Ayer saltó la noticia para conocimiento de la población mundial: los restos que se encontraron en Dikika (Etiopía), en 2000, pertenecen al esqueleto de una niña, a la que se ha puesto el nombre de Selam (paz) y se confirma mediante pruebas científicas que cumpliría hoy tres millones, trescientos mil años. Es un descubrimiento extraordinario porque según manifiesta Zeresenay Alemseged, paleoantropólogo etíope del Instituto Max-Planck de Leipzig, en Alemania: “son los restos más completos jamás encontrados hasta la fecha en la familia de los australopitecos”. El esqueleto se ha montado como un puzzle humano, pieza a pieza, hueso a hueso, desde su descubrimiento en el periodo comprendido entre 2000 y 2003, faltando sólo la pelvis, la zona baja de la espalda y parte de las extremidades.
Curiosamente, Yves Coppens, descubridor de Lucy, vecina de Selam, en Dikika, refuerza la importancia de este descubrimiento porque “el mayor interés cuando se descubre un niño es que muestra mejor que un adulto los caracteres genéticos de la especie y permite observar elementos de base porque la acción del medio sobre la persona no se manifiesta todavía. Por eso, el descubrimiento es extremadamente importante. El estudio confirma el carácter bípedo y arborícola de Lucy, a través de estos dos esqueletos que, entre paréntesis, son los más completos de los australopitecos descubiertos”. Hay un gran debate científico sobre las largas extremidades superiores de la especie a la que pertenecen Lucy y Selam, facilitadoras para subir a los árboles y alimentarse, y que posiblemente estuvieran situadas en un callejón sin salida morfológico, en clave evolutiva y teilhardiana.
Por mi especial dedicación científica al estudio del cerebro, me impresiona la realidad de su capacidad craneal, analizada con técnicas de imagen, para poder calcular la fecha de su nacimiento y su base evolutiva para alcanzar el desarrollo que tiene la corteza cerebral actual. Selam, una niña de unos tres años de edad, tendría una capacidad cerebral en torno a los 300 centímetros, mientras que la de nuestra especia ronda los 1.400 centímetros cúbicos. Comenzaba a desarrollarse el cerebro. Y lo que me ha llamado la atención poderosamente, desde la anatomía de estos fósiles, ha sido el hallazgo de un hueso, el hioides (1), que es el auténtico protagonista del hallazgo, porque su función está vinculada claramente a una característica de los homínidos: el hioides permite fosilizar el aparato fonador, es decir, hay una base para localizar la génesis del lenguaje, aunque tengamos que aceptar que el grito fuera la primera seña de identidad de los australopitecus afarensis.
La noticia me ha llevado a una reflexión importante. Hace quince días, en mi trabajo actual de investigación cerebral, escribía lo siguiente: hace doscientos mil años que la inteligencia humana comenzó su andadura por el mundo. Los últimos estudios científicos nos aportan datos reveladores y concluyentes sobre el momento histórico en que los primeros humanos modernos decidieron abandonar África y expandirse por lo que hoy conocemos como Europa y Asia. Hoy comienza a saberse que a través del ADN de determinados pueblos distribuidos por los cinco continentes, el rastro de los humanos inteligentes está cada vez más cerca de ser descifrado (2) . Los africanos que brillaban por ser magníficos cazadores-recolectores, decidieron hace 50.000 años, aproximadamente, salir de su territorio y comenzar la aventura jamás contada. Aprovechando, además, un salto cualitativo, neuronal, que permitía articular palabras y expresar sentimientos y emociones. Había nacido la corteza cerebral de los humanos modernos, de la que cada vez tenemos indicios más objetivos de su salto genético, a la luz de los últimos descubrimientos de genes diferenciadores de los primates, a través de una curiosa proteína denominada “reelin” (3).
Se han estudiado las regiones del genoma humano, una vez establecidas las comparaciones entre los genomas de humanos, chimpancés y otros vertebrados (animales más o menos próximos en la evolución a nosotros) para identificar elementos que hayan contribuido a cambios evolutivos rápidos, que son los realmente importantes, limitándose la investigación a la zona más relevante, la denominada HAR1. Esta zona forma parte de dos genes. Uno de éstos, el HAR1F, es activo en un tipo de células nerviosas, las neuronas Cajal-Retzius, que aparecen pronto en el desarrollo embrionario (entre la siete y la 19 semana de embarazo) y juegan un papel crítico en la formación de la estructura de la corteza cerebral humana. Estas neuronas son las que liberan la proteína «reelin», que guía el crecimiento de las neuronas y la formación de conexiones entre ellas. El gen identificado (HAR1F) se expresa junto con la «reelin», que es fundamental a la hora de formar la corteza cerebral humana, lo que habla más a favor de su importancia en la evolución. En manifestaciones de David Haussler, director del Centro de Ciencia e Ingeniería Biomolecular de la Universidad de California en Santa Cruz e investigador del Instituto Médico Howard Hughes: “No sabemos qué hace, y no sabemos si interactúa con la «reelin». Pero la evidencia sugiere que este gen es importante en el desarrollo cerebral, y que es emocionante porque la corteza humana es tres veces mayor que la de nuestros predecesores (…) Algo hizo que nuestro cerebro se desarrollara mucho más y que tuviera muchas más funciones que los cerebros de otros mamíferos».
Algo tuvo que ocurrir en el nacimiento de la vida humana, trascendental y aún por descubrir, para que nuestros antepasados, a los que hoy situamos en una primera referencia, Selam, la niña de Dikika, comenzaran a caminar de forma bípeda y a desarrollar el cerebro. La gran pregunta surge al saber que junto a los fósiles de Selam y de Lucy se han encontrado también restos de hipopótamos y cocodrilos, lo que aventura pensar que Selam fue una niña feliz en un medio fértil y adecuado a sus necesidades. Algo tuvo que ocurrir, cuando sintieron la necesidad de salir de su tierra y de su parentela para buscar comida y una habitabilidad mayor. Para no amargarnos demasiado, desde el punto de vista científico y a las pruebas científicas me remito, media un tiempo impresionante entre Selam y los primeros aventureros, hace doscientos mil años, que empezaron a crear el mundo habitado. Voy a seguir de cerca este descubrimiento para enlazar estas realidades. La diferencia del cerebro no es tan evidente, si la comparamos con el paso de los millones de años. Ahí está la llave del secreto de esa niña a la que han puesto un nombre simbólico en territorio musulmán: Paz.
Sevilla, 22/IX/2006
____________________________________
(1) Hueso impar, simétrico, solitario, de forma parabólica (en U), situado en la parte anterior y media del cuello entre la base de la lengua y la laringe.
(2) Sreeve, J. (2006). El viaje más largo. National Geographic, Marzo, 2-15.
(3) Pollard, K.S., Salama, S.L. (2006). An RNA gene expressed during cortical development evolved rapidly in humans. Nature advance online: publicado el 16 de Agosto de 2006 (consultado on-line en la dirección: http://www.nature.com).
2 respuestas a «Selam, la niña de Dikika»
Los comentarios están cerrados.