Ayer recibí una cura de humildad histórica de gran alcance. Estuve visitando la exposición “La ciencia en el mundo Andalusí”, patrocinada por la Obra Social de la Fundación “La Caixa”, con el comisariado y patrocinio de la Fundación de Cultura Islámica y del Instituto de la Cultura y las Artes de Sevilla. Está diseñada en conmemoración del VI Centenario de la muerte de Ibn Jaldún (1.406-2006), filósofo e historiador tunecino (Túnez 1332- El Cairo 1406/732-808 de la H.) que pertenecía a una familia árabe que se había establecido en la provincia de Sevilla. Sus antepasados jugaron un papel relevante en la historia de la Sevilla árabe, y él mismo en su Autobiografía se enorgullece de su pasado andalusí: «Mi antepasado [Jaldún b. Uzmán] al llegar a al-Andalus, se estableció en Carmona con un grupo de gente del Hadramawt, alzando allí la casa de sus descendientes, que luego se trasladaron a Sevilla, formando parte del ejército regular de los yemeníes.» Según Arnold Toynbee (Estudio de la Historia) “concibió y formuló una filosofía de la historia que es sin duda el trabajo más grande que jamás haya sido creado por una inteligencia en ningún tiempo y en ningún país”.
La primera sensación de limitación y esperanza en el respeto a la memoria histórica la vislumbré al estar enclavada a pocos metros del monumento de Chillida, en el Muelle de la Sal, dedicado a la tolerancia. Cerca también del río grande, en árabe, del Guadalquivir. Era un buen ejemplo de integración y de muestra de respeto a una cultura que durante más de siete siglos vivió y creció en territorio andaluz y aportó grandes descubrimientos en el mundo de la astronomía, alquimia, medicina, farmacopea, matemáticas, técnicas y mecanismos hidráulicos, botánica, agricultura y construcción.
Desde la reproducción del Salón Rico de Madinat-al-Zahra, hasta la recreación de la Alhambra, se puede constatar de forma sencilla la gran aportación del conocimiento (diraya) islámico a la actual Andalucía, por sus vestigios que aún mantienen el colorido y la belleza de las formas simbólicas, dado que ninguna representación era inocente.
Las diferentes salas, con sonidos y olores adaptados a cada secuencia temporal y escénica, muestran la sabiduría de nuestros antepasados, con una presencia indeleble en frases, ritos y costumbres. Me sorprendieron mucho las muestras del trabajo realizado por artesanos contemporáneos que recordaban las bóvedas desnudas de oro, con la decoración de ataurique, presente en la Mezquita de Córdoba, en el Alcázar de Sevilla o en la Alhambra de Granada.
Es un viaje muy corto a la Andalucía de casi ocho siglos de deslumbramiento andalusí. Sencilla exposición de la ciencia construida con el legado del conocimiento islámico. Sin grandes pretensiones. Con topónimos donde permanentemente se nos recuerda que tenemos una deuda permanente con una cultura que nos hizo mucho bien para seguir trabajando en el descubrimiento de la verdad científica.
Al fin y al cabo, porque debemos seguir siendo fieles al axioma islámico (hadit) que nos ofrecieron y que legaron a la posteridad: “Busca la ciencia desde la cuna hasta la sepultura”. Ayer, en el muelle de la sal, junto a Chillida, me sentí más cerca de la cuna y de la cultura musulmana, en el año 1427 de la hégira.
Isbiliya (Sevilla), 23/IV/2006