Nos dicen: Sed alegres.
Que no escuchen los hombres rodar en vuestros cantos
ni el más leve ruido de una lágrima.
Está bien. Yo quisiera, diariamente lo quiero,
más hay horas, hay días, hasta meses y años
en que se carga el alma de una justa tristeza
y por tantos motivos que luchan silenciosos
rompe a llorar, abiertas las llaves de los ríos.
Rafael Alberti, Retornos del otoño
Se nos ha muerto como del rayo, Juan, a quien tanto queríamos, un amigo de sus amigos, persona a la que conocí antes de que me la presentaran, porque era muy especial. Todos me hablaban muy bien de él porque era diferente, sobre todo bueno en el buen sentido de la palabra bueno. Estos momentos son muy dados a panegíricos de la persona que se fue de este mundo, pero solo pretendo hacer un alto en el camino y reflexionar sobre la muerte humana, la muerte de Juan.
Las personas que quiero saben que siempre comento la muerte como una pregunta en vida de muy difícil respuesta, como a otras cuestiones que nos ocupan y pre-ocupan [sic] todos los días. Ante esta situación siempre recuerdo la voz de la experiencia histórica de una persona de comunidad, de nombre Eclesiastés, que tuvo que enfrentarse al auténtico problema de la muerte, que en el fondo es un problema de cómo comprendemos y valoramos el tiempo. Y he encontrado en él una sabia respuesta.
En la vida hay tiempo para casi todo, porque todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: nacer, morir, plantar, arrancar lo plantado, matar, sanar, destruir, edificar, llorar, reír, lamentarse, danzar, lanzar piedras, recogerlas, abrazarse, separarse, buscar, perder, guardar, tirar, rasgar, coser, callar, hablar, amar, odiar, guerra, y paz.
Ante este panorama complejo, cuando se aproxima la realidad de la muerte, todo se encierra en tres preguntas fundamentales sobre el factor tiempo en vida:
– ¿Qué gana el que trabaja con fatiga? o en otra variación sobre el mismo tema: ¿Qué saca cualquier persona de todo su fatigoso afán bajo el sol?
– ¿Quién sabe si el aliento de vida de los humanos asciende hacia arriba y si el aliento de vida de los animales desciende hacia abajo, a la tierra?
– ¿Quién le guiará a contemplar lo que ha de suceder después de él?
No conocemos las respuestas, cuestión que nos deja solos ante el peligro de un mundo diseñado muchas veces por el enemigo. La verdad es que el Eclesiastés ya lo advirtió hace muchos siglos, a las personas que tenían creencias: las respuestas no las vamos a conocer nunca porque “[Dios] también ha puesto el afán en sus corazones, sin que el hombre llegue [nunca] a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin” (Eclesiastés 3, 11).
Para los que buscamos desesperadamente comprender estas ausencias sin el apoyo de Dios, el Eclesiastés nos dejó una clave maravillosa que enmarca una respuesta posible: caminar juntos buscando la felicidad y hablar de Juan con entusiasmo, de sus cosas, de su alegría contagiosa, de su amor apasionado, de cómo nos enseñó a amar por encima de todo, en su Cielo tan particular, incluso de forma que no todo el mundo comprende: más valen dos personas que una sola, pues obtienen mayor ganancia de su esfuerzo, pues si cayeren, una levantará a la otra; pero ¡ay de la persona sola que se cae!, que no tiene quien la levante. Si dos se acuestan, tienen calor; pero la persona sola ¿cómo se calentará? Todo es más sencillo así, porque la amistad es como la cuerda de tres hilos, que no es fácil romper.
Ni incluso cuando ya sabes que nos falta una persona tan especial, Juan, que comprendía muy bien la necesidad de hacer camino en la vida, juntos…, al andar.
Sevilla, 26/XI/2014
Debe estar conectado para enviar un comentario.