Manuel Rivas es fuente de inspiración para los que amamos la vida y la dejamos crecer como Dios manda. Me lo recordó ayer con unas palabras muy bien entretejidas y dedicadas a la relectura de un libro que le apasiona y al que abraza frecuentemente, La diosa blanca, de Robert Graves. Una delicia de artículo, con un título apasionante, La diosa que nunca se fue. Queda claro que con su lectura se puede llegar a ver la naturaleza como un libro y el libro como un mundo. Pero lo que me asombró es cómo inicia sus palabras, recordando que “[…] no lejos de donde escribo, y en un lugar de abrigo de la Costa da Morte llamado O Cereixo, hay un árbol santo. Es un buen roble, en todos los sentidos. Confieso que voy con frecuencia allí, a abrazarme. No es por superstición ni tampoco por realismo mágico. No espero que el árbol me devuelva el abrazo ni me susurre historias de druidas ni se eche a andar llevando su sombra a modo de sombrero, aunque tampoco me importaría compartir con él la lógica del asombro. Voy porque me sienta bien”.
Les animo que lean el artículo, precioso, porque aprendemos una forma diferente de abrazar la lectura de libros diferentes para aprender a abrazar la vida, incluso en momentos dolorosos. Pero lo que comparto mediante estas palabras es una visita al roble centenario de O Cereixo, que vigila las veinticuatro horas del día la iglesia próxima donde Santiago se suele encontrar bastante solo, aunque acompañado con siete discípulos, en piedra inmovilizado como está San Pedro en la Basílica de su nombre en Roma, cuando se dirige a Dios y le dice que está “aquí sentado / en bronce inmovilizado, / sin poder mirar de lado / ni pegar un puntapié, / pues tengo los pies gastados, como ves”, según nos contaba hace años Rafael Alberti paseando por Roma, peligro para caminantes. Lo hago porque en estos tiempos revueltos me pareció mágica la expresión de Rivas de que va allí, a O Cereixo, para “abrazarme” al árbol porque le sienta bien. Sé que mide más de cuatro metros de circunferencia y que cada año crece su diámetro en unos tres centímetros para seguir ofreciendo fortaleza a quienes lo abrazan. Sugerente, porque crece para seguir dando vida. A diferencia de las mercancías, está allí para quien lo quiera visitar sin pagar nada y con una condición: que no se lo lleve nadie. Y que tampoco lo queme nadie.
Ir allí le sienta bien a Rivas. Es lo mismo que nos pasa cuando abrazamos a las personas que queremos y sin más decimos que nos sentimos bien. A diferencia del roble, nos ofrecen calor, aunque solo nos abracemos en momentos especiales de amor y silencio. Pero el roble tiene algo que le hace ser especial, diferente y singular: nos da siempre corazón y silencio, su gran fortaleza, su secreto, porque solo le falta hablar a pesar de tener más de cien años de soledad. Además, dice Rivas que el roble de O Cereixo es santo y en el buen sentido de la palabra, bueno.
Sevilla, 30/X/2017
NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de http://domaraterra.com/museo_virtual/imagenes/fotos/cereixo/IMG_4523.jpg
Debe estar conectado para enviar un comentario.