La consciencia, según Eric Kandel

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Eric Kandel. Ilustración de Joseph Adolphe (recuperada de http://www.columbia.edu/cu/alumni/Magazine/Fall2006/kandel.html, el 18 de julio de 2008)

«Aún no sabemos qué es la consciencia. Ahora comprendemos sólo del 15% al 20% del cerebro. Hemos progresado mucho, y no se resolverá en menos de cien años. Cuando yo empecé en los cincuenta, teníamos el 5%. Parecía un sueño imposible. Según mi filosofía, uno debiera tener sueños imposibles sólo si supone que los va a transformar en posibles. Dedicarse a sueños imposibles que uno sabe que no son realizables es perder el tiempo» (1). De esta forma se expresaba el Nobel de Medicina, Eric Kandel, en una entrevista que mantuvo en Viena el pasado 16 de julio, con motivo de su incorporación al Instituto de Ciencias y Tecnología de Austria, su país natal.

Sigo sorprendiéndome con la capacidad deslumbrante del saber hacer del cerebro, claro objeto de deseo para las neurociencias en general. Y me encantó recuperar la trayectoria de maestría de Kandel, Premio Nobel de Medicina en el año 2000, por entregar al mundo científico un gran hallazgo: «Aprender cambia la forma como las células del cerebro se comunican entre ellas en centros específicos. El punto de comunicación se llama sinapsis, y demostré que éste puede transformarse según la forma de aprendizaje».

En mi análisis iniciático de Teilhard de Chardin, al introducirme en la encrucijada neurocientífica de la aparición del hombre, me sorprendió siempre la aparición de la consciencia que ya jugaba un papel transcendental en la justificación de la caracterización del ser humano (2): “La gran especialización ha estado radicada en el cerebro, en tres direcciones diferentes pero complementarias: afinamiento de los nervios, perfeccionamiento del cerebro e incremento de la consciencia. El gran salto en este perfeccionamiento larvado en millones de años se produce según la tesis de Teihard hace solo un “millón de años”. Vital Kopp describe esta situación con un cierto aire novelesco: “Helo ahí de repente. Silenciosamente se presenta este ser, el completamente distinto, el más misterioso y desconcertante de todos los seres del cosmos, de naturaleza totalmente diferente, que escapa a la tradicional teoría de los seres vivos…Pero es en el interior donde se ha efectuado la revolución, un sacudimiento de dimensiones planetarias en la biosfera entera” [(1)]. Y de esta forma se pone la primera piedra de la noosfera. Es el único ser vivo que mira dentro de sí. Y vuelve a presentarse en sociedad la tesis ya planteada en este recorrido actualizado en busca del punto omega de la vida: se hace visible, por primera vez, el interior de las cosas y alguien nos lo explica con el lenguaje, con palabras, con signos que manifiestan la realidad de las cosas. Me ha maravillado siempre la grafía en hebreo de [la palabra] casa: bet [תב]. Quien conoce cómo se escribe se da cuenta inmediatamente cómo hubo mucho interés en los primeros antropopitecos en demostrar la oquedad como símbolo de la acogida que presta una casa. Los tres trazos formando un hueco es una forma visible de expresar el interior cósmico. La experiencia fue antes que la palabra (el interior cósmico)”.

Y es que la consciencia lleva retando al cerebro humano millones de años (3): “Y Teilhard se hace fuerte en un argumento muy sólido: el interior o consciencia es una dimensión equitativa y saludable del Universo, sin distinción, que corresponde a la materia entera del mismo, “aunque con intensidad muy variada”. Su gran limitación vino de la prohibición científica a la hora de “excavar” las entrañas de la Tierra con su martillo de geólogo. Más difícil era admitir que también se podía excavar el interior cósmico que afecta por igual al ser humano que al celentéreo tan complicado que citábamos anteriormente, pero que es una forma de ser animal muy diferente (sin ir más lejos el moho de fango que narra de forma fascinante Steven Johnson en su obra “Sistemas emergentes”, al justificar su teoría de la agregación social)”.

Comprendo perfectamente la ilusión científica, convertida en sueño realizable, de Eric Kandel al calcular el reto científico del descubrimiento real de la consciencia humana, porque también lo viví de forma contemporánea a él (3): “Avanzando en esta reflexión crítica, me he encontrado con una anotación mía, de hace treinta y ocho años, sobre esta frase de corte teilhardiano: “Así en el cosmos entero, el lado exterior material, el único que la ciencia suele tomar en consideración, está acompañado de un lado interior consciente, las más de las veces oculto”. Y escribo así: “esta frase resume todo lo dicho anteriormente”. Es verdad, porque lo oculto es lo que apasiona menos en la verdad científica. Aunque a mi me supuso poner en crisis la razón de la razón y la del corazón en una dialéctica pascaliana que permite hoy la realidad de una enorme pre-ocupación (así escrito) sobre el lado interior del cerebro y de su máxima expresión comprensiva y de aprehensión a través de la inteligencia. Y culmina esta teoría en una definición apasionante, también subrayada: la consciencia es una propiedad cósmica de intensidad variable, que podemos seguir a través de todos los grados ascendentes de crecimiento de la vida, hasta el pensar reflejo del hombre”.

Y para seguir investigando, he comenzado una nueva lectura apasionada y apasionante de un libro autobiográfico de Kandel: En busca de la memoria (4), porque en la foto de la portada, que recoge una instantánea del negocio de sus padres en Viena, ocupada por los nazis, dedicado a la venta de juguetes y maletas, he vislumbrado que quizá también, a través de su lectura, puedo descubrir las mías [las maletas de mi memoria de hipocampo], en una búsqueda de sueños hechos realidad, es decir, posibles. Tomaré las notas necesarias para compartirlas en la amura de babor que tanto aprecio.

Sevilla, 25/VII/2008

(1) Rudich, J. (2008, 17 de julio). «¡Ya he logrado comprender el 15% del cerebro!», El País, p. 44.
(2) http://www.joseantoniocobena.com/?p=91
(3) http://www.joseantoniocobena.com/?p=88
(4) Kandel, E. (2007). En busca de la memoria. El nacimiento de una nueva ciencia de la mente. Buenos Aires: Katz Editores.

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