Sánchez Vázquez, que el oro solo tiene valor porque se lo dan las personas, dado que en sí mismo podría pasar desapercibido. Pero lo que califica el valor de las cosas, que no su precio, de acuerdo con la diferencia establecida de forma maravillosa por Antonio Machado, es la visión que las personas pueden llegar a tener de las cosas materiales. Ser o tener, en dialéctica permanente. Y una frase de Alejandro Sanz, recogida en el reportaje de Magazine de 5/XI/2006, puede ser la mejor clase de ética jamás contada.

Alejandro, subido a un episódico “Tren de los momentos”, reflexiona que “planeamos la vida como si fuéramos a ser eternos y luego, en realidad, te das cuenta de que no tienes nada salvo los recuerdos, la gente que te quiere y la gente a la que tú quieres”. Y quiere convencernos que en la terraza del restaurante Pizarro, en su Alcalá de los Gazules (Cádiz) de la niñez rediviva, las personas que le han rodeado siempre, son las que pueden recibir las pequeñas cosas de los amigos, las que siempre ensalzó Tagore en sus “Pájaros perdidos” y a las que hoy pone música y palabras.

Carta enviada a «Magazine» el 5/XI/2006

Conocer al otro

He leído con atención el reportaje “Miedo al otro” (Magazine, 11/VI/2006) y creo que este país tiene que reconocer y encarar, definitivamente, la realidad que nos rodea y aceptar que somos curiosamente una referencia mundial por el bienestar que “disfrutamos”, que atrae a los más desfavorecidos y por la aparente integración que avanza de forma inexorable en los barrios más pobres de nuestras ciudades, porque quieren conocernos. Hace tres mil setecientos millones de años, algo pasó en el mundo que permitió también el comienzo de los desplazamientos de los primeros homínidos por territorios africanos y asiáticos hasta construir y tejer la gran malla humana. La razón única es que necesitaban comer y defenderse de los ataques de animales no conocidos. Y buscaban otro mundo mejor. Más o menos como los senegaleses de los cayucos que llegan a Canarias, cuyo silencio es un grito encubierto de rabia y desesperación por una situación insostenible. Son parte de una revolución silenciosa que grita a través de sus silencios que esto no puede continuar así. Algo está pasando en el mundo cercano, aunque lo queramos representar como lejano, que hace terriblemente injusta la realidad que nos cuentan en perfecto francés, para mayor escarnio. Con su dura travesía ya han hablado. Quieren salir y quitarnos el miedo al otro que nace de la desinformación de los injustos.

Carta publicada en “Magazine”, 2/VII/2006

El compromiso intelectual

Desde que tengo uso de razón científica me he preguntado muchas veces cómo puede poner uno su inteligencia al servicio de la humanidad, de las personas y situaciones sociales que necesitan atención humana en el pleno sentido de la palabra. También me he preguntado muchas veces en qué consiste el compromiso de los intelectuales con esta misma sociedad, no optando por posiciones políticas de partido, con  militancia expresa. La verdad es que no he encontrado mucha literatura sobre el particular y, normalmente, son discursos muy elaborados que no están al alcance de todos los españoles, como diría el título de crédito del NODO al que recuerdo siempre en mis tardes de Madrid, pensando en Andalucía, de la que me sacaron sin muchas contemplaciones  cuando solo tenía cuatro años.

Aproximarse a una definición de libro es imposible. Cualquier definición solo recoge la forma de establecer defensas innatas para protegerse de los ataques del enemigo, que desgraciadamente suele verse en todas partes sin que realmente existan. Como llevo tiempo pensando en esta realidad, el compromiso intelectual, ahí van unas cuantas reflexiones. La primera nace de la suerte de que una persona pueda plantearse el dilema en sí mismo, sin calificar esta “suerte” como lujo afrodisíaco: el mero hecho de cuestionar la existencia de uno mismo al servicio estrictamente personal, es decir, el trabajo permanente en clave de autoservicio, así definido e interpretado, rompiendo moldes y preguntándonos si lo importante es salir del pequeño mundo que nos rodea y mirar alrededor, ya es un signo de capacidad intelectual extraordinaria que muchas veces no está al alcance de cualquiera. Desgraciadamente. La pre-programación de la preconcepción, en clave aprendida del profesor Ronald Laing, es una tábula rasa sobre la que se elabora y encuaderna el libro de instrucciones de la vida. Y por lo poco que se sabe al respecto, quedan muchos años para descifrar el código vital, el llamado código genético de cada cual, personal e intransferible, mejor que el carnet de identidad al que lo hemos asociado culturalmente por la legislación vigente, mucho más atractivo que el de da Vinci, aunque ahora sea menos comercial. Afortunadamente. La niña que ayer corría despavorida por las playas palestinas, temblándole los labios, horrorizada con lo que había pasado con familiares y amigos, acababa de grabar imágenes para toda la vida. Su compromiso intelectual será siempre un interrogante y una dialéctica entre odio y perdón. A esto nos referíamos. La conclusión es que estamos mediatizados por nuestro programa genético y por nuestro medio social en el que crecemos. Todos somos “militantes” en potencia, con y sin carnet, dependiendo de sus aprendizajes para comprometernos con la vida. Militar en vida, esa es la cuestión.

