Lo ha cantado Javier Ruibal en Cádiz, cuando todavía sonaban notas de Carnaval: El niño del Serengueti fantaseaba mientras llevaba agua a casa. Y ya no se cantaba a esa hora con la misma sorna. No conozco bien la letra de la canción, pero la intuyo. Ha sido con motivo de un encuentro de gran interés público que se ha celebrado en esta preciosa ciudad, el pasado miércoles, organizado por EL PAÍS en la Diputación de Cádiz alrededor del cambio climático. Intervinieron líderes de opinión y de laboratorio sobre las incongruencias de la “mano del hombre” (con perdón) y hasta se llegó a manifestar, con gran dolor de mi cerebro, que hemos llegado hasta aquí gracias a la inteligencia humana (?). Siempre hablando de culpa y siempre de la culpa de la gente, como diría Jorge Cafrune. Y así lo contaba el redactor de la noticia: “El científico Miguel Delibes de Castro aportó que gran parte de los inconvenientes para hallar soluciones al problema es la falta de una conciencia sobre su existencia. “Hasta que no lo vemos, no lo creemos”, sostuvo. Sin embargo, no coincidió con Negrillo [Juan Negrillo, Director de EMCG 2007, Primer Encuentro sobre energía, municipio y calentamiento global] a la hora de apuntar como una causa la revolución científica. “Es como culpar a nuestra inteligencia. Si nos hubiésemos quedado como monos seguramente no hubiese ocurrido nada de esto”, añadió, “pero tampoco podríamos ahora alcanzar nuestro grado de desarrollo y las posibilidades de investigación” (1).
No sé que le pasa últimamente al cerebro y a la inteligencia, pero están en horas bajas, debido a los “mayores espectáculos del mundo”: Irak, Afganistán, Atocha, África Subsahariana y la misma Tanzania, el país del niño del Serengueti, donde el SIDA hace estragos. Es paradójico el momento actual porque, por un lado, todos los días se publican noticias sobre el maravilloso cerebro y lo que queda por descubrir. De la misma forma, por otro, se les ataca desde todos los frentes posibles. Y la contradicción está servida. Pero en el caso que nos ocupa es que la campaña de sensibilización que ha promovido Al Gore “nos ha dado” el siglo actual, el día de hoy y de mañana, que se dice coloquialmente, porque el cambio climático, del que tanto se habla, no lo sufrimos de forma directa pero es una tabarra que no cesa.
Y Ruibal, con su encanto personal, coge la guitarra en su tierra y con la gracia que el Sur le ha dado, comienza a gritar a los cuatro vientos que mientras el niño del Serengueti admira el entorno tanzano como una maravilla para sus ojos cautivos, va arrojando agua sin la conciencia de estar perdiendo un auténtico tesoro. A diferencia de nosotros, los más inteligentes de la tierra, el primer mundo, que no podemos fantasear más allá de lo que nuestros ojos son capaces de transmitir a un cerebro cautivo y desarmado por la sequía de la inteligencia en muchas de sus manifestaciones posibles. Por cierto, humanas. Y que no es capaz de descubrir ya la realidad del “aire azul” tanzano ó gaditano, fantástica recreación del escritor australiano Alan Mooheread, enamorado del continente africano, escapándosele también el agua entre los dedos…
Sevilla, 23/II/2007
(1) Espinosa, P. (2007, 21 de febrero). Las heridas de la tierra. El País, p. 45.