Es una verdad histórica, pero no científica que los hombres tienen más materia blanca que las mujeres, porque “ellas” tienen más materia gris. Y eso “los hombres” no lo pueden aguantar: cómovaasereso, todo seguido, como dando más fuerza al grito de desesperación biológica, sobre algo aprendido desde la tierna infancia para gran desconsuelo de la realidad humana de todos los días. Pero, ¿qué se quiere decir con manifestaciones grotescas de la materia gris, algo más conocida, o sobre la supremacía de la materia blanca? Y Lawrence Summers, el director de la Universidad de Harvard, vino en 2005 a reforzar estas ideas, echando leña al fuego, cuando aportó reflexiones científicas en relación con el progreso más lento de las mujeres en las ciencias y las matemáticas, porque “podría deberse a diferencias innatas entre los sexos”.
Primero vamos a explicar el origen de sus nombres. La materia gris, mejor explicado científicamente como sustancia gris, que lleva ese nombre porque a simple vista se ve de ese color, es una porción del sistema nervioso central que incluye la corteza cerebral, los ganglios basales y el núcleo del cerebro, así como el cordón espinal que queda envuelto por la materia blanca. La materia blanca (sustancia blanca) es el nombre que se le da a las partes del cerebro y la médula espinal que tienen a su cargo la comunicación entre las diferentes zonas de materia gris, y entre la materia gris y el resto del cuerpo. Su apariencia es blanca, con fibras nerviosas (lípidos y proteínas) cubiertas de mielina (sustancia en forma de vaina que rodea ciertas fibras nerviosas, a modo del plástico de color que rodea los cables de cobre). Es un elemento muy importante del llamado “cableado cerebral”, porque tiene la responsabilidad de proteger y dar seguridad a la conducción de señales nerviosas a lo largo de grandes distancias.
Aclarado su origen, es importante conocer a fondo sus funciones. Ambas sustancias están presentes en todos los seres humanos, con diferencias anudadas al tamaño real, corporal, de cada uno de ellos, pero siendo una realidad constatada en el atlas cerebral mundial que la sustancia gris es patrimonio esencial de todos los seres humanos, que su problema principal llamado a ser la cuna del desarrollo cognitivo no está vinculado ni con el tamaño del cerebro ni con el sexo y que ambos necesitan de forma personal e intransferible contar con la plasticidad de la sustancia blanca, de ambas sustancias en definitiva. El desarrollo de cada sustancia en cada ser humano es el enigma que parte del carné genético y, posteriormente, del desarrollo evolutivo en un entorno específico. Por tanto, es un mito a desmontar también: con independencia del tamaño del cerebro del hombre y de la mujer, ajustado a su desarrollo natural y específico, cuentan con dos realidades que están obligatoriamente obligadas a desarrollarse y convivir de por vida. Si importante son los cables (las neuronas, de color gris central), igualmente lo son las fundas de esos cables (las fibras nerviosas ordenadas para transmitir señales de vida).
Los problemas surgen con la “instalación” de este maravilloso cableado (valga el símil) a lo largo de la vida, porque hay una evidencia científica, una más, inapelable: la mielina se forma en la etapa prenatal, determinante, que expliqué en el artículo anterior, encontrándose casi completada en el momento del nacimiento. Es decir, hombres y mujeres venimos preparados para desarrollar el cerebro para la inteligencia de cada cual.
Además, la materia gris tiene una responsabilidad dramática sobre el control muscular, las percepciones sensoriales como vista y audición, la memoria, las emociones y el habla. Y no me gustan los chistes fáciles forjados en estereotipos: «las mujeres hablan como cotorras». Todos podemos hablar como estos simpáticos animalitos, porque todavía no conocemos bien por qué el habla se hace fuerte en el ser humano, aunque tanto se haya escrito sobre este elemento diferenciador de los seres humanos.
Por otra parte, la materia blanca está formada por estructuras situadas en la parte central del cerebro como el tálamo y el hipotálamo. Y el núcleo de la materia blanca está implicado, tanto en el hombre como en la mujer, en la liberación de la información sensorial del resto del cuerpo a la corteza cerebral, así como también en la regulación de las funciones autónomas (inconscientes) como temperatura corporal, frecuencia cardíaca y tensión arterial. También son responsables de las emociones y de la liberación de las sustancias químicas sobre las que se han construido gran parte de los mitos sexuales de la historia, es decir, las hormonas, grandes expertas en el trabajo a distancia, en enviar mensajes codificados a través de la glándula pituitaria, por ejemplo, a diferencia de los neurotransmisores, a los que gustan las distancias cortas, es decir, su misión se cumple en la unión de las neuronas, en las sinapsis, haciendo posible, a veces, las emociones y los sentimientos de hombres y mujeres expuestos a la vida. También regulan la ingesta de agua y alimentos. Y trabajan muy próximos al maravilloso e impreciso sistema límbico, responsable de la codificación todavía misteriosa de las emociones y las motivaciones.
Es muy difícil, en el contexto enunciado, echar culpas a las diferentes sustancias presentes en el cerebro humano, para identificar comportamientos que están cargados muchas veces de meras ideologías. Es verdad que nacemos con determinación sexual y con componentes que están asociados a una configuración corporal derivada de sustancias químicas que llegan a conformar una forma de ser en el mundo. Pero la necesidad de mantener en buen estado el cableado del cerebro es fruto de la conjunción indisoluble e interactiva de la sustancia gris y blanca en cada ser humano, con posibilidades ingentes de que la vida proporcione o no las posibilidades ocultas del carné genético. Y de ello sabemos todavía más bien poco. Ahí radica la belleza de la investigación: porque sabemos que está todo en la sede de la corteza cerebral, aunque todavía no lo hayamos descubierto. Y eso que todavía no hemos explicado la función de una tercera sustancia de funciones atractivas: la sustancia negra. Para algunos, “la que faltaba”, porque sabemos que como parte de la sustancia gris, con aspecto de media luna, contiene melanina que le proporciona el color oscuro, siendo responsable de neuronas donde juega un papel fundamental un neurotransmisor, la dopamina, cuyo déficit o hiperactividad nos hace enfermar siendo jóvenes ó mayores, a través de la esquizofrenia ó el Parkinson.
La torpeza o la necedad no es cosa de hombres ó mujeres, como muchas veces queremos ejemplificarlo. Las palabras que anteceden nos iluminan la equidad en la forma de tener una corteza cerebral con posibilidades ingentes. Es más bien cosa de múltiples variables intervinientes en el desconcierto de la inteligencia que busca sencillamente ser feliz en el mundo en el que cada uno vive, personal e intransferible. Y en esa tarea científica estamos: devolver esperanza de género a través del autoconocimiento del potencial cerebral de cada ser humano, para que comprendamos mejor qué podemos hacer en el suma y sigue de la violencia que no permite a las mujeres ser ellas mismas en el siglo del cerebro, a pesar de que el punto de partida de la forma del ser el cerebro es igual en el bebé, niña o niño, que nace a una nueva vida.
Sevilla, 28/I/2007
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