La segunda vertiente a analizar es la del compromiso. Siempre lo he asociado con la responsabilidad social, porque me ha gustado jugar con la palabra en sí, reinterpretándola como “respuestabilidad”. Ante los interrogantes de la vida, que tanta veces encontramos y sorteamos, la capacidad de respuestabilidad (valga el neologismo temporalmente) exige dos principios muy claros: el conocimiento y la libertad. Conocimiento como capacidad para comprender lo que está pasando, lo que estoy viendo y, sobre, todo lo que me está afectando, palabra esta última que me encanta señalar y resaltar, porque resume muy bien la dialéctica entre sentimientos y emociones, fundamentalmente por su propia intensidad en la afectación que es la forma de calificar la vida afectiva. Libertad, para decidir siempre, hábito que será lo más consuetudinario que jamás podamos soñar, porque desde que tenemos lo que llamaba uso de razón científica, nos pasamos toda la vida decidiendo. Por eso nos equivocamos, a mayor gracia de Dios, como personas que habitualmente tenemos miedo a la libertad, acudiendo al Fromm que asimilé en mi adolescencia, pero que es la mejor posibilidad que tenemos de ser nosotros mismos. Esta simbiosis de conocimiento y libertad es lo que propiciará la decisión de la respuesta ante lo que ocurre. Compromiso o diversión, en clave pascaliana. Y mi punto de vista es claro y contundente. Cuando tienes la “suerte” de conocer el dilema ya no eres prisionero de la existencia. Ya decides y cualquier ser inteligente se debe comprometer consigo mismo y con los demás porque conoce esta posibilidad, este filón de riqueza. Aunque nuestros aprendizajes programados en la Academia no  vayan por estas líneas de conducta. Cualquier régimen sabe de estas posibilidades. Y cualquier régimen, de izquierdas y derechas lo sabe. Por eso lo manejan, aunque siempre me ha emocionado la sensibilidad de la izquierda organizada. Por eso me aproximé siempre a ella, porque me dejaban estar sin preguntarme nada. Intuían la importancia del descubrimiento de la respuestabilidad. Había inteligencia y compromiso activo. Seguro. Pero con un concepto equivocado como paso previo: la militancia de carnet. Craso error. Antes las personas, después la militancia. No al revés, que después vienen las sorpresas y las llamadas traiciones como crónicas anunciadas.

Una tercera cuestión en discusión se centra en el adjetivo del compromiso: intelectual y, hablando del grupo organizado o no, de los “intelectuales”. De este último grupo, líbrenos el Señor, porque suele ser el grupo humano más lejano de la sociedad sintiente, no la de papel cuché o la del destrozo personal televisivo. Un intelectual es concebido como un ser alejado de la realidad que se suele pasar muchas horas en cualquier laboratorio de la vida y de vez en cuando se asoma a la ventana del mundo para gritar eureka a los cuatro vientos, palabra que no suele afectar a muchos porque nace del egoísmo de la idolatría científica. Por eso hay que rescatar la auténtica figura de las personas inteligentes que ponen al servicio de la humanidad lejana y, sobre todo, próxima su conocimiento compartido, su capacidad para resolver problemas de todos los días, los que verdaderamente preocupan  en el quehacer y quesentir diario. Cada intelectual, hemos quedado en “cada persona”, que toma conciencia de su capacidad para responder a las preguntas de la vida, desde cualquier órbita, sobre todo de interés social, tiene un compromiso escrito en su libro de instrucciones: no olvidar los orígenes descubiertos para revalorizar continuamente la capacidad de preocuparse por los demás, sobre todo los más desfavorecidos desde cualquier ámbito que se quiera analizar, porque hay mucho tajo que dignificar. Si esa militancia es independiente, otra cuestión a debatir, es solo un problema más a resolver pero no el primero. No equivoquemos los términos, en lenguaje partidista. Porque así nos luce el pelo sobre la corteza cerebral, sede de la inteligencia, nuestro domicilio de la libertad personal, de la que afortunadamente podemos presumir todos. Todavía no es mercancía clasificada, aunque todo se andará porque ya está en el mercado mundial. Al tiempo.

Sevilla, 11/VI/2006

Alexis

Alexis es un conductor de guagua, en Tenerife. Desde hace días traslada a los senegaleses que son identificados en la Comisaría de Playa de las Américas a los Centros de internamiento temporal hasta que se resuelvan sus expedientes de expulsión. Cuando le ha preguntado la periodista sobre sus impresiones al respecto, comenta: “lo que mas me impresiona es que durante el viaje el silencio es total, no hablan, no se miran”. Alexis resume de forma descarnada la realidad de los 735 senegaleses que entre el jueves y viernes pasado llegaron a las costas canarias, en cayucos, en un viaje a alguna parte.

El silencio de los senegaleses es un grito encubierto de rabia y desesperación por una situación insostenible. Son parte de una revolución silenciosa que grita a través de sus silencios que esto no puede continuar así. Algo está pasando en el mundo cercano, aunque lo queramos representar como lejano, que hace terriblemente injusta la realidad que nos cuentan en perfecto francés, para mayor escarnio. Con su dura travesía ya han hablado. Quieren salir.

Entiendo bien que Alexis ponga entonces la radio y por la megafonía de la guagua suene esta canción en cualquier emisora tinerfeña, que llamaría “Para salir…” (o “para la libertad” con letra de Miguel Hernández), como noticia de fondo que ha aparecido en el diario “El País”, de 21 de mayo de 2006: «Y un día, harto de ver cómo en otros sitios se vive de otra manera, con comodidades y con todo tipo de cosas que también, de vez en cuando, pasean por aquí los turistas y los empresarios extranjeros, dices ‘¡basta!, quiero salir». Y entonces esa idea se convierte en una especie de obsesión furiosa: salir. Trabajan para salir. Piensan para salir. Descansan para salir. Hablan para salir. Se mueven para salir…”

Y siguen sin hablar y sin mirarse a la cara, porque durante siete días, que es lo que dura la travesía de su vida, solo miraban hacia adelante, siempre en la misma postura, para ver si el Teide, España y Europa los acogían en sus misteriosas entrañas de riqueza y libertad.

Sevilla, 21/V/2006

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