Luar na Galiza / 6. La última sonrisa del caos

FISTERRA

Fisterra / JA COBEÑA

Seguimos haciendo el “camino” por Galicia, en esta ocasión por la Costa da Morte. Tenía una razón de fondo: la expresión “nunca máis” perdura en el tiempo de las respuestas populares a situaciones incomprensibles. Es verdad, nunca máis debe resonar siempre ante las injusticias de este mundo diseñado a veces por el enemigo. Fisterra, Muxía y Camariñas eran tres puntos de interés en esta etapa. Eran bastantes kilómetros por recorrer en una sola etapa y solo quisimos aproximarnos a una expresión de la naturaleza que no nos defraudó ni en el fondo ni en sus formas. Las carreteras nos mostraron el verde “constancia” de Galicia, nunca mejor dicho en el año dedicado por Pantone a este color, su vegetación alterada por los eucaliptos, sus colores vivos en las casas azules, verdes y violetas de cada Concello, de cada parroquia, los sempiternos hórreos, los difíciles límites territoriales porque todo se une en una expresión de proximidad lejana entre parroquias.

Llegamos a Fisterra, el fin de la tierra española por Galicia, después de sentir el último abrazo de los pinos autóctonos. Es impresionante la aproximación al faro, presagiando que algo se oculta allí que se presentará ante nuestros ojos de forma descarnada, aunque no sean horas de luscofusco (crepúsculo). El camino estaba rodeado en sus arcenes por peregrinos de todo tiempo y lugar. Muchas preguntas me hago, con el debido respeto reverencial a quienes lo protagonizan, sin respuesta alguna. Cerca, en Serra, hay una placa dedicada a Camilo José Cela, con una frase programática: “Finisterre es la última sonrisa del caos del hombre asomándose al infinito”. Es verdad porque así lo sentí. Se sabe que en un chalé cercano recibió la noticia del Premio Nobel en 1989 mientras escribía páginas de Madera de boj, como una premonición existencial: «Ahora ya no es como antes, ahora la gente ha descubierto que la novela es un reflejo de la vida y la vida no tiene más desenlace que la muerte”.

Siguiendo la recomendación de Manuel Rivas, aparcamos el coche para hacer el camino del faro. Es un edificio que acoge, desde 1853, el faro que protege la Costa da Morte, donde se reconocen hoy en día centenares de naufragios, siendo recordado especialmente por el gravísimo incidente del Prestige que comenzó el 13 de noviembre de 2002. Se divisa desde 31 millas (57 kilómetros). He conocido posteriormente que existe un edificio anexo, llamado eufemísticamente La Vaca de Fisterra, que también entró en funcionamiento en el siglo XIX para los días en los que la niebla impedía ver la luz del faro, pero que ya no se utiliza. Emitía sonidos estridentes cada minuto. ¡Qué sugerente! ¡Estábamos en el Finis Terrae de los romanos, donde los fenicios ya habían estado! Paseamos de oriente a occidente y viceversa, asomándonos a los acantilados, para descubrir el Océano Atlántico en su dimensión más oculta. Silencio sepulcral, solo roto por las olas al romper en el acantilado.

No llegamos a un lugar emblemático de Fisterra próximo a Cabanas, un lugar aparentemente inacabado como la obra de Antonio López. Me refiero al cementerio marino del escultor pontevedrés César Portela, compuesto por 17 cubos de nichos en granito, desalineados, aprovechando los senderos existentes, sin alterar el paisaje. Es un homenaje explícito a cuantas personas han perdido la vida en esta Costa de agujas submarinas de piedra. Era importante recordarlo, porque todo no se puede ver en la vida.

NUNCA MAIS

Dirigimos posteriormente nuestros pasos a Muxía, porque tenía claro que le debía una presencia de respeto para repetir una y mil veces su “nunca máis” ante cualquier situación intolerable en la vida ordinaria. Accedimos al paseo marítimo, que nos recibió en una tarde de agosto muy plácida, con el mar calmo y aproximándose a su limpia playa con delicado oleaje, muy lejos de lo que supuso para este enclave marino el desastre del Prestige. En la página web del Concello había leído días antes que “Muxía es una de las primeras localidades que afrontó las consecuencias [de este desastre] en forma de chapapote primero y de marea blanca de voluntarios que vienen a ayudar, después”. En Muxía, triste recuerdo, se hacían encajes para el Titanic. Fatales coincidencias de la historia del mar.

Finalizamos el viaje en Camariñas, en busca del encaje perdido. Queríamos contemplar otra cara de la Costa da Morte, a través de una tradición que ha marcado épocas de gloria para este Concello. Contemplamos en directo cómo se trabaja el encaje de bolillos, con una demostración sencilla pero admirable. El puerto nos pareció especialmente bello y nos acompañó el viento que presagia siempre la forma de ser y estar en esta Costa. Comprendimos cómo ante situaciones difíciles de la vida, se entiende bien por qué hay que solucionarlas como haciendo encaje de bolillos.

Día especial. Regresamos a Cambados en silencio para intentar asimilar todo lo visto y no visto. Fue una lección espléndida de historia antigua y contemporánea. También, de la importancia que tiene la solidaridad humana. Comprendimos mejor que nunca la última sonrisa del caos cuando nos asomamos al infinito de la vida haciendo «camino» al andar, al viajar.

Sevilla, 1/IX/2017

NOTA: la imagen de Nunca mais se ha recuperado hoy de http://estaticos.elperiodico.com/resources/jpg/4/6/twitter-vuelve-reivindicar-nuncamais-1350403353064.jpg

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