En un libro recopilatorio de artículos de Tom Wolfe, El periodismo canalla y otros artículos, encontré en 2001 una referencia a Teilhard de Chardin (a quien debo mi interés manifiesto por el cerebro desde 1964), que tiene una actualidad y frescura sorprendentes: “Con la evolución del hombre –escribió-, se ha impuesto una nueva ley de la naturaleza: la convergencia”. Gracias a la tecnología, la especie del Homo sapiens, “hasta ahora desperdigada”, empezaba a unirse en un único “sistema nervioso de la humanidad”, una “membrana viva”, una “estupenda máquina pensante”, una conciencia unificada capaz de cubrir la Tierra como una “piel pensante”, o una “noosfera”, por usar el neologismo favorito de Teilhard. Pero ¿cuál era exactamente la tecnología que daría origen a esa convergencia, esa noosfera? En sus últimos años, Teilhard respondió a esta pregunta en términos bastante explícitos: la radio, la televisión, el teléfono y “esos asombrosos ordenadores electrónicos, que emiten centenares de miles de señales por segundo”. La cita es lo suficientemente expresiva de lo que Teilhard intentó transmitir a la humanidad a pesar del maltrato que sufrió por la Autoridad competente del momento, tanto científica, como ética y, por supuesto religiosa.
Desde 1964 no he parado de trabajar sobre la Noosfera (del griego “nóos” inteligencia y “sfaíra” (1), esfera: conjunto de los seres inteligentes con el medio en que viven, de acuerdo con la definición de la Real Academia Española, aceptada desde 1984), como tercer nivel o tercera capa envolvente (piel pensante) de las otras dos: la geosfera y la biosfera. Y en esta etapa actual de investigación, que deseo compartir con la malla pensante de la Web, he comprendido muchas claves que la difícil historia de España, en el siglo pasado, no permitían vislumbrar. Teilhard había construido su teoría de la Noosfera, sobre las corrientes científicas de su época. Y era un secreto a voces, desconocido en esta parte de Europa, que su fuente secreta estaba en el científico ruso-ucraniano Vladimir I. Vernadsky: “En mi disertación en la Sorbona de París en 1922–23, acepté la fenomenología biogeoquímica como la base de la biosfera. El contenido de parte de estas disertaciones salió publicado en mi libro Estudios de Geoquímica, que apareció primero en francés en 1924, y luego en una traducción rusa en 1927. El matemático francés y filósofo bergsoniano Le Roy aceptó el fundamento biogeoquímico de la biosfera en tanto punto de partida, y en sus disertaciones en el Collège de Francia en París, introdujo en 1927 el concepto de la noosfera como la fase geológica por la cual atraviesa la biosfera ahora. Él destacaba que llegó a semejante noción en colaboración de su amigo Teilhard de Chardin, un gran geólogo y paleontólogo que ahora trabaja en China. La noosfera es un fenómeno geológico nuevo en nuestro planeta. En él, por primera vez el Hombre deviene en una fuerza geológica a gran escala. Puede y debe reconstruir la esfera de su vida mediante su trabajo y pensamiento, reconstruirla de forma radical en comparación con el pasado. Se abren ante él posibilidades creativas cada vez más amplias. Puede que la generación de nuestros nietos se acercará a su florecimiento.” (fragmento del artículo que escribió Verdnasky en diciembre de 1943. Originalmente lo publicó la revista American Scientist en inglés en enero de 1945, de acuerdo con una investigación recopilada por el Instituto Schiller).
Esta investigación permite deducir que la reinterpretación católica de Teilhard sobre el punto equidistante del creacionismo y evolucionismo, se decantaba por este último avalado por sus descubrimientos del pitecantropus erectus (hombre-mono, erguido) en Pekín. Con una visión deslumbrante acerca de la inmensa tarea que quedaba para descubrir la importancia, por ejemplo, de la revolución digital.
Y esta revolución consiste en agrandar el cerebro de la sociedad, de la humanidad, en clave Teilhardiana. Por ello la inteligencia digital tiene un futuro muy prometedor: “¿No podrían los cerebros individuales conectarse unos con otros, en este caso a través del lenguaje digital de la Web, y formar algo mayor que la suma de las partes, lo que el filósofo y sacerdote Teilhard de Chardin llamó la “noosfera”? Wright no está convencido de que la respuesta sea sí, pero sostiene que la pregunta no es disparatada: “Hablar hoy de la existencia de un cerebro global gigante sigue siendo un disparate. Pero hay una diferencia. Actualmente las personas que hablan del tema lo hacen libremente. Tim Berners-Lee, el inventor de la World Wide Web, ha señalado paralelismos entre la Web y la estructura del cerebro, pero insiste en que el cerebro global no es más que una metáfora. Teilhard de Chardin, por el contrario, afirmó que la humanidad está constituyendo un cerebro real, como el de nuestras cabezas, pero de mayor tamaño” (2).
Se abre una esperanza nueva para la investigación. En las claves de Vernadsky (¿el primer ecologista?), Le Roy, Bergson y Teilhard, hay mucho que investigar. Lo que parece innegable es la capacidad del ser humano actual para constituir una malla humana excelente para intercambiar las grandes preguntas sobre la vida y la muerte, eso sí, mirando solo hacia adelante y extendiendo las redes neuronales desde la emergencia del ser humano al comienzo de cada vida.
Sevilla, 15/IV/2006
(1) Es muy interesante la quinta acepción de “esfera” aceptada por la Real Academia Española: “5. fig. Ámbito, espacio a que se extiende o alcanza la virtud de un agente, las facultades y cometido de una persona”, RAE, Diccionario de la Lengua española, 2001.
(2) Johnson, S. (2003).Sistemas emergentes, Madrid: Turner-FCE, 103s.