El Diccionario Oxford ha declarado “tóxico” como la palabra del año 2018, en todas sus acepciones. Se veía venir desde hace tiempo, tal y como lo analicé en un artículo que publiqué en este cuaderno digital hace exactamente diez años, Cerebros tóxicos o tosigosos. Lo vuelvo a publicar haciendo las actualizaciones oportunas, escasas, porque creo que sigue teniendo actualidad plena. Es verdad que tal y como está la cosa, en ser o no ser tóxico está la cuestión.
Cerebros tóxicos o tosigosos
Dice la Real Academia que tóxico [tósigo], que proviene del griego τοξικόν φάρμακον, es un adjetivo que se define como “perteneciente a un veneno o toxina”. Su origen no es inocente porque “tósigo” es el veneno que emponzoñaba las flechas. Y para colmo y remate, “tosigoso” es otro adjetivo contundente, obviamente relacionado con el anterior, porque es su fundamento etimológico: envenenado, emponzoñado. Es decir, un cerebro tosigoso es un cerebro envenenado, emponzoñado. ¿A qué viene este comienzo tan bravío en un cuaderno de derrota [solo admitida por mí en el lenguaje marinero] como éste?
Voy a dar las explicaciones necesarias. Vivimos tiempos en los que es difícil moverse en tareas de identificación de cerebros sanos. Se habla mucho de varios mundos felices, de conquistas exitosas a cualquier precio, de felicidad envasada de mil formas, pero la realidad es que vivimos muy pre-ocupados [sic] con otra realidad bien distinta: proliferan los cerebros malvados y, sobre todo, tóxicos, que nos complican la vida hasta límites insospechados. En el trabajo, jefas y jefes, tosigosos; en la familia, parejas y parientes de diversos grados, también tosigosos; amigas, amigos, aún más tosigosos si cabe y, por proximidad en el calendario electoral, políticos tosigosos. Ante la necesidad de identificarlos de forma correcta y rápida, he pensado que vendría bien hacer un pequeño manual de primeros auxilios para identificar los cerebros tóxicos, las personas tosigosas, que envenenan sus alrededores, dándonos cuenta en la mayor parte de las ocasiones y amargándonos la vida, casi siempre.
1. La tela de araña o el arte de hacer la vida imposible a los demás
Una característica común, para empezar, es su estrategia querulante: tejen una tela de araña a su alrededor en la que solemos caer atrapados, porque la vida les corresponde vivirla solo a ellos y porque se hacen portavoces de las quejas de los demás para “solucionarlas”. Suelen tener el discreto encanto de la atracción ¿fatal?, porque enmascaran bien sus auténticas intenciones. Sucede cuando vislumbramos que alguna persona, en cualquier rol que ocupe, nos a-tosiga (¿recuerda la etimología de tóxico?): nos envenena paulatinamente. Primer indicador, porque trabajan normalmente a largo plazo, como el trabajo que realizan las arañas en sus telas transparentes y de dibujos insólitos. Pero cuando te quieres dar cuenta, ya estás en el interior de sus cerebros fruto del tósigo, del veneno que emponzoña sus flechas preferidas: palabras, miradas y gestos de cualquier tipo, fabricadas siempre en el interior de sus estructuras cerebrales. Es decir, son enemigos de cuidado. He leído recientemente un artículo sobre psicología laboral, centrado en los “jefes nocivos que irradian malestar” (1), donde entre los estresores más importantes que se identifican en un estudio de gran interés científico, Informe Cisneros VI, la mala calidad de management (jefe) alcanza un porcentaje muy relevante entre los analizados: el 45,70%, solo superado por el clima laboral deteriorado. El paso a la identificación de “mobbing” (acoso laboral de superiores y compañeros, y del “burnout” (síndrome del trabajador carbonizado o achicharrado) está dado, así como el nacimiento del neomanagement, como forma de dirigir organizaciones y personas mediante la continua destrucción de los recursos humanos, del clima laboral y del entorno organizativo (2).
En la Administración Pública, que conozco de primera mano y en la que he trabajado durante más de treinta años, también ocurren estos fenómenos y, lógicamente, por extrapolación también está afectada por los estilos tosigosos de dirección: narcisista (siempre busca subordinados que no le hagan sombra), psicópata (luce sus encantos y embauca a los más débiles para destruirlos después, paulatinamente) y paranoide (atento a cualquier movimiento de los subordinados, desconfiando de todo y de todos), que derivan en dos actitudes amenazantes, tosigosas: autoritarismo a ultranza o consentidores de todo para que nuca se le pueda recriminar nada pero donde el clima laboral se acaba haciendo irrespirable y las consecuencias en relación con la salud mental acaban siendo desastrosas. Las flechas tosigosas del jefe han hecho diana.
