Es muy habitual hablar de la histeria en conversaciones cotidianas, pero hay que reconocer que el vocablo está muy enfermo de género. Su etimología delata una imputación machista a la mujer enferma de histeria, porque “los humos del útero se subían a la cabeza y la trastornaba”, en una visión muy libre del término griego “ύστέρα, matriz, víscera de la pelvis”, de acuerdo con la definición de la Real Academia Española, insistiendo en la frecuencia mayoritaria de esta “enfermedad” en la mujer (así), dándole brillo y esplendor, seguramente involuntarios. Mientras (¿ahora?), los hombres gozaban de libertad para enfermar de distinta manera, porque no era posible, ni se podía permitir, atribuirle esa subida de “humos femeninos de la matriz” a su cabeza masculina.
El avance científico sobre los trastornos de conversión, tal y como se denominan hoy las diversas manifestaciones que clásicamente se llamaban “histeria”, debido al cambio propiciado en 1980 con la publicación de la tercera edición del Diagnóstico y manual estadístico de desórdenes mentales, al aparecer el diagnóstico de “neurosis histérica, tipo conversión”, como “trastorno por conversión”, viene a demostrar una causalidad física, que afecta tanto a hombres como a mujeres, de acuerdo con los datos obtenidos por las ciencias de la imagen clínica funcional, a través de la tomografía computarizada mediante emisión de fotón único (SPECT) y la tomografía mediante emisión de positrones (PET). La actividad cerebral, en tiempo real, está dejando de ser un secreto. Y también se empieza a conocer qué ocurre en el cerebro de determinadas mujeres y de hombres que dicen tener paralizada una pierna o un brazo, sin que haya razones objetivas para ello. Se sabe ya que el secreto de esta enfermedad propietaria, personal e intransferible, se sitúa en el interior de la corteza cerebral, gran desconocida todavía y que la mente afectada por trastornos de conversión es el resultado de situaciones físicas conflictivas que se elaboran en la corteza orbitofrontal derecha y la cingulada anterior derecha, partes del cerebro asociadas con la acción y la emoción.
La gran pregunta surge en relación con el análisis de la razón última respecto de quién y cómo se da la orden, en la corteza cerebral, para que estas áreas no permitan un determinado movimiento a pesar de que los pacientes que lo sufren sí desean hacer las cosas normalmente. Hay que reconocer que se conoce lo que ocurre mientras que la situación está ocurriendo. También hay que reconocer que no se sabe el porqué ocurre. Pero sin lugar a dudas los avances son espectaculares en relación con el frente difuso común para interpretar la histeria, porque ya se sabe que es una falla de la corteza cerebral humana, sin adscripción de sexo de forma preconcebida y que determinados hombres pueden ser histéricos sin que la sociedad los proscriba por sufrir desesperadamente una enfermedad que siempre se relacionaba con las cosas propias de la mujer, porque le eran propicias para luchar contra la sociedad vigente.
A partir de ahora, hay que trabajar en el sistema límbico. Allí se fabrican las respuestas a los trastornos de conversión y el camino se despeja a velocidad de vértigo. Verdaderamente fascinante. Para la mujer es una nueva conquista porque ya se sabe con base científica que los humos del útero son meras licencias poéticas frente al sufrimiento compartido por la inhibición de las emociones y motivaciones. Conversión y cambio emocional: ahí está la cuestión a dilucidar por la inteligencia asistida por los sistemas y tecnologías de la información, comunicación y de la imagen. Digitales, por supuesto.
Sevilla, 21/X/2006