Hacerse ilusiones

JOAN DIDION

Vivo rodeado de personas que sueñan con un mundo diferente, porque no les gusta el actual, porque hay que cambiarlo. A mí me gusta ir más allá, es decir, el mundo hay que transformarlo. Pero surge siempre la pregunta incómoda, ¿cómo?, si las eminencias del lugar, cualquier lugar, dicen que eso es imposible, una utopía, un desiderátum, como si ser singular fuera un principio extraterrestre, un ente de razón que no tiene futuro alguno. No me resigno a aceptarlo y por esta razón sigo yendo con frecuencia de mi corazón a mis asuntos, del timbo al tambo, como decía García Márquez en sus cuentos peregrinos, buscando como Diógenes personas con las que compartir formas diferentes de ser y estar en el mundo, que sean capaces de ilusionarse con alguien o por algo.

Esta reflexión la hago en el contexto actual de un mundo que parece diseñado por el enemigo. El terrorismo del ISIS hace estragos en la conciencia humana, en una modalidad de guerra abierta sin cuartel contra todo lo que se mueve y es diferente a los principios de una forma de ser musulmán en el mundo, que debe ser única y acatada por todos. Ya se habla de terrorismo low cost, porque con escasos medios se hace sufrir a muchas personas, de una forma detestable y contra la que hay que luchar de forma directa. Por otra parte, el neocapitalismo salvaje, también low cost para algunos, sigue abriendo una sima entre los que más tienen y los que más sufren la ignominia de las dictaduras capitalistas e ideológicas que perviven en este mundo tan global, pero tan insolidario, a pesar de los esfuerzos titánicos de determinados gobiernos y organizaciones no gubernamentales para ponerles algún freno o para atender los desgraciados daños colaterales.

Lo curioso es que creemos que siempre pasan las cosas en otra parte y no tomamos conciencia de que todo lo descrito anteriormente nos afecta cada día en el imaginario de nuestras formas de ser y estar en el mundo. Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que es también un fenómeno local. Esta es la razón de por qué un sábado cualquiera como hoy siento la necesidad de escribir sobre la necesaria transformación del mundo cercano, el de nuestro país sin ir más lejos, visto el espectáculo político actual, porque el problema es básicamente político, en su sentido etimológico más radical de ciudadanía agotada por las formas con las que se hace política en nuestro país, a trancas y barrancas, con la amenaza continua y silente de nuevas elecciones por un gobierno tambaleante que ya ha caído varias veces a la lona de la soledad parlamentaria. ¿Qué pensaban, que iba a ser un paseo triunfal como en la legislatura anterior? No, no es posible, a pesar del apoyo vergonzante del Partido Socialista, en un ataque de Gobernanza Inexplicable [sic], pero que demuestra que no se puede ir con cualquier persona a algunas partes, dignas por supuesto. Nunca.

Vuelvo a buscar respuestas en lecturas aleccionadoras para seguir aprendiendo y encuentro hoy alguna luz en un artículo magnífico de Antonio Muñoz Molina, de quien aprendí un día ya lejano cómo entendía la forma de ser los funcionarios mentales para no serlo, en un arrebato de conciencia de clase como empleado público, porque a Blanca, la protagonista de una novela entrañable suya, En ausencia de Blanca, no le gustaba pronunciar la palabra “funcionario”, aludiendo a Mario, su marido.  Cuando Blanca quería referirse a las personas que más detestaba, las rutinarias, las monótonas, las incapaces de cualquier rasgo de imaginación, decía: “son funcionarios mentales”.

El artículo citado, Notas en un cuaderno, me ha devuelto de forma paradójica la ilusión de fijarme otra vez y con detenimiento en las cosas y en los humanos, a pesar del razonamiento contrario que allí refleja en torno a una publicación reciente de gran interés social, South and West: From a Notebook: “Joan Didion es una de esas inteligencias muy realistas que se fijan demasiado en las cosas y en los seres humanos como para hacerse demasiadas ilusiones sobre ellos, o para dejarse llevar por abstracciones celebradoras o condenatorias. El mundo es como es. Y comprender algo requiere un extraordinario ejercicio de atención que no siempre lleva a conclusiones satisfactorias”. Es verdad, pero la memoria fotográfica que mantengo de todo lo ocurrido en este país durante muchos años, a partir también de los setenta y en el sur de España, me hace meditar sobre lo que creemos que hemos conquistado con tanto esfuerzo, así como soñar despierto en la transformación de España, de Andalucía y de una sociedad que tanto sufre como aldea global.

Esta es la razón de por qué comprendo mejor cómo finaliza Muñoz Molina el artículo: “En 1970, en el sur de Estados Unidos, Joan Didion se dio cuenta de que el pasado de cerrazón, oscurantismo y resentimiento no desaparece de un día para otro. Cuarenta y siete años después, una parte de esa negrura se ha mantenido intacta, y ha proliferado. Una parte de lo peor del pasado es ahora el presente y parece que va a ser el porvenir”. Para que no lo olvide en mis sueños, cuarenta y siete años después, porque el mundo es como es por culpa de algunos. Para hacerme ilusiones también, a pesar de todo.

Sevilla, 25/III/2017

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