Traigo a colación una tabla interesante para comprender el clima tóxico laboral en este país, publicado en la última Encuesta Nacional de Condiciones de Trabajo. 2015 6ª EWCS – España, por el Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo (INSHT):
2. La negación de la recompensa (a veces, de la existencia)
Nuestro cerebro está preparado para trabajar básicamente en el modo placer, bienestar, bienser (si se pudiera decir así), por decirlo de alguna forma. No va a bien al cerebro trabajar en modo dolor, malestar, malser. Además, nuestros circuitos cerebrales han evolucionado para superar las malas pasadas del cerebro antiguo, el reptiliano, de autodefensa continua con agresividad latente y manifiesta porque no sabemos por dónde nos pueden dar un palo. Y claro, ante cerebros tóxicos, tosigosos, reverdecen viejas conductas ancestrales que nos hacen sufrir, y mucho. El cerebro necesita siempre recompensas al tremendo desgaste que sufre cada segundo para tenerlo todo a punto. Y los cerebros de los contrarios, tosigosos, saben de esta debilidad innata en el cerebro humano, también en el suyo. Y las recompensas se sustraen permanentemente para causar dolor crónico. Bastaría hacer un pequeño recorrido por los cerebros de los más próximos en nuestras vidas de diario, para no complicárnosla más, para identificar a aquellos cerebros que nos sustraen el placer de las recompensas por lo que decimos, hacemos y vivimos en cualquier situación humana. Porque, casi siempre, eso es lo único que sabemos hacer, que hemos aprendido mejor o peor y es lo que de verdad proyecta nuestras personas de secreto. Si ni siquiera eso se reconoce, no me extraña nada que mueran mujeres casi a diario, que muchas personas trabajadoras vuelvan a sus casas hechas polvo por sus relaciones laborales con compañeros y jefes, y las amistades se rompan por palabras emponzoñadas porque los que están cerca tienen cerebros tosigosos, que lanzan flechas envenenadas a diario casi sin darnos cuenta. Porque son también narcisistas, psicópatas o paranoides.
3. La negación de la inteligencia (de todas las inteligencias)
Existen también cerebros tóxicos que destrozan la inteligencia en general y la inteligencia social, en particular, aquella que comprende la capacidad de autoconocimiento de quién soy y cómo me relaciono con los demás, configurándonos como zombis reales, de carne y hueso cuando se niega mediante malas artes. Son los peores, porque son los que no paran hasta destruir a sus contrarios definitivamente. Y de esta forma comienza el largo camino de laminación personal. Aparecen los primeros síntomas de libro (somatizaciones, estrés, depresión, ansiedad, abatimiento total, pérdida de autoestima en la representación diaria en el gran teatro del mundo personal y asociado) y comienza el ciclo de la puerta giratoria de centros de salud, centros especializados de salud mental y hospitales, con el gran asociado de ganancia secundaria que se llama “baja laboral”. ¡Conseguido!, dicen estos cerebros de la miseria humana. Menos mal que se conoce muy bien el daño en determinadas estructuras cerebrales que se produce por mor de estas situaciones, donde juegan un papel trascendental el cortisol y la adrenalina, agentes transmisores de carga positiva para el cerebro, sobre los que ya he hablado en varios posts de este cuaderno y a los que remito para su lectura atenta. La vida emocional se va al traste porque es muy difícil contrarrestar tanto veneno si no estamos preparados para ello y acompañados sobre todo de un adecuado apoyo social.
4. ¿Qué hacer? (sin acudir a Lenin)
Pensar fríamente que hay que desenmascarar a estos cerebros, donde quiera que estén, con denuncias privadas y públicas, porque es enfermizo que se tengan contemplaciones con ellos. Existen en un Estado de derecho, como el de España, medidas laborales, judiciales e incluso, de salud pública, para erradicar estas situaciones que hacen tanto daño a muchas personas anónimas. Acudir también a profesionales de la salud mental. Sigo defendiendo, por tanto, la teoría de la construcción del cerebro feliz, cuando afirmaba recientemente que “es probable que cambie nuestra actitud ante la vida sabiendo que depende muchas veces de procesos en la neurotransmisión que, si los conocemos bien, podemos autojustificar las reacciones del periodista holandés que no gustaba a Van Gaal [contratóxico: siempre positivo, nunca negativo]: “Tengo la impresión que la próxima vez que nos comamos una almendra, vamos a tener una sensación (¿emoción, sentimiento?) diferente de lo que hacemos. Probablemente, porque la amígdala cerebral de cada una, de cada uno [estructura cerebral con forma de almendra], ha mandado unas señales neurológicas diciendo a la corteza cerebral que ya sabe por qué está sintiendo algo especial. Misión cumplida”. Hoy, de forma especial, porque ya sé que muchas veces no se puede controlar de forma autónoma la actitud positiva o negativa ante la vida propia o asociada, maravillándonos de dos pequeñas estructuras, del tamaño de una almendra, las amígdalas cerebrales, que me proporcionan un bien-estar o un bien-ser (perdón por el neologismo), que el cerebro se encarga de tratarlo para que cada persona sea más inteligente en el acontecer diario, con sus cadaunadas, de cada una, de cada uno, de todos”.
En definitiva: sabemos que podemos identificar y desenmascarar los cerebros tosigosos, porque sabemos algo más sobre sus comportamientos. Nos hemos «quedado con sus cerebros» y sabemos dónde y cómo viven. Creo, sinceramente, que hemos dado los primeros pasos para editar un manual, una guía rápida, para identificar y erradicar a los cerebros tosigosos que pululan por nuestros alrededores. Por nuestro (clásico) bien, por nuestra salud mental, por nuestra propia y merecida felicidad personal y social. Por ética social, propagada hoy mediante inteligencia digital. Porque, ¡ya está bien!
Sevilla, 18/XI/2018
NOTA: La fotografía se recuperó de http://img100.imageshack.us/img100/3733/01pg4.jpg, el 25 de enero de 2008
(1) Ferrado, M. L. (2007, 12 de enero). Jefes nocivos que irradian malestar. El País, Salud (Mensual de biomedicina y calidad de vida), 1-4.
(2) Piñuel, I. (2004). Neomanagement. Jefes tóxicos y sus víctimas. Madrid: El País Aguilar.
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