¿Cuál es la verdad sobre Gibraltar?


Leyendo el contenido de la comparecencia ayer del presidente Sánchez acerca de los tres acuerdos fundamentales a los que se ha llegado sobre la futura relación con Gibraltar de España, el Reino Unido y la Unión Europea con motivo del Brexit, recordé que cuando era niño y trataba las cosas de niños, cantaba en mi colegio de forma desaforada a veces, una canción sobre Gibraltar, de la que no entendía nada, a pesar de los esfuerzos del profesor de formación política, fundamentalmente porque la letra era infumable para un niño del sur afincado en Madrid y viviendo en su nada discreto encanto de la burguesía.

El presidente dijo exactamente que con el acuerdo de última hora “En primer lugar, hemos logrado una declaración conjunta del Consejo Europeo y la Comisión Europea en el marco del acuerdo de retirada que descarta que el artículo 184 [del documento de acuerdo para la salida de Reino Unido de la Unión Europea] sea aplicable al contenido de la relación en el ámbito territorial. En segundo lugar, el Gobierno británico reconoce por escrito esta cuestión. Y en tercer lugar, el Consejo Europeo y la Comisión Europea refuerzan la posición de España, como nunca había estado, de cara a las negociaciones futuras”. También, informó que el acuerdo incluía una Declaración de los Veintisiete y de la Comisión, de que cualquier negociación futura sobre Gibraltar tendrá que contar con el visto bueno previo de España.

Aprendí en mi cancionero de después de la guerra que Gibraltar era la punta amada de nuestra nación y de todo español, que a mi Patria le robaron tierra hispana del Peñón y que sus rocas “hoy hollaron con el asta de un extraño pabellón”. Atacábamos la canción en el patio del colegio de Madrid recordando que sonaban los clarines y el redoble del tambor, que por todos los confines se oía el grito de que Gibraltar sea español. No entendíamos nada de lo que seguíamos cantando a tontas y a locas: que si había que ir adelante por España, que si en Rusia ya triunfó “mi División” y que no había sido bastante hazaña “si es inglesa la bandera del Peñón”. Seguía una frase incomprensible entonces y ahora, absolutamente lamentable en tiempos de paz: “¡A la lid! ¡Con valor! ¡Empuñemos de nuevo el fusil! ¡A luchar!, ¡Con valor!, que en tus rocas sabremos morir”.

Me sobrecoge recordar estas estrofas lamentables. Tendría yo unos ocho años cuando cantábamos una y otra vez esta canción sin sentido. Y cuando ya era adolescente y pensaba como adolescente, apareció en nuestras vidas José Luis y su guitarra con otra soflama sobre Gibraltar en la que nos daba la tabarra con una clase de historia infumable pero muy apropiada para la época de la que no me explico como hemos salido adelante y sin aparentes daños mentales y sociales colaterales. Su canción Gibraltar tenía un estribillo cansino en medio de una acelerada clase de historia celtibérica: “Esta es la verdad, la pura verdad, esta es la verdad sobre Gibraltar: 1704, el mes de julio una gran flota viene, suena el cañón y al archiduque Carlos le rinde nuestra gente, pero no a los ingleses el peñón. Esta es la verdad, la pura verdad, esta es la verdad sobre Gibraltar. Unos años más tarde, por un tratado hacemos concesiones en Gibraltar dándole a los ingleses varias atribuciones, pero sin posesión territorial. Esta es la verdad, la pura verdad, esta es la verdad sobre Gibraltar. Han pasado los años por el peñón y la bandera inglesa ondea al sol, más a pesar de todo, el mundo no ha olvidado que Gibraltar será siempre español. Esta es la verdad, la pura verdad, esta es la verdad sobre Gibraltar. No tienen razón, bien lo sabe dios, no tienen razón, Gibraltar español”.

España ha cambiado mucho afortunadamente pero cada vez que tiemblan los cimientos de Gibraltar se acude al españolismo más rancio y de última hora. La relación con Gibraltar se tiene que cuidar con esmero, minuto a minuto, día a día, porque es un balón de oxígeno laboral para el llamado Campo de Gibraltar. Esa debe ser una de las razones de su rescate español in extremis en estos momentos, porque tampoco es ejemplo en su faceta de paraíso fiscal. Se necesita, ahora y siempre, alta diplomacia, alta sensatez política para seguir trabajando en una convergencia de este territorio que tiene una historia llena de sobresaltos por la cerrazón humana al entendimiento entre naciones.

La verdad es que agradeceríamos que, al menos, por una vez en la vida, supiéramos la verdad, la pura verdad, sobre Gibraltar.

Sevilla, 25/XI/2018

 

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