Merece la pena vivir

JOSE JIMENEZ LOZANO

En los momentos de turbación nacional que estamos viviendo, he leído con atención reverencial una entrevista a José Jiménez Lozano, larga, profunda, emocionante y esclarecedora, con un título que comparto en su más profundo sentido: “José Jiménez Lozano: «Merece la pena vivir porque hay personas, hay pájaros, hay cosas que están excelentemente bien»”. Me ha llamado la atención porque hace referencia a un texto del Génesis muy esclarecedor para comprender qué ha significado en la historia de la humanidad la creación del ser humano, un relato que ha pasado de padres a hijos durante miles de años.

Jiménez Lozano iguala a personas, pájaros y cosas, que están “excelentemente bien”, pero creo que cuando se conoce la lengua hebrea en profundidad, hay un matiz diferenciador, un adverbio no inocente que da una transcendencia especial al ser humano frente a cielos, tierra, fuego, pájaros y cosas cercanas a la humanidad, que siempre son útiles. Veamos por qué. En el Génesis, el Primer Libro, en su capítulo I, versículo 31, corroborado con la musicalidad del texto hebreo en su escritura primigenia, el relato de la creación dejaba muy claro que lo mejor que había ocurrido en aquellos días mágicos fue la creación del ser humano, porque a diferencia de los cielos, la tierra y el agua, que sólo eran buenos, en la del hombre y la mujer vio Dios que era muy bueno lo que había hecho. Un adverbio, meod, que en hebreo significa “muy” dejó claro para siempre que la existencia de los seres humanos justificaba por sí misma la creación del mundo, el evolucionismo o el punto alfa y omega de la vida. Son sólo creencias de siete días especiales, singulares, en los que había ocurrido algo muy bueno para la existencia humana, para cada uno (con su cadaunada).

Merece la pena vivir porque lo mejor que le ha ocurrido al mundo es contar con la presencia del ser humano, a pesar de todo lo que ocurre en el mundo actual por la intervención de la mano humana y su inteligencia. Decía Jesús Ruiz Mantilla en 2014, que el fotógrafo Sebastião Salgado, autor del proyecto Génesis, había salido a buscar en 2005 el paraíso terrenal y fotografiarlo durante ocho años: “¿Para qué? Para emular el ojo de Dios pero ser fiel a Darwin, para dar testimonio de los orígenes de la vida intactos, para certificar que corre el agua, que la luz es ese manantial mágico que penetra como un pincel y muta las infinitas sugerencias en blanco y negro que Salgado nos muestra del mundo. Para experimentar pegado a la tierra y los caminos aquello que relatan los textos sagrados pero también seguir la estela de la evolución de las especies; para comprobar que los pingüinos se manifiestan; para comparar la huella con escamas de la iguana y el monumental caparazón de las tortugas en Galápagos; para explicar que los indígenas llevan en la piel tatuado el mapa de su comunión con la de los ríos y los bosques; y que los elefantes y los icebergs emulan fortalezas de hielo y piel; y que la geología diseña monumentos y que todavía quedan santuarios naturales a los que aferrarnos”.

Es una delicia leer la entrevista completa a José Jiménez Lozano. He comprendido bien por qué es muy buena su existencia, porque me ha entregado con sus sabias palabras serias razones para seguir viviendo. Se la recomiendo.

Sevilla, 11/V/2018

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