Vamos a intentar aproximarnos al análisis que Teilhard llevó a cabo sobre el nacimiento de la vida, su gran dilema con la presión ambiental gracias a los descubrimientos de Darwin. Su investigación estaba limitada por el estado del arte de su época. Su referencia permanente a la incapacidad del científico de descifrar cómo había “brotado” la vida desde lo físico, químico ó lo estrictamente orgánico no era viable simplemente porque los sedimentos sobre los que se podía investigar estaban transformados. Hoy la realidad es muy diferente. Las investigaciones recientes sobre los orígenes de la materia orgánica nos permiten descifrar con exactitud matemática, de reloj suizo, cómo se produjo la evolución de la materia. Siguen estando presentes muchos interrogantes y la razón de Aristóteles planea sobre los grandes laboratorios ultramodernos: la razón de ser del “primer motor inmóvil”, es decir, cómo se puso en movimiento el universo en todas sus manifestaciones. La verdad es que la conclusión de Teilhard está sobrepasada. La ciencia ha ganado esta partida. Pero quedan muchas por jugar, aunque nos suene como algo muy chocante su desafío en la fe del dueño del carbón que no del carbonero: el misterio está oculto en Dios para siempre.
Pero él mismo deja una puerta abierta llena de esplendor: solo si se lograran reproducir estos procesos en el laboratorio se resolvería parcialmente el enigma. Aunque otra vez da un paso atrás dejando entrever que el nacimiento de la vida, en todas y cada una de sus manifestaciones, es algo indescifrable. Este movimiento de contrarios, pendular, es algo muy asentado en la ciencia aunque en Teilhard solo tenía interés si el avance de la investigación era una realidad y no una quimera.
El llamado salto a la complejidad, la evolución de la materia en estado puro a lo que se llama vida, es una evolución lógica hacia la consciencia, la interioridad que analizábamos en la “entrega” anterior: vida es la explosión de la energía interior bajo una tensión biológica hacia el próximo estadio de la existencia que, a todas luces, está por llegar permanentemente. Y todo obedece a un plan. Esta era la visión intrínseca de la evolución cósmica según Teilhard: todo está perfectamente determinado por Dios, aunque el plan lo revele paulatinamente. El hecho de que el libro de instrucciones de cada ser viviente ó carnet genético se esté develando en la actualidad a través de la genómica, es una manifestación de este plan develado, por llamarlo de alguna forma, de la “hoja de ruta” de Dios sobre la vida. Es una interpretación “permitida” por el ser superior, por el llamado también “primer motor inmóvil”, al que hacíamos referencia anteriormente, en homenaje a los más escépticos.
Y la teoría del árbol de la vida, tantas veces glosado por artistas del renacimiento e incluso contemporáneos, en pinturas y escritos memorables, se manifiesta en todo su esplendor: todos los seres vivos siguen brotando como ramas, porque la biosfera es una realidad. Y los últimos descubrimientos de “islas” paleontológicas, humanas, de plantas y animales desconocidos, son una manifestación palpable de que son manifestaciones de un tronco común disperso por todos los continentes actualmente identificados. No son descubrimientos en el pleno sentido del término: son meros alumbramientos de unas especies que se han desarrollado de un tronco común, salidas a la superficie de la biosfera para general conocimiento de la humanidad insaciable de conocer sus orígenes. Teilhard lo llamaba “ilusión óptica” porque lo que aparece hoy tiene su razón de ser en un único origen de la vida, el tronco común. Y queda mucho por descubrir. La gran pregunta es cómo es que lo que se encuentra en la actualidad son solo formas acabadas. Los últimos descubrimientos de nuevas especies en las Montañas de Foja, una remota selva de Papúa-Nueva Guinea (Indonesia) cuestiona estos grandes principios del tronco común: “Allí, los científicos han explorado un área de más de un millón de hectáreas de jungla. Los investigadores dicen haber identificado hasta una veintena de especies nuevas de ranas, cuatro de mariposas y cinco de palmeras, aunque todavía no existe una confirmación independiente de que esto sea así. «No hay ni una sola senda, ni un signo de civilización, ni un rastro de una comunidad humana que haya vivido nunca ahí», ha explicado Beehler (miembro del equipo descubridor). Incluso dos indígenas de la zona que acompañaban a los investigadores se quedaron sorprendidos por el aislamiento de la zona” (1). ¿Todo evolucionó allí?. Las formas acabadas así lo atestiguan. Por ahora. Se decía en los tiempos de Teilhard que no llevaba razón en su forma de exponer su teoría científica porque en el gran archivo de la tierra no se encuentran transiciones.
Teilhard se hacía las siguientes preguntas ante esta crítica rotunda: si nos ponemos así (científicamente hablando) ¿dónde está el primer sumerio, el primer griego, el primer romano, el primer coche, la primera lanzadera para tejer? Todo lo primitivo se pierde y hoy no tenemos la perspicacia de los cuentos de Pulgarcito para seguir la senda de las piedras blancas que nos lleven al tesoro. Las formas primigenias se han perdido definitivamente. Y a esto se podría responder ¿es que se han perdido las primeras pruebas para demostrar que Dios existe? Teilhard reaccionaba rápidamente: descubramos, poco a poco el libro de instrucciones de la existencia. Algo parecido a lo que hace Craig Vanter con la genómica, por ejemplo. O la nave que fotografía Venus en un streeptease cósmico.
Y la gran lección de este ascenso cósmico lo simboliza y demuestra Teilhard con la asunción de la realidad del sistema nervioso humano. Y sobre todo el cerebro, el gran rey de la selva por descubrir, cada vez más voluminoso y sinuoso, del tamaño de una servilleta mediana, extendida, en su córtex pensante. Y si la razón de ser de la existencia es “anímica”, para Teilhard, el gran antecedente de la biogénesis no podía ser otro que la psicogénesis, porque lo anímico era el gran proyecto ya que la gran explosión de la evolución, para conocerse a sí misma, fue el cerebro. Teilhard lo simplificaba en un ejemplo muy gráfico: el tigre no es fiero porque tiene las garras, sino al revés: tiene garras porque en su evolución natural se desarrolló en él el instinto de fiereza. Por decirlo de alguna forma, las garras vinieron después. La evolución entera es la consecuencia de la ramificación de lo psíquico. El eje de avance es una línea delgada roja anímica, no material.
Al finalizar esta lectura comentada de mi descubrimiento iniciático, en su quinta reinterpretación, he recordado al protagonista de “La vida es bella”, Guido Orefice, cuando frecuenta la existencia con su amigo Ferruccio y nos deja un mensaje alentador: ser inteligente es una realidad del Sur, se manifiesta montando una librería y comprendiendo a Schopenhauer, sobre todo si te lo explica un amigo: “soy aquello que quiero ser…”. Esto último en homenaje a la ley del péndulo y al movimiento de contrarios. ¿Porqué no?. En homenaje también a Teilhard de Chardin, tan actual en nuestros días.
(1) Un equipo científico dice haber hallado un área inexplorada con nuevas especies en Indonesia, El Pais, 7-2-2006
Sevilla, 30/IV/2006