San Juan de la Cruz, Coplas del mismo, hechas sobre un éxtasis de harta contemplación, Poesías de la colección de Sanlúcar de Barrameda.
Las mudanzas han sido una constante en mi vida, porque he aceptado siempre con buen talante que en la vida se producen variaciones del estado que tienen las cosas, “pasando a otro diferente en lo físico ú lo moral” (Diccionario de Autoridades, RAE, 1734). Las he vuelto a revivir al leer una frase de un cómico americano Steven Wright, al afirmar que escribía un diario desde su nacimiento y como prueba de ello nos recordaba sus dos primeros días de vida: “Día uno: todavía cansado por la mudanza. Día dos: todo el mundo me habla como si fuera idiota”. Es una frase que simboliza muy bien las múltiples veces que hacemos mudanza en el cerebro porque cambiamos o nos cambian la vida (el estado que tienen las cosas) muchas veces a lo largo de la vida. Y el cerebro lo aguanta todo y…, lo guarda también. Es una dialéctica permanente entre plasticidad cerebral y funcionamiento perfecto del hipocampo (como estructura que siempre está “de guardia” en el armario de la vida).
Por otra parte, he escuchado muchas veces la frase ignaciana “en tiempo de turbación no hacer mudanza”, en una interpretación ascética de la frónesis griega, de la prudencia como madre de la sabiduría. Ahora bien, ¿qué es turbación?, ¿algo estático ó dinámico?, ¿azar ó necesidad?, es decir, ¿nos mudamos todos los días o no? La respuesta no está en el viento y el contrato de la perfecta mudanza lo administra segundo a segundo la inteligencia, como capacidad de resolver diariamente los problemas comunes y específicos de cada ser humano, en la búsqueda incesante del bienestar y bien-ser. En definitiva, ética de la felicidad, ética neuronal, porque en una danza admirable -una mu-danza perpetua-, cien mil millones de neuronas están viajando constantemente en nuestra corteza cerebral para responder a un programa de vida genético que luego tiene que modularse con el medio en el que cada ser humano nace, crece, se multiplica y muere. La estructura del cerebro al nacer “ya está instalada” que diría Gary Marcus. Antes, incluso, de la mejor mudanza existencial que existe: nacer a la vida, en el esquema de Wright. Pero estamos obligatoriamente obligados a viajar constantemente hacia alguna parte. Hacia adónde solo merece la pena (yo diría la alegría…) cuando es hacia adelante. Lo manifiesto así por coherencia con lo que yo vivo diariamente en una mudanza cerebral, personal e intransferible, como determinadas nieves: perpetua. Porque no lo sé todo, porque no tengo garantizado casi nada, porque cada vez voy más ligero de equipaje, porque no me gusta miras atrás y menos con ira, porque este siglo tiene horizontes de grandeza que no coinciden con mis patrones de educación para ser un buen ciudadano, porque el trabajo público está cada vez más “tocado” respecto del bien común, porque se confunde habitualmente valor y precio, porque la ética está en horas bajas, porque el sufrimiento de las personas que quiero sigue haciéndome preguntas que no sé contestar, y porque constantemente me adelantan las personas maleducadas por la izquierda y por la derecha, en el pleno sentido de las palabras.
¿Pesimista? No, optimista bien informado sobre la turbación. Y no quiero pasar como un idiota por la vida. Ya sé que el saber sobre las mudanzas tampoco ocupa lugar. Pero aunque no lo haya anotado Steven Wright en su diario para esta ocasión, en mi 22.205º día de existencia, ¡me queda ya tan poco sitio!…
Sevilla, 23/III/2008
José Antonio, solo dos líneas para confirmarte que es un placer leerte, que tus escritos tienen enjundia,y que eres la demostración clara de que en la blogosfera se pueden encontrar joyas de pensamiento intelectual bien trabajadas, sólidas de estructura y conceptos y… además…bien escritas.
Un abrazo desde la contaminada metrópoli
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